JUTBAS

     INDICE

Primera Parte

           al-hámdu lillâh...  

 

            Algo que caracteriza al Islam es la inmensa cantidad de información que cualquier musulmán puede tener sobre el Profeta, sobre Sidnâ Muhammad (s.a.s.), y no se trata de información legendaria. Conocemos con certeza hasta los detalles más aparentemente insignificantes de su vida, y ello gracias a que las primeras generaciones de musulmanes recogieron pronto todos los datos que había, contrastaron las fuentes e hicieron un magnífico trabajo de recopilación. Fue un trabajo minucioso, atento a los detalles, de gran rigor, calidad y seriedad. Por ello, podemos presumir de conocer en profundidad al fundador de nuestra Nación, que no es una figura mítica sino un hombre ofrecido a los suyos en todos los significados de esta expresión.

Conocemos sus hechos, su modo de actuar, sus costumbres, su carácter, los valores con que se regía, los objetivos que perseguía,... Tenemos información sobre los grandes acontecimientos de su vida y también tenemos anécdotas que nos cuentan cómo era físicamente, cómo caminaba, cómo sonreía, cómo pensaba, cómo vestía, cómo se relacionaba con todo el mundo,... Y en resumen todo ello nos da la imagen de una personalidad poderosa, fascinante, y también -y sobre todo-, real. Y lo dicho sobre Rasûlullâh (s.a.s.) podemos repetirlo a cerca de muchos de sus Compañeros, los Sahâba.

         Los primeros años del Islam y de la primera generación de musulmanes están perfectamente inscritos en la historia; fueron momentos, hombres y mujeres sobre los que hay mucha documentación. Como hemos dicho, hay mucha información sobre los protagonistas de esos primeros instantes de nuestra Nación, y es una información que está al alcance de cualquiera, en un sin fin de libros. Y de esa enciclopedia de datos y saberes deducimos que eran personajes, todos ellos, de una poderosa personalidad, gentes de una gran fuerza y de unos principios sólidos. Los Sahâba no se acomodan a la imagen de santos timoratos, sino que eran más bien guerreros capaces de poner su gran energía al servicio de propósitos grandiosos. Las virtudes que sobresalen en ellos eran el valor, la audacia, la responsabilidad, la caballerosidad, la generosidad, la hospitalidad, la grandeza de espíritu... Muhammad (s.a.s.) y los suyos fueron realizadores, fueron protagonistas, fueron impetuosos. Sus biografías no son las de beatos, ni las de monjes ascetas, ni la de religiosos tímidos. Todo lo contrario. Lo que más llama la atención es que precisamente estaban muy lejos de ser eso: eran decididos, emprendedores, sinceros,... eran hombres y mujeres de su tiempo, capaces de decidir y de trastornar su realidad. Y el musulmán tiene su ejemplo en esos personajes únicos, que fueron capaces de crear una Nación, no un convento.

         Si algo habla en favor de Muhammad (s.a.s.) es la calidad de los Compañeros de los que se vio rodeado. No eran nómadas crédulos que siguieran a nadie porque sí, no eran supersticiosos ignorantes a los que fuera fácil engañar. No eran irresponsables a los que todo diera igual. No; los Sahâba, los Compañeros de Muhammad (s.a.s.), eran más bien todo lo contrario y cuando aceptaron a Muhammad (s.a.s.) como Profeta sabían bien lo que hacían y lo que ello implicaba.

El nombre con el que han pasado a la historia es significativo: eran los Compañeros, es decir, los que no dejaron de estar a su lado. Estaban constantemente en su compañía, aprendían directamente de él, lo ‘perseguían’: si Muhammad (s.a.s.) hubiera sido un farsante pronto hubiera sido descubierto por sus celosos Compañeros. Pero al revés, el amor y la admiración de los Sahâba hacia Muhammad (s.a.s.) fue creciendo. Esos personajes exigentes, poderosos, enérgicos, llenos de vida y empuje, hicieron de Muhammad (s.a.s.) su Imâm, su jefe, y lo siguieron como nunca nadie en el mundo hizo con nadie. Tal fue la conmoción que les produjo Muhammad (s.a.s.) que aprendían de memoria -sin tener que hacer esfuerzos- todas sus palabras, retenían cada una de sus frases y las comunicaban a los demás como quien ofrece un tesoro. Todo esto debería dejarnos intuir el gran atractivo que Muhammad (s.a.s.) ejercía sobre quienes le rodeaban, un atractivo basado en algo que no podía ser el engaño o la farsa, porque personajes como Abû Bakr, como ‘Omar, como miles más, no lo hubieran consentido. Y sabemos que es así porque los conocemos, porque tenemos mucha información sobre ellos, sabemos cómo eran y cómo respiraban, y todo ello gracias a los esfuerzos de las primeras generaciones de musulmanes, que registraron escrupulosamente todo lo que se sabía sobre los protagonistas de esos primeros y cruciales momentos del Islam.

Realizando un pequeño esfuerzo, podemos imaginarnos cómo era el Ramadán de esos primeros musulmanes. Su ayuno era un acto de poder, de sabiduría, de profunda espiritualidad transformadora, de conquista y expansión. No era ayuno de beatos, de gente pusilánime o enfermiza, de frustrados que buscaban refugio para disimular sus carencias, de acomplejados, de gentes con conciencia de culpa que buscan redimir sus pecados. Ramadán no es para castrarse, tal como dice el Corán. El Ramadán de los Sahâba tenía como consecuencia triunfos para cada uno de ellos y para el Islam. Ramadán para ellos era el mes de Badr, el mes de la victoria... Ojalá pudiéramos recuperar ese espíritu porque en ello nos va nuestro futuro como musulmanes. De nosotros depende el convertirnos en estériles practicantes de una religión más o menos institucionalizada, regulada y agonizante, al modo de las religiones oficiales, o ser verdaderamente musulmanes, con lo que ello implica, con el despertar espiritual que exige, con la acción que desata, con el rigor que demanda...

         Ramadán es el mes del Corán, es el mes en que tuvo lugar la Revelación. Ojalá sea para nosotros un instante de luz que nos muestre la senda por la que caminaron los mejores, los puros, las gentes de Muhammad (s.a.s.), sacándonos de la esterilidad en la que estamos actualmente, sacándonos de la miseria, de las disputas inútiles, de la irresponsabilidad, de las tonterías, de la debilidad y pequeñez de espíritu. Ojalá Ramadán sea este año para los musulmanes una victoria.

 

Segunda Parte

 

           al-hámdu lillâh...  

 

            Es muy importante la dimensión comunitaria del ayuno de Ramadán, como lo es la dimensión comunitaria de todas las ‘Ibâdas, de todas las prácticas islámicas. El musulmán comparte su Islam con los demás, crea una Nación en torno a su sensibilidad espiritual, porque sólo ello le ayudará a un continuo crecimiento y a una expansión. Es el roce con los demás donde se liman las asperezas. Es en los demás donde quedamos reflejados, donde nos conocemos, donde podemos aprender, cambiar y mejorar. Solos no somos nadie, no nos vemos, nos ignoramos y nos echamos a perder.

Por ello, Rasûlullâh (s.a.s.) censuraba las tendencias al aislamiento de algunos de sus Compañeros, y reprochó esa actitud diciendo que no era propia de los musulmanes, y que prácticamente quedaba excluido del Islam el que se apartara de ellos. El retiro espiritual debe ser un momento para reforzarse, para adquirir nuevas fuerzas, para iluminarse, todo ello para lo que debe ser el verdadero objetivo: vivir el Islam con los musulmanes en un constante intercambio enriquecedor. El I‘tikâf (aislarse en las mezquitas los diez últimos días de Ramadán) está muy aconsejado en la Sunna, y es una práctica que siguen muchos musulmanes. Quedan así recogidos en el Islam el deseo y la necesidad de aislamiento y retiro, pero quedan sometidos a la moderación.

Las diez últimas noches de este mes de bendiciones son momentos especiales, de gran fuerza, y Muhammad (s.a.s.) aconsejaba aprovecharlas para una intensa práctica del Salât y la recitación del Corán. El cosmos entero es especial durante Ramadán, y quien está dotado de corazón esponjoso es capaz de recoger esas vibraciones que lo acercan al Creador de los cielos y de la tierra, el Señor de los mundos.

Lo anterior, no por el gusto a retirarse del mundo y practicar el ascetismo, sino para trasformarse y para ser capaz de trasformar, para ir haciéndonos cada vez musulmanes mejores y más profundos.

             

du‘â ...

 

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