Historias de sufíes

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1. Sidi Ahmad al-Mubarak contó lo siguiente:

 

Mi maestro comía pétalos de clavel a causa de una dolencia que sentía en el pecho, y su aliento siempre estaba perfumado por el agradable olor del clavel. De día, cuando estaba con él, solía llegarme el perfume cuando me hablaba. Pero empecé a sentirlo de noche, cuando estaba en mi casa. Yo cerraba las puertas, y él estaba en su casa, en otro barrio de Fez, y yo en la mía, pero el perfume seguía llegándome a intervalos, como si respirara a mi lado. Desperté a mi mujer, y se lo conté. Ella sentía una gran estima por mi shayj, al igual que él la apreciaba.

Eso continuó así durante muchos días, hasta que una vez me decidí y le dije: “Tu perfume nos visita cada noche, y lo respiramos. ¿Es que estás con nosotros?”. Y él me respondió que sí. Bromeando, le dije: “Pues perseguiré el perfume hasta atraparte”. Siguiéndome la broma, me respondió: “Me esconderé por los rincones de tu casa”. En otra ocasión le recordé el mismo asunto, y entonces me dijo: “Sientes el perfume, pero ¿te llega el amor que siento por ti?”.

 

 

 2- Se ha contado de Sîdî Dzû n-Nûn el Egipcio que dijo:

 

En cierta ocasión, cogí un barco para viajar por mar, y con nosotros embarcó un joven de rostro resplandeciente. Cuando llegamos al centro del mar, el dueño de la embarcación echó en falta una bolsa en la que había dejado su dinero. Registró a todos los que estaban en la embarcación, sin éxito, y cuando le llegó el turno al joven para registrarle, estando ya todos seguros de que él había sido el ladrón, éste saltó de la embarcación y se sentó sobre el mar. Las olas se levantaron para él a modo de trono, mientras nosotros mirábamos desde el barco. Luego, dijo: “¡Oh, mi Dueño! Estos me acusan, y yo juro por Ti, oh Amado de mi corazón, para que ordenes a todas las bestias de este mar que saquen la cabeza llevando cada una de ellas en la boca una perla”.

Dzû n-Nûn el Egipcio dijo: No había acabado de hablar cuando vimos a las bestias del mar sacar sus cabezas teniendo cada una de ellas en su boca una perla que resplandecía y brillaba como el relámpago. Luego, el joven saltó de nuevo en el mar, y se puso a andar sin que sus pies se mojaran, mientras decía: “Sólo a Ti adoramos y sólo de Ti esperamos ayuda”, hasta que desapareció de mi vista.

Dzû n-Nûn el Egipcio dijo: Yo recordé entonces las palabras del Profeta cuando dijo: “En mi Nación siempre habrá treinta hombres cuyos corazones serán como el de Abraham. Cada vez que alguno de ellos muera, Allah lo reemplazará por otro”.

 

 

 3- El imam Abû l-Qâsim Ŷunayd contó:

 

         Un año de los pasados me decidí a emprender la peregrinación con el deseo de visitar la Casa de Allah en Meca y la tumba del Profeta en Medina. En el camino, escuché una voz que hablaba en versos que salían de un corazón triste.

         Ŷunayd dijo: Me dirigí hacia esa voz, y encontré a un joven que era como la luna. Al verme, me dijo: “Seas bienvenido, Ŷunayd”. Sus palabras me sorprendieron mucho, y le dije: “Amigo, ¿quién te ha enseñado mi nombre, si antes nunca me has visto?”. Él me respondió: “Nuestros espíritus se han encontrado en el reino de Allah, y el Viviente Que Nunca Muere me comunicó tu nombre”. Luego añadió: “Ŷunayd, cuando yo muera debes lavarme y envolverme en estas ropas mías a modo de sudario. Luego, sube a esa colina, y convoca a las gentes al salat. Allah se apiade de ti”.

         Y entonces el joven comenzó a sudar y sus lamentos se convirtieron en fuertes estertores. Aún me dijo: “Por Allah, Ŷunayd, cuando hayas acabado la peregrinación, dirígete a Bagdad, y busca el Adarve del Azafrán, y ahí pregunta por mi madre y por mi hijo, y diles que el extraño les envía sus saludos”. Al acabar sus palabras suspiró y murió, Allah se haya apiadado de él.

         Lamenté mucho su muerte, y sentí una gran pena. Lo lavé y lo envolví en el sudario tal como me dijo. Subí a la colina y llamé a al salat por un extraño. Y he aquí que apareció un grupo de personas que acudieron procedentes de lugares remotos atravesando profundos barrancos, y eran como lunas. Hicimos el salat de los difuntos por él y lo enterramos. Yo me marché con el corazón roto.

         Cuando acabé la peregrinación, me encaminé hacia Bagdad, y pregunté por el adarve que me había indicado el joven. Cuando entré en el adarve, me encontré con unos niños jugando. Uno de ellos, muy pequeño, se levantó y vino hacia mí. Era de rostro hermoso y lengua elocuente, y me dijo: “Ŷunayd, ¿vienes a informarnos de la muerte de mi padre?”. Me sorprendieron las palabras del niño y la agudeza de su penetración mística. Después de esas primeras palabras, me saludó, me tomó de la mano y me llevó a su casa. Él llamó a la puerta, y he aquí que la abrió una anciana con rostro bondadoso y aspecto espiritual. Me saludó mientras lloraba, con el corazón triste, y me dijo: “Ŷunayd, ¿dónde ha muerto mi hijo, el frescor de mis ojos? ¿Ha muerto en la llanura de 'Arafa?”. Le dije: “No”. Me volvió a preguntar: “¿Ha muerto en el valle de Mina?”. De nuevo le respondí que no. Me preguntó si había muerto en Muzdalifa, y le dije que tampoco había muerto ahí. Por último, me dijo: “¿Ha muerto en el desierto, bajo un árbol de Gaylán?”. Entonces le dije que sí. Ella gritó con una fuerza sorprendente, y exclamó: “¡Hijo mío! Ni te ha dejado llegar a Su Casa ni te ha dejado con nosotros”. Fue entonces cuando suspiró profundamente y su vida se separó de su cuerpo y abandonó este mundo, Allah se haya apiadado de ella.

         Ŷunayd miró al niño que estaba a su lado, y el niño miró al cielo, y dijo: “Allah, Señor y Dueño de mi vida, ni me has llevado con mi padre ni me has dejado con mi abuela. Allah, júntame ahora con ellos”. Y también él suspiró profundamente y murió. Allah se haya apiadado de todos ellos.

Ŷunayd contó: Los lavé a los dos, los envolví en un sudario y los enterré. Allah se haya apiadado de ellos.

 

 

 4- ‘Uzman al-Ŷurŷani contó lo siguiente:

 

         Salí de Kufa en dirección hacia Basora, y en el camino vi a una mujer anciana que llevaba una túnica de lana y un pañuelo hecho de pelo de cabra. Caminaba y a la vez decía: “Allah, qué largo es el camino para quien no tiene guía y qué solitario para quien no tiene compañía”.

         ‘Uzman dijo: Me acerqué a ella, la saludé y ella me devolvió el saludo, y me preguntó: “¿Quién eres tú, Allah se apiade de ti?” Le dije mi nombre, y ella añadió: “Allah te salude, ‘Uzman. ¿A dónde vas?”. Yo le respondí: “Voy hasta Basora a recoger algo que necesito”. Y ella me dijo: “¿Por qué no has enviado un mensaje al que tiene lo que necesitas para que te lo envíe, y así no te fatigarías?”. Le dije: “No tengo la suficiente confianza con esa persona para pedirle tal favor”. Y volvió a preguntarme: “¿Qué te impide tener esa confianza?”. Y yo le dije: “Mis muchas faltas”. Entonces, ella me reprendió diciendo: “Muy mal está lo que haces. Si estrecharas lazos con esa persona y te aferraras a la confianza, satisfaría tus necesidades  sin que tuvieras que molestarte”.

         ‘Uzman dijo: Cuando escuché sus palabras, me puse a llorar, y le dije: “Quiero que implores por mí”. Y ella dijo: “Que Allah te ayude a obedecerle y te aparte de desobedecerle”. Cuando me decidí a partir de nuevo, saqué de mi bolsillo unos dirhams de plata que llevaba y los dividí en dos montones, y le dije: “Coge este dinero, para que te sirvan de ayuda”. Ella me dijo: “’Uzman, ¿cómo has conseguido estos dirhams de plata?”. Yo le conté: “Subo a las montañas, recojo leña y cargo con ella hasta el zoco y se la vendo a los musulmanes, y con ello cubro mis gastos”.

Entonces, ella me dijo: “Bueno es lo que se gana honradamente. El mejor alimento del hombre está en lo que gana con su diestra. Pero, ‘Uzman, si mejoraras tu relación con el Majestuoso y te apoyaras en Él, Él se haría cargo de ti y te evitaría tener que cargar leña. Si quieres, te puedo mostrar cómo es mi relación con mi Señor, que está construida sobre la sinceridad”. Entonces extendió sus manos y murmuró algo con sus labios, y he aquí que sus manos estaban llenas de dinares de oro, y me dijo: “Coge tú de este dinero. ‘Uzman, te lo juro por Allah, ningún rey ni ningún sultán han puesto sus sellos en él. Si amas a tu Verdadero Señor, te evitará depender de los hombres. Él sería suficiente para ti”.

         Entonces, se fue y desapareció. Allah nos haga encontrar el provecho que hay en las personas como ella.

 

 

5- El imam ash-Sha‘rani ha contado lo que sigue:

 

         El maestro Husayn Abû Ali, que Allah se haya apiadado de él, era uno de los perfectos. Tenía el control sobre los círculos de los awliyas y gobernaba a los seres de fuego y humo. Era capaz de convertirse en lo que quisiera, y en cada ocasión era una cosa distinta. Podías entrar en su habitación y encontrar que era un guerrero, o bien un león, o bien un elefante, o bien se había convertido en un niño, y así.

         Estuvo cuarenta años encerrado en una celda que había construido para su retiro espiritual. Esa celda sólo tenía una pequeña apertura para que entrara el aire. Llegó a ser capaz de coger polvo del suelo y entregarlo a la gente convertido en oro o plata. Quien no lo conocía creía que era un mago o un alquimista. Cuando empezó a construir su gran escuela en la que quería reunir a los discípulos que acudían constantemente a él, sus enemigos dijeron: “Esas grandes riquezas que gasta en la construcción las ha sacado de sus prácticas de brujería”. Los enviados se reunieron y tramaron para matar al anciano. Contrataron a unos asesinos que asaltaron su casa de noche, entraron en su habitación y lo despedazaron con sus espadas. Cogieron los trozos de su cuerpo, y los arrojaron al río. Los asesinos cobraron mil dinares por el crimen.

         Pero al día siguiente, los enviados y los asesinos toparon con el anciano sentado en la plaza, delante de la mezquita. El anciano les dijo: “Anoche os engañó la luna”.

 

 

6- Se ha contado lo siguiente:

 

         Ali al-Mahalli era uno de los hombres de Allah. Vendía pescado, sandías, dátiles, jazmín y rosas. Cuando venía a su tienda un pobre buscando que le diera algo de comer, le decía: “Págame lo que puedas, ¿tienes algo de cobre?”. Cuando le traía el cobre, le decía: “Derrítelo en el fuego”. Cuando el pobre lo hacía, el wali echaba sobre el cobre derretido un poco de tierra y decía: “Con el Nombre de Allah”, y lo removía, y he aquí que se convertía en una moneda de oro.

         El juez de la ciudad tuvo celos de él y quiso encarcelarlo. Lo llamó y empezó a preguntarle y a acusarle. Entonces, Sidi Ali sopló sobre el juez, y éste cayó muerto. Sidi Ali dijo: “¿Hay algo que sea capaz de arreglar la sal cuando la sal está podrida?”.

 

  

7- ‘Abd Allah al-Qurshi, Allah se haya apiadado de él, dijo:

 

         Yo era compañero de Ibrahim ibn Adham, y solíamos viajar juntos. Una vez, nos dirigimos a Arabia, y estuvimos durante tres días caminando por el desierto sin probar bocado. Le dije: “¿Sabes qué hambre tengo?”. Entonces, él dirigió la mirada al cielo y al punto cayó sobre mi regazo una hogaza de pan. Ibrahim me dijo: “¡Come!”. Comí solo la mitad y me sentí saciado.

         Continuamos el viaje, hasta que pasamos junto a una caravana que estaba siendo atacada por un león. Inmediatamente, Ibrahim fue hacia donde estaba la fiera, y le gritó: “León, si es que se te ha ordenado ir a por ellos, ve y cumple tu misión. Pero si no es así, retírate inmediatamente”. Y entonces el león volvió la espalda y se fue huyendo por donde había venido. La gente de la caravana se acercó a Ibrahim, y le dijeron. “Señor, implora por nosotros. Este viaje nos aterroriza”. Él les dijo: “Implorad vosotros diciendo: Allah, vigílanos con Tu Ojo que no duerme, protégenos con Tu Cuidado que no cesa. Apiádate de nosotros con Tu Poder sobre nosotros. No nos destruyas, Tú eres nuestra esperanza”.

‘Abd Allah dijo: Más adelante, me encontré con uno de los hombres que iban en la caravana, que me dijo: “Te lo juro por Allah, recitamos la invocación que nos enseñó el anciano, y no volvimos a ver un peligro en todo el viaje”.

         ‘Abd Allah dijo: En otra ocasión, subimos a un barco, y cuando estuvimos en alta mar comenzó una violenta tormenta. Las olas golpeaban violentamente la embarcación y el pánico se apodero de los pasajeros, que empezaron a gritar y a llorar por temor a ahogarse. Yo les dije: “Con nosotros va un anciano, un wali con el que me ha ocurrido tal cosa y tal otra. Pedidle que ruegue a Allah por vosotros”. Fueron a donde estaba él, en un extremo del barco, tranquilamente dormido, con la cabeza envuelta por su turbante, y lo despertaron, y le dijeron: “Señor, mira en qué situación nos encontramos. Estamos a punto de hundirnos y ahogarnos”. Entonces, Ibrahim ibn Adham levantó su mirada al cielo, y exclamó: “Señor, nos has mostrado Tu Poder y Tu Fuerza. Muéstranos ahora Tu Bondad y Tu Belleza”. No hubo acabado sus palabras cuando los vientos se calmaron y se tranquilizaron las olas, y el barco empezó a deslizarse con suavidad sobre la superficie del mar.

          ‘Abd Allah dijo: En otra ocasión, durante un viaje, volví a sentir hambre y me quejé a él. Entonces, cogió su cesto y se acercó a una encina y volvió de ella trayendo unos dátiles de los que comí. Jamás en mi vida he probado nada más sabroso ni dulce. Y por la  noche, me quejé a él de la sed que sentía. Él se levantó y me dijo: “¡Bebe!, y del cielo vi que pendía un cubo lleno de un agua exquisita. Jamás he vuelto a beber nada parecido. Los días siguientes pude ayunar, sin sentir hambre ni sed, a pesar de sol abrasador y de la dureza del camino.

         ‘Abd Allah dijo: Todo ello era el fruto de su “báraka”. Allah bendiga a esos hombres que han vaciado por completo sus corazones para que en ellos sólo esté Aquél al que aman. El poeta ha dicho: “Son hombres en constante vigilia. Para ellos son dulces la pasión, el llanto y la meditación. Son estrellas que guían. En la noche se encuentran con Aquél al que conocen. Si los miras, descubrirás que son príncipes. Sus corazones están ocupados en su Señor, no hay en ellos espacio para otra cosa. Sus corazones, en todo momento, al amanecer y al atardecer, están sujetos a las inspiraciones que les llegan, yendo de la pasión a la angustia. En Presencia de su Señor, los atormentan los pasos que dan en el mundo, que siempre parecen apartarlos del Uno, y dicen: Reconozco mi error, ¡perdónamelo!; despliega sobre mí el manto de Tu generosidad, no dejes que oiga otra voz que la Tuya; no me apartes, que sólo vea Tu faz. Vuelvo de nuevo a Ti, acógeme. Dueño mío, a tus puertas estoy, acepta mi disculpa. No defraudes mi esperanza, satisface mi necesidad de Ti. Hazlo todo en mí, en la intercesión de tu Amado, el Elegido, el Señor de los Mensajeros, el Profeta, el que está por encima de los ángeles, el más cercano a Ti, aquél por cuyo amor haces descender lluvia del cielo y permites que  las plantas crezcan. Condúceme por su lado mientras lo bendices y lo colmas de paz”.

        

 

 8- ‘Abd ar-Rahman ibn Ŷa‘far contó lo que sigue:

 

         Yo vivía en Basora y hacía los cinco salat diarios  en una mezquita próxima. Esa mezquita era conocida como “la de los leñadores”. En ella había un imam magrebí, llamado Abû Sa‘îd que era reputado por su bondad, su sabiduría y su espiritualidad. Daba charlas en la mezquita después del salat del amanecer, pero nadie entendía sus palabras.

         Un cierto año, salí con la intención de realizar la peregrinación a Meca. Era un año muy caluroso. Una noche, me quedé dormido algo alejado de mis compañeros de caravana, y me desperté tarde. Cuando me quise dar cuenta, ya habían partido, no se percataron de mi ausencia y me dejaron atrás. Salió un sol abrasador, y yo no sabía hacia dónde dirigirme. Levanté la mirada hacia el cielo, y dije: “Allah y Señor mío, hasta aquí me has hecho llegar y ahora me impides llegar a Tu Casa. ¿Por qué no habrías de ayudarme a llegar a Ella?”. Y continué el camino en la dirección que mejor me parecía.

&nbsr;        El calor se hacía cada vez más intenso, y se apoderó de mí la sed. Cada vez se me hacía más difícil avanzar. Desanimado y exhausto, me tumbé sobre una duna de arena, a la espera de la muerte. Así estaba cuando escuché la voz de una persona que me llamaba por mi nombre. Me levanté y miré, y he aquí que distinguí la figura de Abû Sa‘îd, el anciano magrebí que ejercía como imam de la mezquita que frecuentaba en Basora.

         Le dirigí el saludo y él me saludó, y luego me dio una hogaza de pan caliente, y luego me acercó una vasija con agua fresca y dulce, más fría que la nieve, más sabrosa que la leche y más dulce que la miel. Bebí y me lavé la cara, y la vida volvió a fluir por mi cuerpo. Luego, el anciano me dijo: “Ven, ‘Abd ar-Rahman, sígueme”. Me alegré al oír sus palabras, y me condujo a un lugar, miró hacia mí y me dijo: “Quédate aquí, pues dentro de tres días, tu caravana regresará a recogerte”. Me dio otra hogaza de pan, y se fue.

         Y así estuve durante tres días. Cada vez que sentía hambre, daba un bocado a la hogaza de pan y me sentía saciado. El pan me duró tres días, hasta que apareció la caravana y volví a reunirme con mis compañeros, que se alegraron de verme y se sorprendieron de encontrarme con vida.

         ‘Abd ar-Rahman ibn Ŷa‘far dijo: Una vez llegados a Meca, salimos el día señalado hacia la llanura de 'Arafa. Allí volví a ver al anciano magrebí. Estaba sobre las rocas de la colina de la Misericordia, implorando a Allah. Esperé a que acabara, y cuando lo hice le saludé y me devolvió el saludo, y me dijo: “’Abd ar-Rahman, ¿necesitas algo?” Yo le dije: “Señor, necesito que hagas un dua por mí”. Así lo hizo; después bajamos de la colina, se marchó y ya no volví a verlo.

         ‘Abd ar-Rahman ibn Ŷa‘far dijo: Al acabar todos los ritos de la peregrinación, volví a Basora, y lo primero que hice fue dirigirme a la mezquita del imam Abû Sa‘îd. Ahí me lo encontré. Se levantó, vino a mí y me saludo efusivamente, apretándome con fuerza la mano, y entendí que debía guardar el secreto de nuestros encuentros. Así lo hice, y no comenté con nadie lo que me había sucedido. Cuando acabamos el salat, me dirigí al almuecín y le pregunté por la ausencia del imam durante los días de la peregrinación, ¿quién lo había sustituido? Él me juró que durante todo ese tiempo, el imam no había dejado de acudir para presidir los cinco salat diarios, que no había abandonado la mezquita en ningún momento, y que no había realizado la peregrinación ese año.

‘Abd ar-Rahman ibn Ŷa‘far dijo: Supe entonces que el imam Abû Sa‘îd era uno de los abdâl, uno de esas personas que son príncipes entre los hombres. Que Allah derrame sobre nosotros las bendiciones de los abdâl y responda a sus duas en nuestro favor tanto en esta vida como en la Otra Vida.

 

 

9- Uno de los íntimos de Allah contó lo que sigue:

 

         Vivía en nuestro barrio un hombre que era saqueador de tumbas. Era un ladrón que robaba los sudarios de lo difuntos y los vendía después en el zoco. Un día se enteró de que había muerto una mujer reputada por su espiritualidad, y acudió a su entierro. Entró en la mezquita del cementerio donde se celebraba un salat comunitario por ella y asistió atento, disimulando y haciendo lo que hacían todos los demás, para ver dónde la sepultaban.

         Cuando fue de noche, el saqueador de tumbas volvió al cementerio, buscó la tumba fresca y se puso a cavar hasta que dio con el cadáver. En ese momento, Allah le devolvió el habla a la mujer, y le dijo al ladrón: “¡Gloria a Allah! ¿Cómo puede un wali robar a una walia?”. El saqueador, después del estupor, y habiendo entendido sus palabras, le preguntó: “Que tú seas una walia, lo comprendo. ¿Pero qué quieres decir cuando me llamas wali a mí?”. Y ella le dijo: “Allah ha perdonado a todos los que han hecho el salat por mí hoy, y los ha declarado Sus Amigos Íntimos”.

         El ladrón salió huyendo del cementerio. Volvió a su casa, se purificó y pronunció su arrepentimiento. Desde ese día, no volvió a cometer fechorías, y se consagró a la devoción de Allah hasta el día de su muerte, al igual que hicieron todos los que asistieron a ese entierro.

 

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