Los Mitos Fundacionales
del Estado de Israel

Roger Garaudy

índice

 

II. LOS MITOS DEL SIGLO XX

    4. El mito de una Tierra sin Pueblo para un Pueblo sin Tierra

No existe el pueblo palestino Esto no es como si
nosotros hubiéramos venido a ponerles en la puerta de la calle
y apoderarnos de su país. Ellos no existen.
(Golda Meir. Declaración al Sunday Times el día 15 de junio de l969)

La ideología sionista descansa en un postulado muy sencillo: está escrito en el Génesis (XV, 18): En aquel día hizo Jehová un pacto con Abraham diciendo: a tu descendencia daré esta tierra desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eúfrates.

A raíz de aquí, sin preguntarse en qué consiste la Alianza, a quién fue hecha la Promesa, o si la Elección era incondicional, los dirigentes sionistas, incluso los que son agnósticos o ateos, proclaman: Palestina nos ha sido dada por Dios.

Las estadísticas, incluso las del gobierno israelí, ponen de manifiesto que sólo el 15 % de los israelíes son religiosos. Lo que no es óbice para que el 90 % del total afirme que esta tierra les ha sido dada por un Dios en quien no creen

La inmensa mayoría de los israelíes actuales no participa ni en la práctica ni la fe religiosas, y los diferentes partidos religiosos que juegan un papel decisivo en el Estado de Israel no representan más que a una ínfima minoría de ciudadanos.

Esta aparente paradoja la explica Nathan Weinstock en su libro: Le Sionisme contre Israë:

Si el oscurantismo rabÍnico triunfa en Israel, es porque la mÍstica sionista no tiene de coherente más que la referencia a la religión mosaica. Suprimid los conceptos de Pueblo elegido o de Tierra prometida y el fundamento del sionismo se hunde. Es así como los partidos religiosos fundamentan paradójicamente su fuerza en la complicidad de los sionistas agnósticos. La coherencia interna de la estructura sionista de Israel ha impuesto a sus dirigentes el refuerzo de la autoridad del clero. Es el partido Social-demócrata Mapai bajo los auspicios de Ben Gurión, quien ha inscrito la asignatura de religión obligatoria en el programa de las escuelas y no los partidos confesionales (265).

Este país existe como realización de una proesa hecha por el propio Dios. Sería ridículo pedirle cuentas sobre su legitimidad. Tal es el axioma de base formulado por la Sra. Golda Meir (266).

Esta tierra nos fue prometida y nosotros tenemos el derecho sobre ella, repite Beghin (267).

Si un pueblo posee la Biblia, si se considera perteneciente a ese pueblo de la Biblia, debe poseer igualmente las tierras bíblicas, las de los Jueces y de los Patriarcas, de Jerusalén, de Hebrón, de Jericó y aún de otros lugares (268).

Muy significativamente, Ben Gurión evoca el precedente americano donde, en efecto, durante un siglo, la frontera permaneció cambiante hasta llegar al Pacífico, en donde se proclamó el cierre de la frontera en función de los éxitos de la caza de indios para echarles y apoderarse de sus tierras.

Ben Gurión dice muy claramente: No se trata de mantener el statu-quo. Tenemos que crear un Estado dinámico, orientado hacia la expansión.

La práctica política responde a esta singular teoría: apoderarse de la tierra y expulsar a los habitantes, como lo hizo Josué, el sucesor de Moisés.

Menahem Beghin, el más profundamente imbuido de la tradición bíblica, proclamaba:

Eretz Israel será devuelta al pueblo de Israel. Toda entera y para siempre (269).

Así de entrada, el Estado de Israel se coloca por encima de cualquier Derecho Internacional.

Impuesto a la O.N.U. el 11 de mayo de 1949 por la voluntad de los Estados Unidos, el Estado de Israel fue admitido, pero con tres condiciones:

1- No tocar el Estatuto de Jerusalén.

2- Permitir a los Arabes palestinos regresar con ellos

3- Respetar las fronteras fijadas por la resolución de la partición.

Al hablar de esta Resolución de las Naciones Unidas sobre la partición, adoptada antes de su admisión, Ben Gurión declara:

El Estado de Israel considera que la Resolución de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, es nula y sin valor (270).

Haciéndose eco de la tesis citada anteriormente del americano Albright, sobre el paralelismo entre las expansiones americana y sionista, el general Moshé Dayan escribe:

Coged la Declaración de Independencia americana. No contiene ninguna mención a los limites territoriales. Nosotros tampoco estamos obligados a fijar los limites del Estado (271).

La política se corresponde muy rigurosamente a esta ley de la selva: la partición de Palestina que se deriva de la resolución de las Naciones Unidas no fue respetada jamás.

Ya, la resolución de la división de Palestina, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (formada en aquel entonces por una aplastante mayoría de Estados Occidentales) el 29 de noviembre de 1947, marca el propósito de Occidente sobre su bastión avanzado: en esta fecha los judíos constituían el 32 % de la población y poseían el 5,6 % del suelo: ellos recibieron el 56 % del territorio, con las tierras más fértiles. Estas decisiones se obtuvieron bajo la presión ejercida por los Estados Unidos.

El Presidente Truman ejerció una presión sin precedente sobre el Departamento de Estado. El Subsecretario de Estado Sumner Welles escribió: Por orden directa de la Casa Blanca los funcionarios americanos debían emplear las presiones directas o indirectas para asegurar la mayoría necesaria en la votación final (272).

El Ministro de Defensa de entonces, James Forrestal, confirma: Los métodos utilizados para ejercer presión, y para obligar a las demás naciones en el seno de las Naciones Unidas, rozaban el escándalo (273).

El poder de los monopolios privados fue movilizado: Dex Pearson, en el Chicago-Daily del 9 de febrero de 1948, precisa algunas matizaciones, entre otras que: Harvey Firestone, propietario de las plantaciones de caucho en Liberia, actuó cerca del Gobierno liberiano

Desde 1948, incluso las decisiones parciales han sido violadas.

Los árabes protestan contra tamaña injusticia y la rechazan, los dirigentes israelíes se aprovechan para apoderarse de nuevos territorios, en concreto de Jaffa y San Juan de Acre, pero en 1949 los sionistas controlan el 80 % del país y 770.000 palestinos habían sido expulsados de sus tierras.

El método empleado fue el del terror.

El ejemplo más clamoroso fue el de Deir Yassin: el 9 de abril de 1948, por un método idéntico al de los nazis en Oradour, los 254 habitantes de este pueblo (hombres, mujeres, niños, ancianos) fueron masacrados por las tropas del Irgún, cuyo jefe era Menahem Beghin.

En su libro, La Révolte : histoire de l'Irgoun, Beghin escribe que no hubiera sido posible el Estado de Israel sin la Victoria de Deir Yassin (274).

La Hagana realizaba ataques victoriosos en otros frentes Llenos de pánico, los árabes huían gritando: Deir Yassin (275).

Se consideraba como ausente a todo palestino que había abandonado su domicilio con anterioridad al 1· de agosto de 1948.

Fue así como los 2/3 de las tierras propiedad de los árabes (70.000 ha. sobre 110.000) fueron confiscadas. Cuando en 1953 se promulgó la ley de la propiedad de bienes raíces, la indemnización se fijó sobre el valor que tenía la tierra en 1950 pero, entre tanto, la libra israelí había perdido cinco veces su valor.

Además, desde el inicio de la inmigración judía, y dentro del peor estilo colonialista, las tierras se compraban a los propietarios feudales (los effendi) no residentes; pero los campesinos pobres, los fellahs, eran expulsados de la tierra que cultivaban, merced a estos arreglos, hechos sin contar con ellos entre sus amos antiguos y los nuevos ocupantes. Privados de sus tierras, no tenían otro remedio que huir.

Las Naciones Unidas habían designado a un mediador, el conde Folke Bernadotte. En su primer informe el conde Bernadotte escribe: Sería ofender a los principios elementales impedir a estas víctimas inocentes del conflicto volver a sus hogares, mientras que los inmigrantes judíos afluyen a Palestina y, además, amenazan, de forma constante, reemplazar a los refugiados árabes enraizados en esta tierra desde hace siglos. Describe el pillaje sionista a gran escala y la destrucción de aldeas sin intervención militar aparente.

Este informe (276) fue entregado el 16 de septiembre de 1948. El 17 de septiembre de 1948 el conde Bernardotte y su asistente francés, el coronel Serot, eran asesinados en la parte de Jerusalén ocupada por los sionistas (277).

Este no era el primer crimen sionista contra cualquiera que denunciara su impostura.

Lord Moyne, Secretario de Estado británico en el Cairo, declara, el 9 de junio de 1942, en la Cámara de los Lores, que los judíos no eran los descendientes de los antiguos Hebreos y que no tenían la reivindicación legítima sobre Tierra Santa. Partidario de moderar la inmigración en Palestina fue acusado entonces de ser un enemigo implacable de la independencia hebrea (278).

El 6 de noviembre de 1944, Lord Moyne caía abatido en El Cairo por dos miembros del grupo Stern (de Itzac Shamir).

Algunos años más tarde, el 2 de julio de 1975, el Evening Star de Auckland revelaba que los cuerpos de los dos asesinos ejecutados habían sido canjeados por 20 prisioneros árabes, para enterrarles en el Monumento de los Héroes en Jerusalén. El Gobierno británico deploró que Israel honrase a los asesinos y les considerase como héroes.

El 22 de julio de 1946, el ala del hotel Rey David, de Jerusalén, donde se hallaba instalado el Estado Mayor militar del Gobierno británico, explotaba, causando la muerte de alrededor de 100 personas: ingleses, árabes y judíos. Fue obra del Irgún, de Menahem Beghin, quien reivindicó el atentado.

El Estado de Israel vino a sustituir a los antiguos colonialistas y con sus mismos métodos: por ejemplo, la ayuda agrícola que permitía el riego fue distribuida de una forma discriminatoria, de tal suerte que los ocupantes judíos fueron sistemáticamente favorecidos: entre 1948 y 1969, la superficie de tierras de regadío pasó, para el sector judío, de 20.000 a 164.000 ha. y para el sector árabe de 800 a 4.100 ha. El sistema colonial fue así perpetuado e incluso agravado. El Dr. Rosenfeld, en su libro: Les Travailleurs arabes migrants, publicado por la Universidad Hebraica de Jerusalén en 1970, reconocía que la agricultura árabe era más próspera en el tiempo del mandato británico de lo que lo es hoy.

La segregación se manifiesta también en la política de vivienda. El Presidente de la Liga Israelí de los Derechos Humanos, el Dr. Israel Hahak, profesor en la Universidad Hebraica de Jerusalén, en su libro Le Racisme de l'Etat d'Israël (279) nos enseña que existen en Israel ciudades enteras (Carmel, Nazareth, Illith, Hatzor, Arad, Mitzphen-Ramen, y otras) donde la ley prohibe residir formalmente a los no judíos.

En el aspecto cultural reina el mismo espíritu colonialista.

El Ministro de Educación nacional, en 1970, propuso a los Institutos dos versiones diferentes de la oración al Yizkar. Una declara que los campos de la muerte habían sido construidos por el Goblerno diabólico nazi y la nación alemana de asesinos. La segunda evoca más globalmente a la nación alemana de asesinos A mbas contienen un párrafo pidiendo a Dios vengar ante nuestros ojos la sangre de las víctimas (280).

Esta cultura del odio racial ha dado sus frutos:

Después de Kahana, algunos soldados, cada vez más numerosos, imbuidos de la historia del Genocidio, imaginaron toda clase de escenarios para exterminar a los árabes, recuerda el oficial Ehud Praver, responsable del cuerpo de profesores del ejército. Es muy preocupante que el genocidio pueda de esta forma legitimar un racismo judío.

Debemos en lo sucesivo saber que no es sólo indispensable tratar de la cuestión del genocidio, sino también de la ascensión del fascismo, de explicar la naturaleza y los peligros que entraña para la democracia. Según Praver demasiados soldados creen que el genocidio puede justificar cualquier acción deshonrosa (281)

El problema fue expuesto muy claramente con anterioridad incluso a la existencia del Estado de Israel. El Director del Fonds National Juif, Yossef Weitz, escribe ya en 1940:

Debe quedar claro para nosotros que no hay lugar para dos pueblos en este país. Si los árabes lo abandonan, nos bastará () No existe otro medio que el de desplazarles a todos; es necesario no dejar una sola aldea, una sola tribu Es preciso explicar a Roosevelt, y a todos los Jefes de Estado amigos, que la tierra de Israel no es demasiado pequeña si todos los árabes se marchan, y si las fronteras se ensanchan un poco hacia el norte, a lo largo del Litani, y hacia el este sobre los altos del Golán (282).

En el gran rotativo israelí Yediot Aharonoth del 14 de julio de 1972, Yoram Ben Porath recordaba con fuerza el objetivo a alcanzar: Es el deber de los dirigentes israelíes explicar clara y valientemente a la opinión un cierto número de hechos, que el tiempo hace olvidar. El primero de ellos es el hecho de que no hay sionismo, colonización, Estado Judío, sin la expulsión de los árabes y la expropiación de sus tierras.

Nos encontramos, aquí y ahora, en la lógica más rigurosa del sistema sionista: ¿cómo crear una mayoría judía en un país poblado por una comunidad árabe palestina autóctona?

El sionismo político ha aportado la única solución que deriva de su programa colonialista: crear una colonia de población expulsando a los palestinos y sustituyéndolos por la inmigración judía.

Arrojar a los palestinos y apropiarse de sus tierras ha sido una empresa deliberada y sistemática.

En la época de la Declaración Balfour, en 1917, los sionistas no poseían más que el 2,5 % de las tierras y en el momento de la decisión de la partición de Palestina, el 6,5 %. En 1982 tenían el 93 %.

Los procedimientos utilizados para despojar al nativo de su tierra son los del colonialismo más implacable, con un tinte racista aún más marcado en el caso del sionismo.

La primera etapa tuvo los caracteres de un colonialismo clásico: se trataba de explotar la mano de obra local. Era el método del barón Eduardo de Rothschild. Igual que en Argelia, aquel explotaba, en sus viñedos, la mano de obra barata de los fellahs, éste había extendido simplemente su campo de actuación a Palestina, explotando en sus viñedos a otros árabes igual que a los argelinos.

Un cambio se produjo, alrededor de 1905, cuando llegó, procedente de Rusia, una nueva ola de inmigrantes tras la masacre de la Revolución de 1905. En lugar de continuar la lucha en su sitio, al lado de los demás revolucionarios rusos, los desertores de la Revolución vencida importaron a Palestina un extraño socialismo sionista.

Crearon cooperativas artesanales y Kibbutzs campesinos eliminando a los fellahs palestinos para crear una economía que se apoyaba en una clase obrera y agrícola judía. Del colonialismo clásico (del tipo inglés o francés) se pasó, de esta manera, a una colonia de población, en la lógica del sionismo político, que abarcaba a ese flujo de inmigrantes en favor de los cuales y contra nadie (como dice el profesor Klein) deberían ser reservadas la tierra y los empleos. Se trataba de reemplazar al pueblo palestino por otro pueblo, y, naturalmente, apoderarse de su tierra.

El punto de partida de la gran operación fue la creación, en 1901, del Fondo Nacional Judío que presentaba este original carácter con relación a los otros colonialismos: la tierra adquirida no puede ser revendida, ni tampoco arrendada, a los no judíos.

Otras dos leyes conciernen al Kéren Kayémet (283) y al Kéren Hayesod (284). Estas dos leyes, escribe el profesor Klein, han posibilitado la transformación de estas sociedades, a quienes se querían atribuir un cierto número de privilegios. Sin enumerar estos privilegios, introduce, como una simple observación el hecho de que las tierras propiedad del Fondo Nacional Judío son declaradas Tierras de Israel, y una ley fundamental ha venido a proclamar la inalienabilidad de estas tierras. Es una de las cuatro leyes fundamentales (elementos de una futura Constitución que no existe todavía, 50 años después de la creación de Israel) adoptadas en 1960. Es molesto que el sabio jurista, con su habitual cuidado de la precisión, no realice ningún comentario sobre la inalienabilidad. No da ni siquiera la definición: una tierra salvada (redención de la tierra) por el Fondo Nacional Judío , es una tierra que se convierte en judía: y no podrá jamás ser vendida a un no-judío, ni arrendada a un no-judío, ni siquiera trabajada por un no-judío.

¿Se puede negar el carácter de discriminación racista de esta Ley fundamental?

La política agraria de los dirigentes israelíes es la de un espolio metódico a los campesinos árabes. La Ordenanza de bienes raíces de 1943 sobre la expropiación por razones de interés público es una herencia del período del mandato británico. Esta Ley ha desviado su sentido al aplicarse de forma discriminatoria, por ejemplo cuando en 1962 expropiaron 500 ha. en Deir El-Arad, Nabel y Be'neh, el interés publico consistía en crear la ciudad de Carmel reservada en exclusiva para los judíos.

Otro procedimiento: la utilización de las Leyes de urgencia decretadas en 1945 por los ingleses contra los judíos y los árabes. La ley 124 otorga al Gobernador Militar, so pretexto, esta vez de seguridad, la posibilidad de suspender todos los derechos de los ciudadanos, incluidos sus desplazamientos: basta con que el ejército declare una zona prohibida por razones de seguridad del Estado, para que un árabe no pueda ir a sus tierras sin una autorización del Gobernador Militar. Si este permiso no se concede, la tierra se declara entonces baldía y es cuando el Ministerio de Agricultura puede tomar posesión de las tierras no cultivadas para garantizar su cultivo.

Cuando los ingleses promulgaron en 1945 esta legislación ferozmente colonialista para luchar contra el terrorismo judío, el jurista Bernard (Dov) Joseph, protestando contra este sistema de carta cerrada con el sello real que exigía el encarcelamiento o el destierro de una persona lettre de cachet declaró: ¿Seremos todos sometidos al terror oficial? Ningún ciudadano está protegido contra una prisión perpetua sin juicio los poderes de la Administración de exilar a quien les plazca son ilimitados No hay necesidad de cometer ninguna infracción, una decisión tomada en una oficina bastará

El propio Bernard (Dov) Joseph, que llegó a ser Ministro de Justicia de Israel, aplicará estas Leyes contra los árabes.

J. Shapira, con respecto a estas mismas Leyes, en el mismo mitin de protesta del 7 de febrero de 1946, en Tel-Aviv (285) declaraba con más firmeza aún: El orden establecido por esta legislación no tiene precedentes en el mundo civilizado. Ni siquiera en la Alemania nazi existían leyes semejantes. El propio J. Shapira llegó a ser Procurador General del Estado de Israel, posteriormente Ministro de Justicia, y aplicó aquellas leyes contra los árabes. Pues para justificar el mantenimiento de estas Leyes de terror, el estado de urgencia jamás ha sido derogado, desde 1948, en el Estado de Israel.

Simón Peres escribía, en el periódico Davar el 25 de enero de 1972:

La utilización de la ley 125, sobre la que se basa el gobierno militar, es la continuación directa de la lucha por la implantación judía y de la inmigración judía.

La Ordenanza sobre el cultivo de las tierras yermas, de 1948 modificada en 1949, va en el mismo sentido, pero por una vía más directa: sin, tan siquiera, buscar el pretexto de utilidad pública o de la seguridad militar, el Ministro de Agricultura puede requisar cualquier tierra abandonada. Ahora bien el éxodo masivo de las poblaciones árabes bajo el terror, del genero de Deir Yassin en 1948, de Kafr Kassem el 29 de octubre de 1956, o de los progroms de la unidad 101 creada por Moshé Dayan, y durante mucho tiempo mandada por Ariel Sharon, ha liberado, con estos métodos, grandes territorios, abandonados por sus propietarios o trabajadores árabes y entregados a los ocupantes judíos.

El mecanismo para la desposesión de los fellahs se completa por la Ordenanza del 30 de junio de 1948, el Decreto-ley del 15 de noviembre de 1948 sobre las propiedades de los ausentes, la Ley relativa a las tierras de los ausentes (de 14 de marzo de 1950), la Ley sobre adquisición de tierras (de 13 de marzo de 1953) y toda una batería de medidas que tienden a legalizar el robo que obligaba a los árabes a abandonar sus tierras para instalarse en las colonias judías, como lo demuestra Nathan Weinstock en su libro Le Sionisme contre Israël.

Para borrar hasta el recuerdo de la existencia de una población agrícola palestina, y acreditar el mito del país desierto, las aldeas árabes fueron destruidas, con sus casas, sus cercados e incluso sus cementerios y sus tumbas. El profesor Israel Shahak facilitó, en 1975, distrito por distrito, la lista de 385 aldeas árabes destruidas, por las que pasaron los bulldozer, de las 475 existentes en 1948. Para convencer de que antes de Israel, Palestina era un desierto, cientos de aldeas han sido arrasadas por los bulldozer con sus casas, sus cercados, sus cementerios y sus tumbas (286).

Las colonias israelíes continúan implantándose, con un mayor impulso desde 1979 en Cisjordania, siguiendo siempre la más clásica tradición colonialista, es decir, con los colonos armados.

El resultado global es el siguiente: después de haber expulsado a un millón y medio de palestinos, la tierra judía como la llaman los del Fondo Nacional Judío, el 6,5 % en 1947, hoy representa más del 93 % de Palestina (de la que el 75 % es del Estado y el 14 % del Fondo Nacional).

El balance de esta operación fue anticipadamente señalado y (significativamente) resumido en el periódico de los Afrikaners del Africa del Sur, Die Transvaler, experto en materia de discriminación racial (apartheid): ¿Cuál es la diferencia entre la manera por la cual el pueblo israelí se esfuerza por quedarse entre la población no judía, y la de los Afrikaners para intentar quedarse donde están? (287)

El mismo sistema de segregación se manifiesta en el status personal tanto como en la apropiación de las tierras. La autonomía que quieren conceder a los palestinos los israelíes es el equivalente de las bantoustans para los negros en Africa del Sur.

Analizando las consecuencias de la Ley del retorno, Klein expone la siguiente cuestión: Si bien el pueblo judío supera ampliamente la población del Estado de Israel, se puede decir también que toda la población del Estado de Israel no es judía, puesto que el país cuenta con una importante minoría no judía esencialmente árabe y drusa. La cuestión que se suscita entonces es conocer en qué medida la existencia de una Ley del Retorno, que favorece a la inmigración de una parte de aquella población (definida por su pertenencia religiosa y étnica) no se puede considerar como discriminatoria (288).

El autor se pregunta en concreto si la Convención internacional sobre la eliminación de cualquier forma de discriminación racial (adoptada el 21 de diciembre de 1965 por la Asamblea General de las Naciones Unidas) no es de aplicación a la Ley del Retorno. Con una dialéctica que dejamos que el lector juzgue, el eminente jurista concluye con esta distinción sutil: En materia de no-discriminación una medida no debe estar dirigida contra un grupo concreto. La Ley del Retorno esta hecha en favor de los judíos que quieren establecerse en Israel, no está dirigida contra ningún grupo o nacionalidad. No veo en qué medida esta Ley sea discriminatoria (289).

Al lector que pudiera quedar desconcertado por este razonamiento audaz, que equivale a decir, según aquella célebre ocurrencia de que todos los ciudadanos son iguales pero unos son más iguales que otros, le ilustra perfectamente la situación creada por esta Ley del Retorno. Para los que de ella no se benefician se prevé una Ley de Nacionalidad (290); que concierne (artículo 3) a toda persona que, inmediatamente antes de la fundación del Estado, era un sujeto palestino, y que no puede llegar a ser considerado israelí en virtud del articulo 2· (el que se refiere a los judíos).

A quienes se refiere este párrafo (y que son considerados como que no habían tenido nacionalidad con anterioridad, es decir como si fueran apátridas por herencia) deben probar (prueba documental, muy frecuentemente imposible porque los papeles han desaparecido en la guerra y el terror que acompañaron a la instauración del Estado sionista) que ellos habitaban en esta tierra de tal a tal fecha. Sin que sea posible, para convertirse en ciudadanos, la vía de la naturalización, exigiendo por ejemplo, un cierto conocimiento de la lengua hebrea. Después, si lo juzga útil, el Ministro del Interior concede (o deniega) la nacionalidad israelí. En resumen, en virtud de la Ley israelí, un judío de la Patagonia puede ser considerado ciudadano israelí desde el instante mismo en que ponga los pies en el aeropuerto de Tel-Aviv; un palestino, nacido en Palestina, de padres palestinos, puede ser considerado como un apátrida. ¡No existe en ella ninguna discriminación racial contra los palestinos; simplemente una medida a favor de los judíos!

Parece difícil rebatir la Resolución de la Asamblea General de la O.N.U., del 10 de noviembre de 1975 (291) que define al sionismo como una forma de racismo y de discriminación racial.

De hecho, los que se instalan en Israel son, en una ínfima minoría los que acuden para cumplir la promesa. La Ley del retorno ha influido poco. Es bueno que ello sea así pues, en todos los países del mundo los judíos han desempeñado un papel eminente en todos los campos de la cultura y las artes, y sería desconsolador que el sionismo lograra el objetivo que se han fijado los antisemitas: sacar a los judíos de sus respectivas Patrias para encerrarlos en un ghetto mundial. El ejemplo de los judíos franceses es significativo; tras los acuerdos de Evian de 1962 y la liberación de Argelia, de los 130.000 judíos que salieron de Argelia, tan sólo 20.000 fueron a Israel y 110.000 se quedaron en Francia. Este movimiento no era la consecuencia de una persecución antisemita pues la proporción de colonos franceses de Argelia que no eran judíos y tuvieron que abandonar Argelia fue la misma. Esta marcha tuvo por causa no el antisemitismo sino el colonialismo francés anterior y los judíos franceses de Argelia corrieron la misma suerte que los demás franceses argelinos.

En resumidas cuentas, la casi totalidad de los inmigrantes judíos en Israel han venido para escapar de las persecuciones antisemitas.

En 1880 había 25.000 judíos en Palestina en una población de 500.000 habitantes.

A partir de 1882 comenzaron las inmigraciones masivas a continuación de los grandes progroms de la Rusia zarista.

De 1882 a 1917 llegaron de esta forma 50.000 judíos a Palestina. Después vinieron, durante el período de entre guerras, los emigrantes polacos y los del Magreb para huir de las persecuciones.

Pero la masa más importante llegó de Alemania en razón del innoble antisemitismo de Hitler; cerca de 400.000 judíos llegaron así a Palestina antes de 1945.

En 1947, en la víspera de la creación del Estado de Israel, había 600.000 judíos

en Palestina sobre una población total de 1.250.000 habitantes

Fue entonces cuando se inició el desarraigo metódico de los Palestinos. Antes de la Guerra de 1948, alrededor de 650.000 árabes habitaban en los territorios que iban a llegar a ser del Estado de Israel. En 1949 sólo quedaban de aquellos 160.000. Por causa de una alta tasa de natalidad sus descendientes eran 450.000 a finales de 1970. La liga de los Derechos Humanos de Israel revela que del 11 de junio de 1967 al 15 de noviembre de 1969, más de 20.000 casas árabes fueron dinamitadas en Israel y en Cisjordania.

Existían, en el censo británico del 31 de diciembre de 1922, 757.000 habitantes en Palestina, de los que 663.000 eran árabes (590.000 árabes musulmanes y 73.000 árabes cristianos) y 83.000 judíos (es decir: el 88 % de árabes y el 11 % de judíos). Es necesario recordar que este pretendido desierto era una zona exportadora de cereales y legumbres.

Ya en 1891, un sionista de primera hora, Asher Guinsberg, que escribía bajo el seudónimo de Ahad Ha 'am (Uno del pueblo) al visitar Palestina aportó el siguiente testimonio:

En el extranjero, estamos acostumbrados a pensar que Eretz-lsrael es hoy casi un desierto, un desierto sin cultivos, y que cualquiera que desee comprar tierras puede venir aquí y hacerse con las que le venga en gana. Pero en verdad no hay nada de eso. Es difícil encontrar campos no cultivados en toda la extensión del territorio. Los únicos campos no cultivados son los terrenos arenosos o de montañas pedregosas donde no crecen más que los árboles frutales, y esto, tras una dura labor y un gran trabajo de limpieza y recuperación (292).

En realidad, antes que los sionistas, los beduinos (de hecho los cerealistas) exportaban 30.000 toneladas de trigo al año; la superficie de huertos árabes se triplicó de 1921 a 1942, la de naranjales y otros agrios se multiplicaron por 7 entre 1922 y 1947, la producción se incrementó por 10 entre 1922 y 1938.

Para no detenernos más que en el ejemplo de los agrios, el InformePeel, presentado al Parlamento británico, por el Secretario de Estado de las Colonias, en julio de 1937, fundándose en el rápido incremento de los naranjales en Palestina, estimaba que, alrededor de 30 millones de cajas de naranjas de invierno era la cifra prevista en la que aumentaría el consumo mundial en los próximos diez años; los países productores y exportadores serían los siguientes:

Palestina: 15 millones

Estados Unidos: 7 millones

España: 5 millones

Otros países(Chipre, Egipto, Argelia, etc. ): 3 millones (293).

Según un estudio del Departamento de Estado Americano remitido el 20 de marzo a una Comisión del Congreso más de 200.000 israelíes están ahora instalados en los territorios ocupados (Golán y Jerusalén-Este incluidos). Constituyen aproximadamente el 13 % de la población total en estos territorios.

Unos 90.000 de ellos residen en los 150 asentamientos de Cisjordania donde las autoridades israelíes disponen poco más o menos de la mitad de las tierras.

En Jerusalén-Este y en los arrabales árabes que dependen del municipio, prosigue el Departamento de Estado, casi 120.000 israelíes se han instalado en unos doce barrios En la franja de Gaza, donde el Estado hebreo ha confiscado el 30 % de un territorio ya de por sí superpoblado, 3.000 israelíes residen en una quincena de asentamientos. Sobre los Altos del Golán, hay 12.000 distribuidos en una treintena de localidades (294).

El diario Yedioth Aharonoth, el de mayor tirada de la prensa israelí, escribe:

Desde los años setenta, no ha existido nunca una aceleración semejante de la edificación en los territorios. Ariel Sharon (el Ministro de la Vivienda y de la Construcción), continúa Yedioth, está ocupado febrilmente en establecer nuevos asentamientos, desarrollar los ya existentes y preparar nuevos terrenos para edificar (295).

Recordemos que Ariel Sharon fue el General Comandante de la invasión del Líbano, el que armó a las milicias falangistas que ejecutaron los progroms en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila. Sharon cerró los ojos ante estas degollinas y fue cómplice, como lo reveló la propia comisión israelí encargada de investigar sobre las matanzas.

El mantenimiento de estas colonias judías en los territorios ocupados, su protección por el ejército israelí, y el armamento a los colonos (como antaño a los aventureros del Far West en América), hace ilusoria cualquier autonomía verdadera de los palestinos y hace imposible la paz mientras subsista la ocupación de hecho.

El esfuerzo principal de la implantación colonial se lleva a cabo en Jerusalén con el fin premeditado de hacer irreversible la decisión de anexión de la totalidad de Jerusalén, hecho que ha sido unánimemente condenado por las Naciones Unidas (¡incluidos los Estados Unidos!).

Las implantaciones coloniales en los territorios ocupados son una flagrante violación de las Leyes Internacionales y en concreto de la Convención de Ginebra del 12 de agosto de 1949, que en su artículo 49 dispone: la potencia ocupante no podrá proceder a transferir una parte de su propia población civil a los territorios ocupados por ella.

Ni el propio Hitler infringió este Ley Internacional: jamás instaló colonos civiles alemanes en tierras donde hubieran sido expulsados campesinos franceses.

El pretexto de la seguridad, como el del terrorismo de la Intifada, son de risa. Las cifras son, a este respecto, elocuentes:

1.116 palestinos han muerto desde el comienzo de la Intifada (la revuelta de las piedras), hasta el 9 de diciembre de 1987, por los disparos de los militares, de los policias o de los colonos. Fueron 626 en 1988 y 1989, 134 en 1990, 93 en 1991, 108 en 1992 y 155 desde el primero de enero al 11 de septiembre de 1993. Entre las víctimas figuran 233 niños menores de 17 años según un estudio realizado por Betselem, la Asociación Israelí de los Derechos Humanos.

Las fuentes militares cifran en casi 20.000 el número de palestinos heridos por

las balas y la Oficina de las Naciones Unidas de Ayuda a los Refugiados de Palestina (U. N. R. W. A. ) en 90.000.

Treinta y tres soldados israelíes han muerto desde el 9 de diciembre de 1987, 4 en 1988, 4 en 1989, 1 en 1990, 2 en 1991, 11 en 1992 y 11 en 1993.

Cuarenta civiles, la mayor parte colonos, han muerto en los territorios ocupados, según una cifra facilitada por el ejército.

Según las organizaciones humanitarias, en 1993, 15.000 palestinos, estaban presos en las cárceles de la Administración penitenciaria y en los centros de detención del ejército.

Doce palestinos han muerto en las prisiones israelíes desde el comienzo de la Intifada, algunos de ellos en circunstancias que aún no han sido aclaradas, asegura Betselem. Esta organización humanitaria indica también que al menos 20.000 detenidos han sido torturados, cada año, en los centros de detención militar, en el curso de los interrogatorios (296).

Además de las violaciones del Derecho Internacional considerado como papel mojado; más aún, como escribe el profesor Israel Shahak: porque estas colonias, por su propia naturaleza, se inscriben en el sistema de expoliación, de discriminación y de apartheid (297).

He aquí el testimonio del profesor Shahak sobre la idolatría que representa reemplazar al Dios de Israel por el Estado de Israel.

Soy un judío que vivo en Israel. Me considero un ciudadano respetuoso con las leyes. He cumplido mi servicio militar cada año, aunque ya tenga más de cuarenta. ¡Pero no estoy consagrado al Estado de Israel o a ningún otro Estado u organización! Estoy apegado a mis ideales. Creo que es necesario decir la verdad, y hacer lo que sea preciso para salvaguardar la Justicia y la igualdad para todos. Estoy vinculado a la lengua y a la poesía hebreas y me gusta pensar que respeto modestamente algunos de los valores de nuestros antiguos Profetas.

Pero ¿profesar un culto al Estado? ¡me imagino a Amós o a Isaías si se les hubiera exigido consagrar un culto al Reino de Israel o de Judea!

Los judíos creen y repiten tres veces al día que un judío debe consagrarse a Dios y sólo a Dios: Amarás a Yavéh, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Deuterononio VI, 5). Una pequeña minoría cree aún en ello. Pero me parece que la mayoría del pueblo ha perdido a su Dios, y le ha sustituido por un ídolo, exactamente como cuando adoraban tanto al becerro de oro en el desierto, al que ofrecieron todo su oro para erigirle una estatua. El nombre de su ídolo moderno es el Estado de Israel (298).