LA HISTORIA DE LOS HIJOS DE ADÁN

 

 índice

 

         El ciclo de la vida comenzó a tomar forma final cuando la esposa de Adán (Eva, Hawwâ) empezó a tener hijos. Una vez en la tierra, se iniciaron las penalidades y también las satisfacciones de los seres humanos; y, así, a pesar del dolor del parto, Adán y Eva recibían con alegría a sus hijos, destinados a poblar el mundo y continuar en el futuro lo que empezó en los primeros tiempos. Adán y Eva comprobaron cómo, de forma natural, sentían un profundo afecto hacia sus hijos e instintivamente los protegían.

         Eva dio a luz dos parejas de gemelos: primero, a Caín (Qâbîl) y su hermana, y luego a Abel (Hâbîl) y su hermana. Los hermanos y hermanas crecieron bajo el ojo atento de sus padres hasta que alcanzaron la madurez, y se hicieron fuertes. Cuando estuvieron preparados para ello, comenzaron a trabajar para conseguir el sustento necesario. Caín se dedicó a la agricultura, mientras que Abel se hizo pastor y cuidaba los rebaños.

         Una vez ya hombres, Caín y Abel experimentaron el deseo de tener esposa, pero vieron que sobre la tierra no había mujeres, y expusieron la cuestión a Adán. Adán decidió que cada uno de ellos tomara como pareja la gemela de su hermano. Pero aquí surgieron los problemas, pues la gemela de Caín era más bella que la de Abel, y el hermano mayor se consideró agraviado. Dijo que sólo aceptaría como esposa a su propia gemela.

         Entonces, Adán propuso que cada uno de ellos realizara un sacrificio, y esperara la respuesta de Allah sobre el asunto. Caín ofreció trigo y lo quemó en el altar. Por su parte, Abel sacrificó uno de sus camellos. Allah eligió la ofrenda de Abel, y rechazó la de Caín, que se había rebelado contra la primera decisión de su padre. Cada hermano, pues, tuvo como esposa la gemela del otro, tal como Adán había recomendado al principio, pero en Caín comenzó a desatarse un gran odio hacia Abel. Ese odio lo iba hundiendo en la miseria y el infortunio, y sus cosechas fueron cada vez más pobres, la tierra se hacía árida y estéril para él, y su vida se hacía difícil.

         El rencor y la envidia de Caín hacia Abel fueron creciendo con el tiempo. En cierta ocasión, lo amenazó diciéndole: “Te mataré, porque no puedo verte feliz mientras que yo estoy en la miseria. Estoy desesperado y me siento humillado, y tú eres feliz y estás lleno de esperanzas”. Abel le respondió: “Deberías buscar la razón de tu mal y curar tu enfermedad. Busca la vía que te saque de todas las miserias y vive en la paz, y la vida te sonreirá. Allah, fuente de todas las bondades, no acepta al que no le teme”.

         Abel era un hombre dotado de inteligencia y de fuerza física considerable. Era de los que son dignos de confianza, de los que respetan el don de la sabiduría y reconocían sobre sí la primacía de Allah y de sus padres, buscando satisfacerles. Se entregaba a Allah, y Allah respondía a sus ruegos. Había aprendido de su padre que la vida es pasajera y que todo volverá a Allah después de la muerte para escuchar Su juicio, y se preparaba para ello realizando todo el bien que podía; y por eso, cuando escuchó a su hermano, en lugar de encolerizarse con él, le dio prudentes consejos. Pero sólo consiguió que la ira de Caín aumentase.

         La envidia pudo más que los lazos que tiene que haber entre hermanos, y Caín se convirtió en un volcán de odio hacia Abel. Nada podía disuadirle, y se sentía cada vez más miserable y humillado, Aprovechó un momento de desatención, y mató a su hermano. La vida abandonó el cuerpo de Abel, y fue el primer ser humano en morir; y, además, murió asesinado por su propio hermano.

         Cuando Adán echó en falta a su hijo menor, salió en su búsqueda, pero no lo encontraba. Preguntó a Caín, y este le respondió: “No sé dónde está. Yo no soy su protector”. Entonces, Adán adivinó lo que había pasado y una enorme tristeza se apoderó de él. Había perdido para siempre a su hijo, pero, a la vez, se apoderó de él una intensa piedad por Caín, el asesino, que también era hijo suyo. Decidió entonces callarse, y volvió apenado junto a Eva, sin saber qué hacer.

         Caín se dio cuenta de que había cometido un crimen, que su acto era imperdonable, y se apoderaron de él la angustia y el desasosiego. Quiso esconder el cadáver de su hermano, pero no sabía cómo hacerlo. Lo cargó sobre sus espaldas, y buscó algún lugar apartado donde dejarlo para que nadie, ni Allah tan siquiera, lo vieran nunca. Llevó el peso del cuerpo de Abel durante mucho tiempo, y la fatiga empezó a desesperarlo. Además, la carne de su hermano empezó a pudrirse y el olor era insoportable.

            Allah quiso entonces proteger la dignidad del cadáver de Abel. Hizo que dos cuervos se pelearan delante de Caín, y uno mató al otro. El cuervo vencedor se puso a cavar con su pico un agujero en el suelo, y a continuación enterró el cuerpo de su compañero. Caín aprendió así lo que debía hacer, pero se dio cuenta también de la maldad de sus actos. No había evitado que Allah supiera lo que había hecho, y Allah ahora le revelaba cómo dar sepultura a Abel, devolviéndolo a la tierra de la que el ser humano ha salido, y Abel quedaba con ello dignificado. Y todo ello, Allah se lo había enseñado en el comportamiento de un cuervo, que demostraba más nobleza y sabiduría que el propio Caín. Caín dijo: “Soy un miserable, aún más vil que un cuervo asesino, que me ha enseñado que debo enterrar a mi hermano”.