JUTBAS

     INDICE

Primera Parte  

     al-hámdu lillâh...  

     

        El buen carácter, el comportamiento recto, el equilibrio en la personalidad, todo esto recibe en árabe el nombre de Júluq Hásan, Naturaleza Hermosa. El Júluq Hásan es la cualidad que adorna a los Anbiyâ, es decir, a los Profetas, y a los Siddîqîn, a los Muy Sinceros de entre sus seguidores. Se trata de la veracidad, la generosidad, el valor, la justicia, el desinterés, la satisfacción, ... Por el contrario, el mal carácter, el comportamiento perverso, el desequilibrio, la mala intención, la mezquindad en las relaciones con uno mismo y con los demás, reciben en árabe el nombre de Júluq Sáyi, comportamiento malvado. Se trata de la hipocresía, la envidia, el rencor, la falsedad, la avaricia, la avidez,... El Júluq Sáyi es veneno que enferma al ser humano y lo encamina sobre la senda de Shaitán, el camino de la insensatez, alejándolo cada vez más de la Rahma de Allah.

         Lo que hacemos, cómo nos comportamos, nuestras iniciativas y nuestras reacciones, nuestros sentimientos y nuestras intenciones, la fuerza de nuestro ímpetu, el objeto de nuestras aspiraciones, todo lo que nos mueve en lo más íntimo de nuestro ser, lo que se agita en nuestros corazones, los susurros de nuestras entrañas, todo ello son síntomas del estado saludable o enfermizo de nuestro corazón, son los indicios del carácter de nuestra naturaleza, nuestro Júluq. Cada musulmán y musulmana debe estar muy atento a esos signos. Sólo el negligente y el hipócrita los pasan por alto, y es porque están destinados a la ruina.

         Las enfermedades del corazón, resumidas bajo el nombre de Ajlâq Sáyi-a, comportamientos malvados, deben ser bien conocidas por cada musulmán y musulmana, así como los remedios que las combaten y devuelven la salud al corazón y lo purifican ante Allah, convirtiéndolo en recipiente para su Rahma, su Misericordia exuberante, fuente de vida verdadera y placer auténtico.

         La palabra Júluq significa realmente Naturaleza Interior o Forma Interior del ser humano. Jalq es su aspecto exterior, su cuerpo. El Júluq es nuestro cuerpo espiritual. Allah nos ha creado dotados de Jalq y de Júluq, de un cuerpo material y de una manera de ser que mueve a ese cuerpo. Y al igual que atendemos a nuestro cuerpo material, lo alimentamos, lo cuidamos, lo limpiamos y lo adornamos, nuestro modo de ser, nuestro cuerpo interior, exige la misma dedicación. Si no, seremos débiles, enfermos y sucios en el corazón de nuestro ser.

         Tú eres un Nafs, una vida, un yo, una afirmación de sí, y tu Nafs tiene un aspecto exterior y una forma interior, Jalq y Júluq. El Jalq está hecho de materia y el Júluq es inmaterial, pero es eficaz; es más, te gobierna y tu cuerpo está subordinado a su poderosa influencia. Lo que te mueve, la generosidad que te obliga a dar, el odio que te hace agresivo, el amor que te ciega, la envidia que te hace vil, todo ello carece de sustancia material, y sin embargo, tienen una energía que te impone reaccionar de modos determinados. Cuando tus actos son hermosos y dignos, cuando te ennoblecen y adornan, se dice que estás sano en tu corazón, que tienes un Júluq Hásan. Pero si tus actos son malvados, si tu intención es retorcida, si lo que haces te afea, entonces se dice que estás enfermo en tu corazón, que te domina un Júluq Sáyi. Tus acciones delatan tu universo interior, exteriorizan las pasiones que se agitan en ti. Es decir, Allah te proporciona signos en los que reconocer tu verdad interior y poder así intervenir en ella, interrelacionándote con tu secreto, sacando fruto de todo lo potencial en ti, mejorando el motor que te mueve.

         Hay quienes han sido vencidos por la pereza y se les hace pesada toda disciplina y huyen de cualquier esfuerzo y dicen que el Júluq de un ser humano no puede ser alterado al igual que el Jalq es de una manera determinada, que nuestro cuerpo interior nos ha sido dado y debemos conformarnos con él como debemos conformarnos con nuestro cuerpo físico, que no está en nuestras manos cambiarlo. De ser así, son inútiles todas las enseñanzas tradicionales encaminadas a mejorar al ser humano, los Profetas no habrían trasmitido nada de provecho, sin embargo, ¿cómo puede decirse que la forma de ser es inmutable cuando vemos que hasta los animales feroces pueden ser domesticados? Un perro cuyo instinto lo arrastra a devorar al animal que caza puede ser amaestrado y se abstiene de comer a su presa en favor de su amo. A un caballo se le puede enseñar a dominar su ímpetu y galopar al gusto del jinete. Es cierto que hay formas de ser que se doblegan a la voluntad de su amo con más facilidad que otras, pero todas son susceptibles de ser mejoradas.

         Además, no se trata de reprimir nuestras pasiones y nuestros instintos. Cada uno de ellos cumple una función provechosa. Se trata más bien de orientar adecuadamente nuestras energías. El Corán dice: “Comed y bebed, pero no cometáis excesos”. De eso se trata, de equilibrar y orientar nuestros apetitos, instintos y pasiones, hacerlo con inteligencia y prudencia para que nos aporten un bien en lugar de lanzarnos por un abismo. Un Sháij que observa que su discípulo se encoleriza fácilmente, le ordenará abandonar totalmente la ira, matándola por completo en él. Esa exageración pretende compensar su tendencia para llevarlo al justo centro. Así deben entenderse las expresiones tajantes de los maestros sufíes cuando condenan el Júluq Sáyi a la muerte y a la extinción. Pero en realidad son mecanismos de defensa y afirmación que no pueden ser aniquilados, sólo se trata de dirigir hacia lo mejor lo que es innato y necesario en nosotros. Por ello, lo primero es ser juicioso, saber qué es lo mejor y guiarse con disciplina hacia ese objetivo. Para ello tenemos la luz del Islam, que nos enseña con moderación lo que más conviene al ser humano.

         Nunca son buenos los extremos, ni en el bien ni en el mal. La generosidad puede convertirse en despilfarro; el deseo de purificación fácilmente se trasforma en obsesión enfermiza; la ira, con la que protegemos nuestras vidas, se puede convertir en agresión y tiranía, pero con ella también podemos defender a los débiles. La envidia puede hacernos progresar o puede hundirnos en las tinieblas de un sufrimiento innecesario. Todo tiene su aspecto positivo, todo puede ser fuente de un bien, pero para ello hace falta una luz que nos comunique sensatez.

         A veces, el equilibrio es espontáneo. Hay personas que son sinceras, generosas, amables, por naturaleza. Otras veces, ese equilibrio se consigue como fruto de una disciplina con la que debemos forzar nuestras tendencias. En la mayor parte de la gente hay descompensaciones: tienen virtudes y vicios, bondades y maldades, y necesitan potenciar lo mejor y reconducir lo peor. A esa disciplina se la llama en árabe Riyâda. Riyâda viene de Riyâd, jardín, arriate. Con esa disciplina pretendemos convertir nuestra tierra en jardín, es labrar adecuadamente y poner simientes en nuestro cuerpo interior, para que florezca y embellezca nuestro mundo exterior.

       

          al-hámdu lillâh...  

        

        Se ha definido la disciplina como la imposición al Nafs de los actos que afianzan en él un comportamiento determinado. Quien desee ser generoso debe practicar con constancia la generosidad hasta que ésta tome carta de naturaleza en él. Quien quiera ser humilde deberá imitar a los humildes hasta que se convierta en una costumbre en él, todo ello sin fingimientos y sin exageraciones, sino con intención verdadera y sentimiento. Es como quien quisiera aprender a escribir: tendrá que repetir las letras hasta mecanizarlas. Por otro lado, la disciplina exige tiempo y constancia. La tenacidad es una de las mejores virtudes, porque es la que más frutos alcanza.

         La disciplina, la repetición, la constancia, todo ello siembra y afianza las nobles cualidades en el corazón. Pero también sucede lo contrario. Quien se abandona a una maldad y la repite acaba convirtiéndose en una de sus características. Es como consumir drogas: al principio parece que se dominan pero pronto pasan a ser imprescindibles. El agravante es que las malas costumbres son fáciles, cómodas y satisfactorias en sus principios. Rasûlullâh (s.a.s.) dijo: “El camino hacia el Jardín está bloqueado por las dificultades y el camino hacia el Fuego está lleno de facilidades”. Esto es así, y el sabio, que está al tanto, no se arredra ante el desafío de la disciplina y sigue por el camino que lo conduce al mejor de los Destinos.

                              

du‘â ...

 

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