JUTBAS
Primera
Parte
El Islam entero se basa en lo que significa e implica la Shahâda, es decir, la
doble frase lâ ilâha illâ llâh, Muhámmad rasûlullâh
(No hay más Verdad que Allah, Muhámmad es el Mensajero de Allah). La
primera de estas dos frases -lâ ilâha illâ llâh, No hay más
Verdad que Allah- es un océano infinito de sabiduría en el que sumergirse
para perderse en las inmensidades espirituales a las que arrastra al corazón y
en las que se presiente, en lo inmediato, el Poder configurador de todas las
cosas; y la segunda frase -Muhámmad rasûlullâh (Muhámmad es el
Mensajero de Allah)- es el detonante de un modo de ser y de actuar en
conformidad con lo que quiere decir y con lo que sugiere lâ ilâha illâ llâh.
Con la primera de
esas dos frases, con lâ ilâha illâ llâh, nos libramos de ídolos,
dejamos atrás nuestros fantasmas, abandonamos lo que agobia al común de los
hombres, y renunciamos a dioses, a jerarquías, a instituciones mediadoras, a
supersticiones y mitos, y afrontamos con ella el reto enorme de lo infinito en
su pureza absoluta, en su unicidad radical, saboreando la existencia en la
frescura de su fuente, sin sucedáneos ni añadidos. Con la segunda frase, con Muhámmad
rasûlullâh, las intuiciones anteriores se convierten en algo real y
cotidiano, se convierten en Sharî‘a, en Ley para nuestra vida,
y no en una simple sugerencia o experiencia mística, solitaria e irrelevante.
Cada práctica islámica, cada ‘Ibâda, es una forma enseñada
por Muhámmad (s.a.s.) para hacer que lâ ilâha illâ llâh sea
algo físico, material y presente en nuestra vida diaria, a la que dota de una
profundidad que es capaz de asomar nuestros momentos a lo eterno.
Lo fundamental es que
lâ ilâha illâ llâh y Muhámmad rasûlullâh se
compenetran perfectamente, se apoyan mutuamente, se conjugan de manera plena
para darle forma al Islam. Veámoslo en un ejemplo que a su vez nos servirá de
puerta de acceso al estudio de las ‘Ibâdas, las prácticas espirituales
musulmanas.
Lo primero que tiene
que hacer un musulmán es purificarse. Es lo primero que debe aprender y lo
primero que debe practicar. La limpieza física se alcanza con las abluciones,
que prefiguran y anuncian una purificación más profunda. El Corán nos dice: ínna
llâha yuhibbu t-tawwâbîna wa yuhibbu l-mutatahhirîn
“Allah ama a los que se vuelven hacia Él; Allah ama a los que se purifican”.
En
estas afirmaciones hay muchas cosas integradas. En primer lugar, el musulmán
tiene que aprender a lavarse de un modo preciso, exacto y determinado para
momentos especiales, y esto nos remite a lo que ya hemos dicho en las jutbas
anteriores en las que aludíamos a la importancia del saber. No se trata de
hacer las cosas de cualquier manera, las abluciones se hacen siguiendo una enseñanza
para que cada gesto sea el resultado del conocimiento, haciéndose así
meritorio, y a partir de entonces tiene que ver con la conciencia, que a su vez
revela un despertar espiritual. En segundo lugar, al purificarse el musulmán de
una manera determinada, con ello evidencia su aceptación de un maestro, que es
Muhámmad (s.a.s.), cuyo ejemplo sigue con la seriedad con la que un discípulo
admite la sabiduría de su maestro. Es decir, cumple con la segunda de las dos
frases, la de Muhámmad Rasûlullâh, y al hacerlo se sumerge del
todo -por lo que se dirá a continuación- en lo que significa lâ ilâha illâ
llâh.
Para empezar tenemos
que saber que el Islam considera que la limpieza forma parte integrante del Îmân,
de la sensibilidad espiritual. Rasûlullâh (s.a.s.) enseñó que la limpieza es
la mitad del Îmân. Cuando el musulmán se lava realizando las abluciones que
le han sido prescritas por el Islam, repitiendo los gestos de Muhámmad (s.a.s.),
con ello quiere entrar en un estado especial que se llama Tahâra,
que traduciremos por pureza,
aunque estatraducción sea del todo insuficiente para sugerir la profunidad del
término árabe. La Tahâra es un estado de conciencia especial que se
logra con la ‘intención’ como primera condición y con el ‘seguimiento
estricto’ de la forma en que se lavaba Muhámmad (s.a.s.), siendo este
seguimiento una segunda condición que hace que la primera tenga como compañero
el rigor.
¿Por qué es tan
importante la pureza? Porque existe una estrecha vinculación entre la
limpieza y Allah, que es Uno, Puro, Simple, Transparente... Allah es ‘pura
descontaminación’. Al purificarse, al ‘descontaminarse a sí mismo’, el
musulmán se ‘acerca a Allah’, es decir, se aproxima con su cuerpo, con su
vida misma, con todo lo que él es, a lo que ‘es Allah’. ‘Acercarse a
Allah’ significa aproximarse a entender lo que Él debe significar para
nosotros. Con sus abluciones, el musulmán saborea hasta en lo físico lo que
significa ‘Allah’ en lo hondo.. Y esto es extremadamente importante.
‘Allah’ es ‘aprendido’ en nuestras sensaciones y en nuestras
transformaciones, y es así como el musulmán ‘presiente’ a su Señor, y va
creciendo en el saber que se deriva de esas intuiciones, profundizando
continuamente en Allah, del que va sabiendo cosas porque es capaz de
transformarse con el Profeta (s.a.s.) cuyo ejemplo sigue para sentir lo que él
sentía. El musulmán no conoce a
Allah como resultado de pseudo reflexiones teológicas, sino que lo conoce en el
proceso que sigue en su búsqueda de lo más puro, lo que está en los orígenes...
Con
nuestras abluciones nos sumergimos en la ‘pureza’, es decir, en la
naturaleza misma de Allah, por decirlo de alguna manera. Por ello, las
abluciones son una ‘Ibâda, una práctica espiritual muy importante en la que
degustamos lo incontaminado como referente en el que descubrimos lo
trascendente, sin los ‘añadidos’ de los hombres. Las ‘abluciones’ de
los musulmanes son el antídoto que elimina el veneno de la mentalidad idolátrica.
Las abluciones simbolizan y representan con gestos poderosos el rechazo decidido
del Islam a la idolatría.
En
el carácter revitalizante del agua que recorre con su claridad nuestro cuerpo,
que queda limpio de todo lo que no le pertenece, de todo lo ‘añadido’,
encontramos el correlato del camino que hay que seguir para ‘llegar’ hasta
Allah, que es Uno, sin asociado alguno, Puro en su Unicidad Absoluta... Debemos
‘purificarnos’ y así ‘purificar’ nuestras ‘ideas’ acerca de la
Verdad que nos gobierna, tenemos que desidolatrizarla, hay que descubrir su carácter
absoluto, enigmático en su transpariencia, despojándola de lo inútil y lo
accesorio. Y en esa Esencia irrepresentable que pasamos a presentir con nuestra
actitud, debemos nadar con el valor que nos infunde el Islam, que nos quita
dioses para dejarnos adivinar lo Absoluto en la desnudez eterna a la que
llamamos Allah, el Señor de los Mundos. No un dios más, elaborado por los
hombres, sino la Verdad... Para conocer qué es eso es necesaria esa
transformación en la que vamos descontaminándonos de dioses y doctrinas extrañas
y complicadas para apreciar lo que es capaz de dejarnos adivinar la Tahâra,
la pureza, lo que somos capaces de vislumbrar en ese estado de conciencia
en la que prima lo más puro, lo más genuino, lo más auténtico, que es Allah...
Sólo
conoce a Allah quien realiza las abluciones. En esta afirmación contundente hay
verdades profundas. Quiere decir que sólo podemos conocer a Allah encaminándonos
hacia Él, purificándonos, haciéndolo con rigor, es decir, siguiendo en todo
al Profeta (s.a.s.). Sólo así estamos realmente sobre un camino sólido, el
camino de Allah, el de la Tahâra, el de la Pureza-Plenitud-Autenticidad-Libertad
que está íntimamente ligada, en la esencia de las cosas, al Secreto de Allah,
el Señor de los mundos...
al-hámdu
lillâh...
Las
abluciones del musulmán con las que accede al estado de pureza en el que
coincide con la Sencillez y Unidad de Allah, deben afectar al que las realiza a
tres niveles.
Primero
está el nivel físico. Las abluciones deben realizarse con agua pura que
tonifique el cuerpo, comunicándole el secreto y energía que hay en la intención
que empuja al musulmán a realizar esos gestos en los que imita el ejemplo de
Muhammad (s.a.s.). Esta es la ablución más sencilla, y se aprende en los
tratados de Fiqh. Es así como todo el proceso tendrá un soporte material que
le dará eficacia al deseo de integrarse en el Islam, en la Paz. Tenemos, pues,
que aprender cuál es el agua válida y el momento y la forma de realizar el wudu
y el gusl, y debemos conocer el tayámmum (el sustituto de ambos cuando no se
pueda utilizar agua), y muchos otros temas relacionados con la pureza física, cómo
se accede a ella, cómo se pierde, etc.
En
segundo lugar, las abluciones deben purificar el corazón, es decir, en cada
purificación formal el musulmán debe reanudar su intención de purificar su
corazón de sentimientos innobles. Los sentimientos innobles nos alejan de Allah,
porque no tienen nada que ver con Él. La envida, el rencor, la mentira, la
vileza, la avaricia,... todo esto está en el Fuego y su destino es el Fuego. El
musulmán debe apagarlo con la frescura del agua de su purificación para que al
ser consciente de todo ello combata las inclinaciones egoístas y las trascienda
haciéndose capaz de conocer a Allah, agigantarse en Él y disfrutar de su Rahma,
de su Misericordia exuberante.
Por
último, las abluciones del musulmán deben tocar su Secreto, es decir, deben
llegar a su espíritu, a lo más íntimo y recóndito que hay en él, y ahí
debe dejar espacio sólo para Allah. Su purificación ahí consiste en desalojar
lo más profundo de sí mismo para el Uno-Único, para presentir en lo más
hondo de sus entrañas el Poder Infinito que lo mueve, y en lo infinito de esa
soledad eterna descubrir la inmensidad de su Señor Verdadero, y fluir con Él.
Estas
son todas las purificaciones que el musulmán debe realizar en cada ablución.
Con el agua de la Revelación debe borrar lo que nos es Allah para que en su
horizonte sólo brille el Uno Majestuoso y alumbre su mundo, y entonces su mundo
será infinitamente más rico, más generoso con él, infinitamente más
resplandeciente...
du‘â
...