El relato sufí en la cultura

popular del Magreb

 

índice

 

            Los prodigios

 

        Los relatos sufíes tiene como núcleo principal la narración de un prodigio que encierra alguna enseñanza fácil de descifrar. El hecho prodigioso, no sólo es admitido en el Islam de acuerdo a las argumentaciones que hemos visto en el apartado anterior, sino que cumple una función de la que trataremos aquí.

         El prodigio es un signo del respaldo de Allah con el que confirma al wali. Por un lado, está el prodigio que obra un profeta (mu‘ŷiza), y con el que ofrece a sus seguidores y a sus enemigos la garantía de la autenticidad de su misión. Por otro lado, está el prodigio del wali (karama), con el que Allah lo reconforta y lo bendice a él y a sus discípulos o maldice y castiga a sus enemigos. La diferencia en la terminología subraya el carácter específico y el sentido de cada caso, si bien en la práctica los prodigios del profeta y del wali tienen muchas veces la misma forma. Mientras que el profeta funda una nación en la que habrá awliya, el del wali tiene un fin personal.

         El prodigio es el argumento del profeta y del wali. Mientras que la existencia de Allah tiene como demostración la existencia misma del mundo, que necesita de un Creador, la sinceridad de un profeta o un wali es un asunto que no puede ser probado más que en el desafío que supone la realización de un acto fuera de las posibilidades habituales del común, un acto que desvele esencias, lo cual no está al alcance de los seres humanos corrientes (los tratados sobre el tema enseñan a distinguir entre un prodigio auténtico y los actos de magia o prestidigitación, que no alteran la realidad cotidiana sino que crean simples ilusiones).

         El prodigio, ya sea mu‘ŷiza o karama, es necesario, pues de lo contrarío los creyentes que siguen al profeta o al wali serían sólo personas crédulas expuestas a poner en duda siempre sus creencias. El prodigio, por paradójico que suene, es una razón.

         Los poderes paranormales de los awliya son el resultado de un ascetismo que los libra de las formalidades del mundo. Quien huye de los convencionalismos accede por ello directamente al mundo de las esencias, y ahí queda trastocada la lógica que parecía gobernar la existencia. En los métodos sufíes se nos asegura que alcanzar ese nivel es fácil. Pero la conquista de esos poderes puede perjudicar al aspirante a la wilaya, entreteniéndolo y desviándolo del camino espiritual que sigue. De ahí que se aconseje evitar el exhibicionismo y practicar la rectitud, que consiste en proponerse únicamente a Allah. Pero también se nos deja claro que si no existen los prodigios, no se ha abandonado el universo formal del común de los hombres.

 

        

El poder de los awliya

 

         Los salihin o awliya han poblado y siguen poblando el espacio del Norte de África, en cuyas sociedades juegan un papel esencial. Son aglutinantes de tribus, reconcilian posiciones enfrentadas, sanan a enfermos y curan a locos, atraen la lluvia, maldicen al enemigo, sirven de intercesores ante Allah,... Son temidos y venerados, vivos o muertos. Tienen discípulos y seguidores incondicionales. Son sospechosos para los juristas y objeto de recelos para las autoridades. Efectivamente, el poder de los walis no se ciñe al ámbito de lo espiritual, sino que abarca todos los dominios y se desborda y salta de lo sagrado a lo profano sin solución de continuidad.

         También el colonialismo reconoció en ellos a los más pertinaces agitadores que ponían en peligro la empresa de dominio de las potencias occidentales. El Imam Shamil en el Cáucaso, Omar al-Mujtar en Libia o el Emir Abdelkader en Argelia fueron maestros-walis-guerreros que encabezaron la guerra de resistencia contra rusos, italianos o franceses. Pronto se convirtieron en objeto de estudio, y la literatura colonial se propuso su descripción con el objeto de proponer estrategias para desmontar su poder de convocatoria o ponerla al servicio de sus intereses: “”Se encontrará, desarrollado en nuestras conclusiones, el programa que proponemos con el fin de tomar la dirección de la sola fuerza que subsiste entre nuestros indígenas, a fin de servirnos de ella hasta el día en que, oponiéndoles otras fuerzas ilustradas y civilizadas, podamos continuar con su desagregación”[1].


 

[1] Octave Depont y Xavier Coppolani, “Les confréries religieuses muslulmanes”. Maisonneuve, París, 1897.