La palabra árabe

MONSEF CHELLI

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La ausencia de las vocales

No hay vocales en árabe, pero los orientalistas han traducido el término "hárakah" empleado por los gramáticos árabes que significa: "movimiento", por la palabra vocal, de donde procede un equívoco que ahora debemos eliminar, estando hoy muchos estudiosos del árabe convencidos de que las "Harakát" o movimientos son idénticos o al menos asimilables a las vocales. Antes de reflexionar sobre la ausencia de las vocales, debemos establecer nuestra proposición y demostrar que los «movimientos» son profundamente diferentes de las vocales.

Observaremos, en primer lugar, que los orientalistas pronuncian efectivamente los movimientos como si se tratase de vocales y ahí está uno de los orígenes de su acento tan fácil de reconocer y de imitar; cuando son pronunciados los movimientos como si fuesen vocales, se deforma la palabra árabe, se la articula en sílabas y se despoja así a la lengua de su espíritu propio.

Observaremos a continuación que las vocales no son representadas en árabe salvo por signos situados encima o debajo de las letras y reservadas a los niños que aprenden a deletrear y que un libro, para uso de adultos, no contiene ninguna vocal; esto se comprende por otra parte cuando se considera que el movimiento no forma parte integrante de la palabra, se pueden mover la misma palabra de varias maneras radicalmente diferentes, conjugándola o declinándola, sin cambiar la significación; se dirá «daraba» -él golpea-, se ha conservado el sentido y cambiado todos los movimientos, ninguno ha sido fijado a la palabra. Decir por otra parte que se han cambiado los movimientos no es exacto, en realidad se ha movido la palabra de una manera diferente. Sólo las consonantes son significativas de un sentido dado y esas consonantes no pueden ser pronunciadas solas; según se las pronuncia en una relación gramatical o bien en otra es necesario moverlas con movimientos diferentes.

Nos persuadiremos de que se trata de movimientos diferentes de las vocales en el momento en que hayamos considerado que los gramáticos árabes oponen a las «harakát» el «sukún» que significa literalmente: «la detención» que los niños colocan sobre la letra que detiene el movimiento de la palabra, que se pronuncia apuradamente, sin moverla. Naturalmente una palabra no puede jamás comenzar por una consonante afectada por la detención; se puede detener un movimiento para reemprenderlo a continuación, pero es imposible comenzar por una detención.

Finalmente, observaremos que es imposible pronunciar los movimientos árabes, en el tono que es suyo, solos; cuando se intenta, se sustituye el sonido característico del árabe por otro que es el de las vocales occidentales. Para reseñar esos movimientos, se sirve de ordinario de una consonante cuyo equivalente no existe en las lenguas occidentales, pero que es considerada como consonante tanto por los occidentales, pero que es considerada como consonante tanto por los orientalistas como por los gramáticos árabes y que se llama el «hamz»; es una consonante que no es ni dental, ni labial, ni palatal, sino que se obtiene gracias a una oclusión de la faringe, oclusión que puede ser movida y modulada, por los movimientos. Así, ni los movimientos pueden ser pronunciados sin consonantes, ni las consonantes articuladas sin los movimientos.

Pero, para mejor percibir la diferencia entre vocales y movimientos, describamos la producción de un vocablo que comporte vocales y aquella de un vocablo animado por movimientos. En la producción de una sílaba, el occidental opera en dos tiempos: el primer tiempo es silencioso; dispone sus labios, sus dientes o bien su lengua sobre su paladar de la manera que convenga a la consonante que encara y que todavía no produce. Construye una especie de obstáculo material inerte, a veces muy hábil, pues prefigura lo que será la tonalidad de la vocal que seguirá a la consonante, así la disposición de la lengua y de los labios para pronunciar la «l» de «leche» es diferente a la realizada para la «1» de «palacio». El segundo tiempo es sonoro, el occidental pronuncia esta vez la vocal que sigue a la consonante preparada; el aire vibra, que él entonces expulsa, encuentra el obstáculo inerte que le ha sido opuesto y es demolido en su empuje, es el ruido de la caída de ese obstáculo lo que es la consonante.

    Así, puesto que el primer tiempo es silencioso, el occidental comienza siempre la fase sonora por la producción de la vocal, mientras, es la consonante lo que se escucha antes pues la vocal no explota al aire libre mas que después de haber demolido el obstáculo que le ha sido opuesto. Se trata realmente de una maquinación: se confunde el primer tiempo preparado y que era silencioso, con el primer sonido que es en realidad segundo en el orden de la producción sonora, y se tiene la impresión de haber producido las letras en el orden en que se presentan en la escritura, pero a un mismo tiempo no nos podemos defender contra la impresión de un cierto desapego mágico del vocablo producido por la mecánica de su producción; el encanto que se apodera de nosotros al oir a ciertos actores como P. Fresnay proviene de la maestría perfecta que han adquirido en el desapego de los dos tiempos que acabamos de distinguir, maestría que no es igual en todos, con toda seguridad, pero que está inscrita como un sentido de evolución y de progreso en el genio de las lenguas occidentales por la aparición misma de la vocal como letra independiente y formando parte del cuerpo fijo del significante.

Bien diferente es la producción del vocablo por el árabe: ahí aún recaemos en la dialéctica y en el origen del movimiento encontramos la oposición, pero se trata de una dialéctica diferente, esta vez ya no hay dos tiempos separados sino dos movimientos simultáneos y opuestos: el primer movimiento comporta un obstáculo vivo contra el aire vibrante que acaba de ser expulsado, ya no se trata de un obstáculo material inerte, sino de una resistencia viva de la lengua y de los labios que ceden el terreno, paso a paso, dando a la consonante una especie de amplitud, puesto que tiene un punto de comienzo y un punto de terminación, entre los cuales se extiende su sonoridad e incluso la modulación, no se trata pues de una simple repetición como en la «r» castellana. Podemos, por otro lado, reencontrar esta amplitud en el recorrido de los labios el uno contra el otro o bien de la lengua contra el paladar en la producción de cada consonante. El segundo movimiento es el del aire vibrante que lleva su ofensiva contra el obstáculo de carne que encuentra, pero esta vez la resistencia no es puramente material y el edificio no se desploma de un solo golpe, el aire, al contrario, debe avanzar haciendo plegarse y retroceder a la fuerza adversa hasta consumirla. Así, la «vocal» árabe a la que hemos llamado «movimiento» se realiza en verdadero despliegue, ya no se trata de una fuerza material determinada que abate un obstáculo material sabiamente construido, se trata de una actividad viva minuciosamente dosificada en cada uno de los movimientos de su despliegue, para llevarla a la actividad adversa que no se determina de un golpe sino que debe, en cada uno de los momentos de su recorrido, producir la fuerza que es necesaria par retroceder de un punto sin ceder completamente y desmoronarse. Todo pasa como si el acto de la palabra árabe consistiera en cumplir cada una de las letras que componen el discurso, mientras que las sílabas de la palabra occidental serían un «prefabricado» (obtenido sin duda en las experiencias anteriores de la vida) del cual se compone el actual discurso. Hablar árabe es realizar el discurso en sus elementos más ínfimos, hablar occidental es componer el discurso a partir de elementos de los que ya se dispone. El arabo parlante puede mover una misma palabra de diez formas diferentes y añadirle la misma cantidad de tonalidades, el occidental debe utilizar adjetivos, los elementos de los que se compone el vocablo mismo son fijos, no pueden ser modulados.  

Esperamos que en el curso de la exposición que acabar de seguir, los lectores hayan comenzado a distanciarse de las relaciones a las maneras de expresarse que son las suyas y que les parecían ser por sí mismas. Ni los movimientos, ni las vocales son maneras normales de producir sonidos significantes, son actividades específicas que se integran en el interior de una estrategia general para realizar tipos de personalidad diferentes. Aún carecemos de los elementos necesarios para poder decir de qué modo la diferencia entre la vocal y el movimiento introduce las diferencias entre las personalidades que articulan por una o modulan por el otro, pero he aquí ya algunas observaciones que nos harán avanzar en ese sentido.

    En primer lugar se notará que el occidental realiza el signo vocal por artificios y remedos, no confunde el objeto vocal a producir y la operación vocal que conduce hacia él; esta separación entre el fin y los medios dota a la conciencia de un retroceso en relación a uno y a los otros y le permite contemplar de alguna forma su acción y el objeto hacia el que se dirige; la vocal permite a la conciencia occidental interponer una distancia entre ella mis­ma y el signo y el signo que utiliza, y aún más entre ella misma y aquello que el signo evoca, esa distancia le permite no confundirse con lo representado sino «tenerlo»; inversamente, el arabo parlante no separa la operación de la producción del objeto producido, se le podría comparar a un dibujante que reprodujera la configuración que una serpiente ha dejado imitando el movimiento que la serpiente ha efectuado, situándose en la duración en la que las cosas se producen y no considerando el espacio donde el efecto del acto se fija. Nosotros no retomamos aquí la imagen empleada por J.J. Rousseau tanto en el «Emilio» como en el «Discurso sobre el origen dé las lenguas», la de un discurso primitivo cantado, modulado y en cierta manera danzando; las imágenes occidentales se refieren a un mundo enteramente fijado por el discurso y sus premisas del que es muy difícil salir; observaremos en efecto que la modulación, aquella en la que las nodrizas, según Rousseau, se dirigen a sus críos de diversas nacionalidades puede efectuarse por el intermediario de vocales puras y que el danzante occidental consumado separa netamente la figura que dibuja y los artificios musculares por los que la produce, su evolución es más graciosa y aérea en tanto la separación es más clara y el artificio más sabio y hábil; sin llegar hasta la danza, evocaremos a una comediante que decía que para moverse armoniosamente era necesario dar a las piernas ocultas los pasos más inverosímiles y más faltos de gracia. Vemos que no se comprenderá mejor la articulación occidental por una referencia a otra actividad occidental, hay todas las probabilidades de que la producción de una personalidad homogénea exija que los mismos artificios se encuentren en todas las actividades. Expresaremos, pues, con exactitud la diferencia entre la fonación occidental y la fonación árabe diciendo que el sujeto occidental despliega el signo delante de sí y lo ofrece de alguna manera a su conciencia mientras que el sujeto arabófono se despliega él mismo según la configuración diacrónica del vocablo; anteriormente ya hemos anotado que el occidental utiliza fuerzas materializadas y fijadas cuando el arabófono utiliza fuerzas vivas que no se pueden detener en un punto sin tomar la tangente y que varían o son susceptibles de variar según los desplazamientos infinitesimales de la duración, pues sabemos que la conciencia tiene necesidad de detener los momentos para dominarlos y combinar su acción, sólo la vida tiene el poder de dar nacimiento a una duración con sus meandros infinitesimales.

Pero aquello para los que el pensamiento kantiano es familiar deben preguntarse si la conciencia acompaña un tal despliegue del sí; es demasiado pronto para responder en detalle a su pregunta, pero distinguiremos ya dos maneras de conciencia de las que daremos una idea por una imagen: una máscara de carnaval puede. ser considerada en su reverso y la cara es entonces dibujada por ahuecamientos, con líneas huidizas; pero puede ser considerada al derecho, entonces la cara se presenta en relieve se deja discernir por la mirada. Podemos decir que la conciencia que acompaña al signo árabe es una conciencia de relieves, el hablante sabe bien que se modula según un acto que es por esencia sonoro, pero los sonoros no se ofrecen -delante- de su oído, le son dados bajo una forma ondulante y huidiza, como antes de estallar, allá, en la conciencia del interlocutor. También se puede utilizar la distinción clásica del comediante que sufre el pathos del personaje y del que lo produce por artificio sin confundirse con él, el primero tiene una impresión confusa de la imagen que da a los espectadores, pero esta imagen no le es dada sino que es espontáneamente producida por los sentimientos que experimenta, el segundo se dirige en su actividad con los ojos fijos sobre la imagen precisa que desea comunicar, imagen que conoce y domina mejor que el espectador y que le es dada en todo su relieve. Si estuviese permitido comparar los pueblos a los individuos diríamos que todos los pue­los arabo parlantes están dotados de órganos y provistos de útiles tales que producen el vocablo a la manera del primer comediante cuando produce la esencia de su personaje, mientras que los pueblos occidentales han fijado socialmente técnicas tales que pueden perfilar fácilmente los signos de sus lenguajes al modo del segundo comediante. Pero si la conciencia del signo a la manera occidental exige una síntesis donde el análisis puede remontarse hasta una diversidad de elementos fijos y delimitados, la conciencia en molde del árabe no es en absoluto una conciencia que el sujeto tenga del vocablo, sino más bien una especie de luz interna del vocablo, que, desde el momento en que es modulado por un sujeto humano, se convierte en algo transparente a sí mismo; el modulador y lo modulado se confunden en una misma actividad luminosa en sí sin que se pueda discernir exactamente lo que es sujeto y lo que es objeto. En este caso, el -yo pienso- que, según Kant, «debe acompañar todas mis percepciones» es excluido de la conciencia que el arabo parlante tiene del vocablo; si el sujeto arabófono se para al hablar para pensar, los vocablos se desmoronan en consonantes y «movimientos» que no tienen ninguna existencia efectiva y no pueden tan siquiera ser representados. Si se emplea en dar existencia y vida a los vocablos, su conciencia de sí se confunde con la luz interna propia de las palabras, y del mismo modo que las palabras no son que por él, él no es para sí mismo que por ellos.

    Y esto nos lleva a considerar otro carácter que la elaboración de la vocal por el genio occidental ha introducido en el lenguaje. La sílaba occidental puede ser definida: «b-a, ba», se enseña a los niños, el espíritu puede pues pensar la sílaba que es la síntesis de dos entidades independientes fuera de toda actualización sensible. Naturalmente, todo esto no funciona sin alguna maquinación; la consonante occidental, igual que la consonante árabe, no puede ser realizada de una manera independiente (o bien está en la fase que hemos llamado silenciosa, pero que importa): la vocal es independiente y gracias a ese soporte ingenuamente inventado se definirá la consonante como siendo la sílaba menos la vocal; se basará la definición de la sílaba sobre la consonante y la de la consonante sobre la sílaba; el círculo vicioso es claro, pero sin todas las maquinaciones urdidas por el lenguaje no se desprendería nada a lo que pudiera llamarse «personalidad»; lo importante es que tengamos la ilusión de una independencia de la sílaba (y por tanto del vocablo que es constituido por sílabas) en relación a su actualización. El espíritu piensa objetos, así esos objetos no se confunden con él, y ahí está la base de todo el platonismo, si ahora esos objetos no se confunden tampoco con su realidad material podrá dárseles una existencia espiritual independiente. Tal es el estatuto de la palabra occidental cuya existencia ideal parece proceder a la actualización material; pero en ese caso preciso hay una dificultad especial: cuando se considera la idea de una cosa, la de «rosa» por ejemplo, la representación se apoya sobre palabras o bien aún sobre la realidad sensible que sirve de soporte a la idea; pero cuando se considera la idea de una palabra, no se le encuentra apoyo en la intuición, de una parte parece preceder a los sonidos actualizados que parecen reproducirla, por otra parte no es nada, en si misma, fuera de ellos. Por tanto no se la puede representar de una manera independiente, desde que se la considera aparece como transparente y lo que se percibe a través de ella es el objeto que designa. Es a lo que se llama signo. Pero nada de eso puede producirse en árabe, no hay vocales independientes, los -movimientos- no pueden ser disociados de las consonantes que -mueven-, ni en la realidad, ni en el pensamiento; la consonante movida que en árabe corresponde a la sílaba M espíritu, sólo puede ser actualizada. De ello resulta que la producción no tiene aquí la apariencia de una reproducción, la actualización de la «letra movida» precede a su idea y por otra parte, su idea no es mas que un trazo sonoro, su realidad reside verdaderamente en su actualización. A los niños arabófonos no se les enseña la «b» y la «a» y después su síntesis la «ba», se les enseña de entrada «ba», «bu», «bi»; la letra «b» no puede ser enseñada sino que se produce Inmediatamente sus tres actualizaciones principales. Pero el lector no debe traducir: «la existencia precede a la esencia», toda traducción hace reposar la comprensión sobre los principios de la civilización occidental y hace imposible la comunicación que queremos establecer; está claro que el vocablo árabe no tiene existencia, los sonidos producidos son efectos del esfuerzo y de la relación de los músculos del que habla. La actualización no es la existencia independiente de unos sonidos, los sonidos no son mas que la apariencia externa de un acto del sujeto hablante, o para expresamos de una manera más precisa, son el exterior de una manera demodularse del sujeto. Resulta de esto que el vocablo no es un signo, no designa nada exterior, es inmediatamente claro. Podría decirse que los vocablos árabes doblan el mundo exterior de un mundo interno inmediatamente provisto de sentidos, no se puede decir ni que signifiquen esencias ideales, ni que designen realidades materiales.

    Pero, he aquí, se dirá, que contradice la esencia misma del lenguaje: si la palabra se confunde con su realización, si no tiene otra existencia que su efectuación que es pasajera, ¿cómo se la puede reconocer?, ¿según qué esquema podemos reproducirla?, y finalmente ¿cómo podemos fijar una idea en sonidos que no han sido ellos mismos fijados? Para responder a estas cuestiones, observaremos que el artificio reproduce objetos fijados por la conciencia pero que la naturaleza adquiere la potencia de reproducir los objetos para la conciencia. El niño que aprende una recitación de memoria se contenta con repetirla, hasta el momento en que se toma la costumbre y las palabras se devanan solas sin que la conciencia tenga que intervenir, y las palabras se devanan tanto mejor cuando la fe en el nuevo poder adquirido es más grande y la tentación de hacer intervenir la conciencia más débil. Puede ser opuesta esta manera de aprender a la del adulto que fija relaciones, subraya proposiciones y da a su conciencia hilos conductores que le permitirán de forma inmediata reproducir materialmente un texto que su espíritu ha fijado con antelación. Se dirá que la recitación adquirida de esta última manera es fijada por la conciencia, pero la recitación adquirida de la primera manera es infraconsciente, ha sido fijada por la vida misma que puede desarrollarla bajo la mirada de la conciencia; reencontramos aquí ese poder miste­rioso de la vida de existir en germen antes de desarrollarse y actualizarse. Diremos que el vocablo árabe, exactamente como la recitación del niño, es fijado bajo la forma de una potencia que se desarrolla ella misma cada vez que la necesidad se hace sentir, que se reconoce porque se es capaz de desarrollarla, que lleva su sentido en sí misma porque su desarrollo es una manera de ser del sujeto.

Es hora ya de colocar ante los ojos del lector en un cuadro de conjunto los caracteres distintivos del vocablo realizado por la vocal y aquellos del vocablo animado por el «movimiento».

 

Lenguas occidentales

La vocal:

1- Por la vocal el objeto sonoro se separa del acto que lo produce.

2- Gracias a la vocal el objeto sonoro se instala bajo la mirada de la conciencia.

3- Por la vocal el vocablo se convierte en un signo transparente que designa un objeto exterior.

4- Por la vocal el signo parece tener una existencia ideal que sirve de esquema y modelo director a sus diferentes reproducciones.

 

Lengua árabe

El movimiento:

1- Por el movimiento el sonido y el acto son las dos caras indisociables de una misma realidad.

2- La conciencia kinestéca no se disocia de su objeto, pero ese objeto presenta su relieve hacia el exterior; el sentimiento de sí en el vocablo no excluye que ese vocablo tenga una cara exterior vuelta hacia el otro.

3- El vocablo movido es suficiente en sí mismo, no reenvía al mundo, lo dobla con una, realidad significante que le corresponde.

4- El vocablo movido no tiene existencia ideal, está fijado, no bajo la forma de un acto, sino de una potencia que, en lugar de implicar la conciencia, la precede.

 

Pero el lector atento ya ha percibido que cada uno de los cuatro caracteres enunciados implica los otros tres, puede que haya comenzado a entrever que la vocal es un artificio muy ingenioso por el cual la conciencia se convierte en productora y dominadora del lenguaje que en otros sistemas le daba nacimiento. Pero lo que ha sido considerado en este primer capítulo es la inversión del signo vocalizado al vocablo animado, veremos en los capítulos que siguen que esa inversión es un fenómeno importante que supone otros artificios.