La palabra árabe

MONSEF CHELLI

 

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Un proyecto filosófico

        Pero muchos me han hecho observar que esas experiencias no pueden dar nacimiento a ninguna obra, que es necesario que las andaduras del espíritu se hagan de una manera sistemática en el seno de un elemento unívoco. me predijeron que sin lugar a dudas ese trabajo no se haría. A decir verdad, sus argumentos no deben ser tomados a la ligera: una composición musical no tiene valor más que por el conjunto que le da su singularidad y su sentido, una obra literaria no significa nada más que por referencias a una totalidad sin la que permanecería muda. Parece pues que nada se puede decir con coherencia si no se refiere a un conjunto fijo y bien definido. A estas observaciones vinieron a añadirse críticas más graves: mi andadura revelaría un orgullo insensato que no acepta la limitación del espíritu y se lanzaría en la tentativa desmesurada y contradictoria de engendrar, por la sola fuerza del espíri­tu, el fundamento que forja a todas las actividades del espíritu la base a partir de la cual pueden desplegarse y encontrar su eficacia.

        En todo aquello hay equívocos que es necesario hacer desaparecer; es necesario para ello precisar aquí por qué y cómo este trabajo será hecho.

 

¿Por qué?

        Es en primer lugar un proyecto filosófico, pero ese proyecto nada tiene de desmesurado o contradictorio. Creo que la desmesura se encuentra más bien del lado de quienes, por el simple hecho de haber nacido en un sistema, no titubean en postular su universalidad y su veracidad, no suponiendo que pueda contener artificios, y que sus éxitos provisionales tiendan a veces a los mismos errores donde se ven abocados aquellos que lo practican. Este trabajo no pretende que lo original dependa de la voluntad, no emprende desmontar el elemento de una espiritualidad más que apoyándose en otro elemento que, como el primero, proceda de una manera de ser espíritu y la fundamente. Pero ni en un caso ni en el otro, se trata de ocultar lo original de un insondable misterio y rehusar la búsqueda que permita penetrar el juego al que se nos compromete desde todo nuestro ser, dándolo por único y necesario. Sólo tiene un medio la filosofía para salir del atolladero donde se encuentra, y es que rehúsa jugar al juego del lenguaje antes de saber en qué consiste y de pensarlo antes de pensar por él. Y por ello se trata de saber a dónde vamos, de rechazar las barreras que las ideologías elevan entre los hombres y que los dirigen los unos contra los otros, de rechazar las ilusiones que fueron al principio fecundas pero que, llevadas al extremo, amenazan conducir a un destino trágico.

        Lejos está este trabajo de negar el lazo entre una obra y las operaciones generales que le sirven de fundamento y soporte, la meta que se propone es al contrario poner en evidencia el nexo que existe entre las obras que una cultura y las operaciones fundamentales sobre las cuales reposan. Es el tipo de trayectoria intelectual que todavía no ha sido inaugurada en el dominio de las letras pero que ya es banal para los físicos y los matemáticos. Desde la relatividad, el físico no se contenta más con estudiar un fenómeno, le inquieta el universo al que pertenece pues se ha acabado la época donde se dejaba llevar por la evidencia ingenua de un universo único donde todo tiene lugar. Del mismo modo el matemático que estudia hoy una relación la sitúa siempre en un conjunto y sabe que no puede acumular todas las propiedades que tendría en un conjunto y la estructura que otra le conferiría.

        Pero el plano fundamental donde la energía vital toma forma es difícil de alcanzar, no pertenece al mundo de los objetos y se sitúa del lado del sujeto, está del lado del que percibe y no de la cosa percibida. No es cuestión de analizar los efectos de la acción para remontarse a la dinámica del actor, es este método la causa de los análisis erróneos: en efecto, un objeto fijado se recorta siempre según la intención del análisis y allí ya no se encuentra sino lo que se ha puesto. No resta sino una vía que permite superar las intuiciones personales de aquellos que son internos a dos civilizaciones, y es el análisis del lenguaje. Pero el lenguaje, incluso el primitivo, sólo nos es de utilidad aquí con la condición de ser tomado únicamente a nivel sujeto, es decir, se trata para nosotros de evitar cuidadosamente el método de los antropólogos en el que la finalidad consiste en enriquecer una cultura considerada como centro, asimilando todo lo posible de otra cultura; queremos, tomando el contrapié de este método, alcanzar esa otra cultura en lo que tiene de inasimilable y por tanto de radicalmente diferente.

        El análisis del lenguaje nos ofrece inmediatamente un asidero sobre la estructura de la acción. El animal no actúa pues vive la situación sin ponerla en relación con el curso del tiempo. Si retiene algo del pasado en sus movimientos y sus impulsos es para utilizarlo en las situaciones discontinuas que se presentan. El pasado está aquí al servicio del presente, los hábitos adquiridos se concentran en el momento para procurar al animal más seguridad y posibilidades de sobrevivir cuando el peligro se presenta. El hombre, al contrario, vive siempre la situación presente en función de un todo más largo que depende a veces de la envergadura de la personalidad: la empresa presente, la duración de la vida, la temporalidad histórica donde se desarrolla la vida de las naciones. Pero si no hay acción humana sin la posibilidad de integrar las situaciones en totalidades más vastas, resulta de ello que la acción está subordinada al lenguaje, pues sólo la presencia de palabras en la conciencia puede permitirle religar el uhic et nunc a una totalidad más vasta y organizarla de tal manera que sea posible no desviarse de la meta que se ha fijado. Tomar conciencia de la situación presente, decidir la manera de la que se podrá partir o por la que se evitará los inconvenientes, es religarla a un conjunto donde la idea debe ser puesta presente por palabras.

        Puede ser que no se esté de acuerdo inmediatamente en este punto, pero es que no se es atento a que una real toma de conciencia implica ya la superación del -hic et nunc, implica que las cosas sean apreciadas, y no pueden serlo más que en función unas de otras, de tal manera que la presencia, incluso potencial de la palabra que nombra una cosa, es la reintegración de esa cosa en un sistema de conjunto donde tiene, igualmente que la palabra misma, un valor sin el cual no puede ser objeto de conciencia.