JUTBAS
Primera
Parte
El universo entero es
un signo, y cada una de sus partes es un infinito
cúmulo de signos. Y el ser humano es el receptor privilegiado de esos mensajes.
Esto que hemos dicho es uno de los fundamentos del Islam. Allah no deja de
sugerirse a Sí Mismo, y el hombre presiente eso en lo más hondo de sí, en su
Fitra, en su naturaleza más íntima. La Fitra es la inocencia del
ser humano, su bondad, su confianza y su receptividad más primaria. Es ahí, en
esos recovecos de su ser, donde el hombre siente a Allah. Con el paso del
tiempo, la mayoría de los hombres van perdiendo esa esponjosidad, pero la
sustituyen por otra intuición aún más poderosa, la del Îmân, la
sensibilidad espiritual. La Fitra es inconsciente, pero el Îmân, por el
contrario, es consciente y se convierte en sabiduría transformadora.
Allah se revela a la
Fitra en la sencillez, espontaneidad y fuerza de las cosas que nos
rodean. La primordialidad y la contundencia de lo que existe son el signo de
Allah. El hombre presiente la Verdad en lo más profundo de la existencia, sin
necesidad de explicaciones. Por su parte, para el Îmân están los Mensajeros
de Allah, los Profetas, las Revelaciones, que hablan al desconfiado y le
permiten recuperar la frescura de la Fitra. Se llama mûmin al que
responde a la llamada del Profeta porque las palabras de ese mensajero resuenan
en lo más hondo de su ser, las reconoce en lo que había olvidado, y se produce
en el corazón un reencuentro poderoso que ilumina al mûmin, al que estaba
predispuesto para Allah y sólo necesitaba un estímulo.
¿Qué es lo que el
ser humano descubre con su Fitra, su naturaleza primordial, y con el Îmân,
con su sensibilidad espiritual? Tanto en la primera como en el último, el ser
humano descubre a Allah, a su Señor. Es Allah, la Verdad Absoluta, la Grandeza
Infinita, quien se muestra en cada instante. Es el Uno-Único, el Creador
Constante de los cielos y de la tierra,... es Él el que se revela en cada
instante, puesto que cada instante no es otra cosa que manifestación de su
Poder, de su Ciencia y de su Voluntad. Allah es el trasfondo eterno de nuestra
realidad, el Hacedor de cada criatura, el Desencadenante de cada acontecimiento,
el Rector de la existencia entera, el Destino. Eso es lo que el dotado de esa
esponjosidad percibe y saborea. Mûmin es el sensible ante el desbordamiento de
Aquello que lo hace ser, y ahí se universaliza él mismo, se agiganta en ese vórtice
de Rahma, de Misericordia que configura todo lo que existe.
El mûmin presiente
con la Fitra y aprende con el Îmân. La Fitra lo sumerge en Allah
y el Îmân le revela Su Voluntad, con lo que la inmersión en su Señor se
convierte en un acto consciente, propio de un ser soberano. Y ambos -la Fitra
y el Îmân- dan cuerpo al Islam. El Islam es la rendición incondicionada a
Allah, tanto con el corazón como con el cuerpo, en nuestra esencia y en nuestra
apariencia. Eso es el Islam: coincidencia de la intuición y de la acción,
caminar en la vida sobre el Sendero Recto, sobre el Dîn. El Islam tiene, por
tanto, las profundas raíces de la Fitra y la solidez del Îmân, que
genera ‘Ámal, Acción.
El Islam no es una
religión. No es una institución. No es un cuerpo doctrinal. No es un montaje.
No es una elucubración. El Islam es vida. Esto es muy importante, y cuando lo
comprendamos empezaremos a ser realmente musulmanes. Dejaremos de aparentar ser
musulmanes para serlo en lo más hondo de nuestra verdad. El Islam es un acto de
profunda radicalidad. Es abandonar la negligencia y la desidia para encarar el
gran misterio de nuestro ser y de nuestra existencia, es destruir ídolos y
despejar horizontes. El Islam no es la bobaliconería de ningún beato ni es
tampoco el entretenimiento de ningún pretendiente a filósofo. El Islam es Yihâd,
es esfuerzo y lucha, transformación constante sobre el nervio de la vida. Y es
aprendizaje y sabiduría, amabilidad hacia todas las cosas, y es refinamiento y
corrección, generosidad, hospitalidad, sinceridad, apertura,... El Islam es
rendición a Allah, es decir, es fluir con lo mejor. Eso es el Islam.
Y eso no es una
religión, no es un montaje espiritual ni el negocio de una Iglesia. El Islam es
mucho más sano, es mucho más ‘primitivo’. El Islam es el ser humano ante
su Señor. Pero no podemos completar la Fitra con la frivolidad ni con
poses, sino con el Îmân, que es rectitud y rigor, camino claro y Ley. Gracias
al Îmân, lo intuido en las profundidades de nuestro ser no se amanera. El Îmân
nos hace musulmanes, y no nos deja caer en la New Age ni en sandeces por el
estilo. Sírvanos esto último de comparación que, aunque parezca una broma,
tiene su gravedad. En nuestro mundo actual todo se está volviendo ridículo y
absurdo. A eso nos referimos, y por ello es necesario que recuperemos la
severidad del Dîn y el Îmân, es decir, del Islam en su sustancia, no para
amargarnos la vida sino para no ser bufones. Combatiremos así toda tendencia a
una interpretación aberrante que coloque al Islam en las estanterías de los
mercados de espiritualidad, en las que sólo es aceptado lo aséptico, lo
artificial. Al-hámdu lillâh, el Islam no corre, ni mucho menos, ese
peligro ni va por esos derroteros ni de lejos, pero siempre es bueno estar
alerta y avisado. Es bueno que la estética de esos evangelismos sosos nos
resulte repulsiva.
Segunda Parte
al-hámdu
lillâh...
Sea nuestro Islam un plato
fuerte. Para ello necesitamos empaparnos de Islam tradicional. Es cierto que el
mundo musulmán sufre desgarros tremendos que desvirtúan muchas cosas
esenciales. Pero aún es posible encontrar fuentes puras de un Islam noble y
antiguo en el que inspirarnos, y todo lo hecho con sabiduría y prudencia da
buenos frutos. Y debe ser hecho así porque reina demasiada confusión. Sólo
una saludable vuelta a los orígenes despejará ante nosotros una senda en la
que podamos confiar.
Afortunadamente
podemos ser optimistas: el Islam es poderoso y está muy por encima de todas las
circunstancias. Dediquemos parte de nuestro tiempo y de nuestro esfuerzo al
estudio severo del Corán, del Hadiz, del Fiqh, y profundicemos en ellos hasta
la maestría, pues es posible y muy aconsejable. Añadamos a ello la práctica
firme de la ‘Îbâda y atengámonos a las enseñanzas de la Sharî‘a.
Seamos, con ello, dueños de nuestro Islam, de un Islam serio y riguroso, que no
se vende a modas ni a nadie, para que nos sirva de camino hacia Allah, Señor de
los Mundos.
du‘â ...