Los Mitos Fundacionales
del Estado de Israel

Roger Garaudy

índice

 

I.- LOS MITOS TEOLÓGICOS

    1. El mito de la promesa: ¿Tierra prometida o Tierra conquistada?

A tu simiente daré esta tierra desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eúfrates
Génesis (XV, 18)

La lectura integrista del sionismo político:

Quien tiene la Biblia, y se considera perteneciente a su pueblo, debería poseer todas las tierras bíblicas (24).

El 25 de febrero de 1994, el Dr. Baruch Goldstein masacra a los árabes mientras oraban en la Mezquita de la Tumba de los Patriarcas.

El 4 de noviembre de 1995, Ygal Amir asesina a Ytzhak Rabin, por mandato de Dios, y de su grupo de guerreros de Israel, que ordena ejecutar a todo aquel que ceda a los árabes la tierra prometida deJudea y de Samaria (la actual Cisjordania).

 

A) En la exégesis cristiana.

Albert de Pury, profesor de Antiguo Testamento en la Facultad de Teología protestante de Ginebra, resumió así su tesis doctoral Promesa divina y leyenda cultural en el ciclo de Jacob (25) en la que integra, discute y prolonga las investigaciones de los mayores historiadores y exégetas contemporáneos Albrecht Alt y Martin Noth (26):

El tema bíblico de la donación del país tiene su origen en la promesa patriarcal, es decir en aquella promesa divina dirigida, según la tradición del Génesis, al Patriarca Abraham. Los versículos del Génesis nos recuerdan en diferentes ocasiones, y bajo diversas formas, que Dios prometió a los Patriarcas y a sus descendientes la posesión de la tierra en la que estaban a punto de establecerse. Pronunciada en Sichem (27), en Béthel (28) y en Manré cerca de Hebrón (29), es decir en los principales santuarios de Samaria y de Judea, esta promesa parece aplicarse sobre todo a las regiones de la actual Cisjordania.

Los narradores bíblicos nos presentan la historia de los orígenes de Israel como una continuación de épocas bien definidas. Todos los recuerdos, historias, leyendas, cuentos o poemas que les llegaron, trasmitidos por la tradición oral, se insertan en un cuadro genealógico y cronológico preciso. Como convienen casi todos los exégetas modernos, este esquema histórico es ampliamente ficticio.

Los trabajos de Albrecht Alt y Martin Noth han demostrado en concreto que la división en épocas sucesivas (Patriarcas-esclavitud en Egipto-conquista de Canaán) es artificial (30). De acuerdo con esta tesis de Albert de Pury y los trabajos de exégesis contemporánea, la Sra. Françoise Smyth, Decana de la Facultad de Teología protestante de París, escribe:

La investigación histórica reciente ha reducido al estado de ficción las representaciones clásicas del éxodo de la salida de Egipto, de la conquista de Canaán, de la unidad nacional israelita antes del exilio y de las fronteras precisas. La historiografía bíblica no informa sobre lo que cuenta sino sobre los que la elaboraron (31). Realizó además una rigurosa puesta a punto sobre el mito de la promesa en su libro Les Mythes illégitimes. Essai sur la terre promise (32).

Albert de Pury prosigue: La mayoría de los exégetas han tomado y toman la promesa patriarcal en su expresión clásica (33) como una legitimación post eventum de la conquista israelita de Palestina o, más concretamente todavía, de la extensión de la soberanía israelita bajo el reinado de David. En otras palabras, la palabra promesa habría sido introducida en los relatos patriarcales para hacer de esta epopeya ancestral un preludio y un anuncio de la edad de oro davidica y salomónica.

Podemos ahora circunscribirnos, sumariamente, a los orígenes de la promesa patriarcal:

1. La promesa de la tierra, entendida como una promesa de sedentarización, fue dirigida primeramente a los grupos nómadas que estaban sometidos al régimen de transhumancia y que aspiraban a asentarse en algún lugar de las regiones habitables. Bajo este aspecto, la promesa pudo formar parte del patrimonio religioso y narrativo de varios grupos tribales diferentes (34).

2. La promesa nómada tenía por objeto, no la conquista política y militar de una región o de todo un país, sino la sedentarización en un territorio limitado.

3. Al principio, la promesa patriarcal de la que nos habla el Génesis, no fue otorgada por Yahvé (el dios que entró en Palestina con el grupo del Exodo), sino por el dios cananeo EL en una de sus hipóstasis locales. Solo el dios local, poseedor del territorio, podía ofrecer a los nómadas la sedentarización en sus tierras.

4. Más tarde, cuando los clanes nómadas sedentarizados se reagruparon con otras tribus para formar el pueblo de Israel, las antiguas promesas tomaron una nueva dimensión. La sedentarización era un objetivo alcanzado y la promesa tomaba en lo sucesivo un alcance político, militar y nacional. Reinterpretada de esta manera, la promesa fue entendida como la prefiguración de la conquista definitiva de Palestina, como el anuncio y la legitimación del imperio davídico.

El contenido de la promesa patriarcal

Así como la promesa nómada, tendente a la sedentarización de un clan gregario, se remonta, sin duda, a un origen ante eventum, no ocurre lo mismo con la promesa ampliada a las dimensiones nacionales. Ha sido probado que las tribus israelitas no se unieron más que después de su instalación en Palestina, la reinterpretación de la promesa nómada en una promesa de soberanía política debe haber sido efectuada post eventum. De esta forma, la promesa del Gen 15/18-21, que contempla la soberanía del pueblo elegido sobre todas las regiones situadas entre el Torrente de Egipto (=el wadi 'Arish) y el Gran Río, (el río Eúfrates) y sobre todos los pueblos que allí habitan es manifiestamente un vaticinium ex eventum que se inspira en las conquistas davídicas.

Las investigaciones exégeticas han permitido establecer que la extensión de la promesa nómada en una promesa nacional debió hacerse antes de la primera puesta por escrito de los relatos patriarcales.

El Yahvista, que puede ser considerado como el primer gran narrador (o más bien, el editor de los relatos) del Antiguo Testamento, vivió en la época de Salomón. Fue él por consiguiente, contemporáneo y el testigo de algunos de estos decenios en los que la promesa patriarcal, reinterpretada a la luz de David, parecía haberse realizado más allá de todas las esperanzas.

El pasaje del Gen 12/3b es uno de los textos claves para la comprensión de la obra del Yahvista. Según este texto, la bendición de Israel debe tener por corolario la bendición de todos los clanes de la tierra ('adámâh). Los clanes de la tierra son, en primer lugar, todas las poblaciones que compartían con Israel, Palestina y TransJordania.

De esta forma no estamos en condiciones de poder afirmar que en tal o cual momento de la historia, Dios se presentara ante un personaje histórico llamado Abraham y que le confiriera los títulos legales para la posesión del país de Canaán. Desde el punto de vista jurídico, no tenemos en nuestras manos tampoco ninguna escritura de donación firmada por Dios, ni tampoco nos asisten buenas razones para pensar que la escena del Gen 12/1-8; 13/14-18, por ejemplo, no sea el reflejo de un acontecimiento histórico.

Si tenemos en cuenta todo esto, ¿es posible actualizar la promesa patriarcal? Si actualizar la promesa significa servirse de ella como un título de propiedad o ponerla al servicio de una reivindicación política, entonces evidentemente no.

Ninguna política tiene el derecho de reivindicar para sí la caución de la promesa.

Uno entonces no sabría si vincular también de alguna manera a aquellos cristianos que consideran las promesas del Antiguo Testamento como una legitimación de las reivindicaciones territoriales actuales del Estado de Israel (35).

 

B) En la exégesis profética judía

(Conferencia del rabino Elmer Berger, antiguo Presidente de la Liga para el judaísmo en los Estados Unidos)

Es inadmisible para nadie pretender que la implantación actual del Estado de Israel es el cumplimento de una profecía bíblica y, en consecuencia, que todas las acciones acometidas por los israelíes para instaurar su Estado y para mantenerlo están previamente ratificadas por Dios. La política actual de Israel ha destruido o, al menos, oscurecido la significación espiritual de Israel. Me propongo examinar dos elementos fundamentales de la tradición profética.

a - En primer lugar, cuando los Profetas evocaron la restauración de Sión, no era la tierra la que tenía por sí misma un carácter sagrado. El criterio absoluto e indiscutible de la concepción profética de la Redención era la restauración de la Alianza con Dios, cuando esta Alianza fue rota por el Rey y por su pueblo. Michée lo dice con toda claridad: Escuchad, jefes de la casa de Jacob, y dirigentes de la Casa de Israel, vosotros que aborrecéis el bien y amáis el mal, que habéis erigido a Sión en la Sangre y Jerusalén en el crimen (Michée III, 1-12). Sión será labrado como un campo, Jerusalén llegará a ser un montón de ruinas, y la montaña del Templo un elevado lugar de idolatría. Sión no es santa más que si la ley de Dios reina sobre él. Y esto no significa que toda Ley promulgada en Jerusalén sea una Ley santa.

b- No es sólo la tierra de la que depende la observancia y la fidelidad a la Alianza: el pueblo reinstalado en Sión tiene las mismas exigencias de justicia, de rectitud y de fidelidad a la Alianza de Dios. Sión no podría alcanzar una restauración de un pueblo apoyándose en tratados, en alianzas, en informes militares de fuerza, o en una jerarquía militar que pretenda establecer su superioridad sobre los vecinos de Israel La tradición profética muestra claramente que la santidad de la tierra no depende de su suelo, ni de su pueblo por su sola presencia sobre aquel territorio. Sólo es sagrada, y digna de Sión, la Alianza divina que se expresa a través del comportamiento de su pueblo.

Ahora bien el actual Estado de Israel no tiene ningún derecho a reclamar para sí el cumplimiento de un proyecto divino para una era mesiánica. Ni el pueblo ni la tierra son sagrados ni merecen ningún privilegio espiritual del mundo. El totalitarismo sionista que pretende integrar a todo el pueblo judío, por medio de la fuerza y la violencia, lo convierte en un hecho entre los demás y como los demás (36).

Ygal Amir, el asesino de Ytzhak Rabin, no es ni un granuja ni un loco, sino el producto puro de la educación sionista. Hijo de rabino y excelente estudiante de la Universidad rabínica de Bar Ilan cerca de Tel-Aviv, alimentado por las enseñanzas de las escuelas talmúdicas, fue soldado de élite en el Golán, y contaba en su biblioteca con un ejemplar de la biografía de Baruch Goldstein. Recordemos que Goldstein fue aquel que asesinó, en Hebrón, a 27 árabes que se encontraban orando en la Mezquita de la Tumba de los Patriarcas. Amir vió en la televisión pública de Israel, el gran reportaje sobre el grupo Eyal (Los guerreros de Israel) jurando, sobre la tumba del fundador del sionismo político Théodore Herzl, ejecutar a cualquiera que ceda a los árabes la tierra prometida de Judea y de Samaria (la actual Cisjordania).

El asesinato del Presidente Rabin, como el de Goldstein, se inscribe en la estricta lógica de la mitología de los integristas sionistas. La orden de matar, dice Ygal Amir, viene de Dios, como en los tiempos de Josué (37). Amir no era un caso marginal en la sociedad israelí: el día de la muerte de Ytzhak Rabin, los colonos de Kiryat Arba y de Hebrón bailaban de alegría recitando Salmos de David alrededor del mausoleo levantado a la memoria de Baruch Goldstein (38).

Ytzhak Rabin fue un blanco simbólico, pero no como Bill Clinton lo ensalzó en sus exequias, diciendo que combatió toda su vida por la paz sino que comprendió (como los americanos en Viet-Nam o los franceses en Argelia) que ninguna solución militar definitiva es posible mientras un ejército se enfrente, no a otro cuerpo de ejército, sino a todo un pueblo. Hay que recordar que el que combatió toda su vida por la paz cuando comandaba las tropas de ocupación al principio de la Intifada, dio la orden de romper los huesos de los brazos a los niños de la tierra palestina que no tenían más que piedras para defender la tierra de sus antepasados.

Se había empeñado, junto a Yasser Arafat, en la vía de un compromiso. Concedieron autonomía administrativa a una parte de los territorios cuya ocupación por Israel había sido condenada por las Naciones Unidas. Viviendo bajo la protección militar israelí las colonias robadas a los autóctonos y convertidas, como Hebrón, se convirtieron en seminarios de odio.

Esto ya era demasiado para los integristas beneficiarios de este colonialismo: crearon, contra Rabin, a quien consideraban como un traidor, el clima que llevó a la infamia de su asesinato.

Ytzhak Rabin ha sido víctima, junto a millones de Palestinos, del mito de la tierra prometida, pretexto milenario de los sangrientos colonialismos.

Este asesinato fanático demuestra, una vez más, que una paz verdadera entre un Estado de Israel en seguridad en las fronteras fijadas por la partición de 1947 y un Estado Palestino totalmente independiente, requiere la eliminación radical del colonialismo actual, es decir, de todas las colonias que constituyen, en el interior del futuro Estado Palestino, incesantes focos de provocación a la vez que detonantes para las guerras futuras.