La palabra árabe

MONSEF CHELLI

 

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Filosofía del lenguaje

    Hemos de comenzar este trabajo con un meticuloso análisis de la lengua árabe; ello no supondría ningún problema, si fuese dirigido a lingüistas o arabistas de forma exclusiva, pero se trata aquí de filosofía. Profundizar en la revolución copernicana, proporcionar a cada uno mayor sentido de sí mismo, mayor conciencia de lo que es, tal es nuestro objetivo, y ello ha sido siempre el sentido de la filosofía: impulsar hacia adelante la aventura del conocimiento, instaurar la armonía entre los hombres, atenuando el recelo hacia lo extraño que Platón atribuye a los perros de guardia. Pero, ¿es necesario explorar lenguas desconocidas para proseguir la obra filosófica? Nuestra reflexión no es una moda. No practicamos esa lingüística que permite a tantos literatos entregarse de buena gana y escoger una disciplina cuya materia es fácil de delimitar. Tampoco se trata de los métodos científicos que se aplican a una realidad creando la ilusión de haber sido definida antes que ellos. Creemos por nuestra parte que si el cientifismo invade las letras pronto no habrá más letras; el manejo creativo del lenguaje supera el método porque lo engendra.

        Estamos realmente obligados a analizar la lengua árabe porque muchas de las afirmaciones que se aceptan como verdaderas destilan evidencias inmediatas propias de las lenguas occidentales. Nuestro propósito no es enseñar la lengua árabe, sino simplemente llamar la atención sobre la misma lengua que practica el lector, y demostrar que el pensamiento y la estructura del yo están condicionadas por características demasiado evidentes para ser sustituidas. Pedimos al lector la necesaria atención a las maneras extrañas e inéditas para él, que le permitirán reflexionar sobre aquello a lo que no atiende en su lengua y que reencuentra, desgraciadamente, en consecuencias y conclusiones lejanas a su análisis bajo las formas engañosas de una verdad independiente de la palabra, cuando se trata de premisas de una cierta manera de hablar. No dudamos que Kant hubiera utilizado este método si hubiera sabido una lengua perteneciente a un sistema diferente al suyo, en la que hubiese podido pensar inmediatamente; en efecto, no se puede llevar a su término el proyecto de crítica de la razón sin esta condición. Pero este trabajo se dirige también al lector árabe que percibirá cómo la lengua puede pesar sobre su pensamiento y actividad, pudiendo deducir de ello métodos más seguros para aclimatarse a un mundo y a una ciencia radicalmente diferentes a los de Avicena.

    Es preciso prevenir al lector sobre una de las conclusiones que avanzamos. No entendemos que el lenguaje sea un instrumento entre el sujeto y el mundo. Kant tenía razón al creer que el mundo está dado, pero es falso que sea dado por el sujeto; mejor seguir a Valéry en su profunda -Introducción al método de Leonardo de Vinci-, y debiéramos creer que el momento en que el mundo comienza a ser dado, el sujeto aún no ha emergido, para nosotros no es buena la fórmula: -el espíritu conforma al mundo», sino más bien: -el espíritu toma forma conformando el mundo-. La conformación de cada lengua por el genio de la vida, he aquí la operación primera por la que la animalidad estalla poco a poco en la luz de lo humano. No sabríamos hablar de la persona y del mundo, como nos proponemos hacer, sin estudiar en primer lugar el lenguaje que está en el origen de la escisión sujeto-mundo que caracteriza al animal humano. Una lengua no se deduce a partir de las necesidades o el ideal de los sujetos que la hablan, sino que las formas que toman la necesidad y el ideal se deducen de la estructura que las circunstancias, el azar y la libre fantasía creadora han dado a una lengua.

    Vemos, pues, que no es a la ligera que pedimos al lector que nos siga en la exploración del lenguaje árabe; la filosofía ha realizado todo el desarrollo del que es susceptible en el cuadro de la creencia en la transparencia del lenguaje y la independencia del sujeto hablante en relación a él, pero pensamos que es capaz de conocer un retoño de vitalidad por poco que salga de ese cuadro. En lugar de dejamos arrebatar por el señuelo del sujeto necesario que utiliza el lenguaje para servir sus diferentes necesidades, debemos ahora considerar el sujeto pensante como una finalidad de la vida realizada por medio del lenguaje. De esta manera, esperamos no solamente abrir nuevos campos de investigación para la filosofía, sino también contribuir a eliminar uno de los motivos de mala inteligencia y animosidad más frecuentes entre los pueblos y una de las raíces más profundas del racismo, una raíz consubstancial al tema y cuyos signos hemos tenido frecuentemente la amargura de reconocer en hombres muy tolerantes y muy abiertos, e incluso a veces en hombres que han

hecho mucho en la lucha contra el racismo.

    Si algo ha impresionado a los biólogos es la riqueza de la vida que no se detiene en sus formas mas logradas, las más duraderas; mas bien se comporta como si la multiplicidad fuese un bien en sí misma. Si ciertamente las lenguas son una obra de la vida, puede esperarse de ella que multiplique los géneros y las especies y prosiga infatigablemente en el seno de cada género sus tanteos, sus progresos y sus mutaciones. Cada especie se presentará como una totalidad equilibrada donde el todo precede a las partes, donde cada detalle, por minucioso que sea, se explica en función de una conformación de conjunto. Por ello es difícil comparar esas totalidades: la diferencia entre los elementos no tiene significación más que en tanto cada elemento con sus características diferenciales es representativo de un todo en el que se integra; en cuanto a la diferencia de las totalidades no ofrece asidero al análisis mas que si se la considera a partir de los detalles sucesivamente comparados.

        La comparación de la lengua árabe con las lenguas occidentales presenta para nosotros la misma dificultad. Se trata de conjuntos orgánicos que no tienen interés para este estudio, mas que en tanto funcionan para dar nacimiento a una representación homogénea de la personalidad y a una forma de actitud viable, no obstante debemos emprender la comparación a partir de un cierto número de elementos particularmente característicos. Tomaremos, pues, la precaución de apuntar hacia la totalidad a través de cada una de las comparaciones elementales, desbordar las diferencias que hemos escogido para mostrar que suponen o implican otras diferencias, finalmente recortar sus diferencias entre ellas para mostrar que se implican mutuamente.

        Por otra parte se comprenderá fácilmente que esta investigación y esta puesta en evidencia del carácter orgánico sea preciosa para nosotros, pues permite al lector no especializado, que nos presta confianza por los hechos mismos, ejercer su espíritu crítico y verificar la consistencia de lo que avanzamos; nos permite, por otra parte, verificar que no nos desviamos de nuestro proyecto y que no dejamos curso libre a una fantasía pronta a sustituir con sus problemas aquellos que la sobrepasan, a reflexionar sobre el sí constituido y familiar más que sobre las condiciones que la desbordan y de la que han formado la representación.