JUTBAS
Primera
Parte
El
viernes pasado hablamos de las palabras ma‘rûf, el bien, y múnkar,
el mal. Dijimos que el Islam obliga a los musulmanes ponerse del lado del
ma‘rûf, el bien, y oponerse al múnkar, al mal.
Dijimos también que en árabe hay varias palabras para designar el bien y el
mal, y éstas en concreto aluden al bien y al mal según los entiende el común
de la gente sensata. El Islam no quiere que nos excusemos de nuestra obligación
de ayudar al bien y combatir el mal filosofando sobre lo que son. No tenemos
derecho a perder ese tiempo. El Corán nos urge a caminar sobre la senda del al-amr
bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áni l-múnkar, el camino en el que se ordena
el bien y se prohíbe el mal. Y es un camino sobre el que priman la
sensatez, el buen juicio y lo razonable.
El Corán dice: a
tâmurûna n-nâsa bil-bírri wa tansáuna ánfusakum, ¿Ordenaréis el
bien a la gente olvidándoos de vosotros mismos?... Lo primero que tiene que
hacer el musulmán es aconsejarse a sí mismo el bien y prohibirse el mal. Ése
es el primer paso. Ahora bien, este versículo del Corán no debe ser tampoco
una excusa. No tenemos que proponernos una perfección inalcanzable. Muchos de
los que buscan la perfección simplemente justifican su pereza. Por ello debemos
volver siempre al significado sensato de las palabras ma‘rûf y múnkar.
El Islam es para los seres humanos, y no para seres ideales. Realmente, lo
primero que debe hacer el musulmán es asentarse firmemente en el sentido común
y el juicio recto. Es necesario un equilibrio que ponga las cosas en su sitio,
que redefinamos nuestras ideas para que en nuestras vidas haya luz.
El Islam nos impone
ordenar el bien y prohibir el mal, y comenzar por nosotros mismos. Pero
difícilmente lo haremos si vivimos en un mundo de imaginaciones en el que no
hay nada claro, en el que el bien y el mal están distorsionados, en el que no
tengan ningún significado o bien hayan sido idealizados hasta ser conceptos
ineficaces.
Todo musulmán debe
animar la existencia del bien ahí donde la detecte y debe combatir el mal ahí
donde lo encuentre. Para ello no necesita la autorización de nadie: la nobleza
de su intención es suficiente para moverlo. Ayudar al bien y combatir el mal
son signos de poder, son una arrogancia legitimada por el Islam y por la
sabiduría. Y esto lo decimos porque hay quienes piensan que sólo el que tiene
fuerza y poder (el Estado) debe cumplir esa misión. Ya los alfaquíes
respondieron a quienes afirmaban que la obligación de ordenar el bien y
prohibir el mal pertenece a los emires o a los imâmes. Todo musulmán debe
reivindicar sus derechos y los de los de sus hermanos y luchar contra quienes
los despojen de esos derechos. Y cumplir con ello es obedecer a Allah, mientras
que lo contrario es alejarse del Islam.
Lo mismo que no
debemos delegar en otros nuestras responsabilidades tampoco podemos excedernos: ínna
llâha lâ yuhibbu l-mu‘tadîn, “Ciertamente, Allah no ama a los
trasgresores”. Convertir al-mar bil-ma‘rûf wa n-nahy ‘áni l-múnkar
en una locura con la que espiamos a otros y sospechamos de todos, nos
entrometemos en vidas ajenas y nos
arrogamos derechos que no nos competen, es absolutamente contrario a las
enseñanzas del Islam. Delegar en otros y exagerar son síntomas de enfermedad.
Por ello, como ya hemos dicho, siempre es bueno volver al sentido sensato que
hay en las palabras ma‘rûf y múnkar, para que la cordura y el
buen sentido guíen nuestros pasos.
En todo, debe evitarse siempre la discordia. No se alienta el bien ni se combate el mal sembrando cizaña o malestar entre la gente. Debe evitarse males mayores que los que se pretende erradicar. Por eso, los alfaquíes aconsejan una gradación que vaya de la sutileza a la lucha pasado por muchos estadios intermedios, para evitar que la pasión ciegue al que quiera corregir un mal.
al-hámdu
lillâh...
Vivimos
en una cultura basada en la sospecha. Se nos enseña a desconfiar, a estar
siempre alerta, a estar pendientes contra posibles agresiones. Todo ello
condimentado con egoísmo e individualismo, y nos creemos libres, cuando
simplemente estamos aislados. Nuestras ideas sobre el bien y el mal están
distorsionadas. El criterio más sano es que el bien es el Islam. Debemos
conocer en profundidad el Islam para conocer en profundidad el bien.
El Islam es vincularse a Allah, es abandonarse a la Verdad, sin miedos ni reparos. Y en ese gesto de valor se desencadena una lucidez de la que estamos muy necesitados.
Conocer el Islam
consiste en entrar en contacto con una Tradición llena de sabiduría. Beber de
esa sabiduría es crecer como seres humanos. Por eso insistimos siempre en que
es urgente redoblar nuestros esfuerzos por aprender de los extraordinarios
maestros que ha tenido y tiene el Islam, gentes que nos guiarán por la senda de
un saber vivir en armonía con lo más justo y lo más recto, orientándonos
hacia Allah, el Señor Verdadero de los cielos y de la tierra, el Creador que es
Destino de nuestras existencias.
du‘â ...