HISTORIA DEL ISLAM

por Loli Soler

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LOS ABBASÍES

 

          La familia abbasí, descendía del tío del Profeta, Abbas y de su hijo Abdallah, uno de los primeros recitadores del Corán. Durante los cinco siglos que la dinastía permaneció en el poder, se sucedieron 37 califas, que por orden de antigüedad, fueron los siguientes:

          1º.- al-Saffah  2º.- al-Mansur.  3º.- al-Mahdi.  4º.- al-Hadi.  5º.-Harun al-rashid.  6º.- Amin.  7º.- al-Ma`mun.  8º.-  al-Mu`tasim.  9º.- al-Watiq.  10º.- al-Mutawakkil.  11º.- al-Muntasir.  12º.- al-Musta’in.  13º.- al-Mu`tazz.  14º.- al-Muhtadi.  15º.- al-Mu`tamid.  16º.- al-Mu`tadid.  17º.- al-Muktafi.  18º.- al-Muqtadir.  19º.- al-Qair.  20º.- al-Radi.  21º.- al-Muttaqi  22º.- al-Mustakfi.  23º.- al-Muti’.  24º.- al-Ta’i’.  25º.- al-Qadir.  26º.- al-Qa’im.  27º.- al-Muqtadi.  28º.- al-Mustazhir.  29º.- Mustarshid.  30º.- al-Rashid.  31º.- al-Muqtafi.  32º.- al-Mustanyid.  33º.- al-Mustadi.  34º.- al-Nasir.  35º.- al-Zahir.  36º.- al-Mustansir.  37º.- al-Musta`sim.       

 

Una vez conseguido el poder, los abbasíes convirtieron el califato en una monarquía absoluta, según la forma agraria tradicional y realizaron grandes cambios políticos de marcada influencia persa. Comenzaron trasladando la capital del califato desde Siria, donde estuvo en tiempo de los omeyas, a Irak. El primer califa la situó en Kufa, pero su sucesor Almansur que está considerado como el verdadero fundador de la dinastía, la trasladó a Mesopotamia, a la orilla occidental del río Tigris, cerca de las ruinas de Tesifonte. Allí constrwyó la ciudad que llamó Madinat as- Salam (ciudad de la paz), también llamada Bagdad.

Los califas abbasíes ostentaron la jefatura religiosa y política. Se rodearon de un gran ceremonial jerárquico que estaba supervisado por un chambelán. Volvieron a la teocracia de los primeros califas y se consideraron escogidos por Allah, no sólo para gobernar, sino también para dirigir la vida religiosa de los musulmanes. Presidían las oraciones del viernes por la tarde y a veces, en las batallas importantes, encabezaban el ejército.  Dejaron las labores de gobierno en manos de un visir. El visir, que tenía plenitud de poderes, presidía un consejo formado por los jefes de los distintos diwan o departamentos administrativos: El diwan al-harag que tenía a su cargo el erario del estado, administraba los ingresos recaudados por los impuestos y tasas a los que estaba sometido el califato. Durante el mandato abbasí, se generalizaron y gravaron los impuestos sobre los musulmcnes, que debían pagar el diezmo de sus cosechas y sobre el resto de la población que además pagaban una contribución territorial. También se gravaron las importaciones y  exportaciones, se impusieron tasas sobre algunos artículos y en algunas provincias se creó un impuesto de tránsito. Se creó el diwan al-nafaqat que regulaba los gastos de palacio y el diwan al-tawqid que se ocupaba de la correspondencia del califa.

El diwan al-barid, era el encargado de las comunicaciones oficiales y de la información secreta. Las rutas principales, además de la de la seda, eran las que llegaban hasta La Meca, a causa de la peregrinación anual, desde el Yemen, Iraq, Egipto y Siria.

El diwan al-surta, tenía a su cargo el mantenimiento del orden. En las ciudades un jefe de policías, el sahib al surta, estaba a cargo de los policías que mantenían el orden. En general, estos sahib destacaron por su crueldad y pocos escrúpulos. En las ciudades existía también la figura del almotacén (al-muhtasib) que se encargaba de la vigilancia de los mercados, contrastaba las pesas y medidas para prevenir fraudes, supervisaba la limpieza pública y controlaba la moralidad y religiosidad de los ciudadanos.

       En las provincias, la autoridad la ostentaba un gobernador y un superintendente que Gozaban de cierto grado de autonomía, pero ambos estaban controlados por el administrador de correos, que era el encargado de mandar información a los distintos departamentos administrativos residentes en Bagdad.

Los abbasíes establecieron un trato igualitario para toda la población, desaparecieron la distinción entre las castas, los privilegios y la nobleza hereditaria y cualquier súbdito, sin importar la clase social, podía alcanzar puestos de responsabilidad.

La importancia militar de las tribus árabes fue menguando y el ejército ya  no era popular y abierto a cualquier musulmán que deseara luchar para propagar su religión,  sino que se  formaron cuerpos de tropas en cada provincia, a la vez que se  organizaron unidades de tropas compuestas por esclavos. Se eliminaron las prerrogativas y las pensiones de los militares, que pasaron a cobrar un sueldo por sus servicios.

El soldado tenía su paga y la obligación de cuidar de su equipo y, en su caso, también de su montura.

En el ejército se formaron unidades con máquinas para derribar murallas y grupos de arqueros y de lanzallamas. La caballería estaba equipada con yermo, coraza, espadas y lanzas y los lanzallamas con ropas especiales.   

Los califas estaban sometidos a las normas de la Sari’a, sagrada ley del Islam. Habían llegado al poder ayudados por un movimiento religioso, insistieron en la observancia de los preceptos religiosos y se apoyaron en la religión para unir a los distintos elementos étnicos de la población. Al conjunto de todos los cambios llevados a cabo en el califato, los abbasíes los denominaron dawla (revolución de la fortuna).

El primer califa, Abul-Abbas, que gobernó con el nombre de al-Saffh, desde el 750/132 al 754/136, dedicó los cuatro años de mandato, a reprimir a los grupos que estaban descontentos con su nombramiento.

Le sucedió su hermano Abu Ya’far, Almansur, (754/136-775/158),  considerado el verdadero fundador de la dinastía abbasí. Una vez en el poder, tuvo que enfrentarse a la oposición de su tío Abd Allah, al que venció un ejército mandado por Abu-Muslim. Luego, ante el temor de nuevas revueltas, mandó encarcelar a varios de sus tíos y mandó matar a sus familiares y allegados. Receloso del poder que ostentaba Abu Muslim, que era un general que había contribuido con sus victorias a la llegada al poder de la dinastía abbasí y del propio Almansur, lo mandó ejecutar.

Los shiíes, que habían apoyado a los abbasíes, se sintieron engañados debido a la forma de gobierno de los califas y se revelaron, anulando el pacto firmado con los abbasíes. Almansur mandó tropas para sofocar el levantamiento y fueron sometidos, pereciendo en los enfrentamientos Muhammad, biznieto del Profeta, que se hizo fuerte en  Medina y su hermano Ibrahim, que se había sublevado en Basora.

Las tropas de Almansur, también lucharon contra los rebeldes bereberes y sostuvieron algunos enfrentamientos con los bizantinos.

Fue Almansur el que inició la organización de la administración. Se  encargó de la mejora de la agricultura y para garantizar el rendimiento de las tierras, emprendió grandes obras de modernización de los canales de riego.

Implantó el árabe como lengua oficial, mejoró la economía del país que alcanzó gran prosperidad. Protegió las letras y las ciencias, que florecieron durante su reinado.

Murió el califa cerca de Meca, durante la peregrinación, en el año 775/158.               

          Le sucedió su hijo al-Mahdi (775/158-785/168), que supo mantener y aumentar el rico y próspero califato que heredó de su padre. A Bagdad llegaban las rutas comerciales de oriente y occidente, tanto por tierra como por mar. Continuó la organización administrativa iniciada por su padre. Se mejoró la industria alimenticia y la textil y se construyeron mejores viviendas.

          Los bizantinos aprovechando las luchas internas, desde los inicios del califato abbasí, fueron apoderándose de Siria y al-Mahdi envió tropas al mando de su hijo Harun, que los hizo retroceder y obligó a la emperatriz Irene a firmar la paz y a pagar un tributo anual.

          En el Hurasán, no se consolidaba el Islam, sus habitantes ligaban ideas de otras civilizaciones, con  la nueva religión y el guerrero al-Muqanna, con el deseo de revivir en la zona los ideales persas, se enfrentó a los abbasíes, llegando a conquistar toda la Transoxiana. Los ejércitos del califa lograron vencerle y al-Muqanna, se quitó la vida.

          Al-Mahdi, quiso que le sucediera su hijo menor Harún, pero Musa, su primogénito, no estaba de acuerdo y se enfrentó a su padre. Murió el califa cuando, al frente de un ejército, se dirigía a convencer a su hijo de su decisión sucesoria.

          Tras la muerte de al-Mahdi, le sucedió su primogénito Musa al-Hadi, que tenía la intención de nombrar heredero a su hijo, excluyendo así a su hermano Harún de los derechos dinásticos, pero murió antes de poder llevar a cabo sus deseos. Se cree que fue víctima de un complot urdido por su madre y su hermano.

          Le sucedió pues, su hermano Harún que gobernó desde el 786/170 al 809/189, con el nombre de Harún al-Rashid.

          Durante su reinado, se consolidaron los cambios llevados a cabo por los califas anteriores, tanto en la administración como en el ejército. Se rodeó de gran lujo y boato y se distanció de sus súbditos. Se autodenominó “la sombra de Allah en la tierra” y para demostrar que tenía poder sobre la vida y la muerte, siempre le acompañaba un verdugo.

          Tuvo el califa que hacer frente a varias rebeliones: Los hariyíes, tomaron por dos veces Mosul, pero fueron sometidos y el califa mandó derribar las murallas que la rodeaban.

          El emperador bizantino Nicéforo, rehusó pagar el tributo impuesto por los abbasíes a la emperatriz Irene y tuvo que ser obligado por las armas a cumplir el compromiso.

          Los bereberes volvían a rebelarse en Ifriqiya. Un rebelde llamado Idris, fundó en Fez el reino independiente de los idrisitas. Allá se dirigió un ejército al mando de Ibrahim al-Aglab, que se sublevó en Túnez y fundó la

 Dinastía de los Aglabitas, con su capital en Cairwán.

          La mayoría de las revueltas se sofocaron con gran contundencia, por lo que el pueblo comprendió que la oposición al régimen abbasí era inútil y el califato gozó de una relativa calma y de éxitos políticos, económicos y culturales.

          Durante el mandato de Harún al-Rashid, se vivió un gran renacimiento cultural. Florecieron la poesía, la crítica literaria, la filosofía, la medicina, la astrología y las matemáticas. Se hicieron traducciones al árabe de textos griegos, persas y siríacos, de filosofía y de medicina y los árabes, basándose en esos conocimientos, realizaron grandes descubrimientos científicos. También alcanzaron gran auge, la industria y el comercio.

          Desde los inicios del Islam, cada ciudad había desarrollado su propia ley (fiq), pero con la conversión al Islam de los pueblos conquistados y ante la  magnitud del califato, se consideró la necesidad de unificar el fiq. El califa apoyó y fomentó su estudio. Se favoreció a los ulemas, (doctores de la ley musulmana) y los cadíes (jueces civiles), recibieron mayor formación. En Medina, Malik ibn Anas, recopiló el derecho consuetudinario y la práctica religiosa de la ciudad, en una obra que llamó al-Mutawata (el camino allanado) y sus discípulos crearon la escuela Malikí, donde desarrollaron sus teorías.

          Un compañero de Malik, Muhammad ibn Idris al-Shafii, consideraba que el fiq no se podía basar sólo en la práctica de Medina. Para él, debía basarse en cuatro pilares: el Corán, la sunna, las qiyas (analogías) y la ichma (el consenso de todos los musulmanes). Estas teorías animaron a otros a estudiar e interpretar los hadices. Todas estas inquietudes contribuyeron a conseguir una homogeneidad en la vida religiosa del califato, basada en la sari’a, ley sagrada que estaba inspirada en la vida del Profeta. Había cuatro escuelas jurídicas reconocidas: hanifí, malikí, shafií y hambalí, que no se diferenciaban en lo esencial, `por lo que los musulmanes, generalmente seguían a la que prevalecía en su entorno.

          Pero la sari’a, rechazaba el proceder del califa, por considerarlo contrario a los principios islámicos. El Corán y la sari’a, consideraban la igualdad de todos los musulmanes, la obligación de proteger al débil y el respeto a las decisiones personales. No admitía ninguna institución ni autoridad religiosa que pudiese intervenir entre el individuo y Allah. Todos los musulmanes eran iguales ante Allah y no debía haber jerarquía clerical que actuara como intermediaria. Estas ideas entraban en conflicto con el califato y surgían   grupos que se sublevaban ante los abusos del califa.

          En los años del mandato de Harún al-Rashid, se vivió el inicio de la decadencia en el califato. Algunas provincias como Yfriqiya y Al Andalus, poco a poco, se fueron independizando. En Samarcanda se sublevó Rafi b Layt que en poco tiempo independizó la Transoxiana. En el Hurasán se sublevaron los hariyies y el propio califa al frente de un ejército acudió a sofocar la revuelta, pero murió antes de llegar. 

Dispuso Harún al-Rashid, que tras su muerte el califato se repartiese entre sus hijos. El primogénito, al-Amín gobernaría Iraq y las provincias occidentales, al-Ma’mun, se quedaría con las provincias orientales y al-Qasim, con Mesopotamia. Este último cedió su parte al primogénito Amín. Este reparto provocó el enfrentamiento entre los dos hermanos, en una guerra civil que duró cuatro años. Era la primera vez en la historia de Arabia, que se libraba una guerra que no tuviese motivación ideológica o religiosa, sino provocada simplemente por ambiciones personales.

          Al-Ma’mun, tras varias victorias conseguidas por su general Tahid, consiguió quedarse con todo el imperio y su hermano murió en la retirada.

          Gobernó al-Ma’mún desde el 813/198 al 833/218 y una vez en el poder, se rodeó de una guardia personal, formada por esclavos turcos venidos de más allá del río Uxus y convertidos al Islám. Para sofocar unas revueltas de jariyíes en el Hurasán, envió al oficial del ejército, Tahid y sofocada la revuelta, lo nombró gobernador de Hurasán. Supo gobernar Tahid con gran acierto y poco a poco, se fue independizando. A su muerte, lo sucedió su hijo que instauró en la zona en el 822/207,  la dinastía de los tahiríes.

          También tuvo el califa que hacer frente a las sublevaciones de shiíes en Kufa y Basora. En su empeño por evitar este tipo de revueltas, quiso ganarse la confianza de todos los grupos religiosos, pero favoreció a los mutazilíes, cuyas ideas coincidían con su talante intelectual. Esto provocó muchas tensiones, ya que los mutazilíes, persiguieron e hicieron encarcelar a destacadas personalidades de distintos movimientos religiosos. El arresto del imán Ahmad ibn Hambal, fundador del hambalismo, que se convirtió para muchos en un héroe, provocó muchas protestas.

          Al-Ma’mun, intentó poner fin a estos descontentos, renovando el pacto con los shiíes y nombrando al imán shií al-Rida, su heredero. No gustó en Bagdad esta decisión y el pueblo se sublevó y quiso nombrar califa a Ybrahim, hijo de al-Mahdi. Cuando el califa se dirigía a Bagdad para  sofocar la revuelta, murió Alí al-Rida, al que los shiíes consideran un mártir. En el lugar donde fue enterrado, nació una gran ciudad llamada Mashad. Entró  el califa en Bagdad sin encontrar resistencia.

Durante el califato de al-Ma’mun, continuó el progreso cultural, tanto en las letras como en las ciencias. En Bagdad desde los tiempos del Harun al-Rashid, existía una biblioteca para uso privado de los califas, en la que se guardaban valiosos textos de literatura e historia sasánida, llamada Casa de la Sabiduría (dar al hikman) que al-Ma’mun convirtió en una escuela de traductores y gracias a eso se salvaron muchos libros del mundo clásico.   Murió el califa cuando se dirigía a enfrentarse a los bizantinos y lo sucedió su hermano al-Mu’tasín.

Al-Mu’tasín gobernó desde el 833/218 al 842/227 y durante su califato, era evidente la decadencia del imperio abbasí. Aumentaron las rebeliones internas y la inseguridad. El califa que confiaba en la fidelidad de su guardia personal formada por esclavos turcos, escogió entre los soldados a sus jefes y oficiales. Esto provocó el descontento de la población de Bagdad y para evitar conflictos, cambió su lugar de residencia y se fue a Samarra. En esa ciudad, se construyeron magníficos edificios y dos amplias mezquitas.

La vida de lujo que llevaba el califa y los gastos derivados de las grandes edificaciones, producían apuros económicos que se solucionaban extorsionando a funcionarios, que se habían enriquecido fraudulentamente. Los soldados y jefes militares, casi todos turcos, reclamaban sus pagas y cada vez presentaban más exigencias, por lo que el gobierno y la vida del califa llegaron a depender de la tropa.  Algunos oficiales turcos (emires), se hicieron independientes y crearon pequeños estados.

Esta era la situación del califato que, tras la muerte de al-Mu’tasín, heredó su hijo al-Watiq en el año 842/227. Durante su califato, los turcos fueron aumentando su poder y tanto su guardia personal como el ejército, lo sometieron a sus exigencias, aumentando el clima de inseguridad. A su muerte en el 847/232, le sucedió su hermano al-Mutawakkil.

Mutawakkil, llevó a cabo un gobierno represivo. En el año 849/235, anuló los decretos que favorecían a los mutazilíes y excarceló a los presos por motivos religiosos. Persiguió a los shiíes y mandó destruir el mausoleo de Husayn, en Carbala, a la vez que prohibió las peregrinaciones a dicho lugar. Buscó apoyo en la ortodoxia y concedió puestos de responsabilidad en la administración, a funcionarios ortodoxos.

Persiguió también a cristianos y a judíos y ordenó destruir iglesias y sinagogas.

Para huir de la presión turca, mandó construir a las afueras de Samarra, un grandioso palacio llamado al-Gafariyya, pero este cambio de residencia no evitó que fuese asesinado en el año 861/247, víctima de un complot de uno de sus hijos y varios oficiales turcos.

Tras la muerte de Mutawakkil, y durante los cuatro siglos que aún se mantuvo el califato, éste fue a la deriva entre las ambiciones y las guerras de los que se disputaban el poder.     

 

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