Los Mitos Fundacionales
del Estado de Israel

Roger Garaudy

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CONCLUSIÓN

        B- El mito disfrazado de historia y su utilización política

La lectura de este libro, Los mitos fundacionales del Estado de Israel no debe crear ninguna confusión, ni religiosa ni política.

La crítica de la interpretación sionista de la Thora, y de los libros histó ricos (especialmente los de Josué, Samuel y los Reyes) no implica, en absoluto una infravaloración de la Biblia y lo que ella ha revelado, incluso, sobre la epopeya de la humanización y la divinización del hombre. El sacrificio de Abraham es un modelo eterno de la superación por el hombre de sus morales provisorias y de sus frágiles lógicas en el nombre de valores incondicionales que los relativizan. Lo mismo que el Exodo ha quedado como el símbolo del desarraigo de todas las servidumbres, de la llamada irresistible de Dios a la libertad.

Lo que nosotros rechazamos, es la lectura sionista, tribal y nacionalista, de estos textos, reduciendo la idea gigante de la Alianza de Dios con el hombre, con todos los hombres, y su presencia en todos, y sacando de ello la idea más maléfica de la Historia de la humanidad: la del pueblo elegido por un Dios parcial y partidista (y en consecuencia un ídolo) que justifica por adelantado todas las dominaciones, las colonizaciones y las matanzas. Como si, en el mundo, no hubiera existido más Historia Sagrada que la de los Hebreos.

De mi demostración, de la que ningún eslabón ha sido aportado sin precisar la fuente, no se desprende para nada la idea de la destrucción del Estado de Israel sino simplemente su desacralización: esta tierra, más que ninguna otra, no fue nunca prometida sino conquistada, igual que Francia, Alemania o los Estados Unidos en función de las correlaciones de fuerzas históricas de cada siglo.

No se trata de rehacer indefinidamente la Historia a canonazos, sino simplemente exigir, para todos, la aplicación de una Ley Internacional que ponga fin a las relaciones de la ley de la selva.

En el caso particular del Oriente Próximo, se trataría simplemente de aplicar las decisiones de reparto adoptadas por la O.N.U. después de la Segunda Guerra Mundial y la resolución 242, que excluye a la vez la destrucción paulatina de las fronteras de los países vecinos y la captación de sus aguas, y la evacuación de los territorios ocupados. La implantación, en las zonas ilegalmente ocupadas, de colonias protegidas por el Ejercito israelí y el armamiento de los colonos. Es la perpetuación, de hecho, de una ocupación que hace imposible una verdadera paz y una cohabitación pacífica y duradera de dos pueblos iguales e independientes, paz que estaría simbolizada por el respeto mutuo, sin pretensión a una posesión exclusiva de Jerusalén, lugar de reencuentro de las tres religiones abrahámicas.

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Tampoco la crítica del mito del holocausto es una contabilidad macabra del número de víctimas. Aunque no hubiera habido más que un solo hombre perseguido por su fe o por su orígen étnico, no hubiera dejado de ser un crimen contra toda la Humanidad.

Pero la explotación política, por una nación que ni siquiera existía cuando fueron cometidos los crímenes, las cifras arbitrariamente exageradas para intentar demostrar que el sufrimiento de unos no tenía parangón con el de todos los demás, y la sacralización (por el propio léxico religioso, el de holocausto) tiende a tratar de hacer olvidar genocidios más feroces.

Los mayores beneficiarios han sido los sionistas, teniéndose por las víctimas exclusivas; creando, a pasos agigantados, un Estado de Israel, y, a pesar de los 50 millones de muertos de esa guerra, haciéndose las víctimas casi únicas del hitlerismo, y colocándose, a partir de aquí, por encima de cualquier Ley para legalizar todas sus exacciones exteriores o interiores.

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No se trata, en modo alguno, de acusar de mala fe a los millones de personas honestas que han creído lo que se les ha explicado. Durante más de un milenio (desde el siglo IV al Renacimiento) los cristianos piadosos creyeron en la donación por Constantino de los Estados del Papa al Pontífice romano. La mentira reinó mil años.

Mi propia abuela vio, con sus propios ojos, como miles de personas de buena fe, elevarse una Cruz de sangre hacia el cielo en la noche del 2 de agosto de 1914. Lo creyó hasta su muerte.

El presente libro no tiene más objeto que proporcionar a todos, los elementos que les permitan juzgar los daños de una mitología sionista que, sostenida incondicionalmente por los Estados Unidos, ha engendrado ya cinco guerras y constituye, por la influencia que ejerce su lobby sobre la potencia norteamericana y por ello, sobre la opinión mundial, una amenaza permanente para la unidad del mundo y de la paz.