PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

 

SEGUNDA PARTE: Historia de un mito

 

        II.   DEL JUDAÍSMO AL NACIONALISMO SIONISTA

4.   Nacimiento del sionismo político

El indiscutible fundador del sionismo político es Teodoro Herzl (1860-1904), a la vez por su libro El Estado judío (1895), y por el primer congreso sionista de Basilea (1897).

El propio Herzl reconocía de buen grado que la idea misma del sionismo, del «retorno» de los judíos a Palestina, no es nueva. Recuerda, en su Diario, que uno de sus amigos (Shiff), el 17 de junio de 1895, le dijo: «Es una cosa que alguien ha tra­tado de realizar: Sabbatai»[1]. Se trata del falso Mesías del siglo XVII: Sabbatai Zevi. Sin remontarse tan lejos, el mismo tema había sido desarrollado por Moisés Hess en Roma y Jerusalén (1860), y en su Proyecto de colonización de Tierra San­ta (1867), por León Pinsker en su libro sobre la «Autoemanci-pación» (1881); por Nathan Birnbaum que había publicado, en 1893: El Renacimiento nacional del pueblo judío en su propia tierra, como solución al problema judío.

Cuando repite una y otra vez los eslóganes: «Somos un pueblo», y: «Palestina es nuestra inolvidable patria históri­ca»[2], no hace sino atenerse a lo que él mismo llama «la grandiosa leyenda»[3], que «constituye un grito de reunión de una irresistible potencia»[4]. En su conclusión, afirma: «Los Macabeos resucitan... Los judíos que lo desean, tendrán su Estado»[5].

Sabe perfectamente bien que su originalidad no reside en esto. En su Estado judío, por otra parte, sólo dedica unas pocas páginas (17 exactamente) para recordar la meta. Por el contrario, expone en 70 páginas su método, que consiste en crear la «Jewish Company», de la cual nos dice que está conce­bida según el modelo de las grandes compañías territoriales: una «Chartered Company» judía[6].

El auténtico hallazgo de Teodoro Herzl consiste, en efecto, en hacer de la «grandiosa leyenda» una realidad por medio de una «Compañía en régimen de Monopolio».

La Encyclopaedia Brittanica[7] da esta definición de la «CharteredjCompany»: «Compañía que goza de ciertos de­rechos y privilegios, y ligada por ciertas obligaciones, some­tida a un estatuto acordado por la autoridad soberana del Estado... El Estatuto, en general, confiere un monopolio a la Compañía en la esfera de sus operaciones». Este artículo preci­sa: «este sistema se extiende a partir del siglo XVI gracias a los "grandes descubrimientos" que estimulan el comercio, la navegación y la industria». También se dice (p. 334): «a finales del siglo xix, nuevas Compañías de este tipo son creadas para impulsar la expansión colonial». El ejemplo más característico es aquí el del Estatuto acordado, en 1899, por Lord Salisbury (Primer Ministro de Inglaterra) a la «British South África Chartered Company», a la cabeza de la cual se encuentra Cecil Rhodes. Este modelo de Cecil Rhodes (a quien pide consejo y apoyo) es el que Herzl ha escogido puesto que ha podido comprobar su eficacia.

Cecil Rhodes (1853-1902) está convencido de que la raza anglosajona está en la cima de la civilización humana para la realización de un plan divino (legará su inmensa fortuna para formar una sociedad extendiendo el Imperio británico al mundo entero).

Dueño de las minas de oro de Johannesburgo y de los centros diamantíferos de África del Sur, después de las Confe­rencias europeas sobre África, que han desencadenado las am­biciones europeas con respecto al África, se sirve de las rivali­dades de las potencias coloniales para su «British South África Company», concediéndole el monopolio de la administración y de la explotación de las tierras del rey Lobengula, mediante tra­tados fraudulentos, con una apariencia de legitimidad. Aprove­chando que los alemanes establecen un protectorado en las regiones vecinas de Namagaland y de Damalaband (1883-1884), obtiene de Rothschild un millón de libras esterlinas, y, sobre todo, obtiene de Inglaterra el monopolio de las prospec­ciones y una protección militar. En 1895 consigue de Ingla­terra la reunión de Mashonaland y de Matabelaland, a las cuales da su propio nombre: Rhodesia.

La idea rectora de Teodoro Herzl consiste en aplicar en Oriente Medio, sacando provecho de las rivalidades de las potencias coloniales, el escenario realizado por Cecil Rhodes en África del Sur. También se beneficiará de la coyuntura: en África, el desencadenamiento de las potencias imperialistas para el despedazamiento del África había comenzado con los tratados de Berlín, para servir los propósitos de Cecil Rhodes; el «problema de Oriente», con la perspectiva de los colonialis­tas europeos de repartirse los restos del Imperio otomano cuyo desmembramiento se acecha, desempeñará el mismo papel en la carrera de Teodoro Herzl. Perfectamente consciente de esta similitud, Herzl, el 11 de enero de 1902, escribe a Cecil Rhodes para pedirle su patrocinio: «Se lo ruego, envíeme usted un texto diciendo que ha examinado mi programa, y que lo aprueba. Se preguntará por qué me dirijo a usted, señor Rhodes. Es porque mi programa es un programa colonial»[8].

Tal es el secreto del extraordinario éxito de la empresa sio­nista y del de su homólogo, África del Sur, que han logrado, hasta este final del siglo XX, mantenerse, a contracorriente del movimiento universal de descolonización, como los últimos bastiones del colonialismo y del racismo, los unos frente al mundo negro, los otros frente al mundo árabe[9].

Por tanto, las dos ideas capitales del Estado judío son:

el mito del «retorno», movilizador de las masas;

la poderosa palanca de la «Chartered Company», en el contexto del colonialismo europeo.

Herzl puede, sobre esta base sólida, organizar el Primer Congreso sionista de Basilea, en 1897. Soñaba con celebrarlo en Munich, pero la oposición de los rabinos alemanes y de la comunidad judía de Munich le obligaron a replegarse a Ba­silea[10].

La inmensa mayoría de los participantes, en Basilea, procedían de Europa Oriental, «judíos de ghetto», como decía Herzl, más atraídos por la perspectiva de un inmenso ghetto en donde estarían a salvo de los pogroms, en tanto que los judíos occidentales, ansiosos de completar su «asimilación» en sus respectivos países, y que no estaban amenazados[11], perma­necían hostiles al sionismo político.

En agosto de 1897 se inauguró, pues, el Congreso de Basilea, acto fundacional del sionismo político.

El «Programa de Basilea», de la «Organización sionista mundial», fue formulado así:

«El programa tiene como objetivo crear, para el pueblo judío, un hogar en Palestina, garantizado por el Derecho público.

Al fin de alcanzar esta meta, el Congreso preconiza los medios siguientes:

1)  El desarrollo, en las mejores condiciones, de la coloni­zación de Palestina por labradores, artesanos y comerciantes judíos;

2)  la organización y la unificación de los judíos, en el mundo entero, en formaciones locales o nacionales, según las leyes de cada país;

3)  el fortalecimiento del sentimiento nacional judío y de su conciencia de ser una nación;

4)  gestiones preparatorias para obtener el acuerdo de los gobiernos, que es necesario para lograr los objetivos del sio­nismo».

Este programa seguirá siendo el del movimiento sionista hasta el XXIII Congreso sionista de 1951, en Jerusalén, en que los objetivos serán formulados de una nueva manera. Este «programa de Jerusalén», sustituyendo al de Basilea, será formulado como sigue: «Los objetivos del sionismo son: la unidad del pueblo judío, siendo Israel el centro de su vida; la reagrupación del pueblo judío en su patria histórica. Eretz Israel, para una inmigración procedente de todos los países; el fortalecimiento del Estado de Israel, fundado en los ideales proféticos de justicia y de paz; la preservación de la identidad del pueblo judío mediante el desarrollo de la educación judía y hebraica, y de los valores espirituales y culturales judíos; la pro­tección, en todos los lugares, de los derechos de los judíos».

En el Congreso de Basilea, Teodoro Herzl había aceptado, a título de compromiso, la fórmula de «hogar» en Palestina y no de «Estado judío», según el título de su libro Judenstaat, y la del «derecho público», en lugar de «derecho internacional» para no dar la impresión a Turquía de que su soberanía sería atacada en Palestina.

Max Nordau escribe en 1920, acerca del Congreso de Basilea: «He hecho cuanto he podido por persuadir a quienes reclamaban un "Estado judío" en Palestina de que deberíamos encontrar un circunloquio para expresarlo de una forma que evitase provocar a los dirigentes turcos de la tierra que codicia­mos. He sugerido "hogar nacional" (Haimstate) como sinóni­mo de Estado».

«Tal es la historia de esta expresión tan controvertida. Era equívoca, pero nosotros comprendíamos todo lo que quería decir. Para nosotros, significaba entonces "Estado judío" (Ju­denstaat), y hoy día tiene el mismo sentido... Pero ahora ya no hay ninguna razón para disimular nuestro auténtico propósito.»

Para Herzl, lo mismo que para Nordau, esta fórmula equívoca de «hogar» disfrazaba una realización concreta. El 3 de septiembre de 1897, escribe en su Diario: «Si tuviese que resumir el Congreso en una frase —que me guardaría de pronunciar en público—, sería ésta: "En Basilea, he fundado el Estado judío"[12]. Pero —añade— no es una cosa que se pueda decir "en voz alta"».

Pasó inmediatamente a la realización del proyecto utilizan­do dos «fuerzas motrices» que aseguraron su éxito:

1)  Las ambiciones rivales de las potencias colonialistas en el «Problema de Oriente», agudizadas por la perspectiva de la desintegración del Imperio otomano.

2)  El antisemitismo: Indicar a los judíos perseguidos, como solución de su infortunio, no «la asimilación», sino la emigración.

Prometer a los gobiernos antisemitas desembara­zarlos de los judíos si se les daba una tierra.

 


 

[1] Diaries. op. cit., p. 49

[2] El Espíritu judío, op. cit., p. 45

[3] The complete Diaries of Theodor Herzl. presentados por Rafael Pa-tai, N. Y., 1970, t. i, p. 56

[4] El Estado judio, p. 45

[5] lbídem. p. 126

[6] lbídem. p. 49

[7] Tomo V, p. 33

[8] Theodor Herzl's Tagebüch, vol. III, p. 105

[9] En estrecha unión, por otra parte, como veremos más adelante

[10] Diaries (Lówenthal), op. cit., pp. 202 a 213

[11] El Asunto Dreyfus, en Francia, revelaba cómo el antisemitismo con respecto a los judíos servía de pretexto para ocultar la corrupción, los embus­tes, las sórdidas miras de la clase dirigente, de sus políticos, de su ejército y de su Iglesia. Fue, para el pueblo francés, una advertencia sobre la ignominia del antisemitismo y sobre su papel reaccionario. El antisemitismo, deshonrado, no podrá sobrevivir

[12] Diaries. op. cit., p. 224. La doblez que caracteriza toda la historia del sionismo se expresa en las «interpretaciones» de lo que fue el desenlace de los esfuerzos de Herzl: la «Declaración Balfour» (en 1917). La misma fórmula del «hogar nacional judio» es reiterada en el Congreso de Basilea. Lord Rothschild había preparado un proyecto de declaración preconizando «el principio del reco­nocimiento de Palestina en cuanto hogar nacional del pueblo judío». La decla­ración final de Balfour ya no habla de toda Palestina, sino solamente de «la instalación en Palestina de un Hogar nacional para el pueblo judío». En realidad, todo el mundo dice «hogar» como si se tratara de un centro espiritual y cultural, y piensa, en realidad: Estado, como el propio Herzl. Lloyd George escribe en su libro titulado The Trith about the Peace treaties (Ed. Gollancz 1938, vol. 2, pp. 1.138-1.139): «No puede caber ninguna duda acerca de lo que los miembros del Gabinete tenían en la cabeza en aquella época... Palestina iba a convertirse en un Estado independiente. Es significativo que el General Smuts, miembro del Gabinete de Defensa, declarase en Johannesburgo, el 3 de noviembre de 1915: "En el curso de las generaciones futuras, veréis levantarse allí (en Palestina), una vez más, un gran Estado judío"».

El 26 de enero de 1919, Lord Curzon escribía: «Mientras Wrizman os dice una cosa, y vosotros pensáis "hogar nacional judío", él tiene a la vista algo totalmente distinto. Ambiciona un Estado judío, y una población árabe sometida, gobernada por los judíos. Trata de realizar esto detrás de la pantalla y de la protección de la garantía británica».

Cuando la «Declaración Balfour», en 1917, reitera la expresión «hogar nacional judío en Palestina», los dirigentes británicos comparten la doblez de Herzl: se dice «hogar nacional judío», y se piensa «Estado judío» Weizmann había explicado claramente al gobierno británico que el objetivo del sionismo era crear un «Estado judío» (con cuatro o cinco millones de judíos). Lloyd George y Balfour le aseguraron «que al usar el término "hogar nacional" en la Declaración Balfour, entendemos perfectamente que se trata de un Estado judío». [Doreen Ingrams, Palestine Papers (1917-1922), Seeds of conflict. N. Y. Brasilles. 1973. p. 146].