PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

 

SEGUNDA PARTE: Historia de un mito

 

             III.   LAS RAZONES DEL ÉXITO DEL SIONISMO POLÍTICO

1.   El sionismo y las rivalidades coloniales en el Problema de Oriente

b) Hacia la primera guerra mundial y la Declaración Bal­four (1904-1817)

 Según lo había previsto Herzl, entre las potencias co­loniales, y a pesar de los vericuetos de su diplomacia, la mejor carta a jugar era la de Inglaterra. El comenzó y terminó por ahí. Sus sucesores mantendrán firmemente esta línea hasta el nacimiento del Estado de Israel.

De este modo, el sionismo se apoyaba en una constante de la política inglesa. Cuando, por ejemplo, después del tratado ruso-turco de Unkiar-Skelessi (1833) se selló la alianza entre el Zar y el Sultán bajo pretexto de «proteger a los cristianos ortodo­xos» del Próximo Oriente, Inglaterra replica eligiendo igualmente a sus «protegidos» para «proteger» sus zonas de influencia económica. Lord Shaftesbury, para influir en Palmerston (1784-1865), escribe: «Tengo que hablar necesariamente en términos políticos, financieros, comerciales, porque no llore sobre Jerusalén»[1].

Palmerston, efectivamente, no había demostrado sen­sibilidad alguna hacia la carta que, en enero de 1839, le había dirigido el Secretario del Almirantazgo invitando a todas la potencias protestantes de Europa y de América a que siguieran los pasos de Ciro con vistas a «cumplir la voluntad de Dios, permitiendo el retorno de los judíos a Palestina».

Palestina, especialmente después del debilitamiento del Imperio otomano, y de que la «cuestión de Oriente» ocupara el primer plano de la política internacional, iba convirtiéndose cada vez más en la encrucijada de las rivalidades de las potencias.

Napoleón, que para ganarse a los musulmanes en contra de Inglaterra, había proclamado al desembarcar en Egipto que él representaba al Islam auténtico, al tiempo que se aproximaba a San Juan de Acre, para ganarse a los financieros judíos (igualmente en contra de Inglaterra) propuso la creación de un Estado judío en Palestina[2].

Cuando, en 1845, Edward Mitford, preconizando para Inglaterra un plan semejante, escribe en su Appel en faveurdela nation juive, y en coordinación con la política que Gran Bretaña practicaba en Oriente: «Además de sus incalculables ventajas económicas y estratégicas, un Estado judío pondría totalmente en nuestras manos la organización de nuestras vías de comunicación por vapor, y nos daría una posición pre­dominante en Oriente a partir de la cual podríamos hacer fracasar cualquier intento que tendiese a entorpecerlas, dejar atrás a nuestros enemigos, y, eventualmente, rechazar sus ataques»[3].

Algunos años más tarde el problema se le planteará a Inglaterra, aunque de manera más acuciante: controlar la ruta de las Indias y el tráfico a través del Canal de Suez, asegurar una ruta decisiva para el reabastecimiento de carbón para sus navíos.

El más ferviente de los protagonistas de un proyecto de implantación de un Estado judío en Palestina, Laurence Oliphant (1829-1888), en su libro The land of GHead, escribía lo siguiente al referirse a Palestina: «Inglaterra tiene que decidir si acometerá la explotación de las ciudades en ruinas, desarrollará los vastos recursos agrícolas de este país, mediante la re­patriación de la raza que lo poseyó en primer lugar, hace mil años, y asegurará las enormes rentas políticas producidas por esta política»[4].

Su biógrafo, Henderson, resume del modo siguiente el objetivo fundamental de Oliphant: «Lo que Oliphant propone no es sino la penetración política y económica de Inglaterra en Palestina, siendo los judíos unas piezas del juego»[5].

El proyecto de Oliphant preveía expulsar igualmente de Palestina a los beduinos guerreros y arrinconar a los cam­pesinos árabes en sus reservas, al igual que los indios de América del Norte.

Las miras inglesas se precisaron cuando el colonialismo elaboró sus métodos. En 1871, tras el lanzamiento de Inglaterra de grandes publicaciones, tales como Jewish chonicle, Hebrew observer. Volee of Jacob, apareció una serie de artículos firmados por Isaac Asher en los que se sugería la formación, en Palestina, de una «Chartered Company», semejante a la «Compañía de las Indias Orientales» o a la «Hudson Bay Company», para comprar las tierras en Palestina, revalorizarlas mediante una aflujo de capitales que permitiesen mejorar el suelo y crear empresas con vistas a mantener la defensa militar de la Compañía. Era un anticipo, con treinta años de adelanto, del futuro «Fondo Nacional Judío», cuyo funcionamiento estudiaremos más adelante.

Con el asesinato del Zar Alejandro II, en 1881, y con la creciente desintegración del Imperio Otomano, ya no era realista defender, en contra de Rusia, la integridad del poder del Sultán, siendo más realista esforzarse por anexionarse una parte de su imperio. Esta fue la táctica de Disraeli. Para él, como dirigente de la política imperialista inglesa, lo esencial era proteger la ruta de las Indias. Así, Palestina adquiría un nuevo sentido en el tablero internacional: su importancia se debía a su proximidad con Egipto. Lord Kitchener, partidario de la nueva política oriental, aconseja a su gobierno «hacer de Palestina un bastión de la posición inglesa en Egipto y un punto de unión con Oriente»[6].

Hay que señalar que el libro de William Hechler (1845-1931), pastor anglicano, titulado The restauration of the jews to Palestine» (1894), se adelante dos años a la aparición del libro de Herzl El Estado judío» (1896). Es la época en que Joseph Cham­berlain (1836-1914) era Secretario de Estado para las colonias. Aunque no manifiesta interés alguno por las profecías bíblicas, sin embargo, cree que la «vocación nacional» del Imperio británico es la de convertirse en «la fuerza dominante de la historia mundial y de la civilización universal»[7].

«El consideraba a los judíos», nos dice su biógrafo Amery[8], «como un grupo de colonos prestos a implantarse (en Palestina), a desarrollar y utilizar la tierra bajo la égida de Inglaterra».

Hemos visto con qué virtuosidad diplomática Théodore Herzl insertaba su proyecto en semejantes cálculos.

Hay que reconocer, como lo subraya Oskar K. Rabinowicz en su libro Herzl, architecte de la Déclaration Balfour[9] (55), que nada verdaderamente nuevo han aportado sus sucesores hasta la formación del Estado del Israel. El «Proyecto de programa de 1916», del doctor Weizman, prefigurando el plan de «Man­dato británico» sobre la Palestina que regentará entre las dos guerras, es la concretización de las ideas de Herzl.

Al morir Herzl, su sucesor Weizman parecía, sin embargo, tomar algunas distancias. Inmediatamente después de su muerte, hablaba de «el método de exageración; hay que acabar con los aires "vieneses" y ponerse a trabajar seriamente y con eficacia»[10].

De hecho, tanto Weizman como sus colaboradores centraron de ahora en adelante sus esfuerzos en dos problemas concretos:

1.   El desarrollo de la banca nacional judía («The jewish Colonial Trust»);

2.   El desarrollo de colonias judías en Palestina.

Sin embargo, el hombre que dio el primer impulso fue Théodore Herzl. En el V Congreso Sionista, celebrado en 1901, había creado el instrumento esencial para apoderarse de la tierra de Palestina: «El Fondo Nacional judío» (Kéren Kayémet Israel), encargado de centralizar las compras de tierras en Palestina. En el apartado D del artículo 3 de la constitución del Fondo se especificaba que «Las tierras son poseídas como si fuera una propiedad judía y las tierras compradas están re­gistradas a nombre de Kéren Kayemet Israel; estas tierras se siguen registrando a su nombre para que sean propiedad ina­lienable del pueblo judío»[11].

El artículo 7 de la agencia precisa: «El colono se compromete, durante el período de dichos avances, a vivir en las menciona­das granjas y a realizar el trabajo agrícola por sí mismo o con la ayuda de su familia. Como mano de obra suplementaria tan sólo utilizará a trabajadores judíos.

Incluso las legislaciones colonialistas más rigurosas nunca expresaron con tan meridiana claridad su exclusivismo racista.

La banca y la colonización fueron desarrollándose, la primera más rápidamente que la segunda.

El proyecto sionista de ocupación de Palestina entró en una nueva y decisiva fase de realización gracias tan sólo a la Primera Guerra Mundial: la ocupación sionista de Palestina no es sólo la vanguardia del colonialismo europeo, sino una encrucijada de rivalidades de antagonistas en la guerra de 1914-1918.

Hasta entonces, el problema que era colonial se convirtió en problema militar.

El problema de la colonización sionista de Palestina se planteaba en los mismos términos que todos los demás colonizadores. Para el colonialismo, una tierra está «vacante» cuando no está habitada por blancos, por occidentales. Con un cinismo candido lo expresa un sionista americano: «Yo sé, escribe, que América ha sido frecuentemente criticada por haber invertido y ocupado Texas y California en el momento de la guerra de México, descrita como un acto de agresión. Pero, me pregunto cuál es el valor de semejante crítica cuando la alternativa parecía ser la de privar a todo el Suroeste de los beneficios de la civilización americana. Cuando existe un territorio virtualmente «vacío», el mundo grita por su redención. La Palestina deshabitada era justamente un Texas en miniatura. La lógica de la historia exige que estos «espacios vacíos» sean rellenados, porque la naturaleza tiene horror al vacío...»[12].

Se trataba de lema lanzado por Zangwil en 1904: «Dar una tierra sin pueblo a un pueblo sin tierra». (Palestina tenía entonces más de 600.000 habitantes árabes, con una densidad de población semejante a la de un departamento francés medio.) Pero, para los americanos respecto a los indios, para los blancos de África del Sur respecto a los negros, para los sionistas respecto a los árabes, Palestina es una «tierra vacía». La señora Golda Me'ír, en una carta del 24 de agosto de 1921, escribía: «No son los árabes a quienes los ingleses elegirán para colonizar Palestina, sino a nosotros»[13].

La guerra de 1914-1918 determinó esta elección. En efecto, era difícil que el gobierno alemán, aliado de Turquía, prometiese una parte del Imperio Otomano a los sionistas o a los árabes (dispuestos a rebelarse contra el despotismo del ocupante turco).

Inglaterra, por el contrario, jugaba las dos cartas. La génesis de la «Declaración Balfour», de noviembre de 1917, es sig­nificativa.

En plena guerra, Inglaterra consigue apoderarse rápidamente de Alemania, a la cual los sionistas (alemanes y austriacos) tratarán de arrancar un compromiso parecido. En diciembre de 1917, y en julio de 1918, Alemania y Turquía estaban de­cididas a entregar a los sionistas una «Chattered Company» en Palestina[14]. Los pasos dados por los sionistas alemanes y austríacos eran comprensibles: se trataba de combatir a la Rusia zarista perseguidora de los judíos. En América, Isaac Strauss había fundado en el año 1916 el «The American-Jewish chronicle», órgano de propaganda proalemán. Kurt Blu-menfeld aconsejaba a su gobierno alemán que cooperase con los sionistas[15]. Y David Trietsch volvía a recoger la idea de Herzl relativa a un protectorado alemán en Palestina[16].

En 1915 los cónsules alemanes recibían instrucciones en virtud de las cuales «el gobierno alemán veía con interés las actividades de los judíos en favor de la promoción del progreso económico y cultural de los judíos, así como la inmigración y el establecimiento de los judíos de otros países»[17].

Por lo tanto, mediante la Declaración Balfour se trataba de adelantarse a Alemania y a Austria para influir en los judíos de los Imperios centrales y de Rusia, puesto que los «aliados» tenían, a su vez, necesidad de Rusia y de los judíos.

Acerca del verdadero significado de la Declaración Balfour, los dirigentes ingleses no dejaban la menor duda. Winston Churchill escribe: «La Declaración Balfour no tiene que con­siderarse como una promesa hecha por motivos sentimentales; era una medida práctica tomada por el interés de la causa común en un momento en el que servir a esta causa no podía despreciar ningún factor que condujera a apoyarla material o moralmente»[18].

Lloyd George es más claro todavía: «No hay mejor prueba sobre el hecho de que la Declaración Balfour es un paso militar (as a military move), que este hecho: Alemania ha emprendido negociaciones con Turquía para tratar de encontrar una al­ternativa que pueda atraer a los sionistas»[19].

El segundo objetivo de la Declaración Balfour consiste en impedir que los judíos se uniesen a la revolución rusa. (La De­claración Balfour se produce cinco días antes del estallido de la Revolución de Octubre del 7 de noviembre de 1917.) «Gran Bretaña cree que su decisión de apoyar al sionismo puede conseguir que los judíos rusos se separen del Partido bolchevique... para mantener a Rusia en el campo de los aliados»[20].

Esta decisión es de suma importancia por cuanto los bol­cheviques decidieron practicar «el derrotismo revolucionario» para lograr la caída del zarismo. Los «aliados» se verían así privados de aquella Rusia que tenía, en contra de Alemania, el frente del Este.

La tercera consideración —quizá la más importante— es que los sionistas podían ayudar de modo muy importante a que Estados Unidos participase en el esfuerzo de la guerra.

En el año 1936, Lloyd George declara ante la «Palestine Royal Commission» lo siguiente: «Los dirigentes sionistas nos han hecho la clara promesa de que, si los Aliados se com­prometían a dar facilidades para la creación de un hogar nacional judío en Palestina, harían lo posible para movilizar los sentimientos y ayuda judíos en favor de la causa de los aliados en todo el mundo... Ellos han mantenido la palabra»[21].

Desarrollando esta justificación ante la Cámara de los Comunes, allá por el año 1937, declaró que los sionistas «aportaron su ayuda a América y a Rusia, y que, en este momento preciso, se desinteresaban y nos dejaban solos»[22].

Mucho antes de la entrada de Estados Unidos en la guerra, y mucho antes también de que se firmase el proyecto final de la Declaración, los ingleses esperaban que los judíos movilizaran a las masas americanas, y crearan en América un clima favorable a la participación en la guerra[23] en el momento en que los aliados padeciesen pérdidas enormes.

«Es un hecho cierto que los judíos de América han sido un factor importante, pero no decisivo, en la decisión de Estados Unidos de participar en la guerra.»

Esta conclusión la extraemos de un carta enviada por James Malcom a Sykes, el cual le había confiado parte del proyecto del Gabinete británico con vistas a hacer entrar a Estados Unidos en la guerra. James Malcom escribía: «You can win sympathy of certain politically-minded jew everywhere and es-pecially in the US in one way, and that is by offeririg to try and secure Palestine for them»[24].

Está bien claro que en las motivaciones de la Declaración Balfour persistían las tradicionales preocupaciones coloniales de Inglaterra: asegurarse un corredor para proteger el Canal de Suez[25], garantizar una continuidad territorial entre Egipto y la India»[26] y, evidentemente, hacer un contrapeso al inevitable protectorado francés en Siria y en el Líbano.

El proyecto de declaración fue firmado por Sir Balfour y dirigido, el 2 de noviembre de 1917, a Lord Rothschild para que lo diese a conocer a la organización sionista. Esta fue la Declaración Balfour: «El gobierno de Su Majestad ve favora­blemente el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío, y desplegará todos sus esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, dejando bien claro que no se hará nada que pueda causar perjuicio a los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías de Palestina, así como a los derechos y estatus político de que podrían gozar los judíos en cualquier otro país».

Este documento, que tan decisivo ha sido para la historia ulterior de Palestina, merece dos observaciones.

1.a  Desde el punto de vista de la realidad histórica.

Lo que el documento denomina «las comunidades no judías» constituían, en aquella época, el 90 por 100 de la población de Palestina.

2.a  Desde el punto de vista jurídico.

La Declaración Balfour se refiere a un territorio sobre el que Gran Bretaña no tenía derecho alguno y del cual tampoco podía disponer.

El preámbulo de la Convención nº IV de La Haya, referente al Derecho de guerra, estipula que los habitantes de territorios ocupados permanecen bajo la protección de la reglamentación del derecho internacional. Además, la carta fue enviada a una persona particular, Lord Rothschild, ciudadano británico, para que la transmitiera a una organización internacional que, en aquel momento, carecía de personalidad internacional.

Las reticencias francesas e italianas, a la hora de aprobar a la fuerza la Declaración Balfour, son significativas.

El ministro de Asuntos Exteriores francés, Pichón, declaraba ante la Cámara de los Diputados que el dominio turco no podía ser reemplazado por una administración francesa o inglesa, sino por «un régimen internacional basado en la justicia y la libertad»[27]. El 14 de febrero de 1918, dirigía una carta a Sokolow aprobando la Declaración en base a «un establecimiento judío» en Palestina. En San Remo y Londres el gobierno francés negará, por otra parte, que se tratase de una aprobación oficial de la declaración.

El consentimiento del gobierno italiano todavía fue más restrictivo. El ministro de Asuntos exteriores, Barón Sonnino, dice que está dispuesto a «facilitar el establecimiento, en Palestina, de un Centro Nacional Hebreo, entendiendo que no se hará nada que pueda perjudicar el status jurídico y político de las comunidades religiosas existentes, ni a los derechos civiles y políticos de que gozan los israelíes en cualquer otro país»[28].

Finalmente, la Declaración Balfour está en contradicción radical con el Pacto de la Sociedad de Naciones, cuyo artículo 20 estipula que «los miembros de la sociedad reconocen, cada uno en lo que le concierne, que el presente Pacto abroga todas las obligaciones o entendimientos incompatibles con sus términos, y se compromete solemnemente a no firmar, en el futuro, otros semejantes. Si, antes de su ingreso en la Sociedad, un miembro ha asumido ciertas obligaciones incompatibles con los términos del Pacto, tendrá que adoptar medidas inmediatas para deshacerse de estas obligaciones».

El escritor Arthur Koestler ha sido quien mejor ha definido esta carta: «es un documento por el cual una nación promete solemnemente a otra el territorio de una tercera; aunque la nación a la que se le hizo la promesa no era una nación, sino una comunidad religiosa, y el territorio, en el momento en que fue prometido, pertenecía a una cuarta nación: Turquía»[29].

*   *   *

A partir de entonces comienza la invasión de Palestina. Durante la guerra, entre múltiples «tratados secretos» entre los aliados, para la ruptura del Imperio otomano.

En esta época todo estaba supeditado a la victoria. Las promesas se hacían a todos los «aliados» para mantenerlos en la «alianza», o para ganárselos: en 1915 la ofensiva anglo-francesa contra los Dardanelos (19 de febrero de 1915) tenía por objeto oficial disminuir la presión turca sobre Rusia en el Cáucaso. La esperanza oculta era separar a los rusos de los estrechos. El 4 de marzo de 1915, el ministro de Asuntos ex­teriores del Zar, Sazonov, reclama la incorporación de los estrechos y de la ciudad de Constantinopla al Imperio ruso. Ingleses y franceses tuvieron que aceptar, para no comprometer en plena guerra, las relaciones con Rusia. El acuerdo de Cons­tantinopla, de mayo de 1915, marcaba el final de la influencia inglesa en Turquía y en los Estrechos, compartiendo con Irán el Norte dominado por los rusos, el Sur por los ingleses.

Los compromisos entre las potencias colonialistas rivales no se detenía ahí: el 26 de abril de 1915 se había firmado en Londres un tratado secreto entre Gran Bretaña, Francia, Rusia e Italia. Para «tratar» la entrada de Italia en la guerra al lado de los aliados, se siguió hipotecando la herencia del Imperio otomano: el artículo 10 transfería a Italia todos los derechos del Sultán sobre Libia. Bajo esta condición, Italia entró en la guerra el 20 de agosto de 1915. Con anterioridad, había sido negociada una partición entre Inglaterra y Francia: el acuerdo Sykes-Picot, del 16 de mayo de 1916. Lo absurdo era notorio. Lloyd George, primer ministro inglés en 1917, lo califica de «absurdo» (foolish document) y piensa que es «inexplicable que un hombre tan inteligente como Sir Sykes hubiera firmado semejante arreglo»[30].

Lord Curzon, representante inglés en la Conferencia de Paz de 1919, luego ministro de Asuntos exteriores después de Balfour, escribía: «Cuando fue proyectado el acuerdo Sykes-Picot, sólo era un escenario imaginario (a son offancy sketch) para responder a una situación que todavía no se había pro­ducido... es, creo, la principal explicación de la ignorancia enorme con que fueron diseñadas las fronteras de este plan»[31].

Quedaba todavía el ganarse a los árabes para luchar contra los turcos, «cristalizando el descontento de los árabes en contra de la dominación turca»[32].

Ya que, por muy grotesco que fuera el acuerdo Sykes-Picot, una vez ganada la guerra, fue aplicado a la letra a la hora de definir el «Mandato inglés» sobre Palestina.

Las promesas realizadas a los árabes, durante toda la guerra de 1914-1918, con objeto de llevarles del lado de los aliados en contra de los turcos, no dejaron de ser incumplidas. La duplicidad de los colonialistas ingleses fue flagrante.

Entre el 14 de julio de 1915 y el 30 de enero de 1916 hubo un abundante intercambio de correspondencia entre el Alto Comisario británico de El Cairo, Sir Henry Mac-Mahon, y el Sherif Hussein de La Meca. El objetivo del gobierno inglés era explotar el descontento de los árabes contra la ocupación turca prometiendo la independencia a los pueblos árabes tras la victoria. Dejando de lado las transacciones sobre el trazado exacto de las fronteras, parece que se llegó a un acuerdo, y que incluso fue corroborado en varias ocasiones.

Este «momento a la ambigüedad» (según expresión de un experto inglés) era propicio a dar a los árabes la impresión de que, si entraban en guerra contra los turcos, tras la victoria todos los países verían garantizada su independencia.

Cuando el Sherif Hussein de La Meca, convertido en rey del Hedjaz en 1916, pidió explicaciones acerca de la Declaración Balfour, el Residente general en Egipto le dirigió un mensaje (llamado mensaje Hogarth, nombre del oficial que lo transmitió) asegurándole que «la instalación judía en Palestina no sería permitida más que en la medida en que fuera com­patible con la libertad política y económica de la población árabe».

En el transcurso de un encuentro entre Sherif Hussein y el comandante Hogarth, en enero de 1918, éste afirmó que Palestina estaba dentro de los límites del estado árabe admitidos por Inglaterra. Hogard añadió que «el Rey no aceptaría un estado judío en Palestina»[33].

El 16 de junio de 1918, Hogarth daba lectura a la respuesta del Gobierno británico a la carta del «Partido de Siria Unida» ante los notables reunidos en El Cairo: «El gobierno de Su Majestad desea que todas las naciones que hablan árabe sean liberadas del yugo otomano y que vivan bajo un gobierno elegido por ellas»[34].

El 8 de febrero de 1918, la «Carta Bassett» reitera que «el Gobierno de Su Majestad británica confirma su promesa de respetar la libertad y la emancipación del pueblo árabe».

La declaración anglo-francesa del 9 de noviembre de 1918 parecía inequívoca: «Francia y Gran Bretaña están de acuerdo en ayudar a la formación de gobiernos y organizaciones indígenas en Siria (que entonces incluía a Palestina) y en Mesopotamia (es decir, en Iraq)»[35].

El Rey Faisal, del Hedjaz, que entonces creyó en la buena fe de los colonialistas, escribió, en marzo de 1919, al dirigente sionista Félix Fankfurter (más tarde juez de la Corte Suprema de Washington, lo siguiente:

«Tenemos el sentimiento de que árabes y judíos son de la misma raza, que sufren la misma opresión por parte de las Potencias más fuertes. Nosotros, los árabes, miramos con la más profunda simpatía al movimiento sionista. Juntos tra­bajamos por la renovación y renacimiento del Próximo Oriente... Nuestros dos movimientos son complementarios... Hay sitio en Siria (recordemos que Palestina formaba parte de Siria, R. G.) para unos y otros. Creo que ninguno de los dos puede conseguir el éxito sin el otro... Espero que en el futuro ustedes nos ayuden y que nosotros les ayudemos, de manera que los países por los que tenemos un interés común puedan volver a ocupar un sitio en la comunidad de los pueblos civilizados del mundo. Faysal»[36].

El Rey Faysal acogió, pues, a los sionistas como a huéspedes bien recibidos, y, dada su hospitalidad, no podía imaginar que un huésped pudiera desalojar a quien le recibía con los brazos abiertos.

Con una consciente duplicidad, las potencias colonialistas, protectoras de los sionistas, actuaron de manera semejante.

Mac Mahon, en una carta dirigida al Times el día 23 de julio de 1937, declaraba: «Es mi deber declarar de una vez para siempre, formal y solemnemente, que no tuve la intención de incluir a Palestina en la zona de independencia árabe en el momento en que le daba garantías al rey Hussein».

En los documentos secretos descubiertos en 1964 por Léonhard Stein[37] en la universidad de Stanford, en donde habían sido depositados por el profesor William Leion Wes-terman, consejero de la delegación norteamericana en la Con­ferencia de Paz de Versalles, hay dos que revelan la doble actitud colonialista. En la Sección IV de este Memorándum se decía: «En lo que a Palestina concierne, el gobierno de Su Majestad se compromete a incluirla en las fronteras de la In­dependencia árabe»[38].

El 14 de julio de 1918, el Presidente Wilson aludió a este consentimiento de las poblaciones interesadas en «todo arreglo de los temas relativos al territorio, a la soberanía, a la situación económica y a las relaciones políticas...»[39].

El 9 de noviembre de 1918, Francia e Inglaterra publicaron una declaración conjunta en los términos siguientes:

«El objetivo de Francia y Gran Bretaña... es la emancipación total y definitiva de los pueblos oprimidos durante tanto tiempo por los turcos, y el establecimiento de gobiernos y ad­ministraciones nacionales cuya autoridad emana de la iniciativa y libre elección de las poblaciones indígenas»[40].

Lord Balfour escribía, en un Memorándum el día 11 de agosto de 1919 lo siguiente:

«Las cuatro grandes potencias (Inglaterra, Estados Unidos,

Francia e Italia) han optado por el sionismo. Y el sionismo, ya sea justo o falso, bueno o malo, está enraizado en largas tra­diciones, necesidades presentes, esperanzas futuras de una im­portancia mucho más profunda que los derechos o frustraciones de setecientos mil árabes que habitan hoy esta tierra antigua. En mi opinión, esto es cierto. Pero lo que nunca he comprendi­do es cómo esto pudo ser acordado mediante la Declaración (la Declaración anglo-francesa), el Covenant (los acuerdos Hussein-Mc Mahon), o las instrucciones de la comisión de in­vestigación»[41].

Otro ministro británico de Asuntos Exteriores, Lord Grey, que estuvo en funciones durante el tiempo de intercambio de correspondencia Hussein-Mac-Mahon, y, por consiguiente, responsable de las promesas realizadas en esta correspondencia y de su interpretación, declaraba el 27 de marzo de 1923 ante la Cámara de los Lores:

«Estoy convencido de que no sería una conducta honrosa aprobar nuestros compromisos (en Oriente) declarando que son compatibles, si realmente no lo son. Estoy convencido de que la conducta más honrosa consiste en publicar nuestros compromisos y, si son contradictorios, admitirlo con franqueza y buscar la manera más honesta para salir de la encrucijada en que nos hemos metido».

Ante este doble comportamiento, Balfour, en junio de 1919, decía ante el juez Brandéis: «A duras penas puedo concebir cómo el presidente Wilson podrá conciliar su adhesión al sionismo con la doctrina de la autodeterminación».

Y, un poco después, el 11 de agosto, en su memorándum sobre el futuro de Palestina, decía:

«Por lo que a Palestina se refiere, las potencias no han hecho ninguna evaluación que haya sido falsa, y ninguna declaración política que, al menos al pie de la letra, tuvieran la intención de violar»[42] .

Esta duplicidad llega al colmo porque, simultáneamente, Palestina era prometida a los sionistas. Y por las mismas razones: que los judíos, en sus países respectivos, y en particular en los Estados Unidos, hicieran presión en favor del alineamiento con los aliados.

Sobre esta ambigüedad fundamental reposa el «Mandato» sobre Palestina, atribuido a Inglaterra el 29 de septiembre de 1923.


 

[1] Citado por Norman Bentwich y John Shaftlesly: Précurseurs du sionisme a fépoqve victorienne, p. 214

[2] En una carta dirigida a Winston Churchill, Cha'i'm Weizman consideraba a Napoleón como «el primer sionista moderno no judío». En efecto, era el primer jefe de Estado en hacer tal propuesta, Citado por Richard Crossman, A Nation Reborn, Londres, 1956, p. 130

[3] Israel Cohén. The zionist momement. Nueva York, 1946, p. 52

[4] Citado por Barbara Tuchman: The Bible & the Sword, Londres, 1956, página 173

[5] Henderson: «The life of Laurence Oliphant», Robert Hale. Lon­dres, 1956, p. 204

[6] Léonard Stein, The Balfour déclaration, Londres, 1961, p. 52

[7] Julien Amery, The Ufe os Joseph Chamberlain, Londres, 1951, vol. IV

[8] Ibidem

[9] Herzl Press. Nueva York, 1958, p. 61

[10] HaYm Weizman, «Trial and Error», East and West Libray, Londres, 1950, p. 125

[11] La primera redacción, según algunos historiadores, (como Bississo Saadi), (La politique anglo-sioniste en Palestine, París. 1937. d. 189) incluía la expresión «propiedad inalienable de la raza judía». El texto definitivo decía: «Propiedad inalienable del pueblo judío”

[12] Bernard Rosenblatt: The American Bridge lo the Israel Commonweallh, Nueva York, 1959, Farrar, Strauss and Cydaly, p. 123

[13] Marie-Syrkin. Golda Meir, ed. Gallimard, París, 1966, p. 63

[14] Royal Institute of International affairs. (G. B. and Palestine 1915-1945) Londres, 1946, p. 10

[15] Preussicher Jehrbücher, agosto-septiembre 1915

[16] Die Juden der Turkei. Leipzig 1915. (Citado en Times & History ofwar. vol. XIV, pp. 320-321.) Para este período, un análisis serio lo ofrece Bichara Khader: Hisloire de la Palestine. Maison Tunisienne de l'Edition 1976 pá­ginas 132-189

[17] Richard Lichteim. «Mémoires», publicadas en hebreo: Shé ar Yashoov, Tel Aviv, Newman, 1953, capítulo XVIII

[18] Stephen Wise and Jacob de Haas, «The Great Betrayel» Brentano's Nueva York, 1930, p. 288

[19] Lloyd George. Memoirs of the Peace Conference, New Haven, Yale University Press, 1939. Vol. II, p. 738

[20] Gaetano Baldacci: Arabi e Ebrei. Longanesi (Milán, 1968), p. 87

[21] Máxime Rodinson: «Israel, fait colonial», op.cit.. p. 36-37

[22] «Palestine Royal Commission», Repon, CMD, 5.497, Great Britain Parliamentary papers (Londres, 1937), p. 23

[23] G. Lenczowski: «The Middle East in world affairs», Cornell Uni­versity Press, N. Y., 1962, p. 72

[24] James Malcom es un armenio muy influyente, a quien Scottcomme calificó como una «self-important busy-body» (Carta de Scott a Weizmann del 20 de abril de 1917, in C. Wizmann Papers).

[25] William Congo: «The origins of the Balfour Déclaration» (Papers of the Michigan Academy of Science, Arts and Letters), vol. XXVIII (1942), pá­gina 597 ss

[26] Elisabeth Monroe: «Britain's moment in the Middle East» (1914-1956), Ed. Ghatto and Windus, 1963, p. 39

[27] Journal officiel. Chambre des Députés, 2." sesión del 27 de diciembre de 1917

[28] Sokolow: History of Judaism. Longmans, Londres, 1919, t. II, p. 129

[29] Arthur Koestler: Analyse d'un miracle

[30] Lloyd George. The trulh about the peace irealies. Ed. Gollancz, Londres, 1938, p. 665

[31] Lloyd George, Memoir of the Peace Conference, New Haven, Yale University Press, 1939, vol. II, pp. 664-665

[32] Publicación del Dpto. de Estado norteamericano (Near Eastern Series, N. I.) Mándale por Palestine. Washington, 1931, p. 5

[33] Statements made on behalf of his Majesty's government, during the year 1918, in regard to the future status of certain parts of the ottoman Empire, CMC, Londres, 1939, p. 5

[34] Dr. Canaan: Conflict in the Land of Peace: Jerusalén, 1936, p. 4

[35] Jeffries: Palestine. The reality. Longman, Green and Cy, N. York. 1939, pp. 237-238

[36] Haim Weizmann: Trial on error, Harper and Bros, N. York, 1949, pá­ginas 245-246

[37] Westerman papers: Memorándum on British conmitments to King Hussein. Stanford University. Hoover institutions (I.d.) Special, p. 9 ss. Publi­cado por Times. 14 de abril de 1964

[38] «Light on Britain's Palestine promises», en Times, del 14 de abril de 1964. (No se trata ya de «intenciones» personales de Mac-Mahon, sino de la postura del gobierno británico.)

[39] Herbert Hoover: «Ordeal of Woodrow Wilson», Me. Grave Hill book Co., N. Y., 1958, p. 25

[40] Horowitz: Diplomacy in the Near and Middle East, documentary record 1914-1945. Princeton, 1956. T. II, p. 30

[41] En: Documenls on British Foreing Policy (1919-1939). Woodward and Butter Eds., p. 345

[42] lbídem