LA LEALTAD SAUDÍ A LOS KUFFAR (LOS NO MUSULMANES)
1.-
La Asistencia Saudí a los Orientalistas.
Es muy importante que los lectores
comprendan cómo opera la colaboración saudí con los orientalistas y
misioneros protestantes, cómo éstos reciben la asistencia que los sauditas les
dan. A veces la relación es deliberadamente abierta, siendo un ejemplo obvio el
bien publicitado caso del Centro Oxford para “Estudios Islámicos”. Sin
embargo, esa relación, como política, no puede estar siempre abierta a la
mirada pública. Se establece de manera pausada, callada y solapadamente. No
obstante, resulta claro el sentido de estos vínculos. Por eso mismo es muy
grande el peligro que representa para el bienestar y seguridad de la Umma
(comunidad musulmana).
La mejor manera de exponer a los lectores
lo que está sucediendo, es relatar una serie de episodios, cuya veracidad puedo
atestiguar tanto en mi calidad de observador como de participante directo. Estos
episodios revelan el entretejido de las conexiones entre funcionarios de
alto rango del gobierno saudí y eruditos musulmanes mantenidos por los
sauditas, por una parte, y por otra parte, los orientalistas (académicos o
misioneros) y otros agentes de occidente que tienen interés a largo plazo en
“fomentar” el Islam y “perfeccionar” a los musulmanes. El propósito
general de estas conexiones (nunca puesto de manifiesto directamente) es:
1) Introducir la perspectiva occidental
protestante en la mente musulmana desde el principio, es decir, hacer que los
actuales y futuros maestros de Islam vean y piensen su religión y modo de vida
desde dicha perspectiva.
2) Hacer que el escuchar esa perspectiva
no islámica (en realidad anti islámica) y el tratar con la misma parezca tan
normal y apropiado como oír y ver las diferencias entre los propios musulmanes.
3) Lograr ciertos cambios específicos en la religión y modo de vida del Islam.
Dichos cambios u objetivos específicos son:
a) Tener trato con los musulmanes y
discutir el Corán de acuerdo con los principios y modos en los que se discute
la Escritura de los judíos y cristianos.
b) Separar la creencia y la adoración de
Dios de la práctica del Islam, (considerando) a ésta una orden político-social
de la saricah (la sharia, la ley).(Con lo que también se separa la saricah de
la creencia).
c) Alterar radicalmente la relación de
la saricah, como cuerpo de principios legales, y la implementación de esos
principios en leyes positivas: la intención es que los musulmanes deberían
considerar algunas provisiones de la saricah como “ciertas” pero sin ninguna
importancia actualmente. Por ejemplo, considerar que hoy en día carecen de
importancia o valor las distintas proporciones que en la herencia corresponde a
hombres y mujeres en el Islam, o la prohibición existente que impide que un no
musulmán pueda heredar de un musulmán, y viceversa.
Al principio es difícil ver lo inmensamente peligroso que resulta que un programa así, sea introducido, importado, dentro de actividades aparentemente inocuas y entre gente de distintos niveles culturales que se ubican alrededor de una misma tribuna, trabajan en la misma biblioteca y escriben en el mismo periódico. Porque lo que uno ve en cada ocasión aislada es solamente individuos particulares buscando unirse entre sí, escuchando o leyendo cada uno los puntos de vista de los otros. Pero en la realidad presente, la invitación a distintos individuos a dirigirse a otros desde la misma tribuna, el ubicarlos en el mismo espacio académico, el proveerles con fondos para que manejen juntos periódicos e institutos, crea sistemáticamente un ethos donde una parcialidad, un sector, domina y controla la agenda de los propósitos y de las discusiones, es decir, define y controla el espacio intelectual. Esa parcialidad con ese poder de decisión de los asuntos no es precisamente el sector que responde al Corán y la Sunnah.
Episodio
Uno
En 1983, John Espósito, que estaba
trabajando en el Holy Cross College, un establecimiento misionero académico en
Nueva York, fue invitado a dar una charla en la Universidad Rey Abdulaziz en
Jiddah, titulada “Estudios Islámicos en Norteamérica”. El lector tiene que
saber que visitas académicas de este tipo no ocurren en Arabia Saudita sin un
permiso explícito de la universidad y las autoridades gubernamentales en el más
alto nivel. ¿Pensaban esas autoridades que estaban invitando a un orador
interesado en la expansión del Islam en EEUU, o por lo menos interesado en que
se lo comprenda en los EEUU?. Es improbable. En cualquier caso, John Espósito
habló hacia el fin de su charla de un proyecto que tenía en mente para
desarrollarlo en los EEUU. Este proyecto era el establecimiento de un
instituto para el estudio del Islam en el que colaborarían eruditos
orientalistas y musulmanes.
Que yo sepa, esta es la primera
manifestación pública de una política que lleva a la cooperación de
musulmanes y no musulmanes en la enseñanza (o en la preparación de maestros)
del Islam.
Cuando un misionero protestante hace una
propuesta así, ¿qué debería pensar un musulmán? Al ir comprobando
gradualmente que el proyecto de Espósito iba a ser establecido no solamente en
los EEUU sino también en Europa y posiblemente incluso en Arabia Saudita (cosa
que veremos luego), pensé que el gran Ulama del reino debía ser alertado para
que hiciese algo al respecto. Por lo tanto escribí una carta abierta al Saij
Abd-al-Aziz bin Baz. Vi con tristeza que el gran Alim (sabio) en Arabia Saudita
no hizo nada.
El proyecto de Espósito fue realizado no solamente en EEUU sino también en Gran Bretaña, en Oxford. El Centro Oxford para “Estudios Islámicos” fue iniciado en 1985 con la ayuda saudita. En la misma Oxford la “idea” de un centro así no entusiasmaba a musulmán alguno (aunque un joven musulmán, el Dr. Farhan Nizami, fue designado su Director) sino a un colega mucho más antiguo en el St. Cross College de Oxford, el Dr. David Browning, quien no es ni musulmán, ni misionero protestante, ni orientalista. Es un geógrafo cuya especialidad no es -aunque más no sea-, Oriente Medio, sino América Latina. Se retiró de sus obligaciones académicas con la geografía y ahora se dedica exclusivamente (y muy vigorosamente) a la causa de promover el Centro Oxford para “Estudios Islámicos”. Uno no entiende cómo encaja este geógrafo en el proyecto hasta no saber que, a través de su trabajo en el exterior como “observador extranjero independiente” de procesos electorales en diversos países, tiene relaciones muy fuertes con el Ministerio de Relaciones Exteriores inglés. A veces ese Ministerio es incorrectamente descrito como “pro árabe”. Pero no es pro árabe para nada. Es pro petróleo árabe. Sus posturas y políticas anti islámicas son sin duda parte integral de los intereses estratégicos occidentales para reprimir los movimientos islámicos y controlar las fuentes petroleras de la región.
Episodio
Dos
Entre el l8 y el 25 de Octubre de 1986 tuvo lugar en el University College de Oxford una conferencia bajo el título “Cómo Entenderse con los Musulmanes en el Medio Oriente”. La conferencia, organizada por el Obispo anglicano Dr. Kenneth Cragg, fue hecha en forma conjunta con el Centro Oxford para “Estudios Islámicos”, y estaba presente allí su Director como así también el Dr. Ali al-Ghamadi, Director saudí del Centro Cultural Islámico, anexo a la mezquita Regents Park en Londres. Como en esa época me encontraba en Oxford, un musulmán que me conocía me sugirió que concurriera, si se me permitía, para intentar responder al Dr. Cragg.
Ciertamente, alguien tenía que responder a la larguísima y subversiva campaña
contra el Islam de Cragg. Este había dicho abiertamente que su objetivo no era
buscar la forma de convertir a los musulmanes (a los cuales en la práctica no
los apreciaba) sino cómo llevarlos a la experiencia de Cristo propia de la
Cristiandad.(Es decir, como llevarlos a entender todo desde la perspectiva que
Cragg entiende a Cristo, su enseñanza y su doctrina, anulándoles la
perspectiva islámica). Para este propósito Cragg se dedicó durante casi tres
décadas a preparar una serie de libros, incluyendo estudios del Corán y la
Sirah (conducta islámica), escogiendo y haciendo público asimismo escritos de
musulmanes que respaldaban su programa. Ejemplo de esto es su traducción del
libro Qaryah Zalimah, de Kamil Husayn, bajo el título Ciudad del Error,
en el cual un musulmán “imagina” su camino al interior de la experiencia
cristiana. Los lectores no deben engañarse pensando que lo que se ofrece es una
“experiencia” de protestantismo literario o simplemente teórico. Por el
contrario, el objetivo es que después de tal “experiencia” los musulmanes
reformen o cambien sus costumbres. A Cragg le gustaría, por ejemplo, que los
musulmanes terminen con la prohibición legal que impide a las mujeres
musulmanas casarse con cristianos. También apoya la subrepticia presentación
de “testimonios” cristianos para los musulmanes en el mundo árabe:
cristianos comprometidos tienen que aceptar trabajos en sus campos
profesionales, digamos, en Arabia Saudita, y a través de contactos que hagan
como médicos (especialmente las médicas, pues a éstas les sería más fácil
ganarse la aceptación en el seno de las familias árabes), farmacéuticos,
ingenieros, maestros, etc., tener reuniones privadas por medio de las cuales se
pueda ofrecer el cristianismo a los musulmanes de manera discreta.
Para los no musulmanes es un derecho procurar una reunión así. También es un
derecho de los musulmanes, incuestionable, natural, concurrir a esas reuniones
para defender el punto de vista islámico de la historia y la religión. Pero,
¿por qué los musulmanes contribuyen al montaje de esas conferencias como las
del Dr. Cragg?. Esto no es conveniente. Incluso peor es negar a los musulmanes
el derecho a defender su religión y su historia, restringiendo su libertad de
hacerlo y emprendiendo acciones punitivas contra ellos si lo hacen.
En esa época yo estaba enseñando en el Departamento de Estudios Islámicos en la Universidad Rey Saud (URS) en Riyad. Cuando regresé allí fui convocado por el Dr. Mustafá al-Azami, entonces jefe del Departamento, para una investigación de mi comportamiento en Londres. A mi me parece, tanto por su contenido como por su forma, que lo que había hecho en la conferencia en Oxford podía, en principio, ser realizado por cualquier musulmán comprometido con sus creencias. No había imaginado que también podía ser cuestionado el derecho (realmente, la obligación) de hablar sobre cuestiones que preocupan profundamente al Islam y a los musulmanes. Pero esta es precisamente la línea que tomó el Dr. al-Azami. No cuestionó lo que había dicho. La queja fue presentada por el procedimiento: se me dijo que no le estaba permitido a ningún miembro de cualquier facultad de una institución saudí hablar en ninguna conferencia o alguna otra reunión pública sin un expreso permiso (de las autoridades sauditas). Esto significa, en la práctica, que en cualquier lugar y momento que tengan lugar esas conferencias, solamente le será permitido hablar a esos musulmanes que, en términos generales, estén de acuerdo con la empresa o tarea de colaboración entre musulmanes y no musulmanes en este campo.
Episodio
Tres
En Enero de 1986 la Facultad de Artes de la URS comenzó a editar un boletín titulado al-Usur (Eras), cuya mesa directiva se componía de musulmanes como de no musulmanes. Entre los orientalistas en el consejo de consultores se encuentra el Reverendo Montgomery Watt quien, además de ser el autor de varios trabajos tanto errados y maliciosos en el campo de la Sirah (11), es uno de los editores de The Muslim World (El Mundo Musulmán), publicado por el centro misionero en Selly Oak, Birmingham. Este periódico fue fundado en 1911 por el conocido Samuel Zwemer y se lo edita en asociación con el Seminary Hartford de Connecticut, EEUU. Entre otros orientalistas en la mesa directiva de al-Usur están: Rex Smith (Universidad de Durham) y Richard Chambers (Universidad de Chicago). Como hemos afirmado, una universidad occidental nunca permitirá el establecimiento de un centro académico para el estudio del Islam si es que el mismo no tiene una dirección en la que estén suficientemente representados los académicos occidentales (no musulmanes). En otras palabras, el precio del prestigio de un lugar como Oxford es aceptar que son los no musulmanes los que tienen la palabra en cuanto a cómo tiene que ser enseñado y estudiado el Islam. Desde ya, es un precio que los musulmanes nunca tendrían que pagar voluntariamente, a menos que tengan la intención de debilitar y traicionar su religión. Supongamos sin embargo que todo es de este modo en lo que respecta a una universidad occidental. Pero, ¿cómo es posible que sea así respecto a una universidad islámica, en una capital islámica, erigida en tierra islámica, con recursos exclusivamente islámicos?. ¿Qué necesidad puede explicar que las autoridades sauditas sigan el mismo modelo de colaboración con no musulmanes que se sigue, por ejemplo, en el Centro Oxford para “Estudios Islámicos”?. La respuesta, desgraciadamente, es que ello ocurre no por necesidad sino voluntariamente, en función de una política elegida e implantada.
Episodio
Cuatro
El 12 de Agosto de 1989 fui invitado a hablar por los estudiantes de la Sociedad Islámica de Oxford sobre “Una Perspectiva Islámica del Orientalismo”. En esa alocución critiqué a los orientalistas y el papel del Centro Oxford para “Estudios Islámicos” en la promoción de sus programas. Dirigir la palabra a una pequeña asociación de estudiantes, aunque sea en Oxford, no es algo importante. Es muy improbable que la noticia le interese a alguien. En la universidad hay muchas asociaciones pequeñas, muchos oradores, muchos discursos. Por lo tanto, me sorprendí de que se hubiese escrito un informe sobre mi disertación, sin hablar del hecho que el mismo llegó a Riyad, al Dr. al-Azami, jefe de Departamento de la URS.
Episodio
Cinco
El 20 de Safar de 1410 (1990) en una reunión en el Departamento de Estudios Islámicos de la URS, hablé acerca de la responsabilidad de los Ulama (sabios), especialmente de aquellos influyentes en Arabia Saudita, para, por lo menos, dificultar, si no se podía detener, la infiltración de los orientalistas en el campo de los estudios islámicos, algo que seguramente era posible para los casos de las universidades bajo directa administración musulmana ubicadas dentro de la jurisdicción de gobiernos musulmanes. Mencioné los nombres de Abdullah Nasif y Abdullah al-Turkí, quienes ciertamente son influyentes en Arabia Saudita. Estos son también síndicos del Centro Oxford para “Estudios Islámicos”. Les aconsejé que teman a Dios, pues desde sus cargos y posiciones estaban animando y apoyando a los orientalistas en su cometido.
Episodio
Seis
El 20 de Rajab de 1410 (1990), después de salat al-Isha (oración de la noche) en la mezquita de Riyad, usada por los miembros de la dirección de la universidad, me puse de pie ante la congregación y critiqué dos políticas sauditas: a) su aliento a los estudios orientalistas del Islam; y b) su política tribal de preferir a un saudí en vez de a un no saudí para la admisión a los cursos de post grado (política ampliamente conocida en todas partes y frecuentemente criticada en la prensa árabe no saudí). En esa charla cité el versículo de la sura (capítulo) al-Anam (Los Rebaños), revelada cuando los quraisitas le pidieron al Profeta (BP) que separe de su círculo a los no árabes y a los pobres (a los socialmente débiles) de entre los musulmanes, es decir, a hombres como Bilal, Salman al-Farsi, Suhayb ar-Rumi, Jabbab, Ammar y Abdullah ibn Masud. Los quraisitas le pidieron que esa “gentuza” (Aradhil) sea quitada de su presencia y entonces ellos se unirían en torno a él (BP) y escucharían su prédica. En esa circunstancia Dios reveló en Su Libro: “No rechaces a quienes invocan a su Señor mañana y tarde por deseo de agradarle. No tienes tú que pedirles cuentas de nada, ni ellos a ti. Y si les rechazas, serás de los impíos” (6:52).
También cité el hadiz, registrado en todas las colecciones de sahih, que dice
que la búsqueda del conocimiento es Faridah, una obligación. Concluí con la
siguiente exhortación: “¡Teme a Allah, oh Mansur al-Turkí! ¡Teme a Allah!
¡Teme a Allah!”. (Mansur al-Turkí era el viceconsiliario de la URS).
Mucha de la gente allí congregada aprobó,
aplaudió y en realidad se regocijó por el hecho de que este tema había sido
finalmente expresado en voz alta, públicamente y en una mezquita.
Cuando alrededor de una hora más tarde estaba en mi domicilio, dos hombres llamaron a la puerta. Uno de ellos era el hermano de Hasan ibn Said, quien es miembro del servicio de inteligencia en el Ministerio del Interior. Me amenazó con la interrupción de mi contrato si no iba a pedir disculpas a Mansur al-Turkí. Rechacé la propuesta. Dos meses más tarde cumplieron con la amenaza.
Otra consecuencia de mi alocución en la mezquita fue el retiro de Mansur al-Turkí
de su cargo. Por supuesto, a esa remoción la llamaron “renuncia”. La razón
de su remoción no fue la política que seguía sino el hecho de que hubiera
permitido que esa política fuese la cuestionada en público por un miembro de
la universidad.
Episodio
Siete
Durante Shaban del año 1410 (1990) tuvo lugar un importante seminario en el Hotel Intercontinental de Riyad sobre el tema de la Dawah (difusión del Islam) en el mundo. El presidente de dicho evento era Abdullah al-Turkí. Entre los participantes estaban: Muhammad Qutb, Rashid al-Ghannoushi y Hassan Hathut. Pedí permiso para hacer un corto comentario y me referí al peligro que representaba para la Dawah islámica en Europa permitir que no musulmanes colaboren en la presentación del Islam al occidente, dado que, inevitablemente, esa presentación era una mala introducción, una distorsión. Señalé que los musulmanes que colaboran en esa tarea conjunta eran los responsables de esa distorsión y tergiversación del Islam. Puse como ejemplo al Centro Oxford para “Estudios Islámicos”. Muchos estudiantes que estaban allí se alegraron por lo expresado y lo aprobaron abiertamente. No así, lo que es comprensible, Abdullah al-Turkí, dado que mi comentario incluía, ciertamente, su contribución a las actividades de los orientalistas, teniendo en cuenta que él era uno de los síndicos del Centro Oxford.
Episodio
Ocho
Hans Küng, el teólogo católico
disidente, muy bien conocido en Arabia Saudita, fue invitado a dar una charla en
Riyad el 14 de mayo de 1990, la cual llevaba por título “Cristianismo
Original: Entre los Evangelios y el Corán”. Durante la mañana de ese día,
acompañado por el Dr. Jaafar Sheikh Idris y otras personalidades de la
Universidad Imam, se llegó hasta el Departamento de Estudios Islámicos, donde
yo trabajaba. Participé de la reunión informal que se hizo. Al explicarse allí
porqué fue invitado Hans Küng, se enfatizó que era un orientalista que
simpatizaba con el Islam y con la causa palestina. La reunión fue dirigida por
un profesor de física, también erudito islámico, el Dr. Muhammad al Masari,
quien me animó a hablar y responder a Küng (12). Algunos estudiantes de la URS
también estuvieron presentes para enterarse de lo que hablaríamos.
Durante la reunión hice las siguientes
preguntas a Hans Küng:
1) ¿De dónde sacó sus conocimientos de
Islam?. La respuesta fue: de distintos orientalistas, especialmente de Paret, el
maestro de Küng en la Universidad de Tübingen. Evidentemente Küng no era una
persona cualificada en estudios árabes o islámicos.
2) Küng era conocido por negar la
infalibilidad del Papa. Le pregunté si también negaba la infalibilidad de los
Profetas (P). La respuesta fue que negaba esa infalibilidad. Por lo tanto,
ciertamente, negaba la infalibilidad del Profeta Muhammad (BP).
3) Pregunté: ¿Cómo ve la posición y
el papel de los norteamericanos en la cuestión palestina?. La respuesta fue que
percibía que la postura norteamericana era favorable a los palestinos.
Nada sorprendente, después de esa conversación algunos estudiantes se contactaron con las autoridades que organizaban la charla de Küng y les pidieron que fuera cancelada. Temiendo disturbios públicos, las autoridades consultaron al Ministerio del Interior. Me presenté en el lugar y a la hora señalada para la charla de Küng, al igual que muchos otros: nos encontramos con que había sido cancelada.
Hans
Küng Sobre el Islam
En esa ocasión, por la misericordia de Allah -Glorificado y Exaltado-, la verdad respecto a las posturas e intenciones de Hans Küng hacia el Islam y los musulmanes quedaron expuestas por las propias palabras que pronunció, que son las mismas de sus escritos. Desgraciadamente, descuidando responsabilidades para con su religión y modo de vida, quienes lo invitan a dirigirse a los musulmanes no se tomaron el trabajo de leer sus escritos.
Los puntos de vista de
Küng sobre el Islam están muy explícitamente presentados en su libro “El
Cristianismo y las Religiones Mundiales” (13). En la parte que se ocupa de
“El Islam y la Cristiandad” (pp. 3-135), Küng es partidario de que los
musulmanes (utilicen) lo que llama “método crítico” en la lectura de sus
Escrituras. Este es el procedimiento aplicado, desde principio del siglo XIX, al
estudio cristiano de la Biblia. Küng se refiere a distintos orientalistas cuyos
trabajos han seguido dicho enfoque. Entre ellos están:
1) (p. 33) Estudios Coránicos (1977) de
John Wansborough, en el cual el autor afirma que el Corán fue reelaborado
durante un período de dos siglos por miembros de la comunidad musulmana a través
de la interpretación de lo que consideraban dichos del Profeta (BP).
2) (p. 34) La Recolección del Corán
(1977) de John Burton, que sigue un enfoque similar al anterior pero limita el
período de “recolección” al período de vida del Profeta (BP).
3) (p. 34) El Redescubrimiento del
Profeta Muhammad (1981) de Günter Lüling, basado en Sobre la Versión
Primitiva del Corán (1974), el cual afirma distinguir en el texto coránico
un Corán árabe-cristiano primitivo atribuido al Profeta, siendo el resto de un
período muy posterior.
4) (p. 34) Estudio Sobre la Composición
de las Suras Mecanas (1981) de Angélica Neuwirth, obra con la que Küng parece
estar particularmente complacido: “con su preparación en el enfoque crítico-formal
del Antiguo Testamento, Neuwirth puede probar que cualquiera sea la situación
con el resto del Corán, las suras mecanas fueron reunidas por el propio Profeta
para la recitación litúrgica ...”.
¿Qué beneficio pueden obtener los musulmanes inteligentes que se preocupan por su religión con “rarezas” de este tipo?. La rareza es que se trata de aplicar al Islam unas técnicas copiadas directamente de los modelos occidentales, y cuyo objetivo es la determinación de reproducir entre los musulmanes, respecto al Corán, las mismas reservas que judíos y cristianos estén confinados a tener respecto a la Biblia, independientemente de si las técnicas son apropiadas o no. Para añadir indignidad al menoscabo, Küng ofrece esta línea de erudición como el camino para la paz y la reconciliación entre musulmanes y cristianos, es decir, pretende que los musulmanes vayan a creer y pensar como los cristianos modernos.
Küng sostiene que los
musulmanes no pueden (y no deberían) negar la influencia oral de las
tradiciones judías y cristianas en la composición del Corán. Dado que hubo
contactos entre musulmanes y la gente del Libro en vida del Profeta (BP), y
muchos Profetas (P) bíblicos son mencionados por su nombre en el Corán -como
María (P) la madre de Jesús (P)-, Küng infiere que el Profeta (BP)
conocía a todos esos otros Profetas (P) antes de que le llegase la revelación.
A veces la arrogancia
es acompañada por una ceguera voluntaria o testaruda: ¿cómo un erudito que
presumiblemente leyó, aunque más no sea, una traducción del Corán, no acertó
a ver que esta particular línea de argumento es anticipada y respondida por el
propio Corán?. Es el mismo argumento planteado por los politeístas y judíos
arrogantes durante el período de la Revelación, al cual se respondió: “Esto
forma parte de las historias que Nosotros te revelamos, referentes a lo oculto.
No las conocías antes tú, ni tampoco tu pueblo ...” (11:49). El Profeta (BP)
es totalmente inocente, según lo testimonia el Corán, de lo que alegan malévolamente
los orientalistas (así como los incrédulos con anterioridad). El objetivo de
los orientalistas es conseguir el apoyo de los propios musulmanes a estos
argumentos. Comienzan diciendo que el Corán, al igual que sus propias
Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamentos) desacreditadas, es sólo parcialmente
cierto. El propio Küng dice que él cree que el Corán es tanto revelado como
trabajo del Profeta (BP). Entonces se adelanta para ofrecer esta posición a los
musulmanes “modernos e instruidos”, como un modo de aplicar a sus Escrituras
el tipo de crítica aplicado a las Escrituras de los cristianos. El objetivo de
Küng, evidentemente, es argüir que cualquier musulmán que considere que
el Corán es verbatim la palabra de Allah -lo cual ha sido siempre una máxima
de la creencia de los musulmanes- no es instruido ni moderno. Küng escribe
convencido de que la cultura occidental ha triunfado y es competente para
adaptar a ella a los musulmanes (es decir, para someterlos): la tarea de los
eruditos cristianos es facilitar lo más posible esa sumisión y buscar de entre
los eruditos musulmanes individuos con la inclinación a someterse y que
por lo tanto puedan ser aplaudidos por su enfoque “constructivo”. En un
pequeño párrafo se encierra toda la ambición que entraña ese deseo de una
política colaboracionista, ofrecida a los musulmanes, política en la que,
con mucho dolor, vemos que quieren participar muchos musulmanes nominales:
Cristianos y
musulmanes necesitan continuar hoy día sus conversaciones acerca de este punto,
difícil pero fundamental, que hace a cómo debe comprenderse la revelación...
Todos saben que en distintos países musulmanes operan actualmente poderosos
movimientos de renacimiento islámico... Posiblemente en el largo plazo se
volverá una realidad el estudio histórico-crítico del libro santo en un mundo
islámico más consciente, el cual está intentando de muchas maneras hacerse
con la ciencia y cultura occidental (p. 35).
No es más que natural
que los enemigos del renacimiento islámico deseen desviar la energía de los
musulmanes en direcciones que armonicen con las preferencias religiosas y
culturales que son completamente ajenas al Islam. La colaboración de los
musulmanes en tales programas significa claudicar. Los musulmanes, no importa en
qué circunstancias, deben someterse a Dios, no a los enemigos de su religión.
La tragedia es que personas como Küng son capaces de encontrar cómplices no
solamente entre los funcionarios de gobiernos musulmanes sino también entre
musulmanes que debido a su erudición se deberían haber precavido o resguardado
de tal traición al din (modo de vida islámico). ¿Cómo va a ser estimado o
juzgado el Corán si los colaboracionistas hacen lo que los especialistas
quieren?. Cuánto peor será la cosa, si como desea Küng, ése proceder fuera
intermitente, adaptable, relativo. En sus propias palabras (p. 36, las itálicas
son de Küng):
... comprendiendo el Corán como un mensaje viviente, continuamente escuchado de un modo nuevo ... como el gran testimonio profético para el uno y único Dios misericordioso y poderoso ... Un testimonio coherente que puede y debería ser transmitido de una manera variable, siempre adaptado de manera nueva al tiempo, lugar e individuos del caso, que debería promover una solución constructiva, inequívoca para los conflictos actuales con la ciencia y la historia, así como con el ethos moderno y el sentido de la ley. Este sería un enfoque histórico-crítico ...
Pero son los judíos y cristianos quienes adaptan sus
Escrituras a sus propias necesidades y propósitos transitorios, quienes
compaginan su religión con el “ethos”, el rasgo distintivo prevaleciente,
mientras que la distinción de los musulmanes ha sido siempre, por la
misericordia de Dios, tener una Escritura perfectamente preservada, a cuyas órdenes
se adaptan voluntariamente haciendo que “prevalezca el ethos del Corán”. En
realidad es difícil creer que puedan existir eruditos que, mientras se
autodenominan musulmanes, están no obstante deseando unirse al enfoque
“adaptado” recomendado por los cristianos y judíos modernos. La intensa
presión con este enfoque desde principio de los ochenta y la denigración de
todos los otros musulmanes calificándolos de “fanáticos” y
“fundamentalistas”, es evidencia de que cuando la gente del Libro invita a
los musulmanes a un “mensaje viviente” lo que quieren hacer con eso es
ahogar y matar el mensaje. (Habiendo fracasado en sus intentos de conversión,
especialmente frente al renacimiento del Islam, recurre a la subversión).
Cuando más adelante Küng, en su estudio del Islam, trata la cuestión de la saricah, sigue el mismo procedimiento y llega a la misma conclusión. Los musulmanes son invitados a aprender la familiar distinción cristiana entre ley (que en la perspectiva cristiana, debe convertirse en legalismo) y fe; son invitados a aprender a ver el Corán como un libro fuente de normas éticas y morales y no como la fuente para todas las leyes y valores, motivos debido a los cuales los que lo escucharon primero -cuando nacía el Islam- llegaron hasta a dar la vida en el esfuerzo por arraigarlo.
Küng es capaz de sugerir, sin mucha ironía, que los musulmanes tenían poca elección en el asunto en los siglos recientes, y ciertamente ninguna hoy día: el programa “fundamentalista” para la reintroducción de la ley islámica (los castigos hadd -penas estipuladas por el Corán- por ejemplo, particularmente por apostasía y adulterio, y la prohibición de riba -cobro de intereses-) está condenado al fracaso, piensa Küng, porque la occidentalización está bien resguardada. Parece que Küng piensa que en cualquier parte que la educación (cosa que para él significa secularización) saque a los musulmanes de su defecto mental “medieval”, sin lugar a dudas los mismos buscarían las flexibilidades que posee el proceder cristiano moderno para el tratamiento de la ley sagrada. Y, otra vez más, Küng es competente para hacerse con los puntos de vista de los eruditos musulmanes “modernistas” o “reformistas” (“Esfuerzos en Una Crítica Intraislámica de la Ley”, pp. 66-9), citando extensamente, con particular fruición, a Fazlur Rahman.
Rápidamente queda claro cuáles son los contenidos de las reformas deseables
para los musulmanes en los tiempos modernos. Antes que nada, los musulmanes
deben hacer suyo el rasgo central (cristiano), es decir, que “la saricah
existe por amor al ser humano, y no el ser humano por amor o en consideración
de la saricah. Por lo tanto, es el ser humano la medida de la ley” (p. 65, las
itálicas son de Küng). Una vez que los musulmanes hagan suyo esto, podrán
sacarse de encima “los escandalosos defectos de la ley islámica”. Küng
quiere, especialmente, el “disenso” (con lo que propone la “blasfemia”),
que el cobro de intereses sea aceptado y que las penalidades o sanciones hadd
sean abolidas. Encomia a los mutazilitas diciendo que están más cerca de la
verdad porque creían que el Corán era “creado” y “por lo tanto
modificable”, pero se olvida de contar que los eruditos mutazilitas (por más
que los orientalistas occidentales les den un amplio espacio en sus escritos)
tuvieron incluso menos influencia sobre el pensamiento musulmán en general que
el que tuvieron sobre el pensamiento cristiano en general los cristianos que
animaban o impulsaban a la Iglesia a permitir la poligamia. No sorprende para
nada que Küng sea “contrario” a la poligamia, porque ésta no se ajusta al
ethos moderno. Küng llama a los musulmanes a que se unan al movimiento de
liberación de las mujeres (p. 84) para eliminar las diferencias entre los
derechos de hombres y mujeres respecto a la herencia y para que el testimonio
legal sea equivalente para ambos sexos. ¡Dice que piensa que todas esas leyes
estaban bien en el siglo VII pero no en el siglo XX!.
Lo dicho debe ser
suficiente para ilustrar el modo en que Küng simpatiza con el Islam.
Veamos ahora su simpatía por la causa de los palestinos frente al sionismo.
Sus posturas al respecto se explicitan en su libro Judaísmo: La Situación
Religiosa en Nuestra Epoca (14). Es necesario advertir que este libro dedicado
“a mis amigos judíos en todo el mundo”, fue bienvenido calurosamente por
los judíos. Por ejemplo, ver la reseña hecha por el rabino Dr. Albert H.
Friedlander en el London Times (“Un Católico Sobre los Judíos”, 26 de
marzo de 1993). Küng dedica varios parágrafos en el prefacio para asegurar a
los lectores que tiene relaciones amigables y estrechas con Israel, con sus
instituciones y con sus líderes religiosos y políticos dentro y fuera
del país. Recuerda sus disertaciones en el Instituto Van Leer en Tel Aviv y en
la Universidad de Haifa, su participación en la sociedad Suizo-Judía y las
“numerosas conversaciones y reuniones” con los funcionarios del Ministerio
de Relaciones Exteriores y otros representantes de la política israelí
oficial. Küng no menciona ni una sola reunión, conversación o conjunción con
algún palestino, dentro o fuera del país por el cual expresa tal interés y
preocupación, mientras está a buen resguardo y seguro en su propia tierra.
La comprensión política
básica de Küng es que los judíos creen ser, con exclusividad, el pueblo
elegido de Dios. Y en base a la pertenencia a una raza tienen derecho a la
tierra prometida, es decir, Palestina. Küng no se perturba para nada al
respaldar este favoritismo divino. Tampoco se siente para nada frente a una
situación embarazosa por reducir el Antiguo Testamento a la titularidad de una
escritura legal de un pedazo de tierra, a pesar de su apasionado alegato en
favor de la lectura histórico-crítica de todas las escrituras sagradas
(incluido el Corán). La inhumanidad del desalojo forzoso de la población
nativa de esa tierra (a pesar de los siglos de tolerancia y respeto a los judíos
que ya vivían allí, en contraste con la práctica cristiana en la misma tierra
santa), que se vio dividida solamente cuando el programa sionista se volvió
demasiado estruendoso, apabullante, como para ser ignorado, es aceptada por Küng
como un inconveniente. Por temor a que el lector vaya a pensar que estoy
malinterpretando o exagerando la posición de Küng, cito aquí sus propias
palabras (pp. 45-6):
para el judaísmo, el cual preservó su vínculo
primordial con la tierra de Israel (en hebreo Eretz Israel), incluso en la época
de la “dispersión” (en griego, Diáspora), la relación con esa tierra
particular, la “tierra prometida”, es absolutamente esencial ...Sea o no
conveniente para otros, el pueblo elegido de Yavé y la tierra prometida están
ahora juntos.
Küng no presta ninguna atención al hecho que el aceptar (como cosa natural) que Israel pertenece a los judíos, implica, necesariamente, la aceptación del desahucio de los habitantes originales de esa tierra en favor de los colonialistas europeos; implica dejar a una lado compulsivamente a los palestinos y a Palestina. ¿Por medio de qué esfuerzo imaginativo se puede describir esta falta de atención (o negación) de los derechos de los palestinos como “simpatía” por los mismos?.
En realidad, la posición de Küng no se basa en una genuina
evaluación benevolente (bien intencionada) de las necesidades o derechos de los
palestinos. Por el contrario, se basa en un cinismo respecto a las
realidades que hacen a la detentación del mando o poder, típico de los
europeos-protestantes. Ese cinismo se deriva, a su vez, de la postura
protestante hacia la legalidad, considerándola una alternativa soberana frente
al imperio de la rectitud o justicia, del mismo modo que esa postura protestante
(hace de) la moralidad práctica una alternativa a la espiritualidad
ideal. La civilización islámica ha rechazado siempre esta división, estas
alternativas, aunque desgraciadamente (para el género humano en general así
como para los musulmanes en particular) hay algunos musulmanes eminentes que
desean jugar el juego del poder, divorciados de cualquier compromiso con una
vida de sumisión y dedicación a la voluntad de Dios. En realidad, la eminencia
que logran es precisamente por medio de aceptar el juego del poder y sus normas.
Cuando proceden así son aplaudidos como moderados, como hombres de visión,
progresistas, razonables, tolerantes, etc.. En cambio los fieles, por desgracia,
son denigrados acusándoseles de fanáticos y reaccionarios. En resumen, no nos
deberíamos sorprender por el cinismo que encierra el proyectado
“compromiso” de Küng, como así tampoco debería sorprendernos que los
elementos principales de ese compromiso se atribuyan a uno de los musulmanes
favoritos de occidente, el que fuera Presidente de Egipto, Anwar al-Sadat.
Küng nos dice que judíos,
cristianos y musulmanes “están unidos por las características principales
que tienen en común”. Las mismas son: el origen semítico, la creencia en el
mismo Dios único de Abraham (P), los ancestros tribales, la creencia en la
revelación y proclama profética establecidas para todas las escrituras en su
momento y que siguen siendo válidas, el ethos básico de una humanidad
fundamental cimentado en la voluntad de Dios, los Diez Mandamientos, etc..(pp.
17-18). Küng defiende la paz sobre la base de un reconocimiento de esas
características comunes y recomienda (un poco vagamente) la idea de un pueblo,
una religión, un culto. Defiende el talante de esa comunidad antigua (la
existencia de una comunidad así) en base al hecho de rezar juntos: judíos y
cristianos ya han compartido sus textos. No debería ser demasiado difícil
encontrar textos -y evitar divisiones- que permitirían a los musulmanes
agregarse a los anteriores y dirigir a Dios las mismas palabras, en el mismo
lugar, en la misma ocasión (p. 580).
Todo parece muy
encantador y positivo hasta que quedan en claro todas las implicaciones
existentes (en lo que hace al derecho político y legal, en lo que hace a lo
moral y espiritualmente correcto). ¿Cómo tienen que proceder en la práctica,
judíos, cristianos y musulmanes, con esta idea encantadora?. Küng nos dice:
“Posiblemente nos ayude en esto la sugerencia de un musulmán, es decir, Anwar
al-Sadat, a quien Israel debe la paz con Egipto” (p. 578). La sugerencia de
Sadat, basada también en enfatizar los orígenes comunes y compartir la adoración
y lugares de adoración, era edificar un nuevo sitio de culto, consagrado para
los adherentes de las tres religiones, y hacerlo cerca del monasterio de Santa
Catalina, en el Sinaí. Küng incluso va más allá. ¿Qué necesidad hay de
edificar algo nuevo?. Ya existe un sitio perfecto para ese propósito
(pp.579-80): el Domo de la Roca. La mezquita podría servir también como
sinagoga e iglesia.
Las implicaciones son
más bien severas. Los musulmanes no necesitan recuperar Jerusalén: pueden
tenerla por medio de regalarla formalmente a judíos y cristianos.
No creemos que tengamos que hacer algún comentario sobre
dicha sugerencia, ya que aunque no estuviese cínicamente motivada sería de
todos modos inaceptable. Sin embargo necesitamos recordar la postura coránica
sobre la “comunidad” entre los musulmanes y el pueblo del Libro: el Corán
invita a la gente del Libro a considerarse un pueblo con los musulmanes, volver
al Profeta Abraham (P) y hacerlo sobre la base de que él (P) no era ni judío
ni cristiano, sino musulmán: “Abraham no fue judío ni cristiano, sino que
fue hanif, sometido a Dios, no asociador” (3:67).
2. Colaboración Política y Militar Saudí con los Kuffar
I-
La asociación política y militar entre las autoridades sauditas y los
kuffar no es, en realidad, tanto una relación de colaboración sino más bien
de vasallaje. Se entiende que el dominio por parte de las autoridades sauditas
de sus tierras, mares y demás recursos tiene que ser para beneficio de todos
los musulmanes, pero en realidad es para beneficiar a occidente, especialmente a
los intereses políticos norteamericanos en la región. Esto ha sucedido desde
la fundación del reino bajo la “protección” imperial británica, aunque
antes no se lo sabía tan bien como ahora. Pero ese hecho es ampliamente
aceptado desde la crisis del Golfo de 1990. “Invitadas” las fuerzas
militares de los kuffar por los gobiernos árabes del Golfo, especialmente por
los sauditas, ocuparon la península arábiga con el objeto de proseguir su
guerra contra Irak. Después de eso, luego de destruir las estructuras militares
y civiles irakíes, continuaron teniendo una muy grande y poderosa presencia
militar en los países de la zona. Esto se hizo y se hace con menos publicidad
que durante la guerra del Golfo, aunque tampoco se hace un gran esfuerzo por
ocultarlo. La política de no ocultamiento también tiene sus propósitos.
Aparte de poner a prueba a los desvalidos países del Golfo, los hace
vulnerables al descontento de sus propios pueblos, lo cual a su vez hace a los
gobiernos árabes más dependientes de la presencia occidental. La situación no
es muy distinta a la de la protección brindada por las pandillas mafiosas: a
cambio de la “protección” se exige a los regímenes árabes del Golfo
grandes sumas de dinero por medio de la provisión de armas, equipos -que si los
árabes podrían usarlos efectivamente, más que seguro que no se los venderían-
y otros servicios de seguridad, lo cual hace retornar los petrodólares a
occidente y a su industria militar, proveyendo a ésta de suficientes fondos que
sirven para producir nuevos tipos y clases de armamentos con los que no pueden
equiparse sus víctimas. Es un círculo vicioso en todos los sentidos.
La ambición por dominar a la península arábiga no es
nueva. Las raíces de ese objetivo ya las encontramos en las actividades
misioneras iniciadas en el Golfo alrededor de fines del siglo XIX. Samuel Zwemer,
protestante norteamericano que estableció la primera misión en el área,
allá por 1889, fundó muchas escuelas e iglesias en las ciudades costeras.
Zwemer es explícito en cuanto a su comprensión de la situación de esa época
(15). A los misioneros protestantes hay que considerarlos aliados voluntarios de
los judíos en sus esperanzas y planes para la creación de una casa nacional
judía en la región. Zwemer justifica esto sobre la base que la región había
“pertenecido” a Cristo (P): antes que llegue el dominio del Islam, en la península
(Najran) habían existido comunidades cristianas, así como comunidades judías
en Yathrib (Medina), Jaybar, etc.. Según su punto de vista, las fuerzas
occidentales tienen el derecho de “volver a llevar” la zona a sus anteriores
filiaciones religiosas.
Un orientalista norteamericano, John Kelly, quien sirvió como consejero al Presidente de los Emiratos Arabes Unidos, defiende la recuperación del área del Golfo por las fuerzas occidentales para anular o reemplazar la retirada del Imperio Británico al este de Suez (16). El motivo principal puede ser el control de las reservas petrolíferas, pero las ambiciones de los misioneros (ambiciones religiosas y culturales) y, más importante que todo, el control de los pueblos y del renacimiento islámico en el área, son parte de la estrategia llevada adelante.
Las tierras en donde está el corazón del Islam, la orientación diaria
del rezo para millones de musulmanes y el centro de la peregrinación anual a
las ciudades de Meca y Medina, podrían ser elementos unificadores y
organizadores de los esfuerzos y recursos de todos los movimientos de
renacimiento islámico dispersos por el mundo. Por lo tanto, el potencial político
de esta región es inmenso, y los poderes occidentales son perfectamente
conscientes de esto. Como dijimos antes, es conocido por todos que los
norteamericanos y británicos tienen bases militares permanentes en cada uno de
los países del Golfo, excepto en Yemén. Kuwait, Bahrain, los Emiratos, Omán y
Qatar tienen, cada uno, por lo menos, una importante instalación militar
norteamericana. Arabia Saudita hospeda varias bases militares que son grandes
complejos separados del resto del país, administrados de manera totalmente
independiente.
¿Quién es responsable de la presencia de los kuffar en las tierras santas del Islam?. Evidentemente quienes los invitan, es decir, los gobernantes de esos países y la Ulama as-Sultan que autorizó esa invitación. La autorización fue dada de manera pública en un documento formal (llamado Documento de Meca) el 10 de Octubre de 1990. Entre los firmantes están Saied Abul Hasan Nadwi, Yusuf al-Qaradawi, Saij Bin Baz y Manna al-Qattan. El argumento de estos Ulama se basó especialmente en una apelación a la necesidad, es decir, al recurso por el cual lo que está nominalmente prohibido puede ser temporariamente permitido, o por medio del cual uno puede ser excusado temporalmente de hacer lo que normalmente es una obligación. El argumento de “necesidad” es simplemente sin sentido, insensato o infundado, si la tolerancia momentánea se hace permanente. Pero dejando esto a un lado observemos más atentamente el argumento de “necesidad” que fue usado en este caso. La necesidad en cuestión era, por supuesto, la amenaza de invasión y guerra proveniente de Irak, gobernado por Saddam Hussein.
Podemos comenzar preguntando: ¿Quién convenció a los sauditas que existía tal amenaza?. Por supuesto, los norteamericanos. Estos afirman haber mostrado a las autoridades sauditas fotos reservadas de movimiento de tropas irakíes tomadas por satélites operados secretamente, fotos que requieren para ser interpretadas una preparación muy especializada, la cual también es secreta. En resumen, los sauditas tomaron por cierto lo dicho por los norteamericanos y en consecuencia hicieron lo que éstos querían. (Podemos recordar que Irak también invadió Irán pero en ese caso no hubo una respuesta similar por parte de occidente ni por parte de los estados árabes del Golfo, ni por parte de la Ulama as-Sultan). En realidad, no había ninguna evidencia de una amenaza inmediata para Arabia Saudita. Si los irakíes hubiesen tenido la intención de invadir Arabia Saudita, el momento para hacerlo habría sido inmediatamente después de la ocupación de Kuwait o, al menos, mucho antes que los “aliados” tuviesen tiempo de establecerse en el reino. Finalmente -seguramente un evento único en la historia militar- los norteamericanos gozaron de seis meses completos para arribar sin ninguna oposición. Incluso admitiendo una intención criminal por parte de Saddam Hussein (algo nada difícil), era de suponer que debía atacar rápidamente y ocupar los campos petrolíferos al nordeste de Arabia Saudita, una opción perfectamente realista en el primer mes de la crisis, y mantenerlos con el objeto de negociar Kuwait. Pero los irakíes no realizaron para nada un movimiento así.
Debemos comenzar por advertir entonces que el juicio o
criterio de “necesidad” al que apeló la Ulama as-Sultan fue incorrecto:
disponía solamente de la palabra de los kuffar respecto a que existía esa
necesidad. Pero admitamos que este fue un error de juicio de su parte, no una
tentativa premeditada de legitimar la demolición de Irak, admitamos que no tenían
ningún deseo de ayudar a los enemigos del Islam para que maten a una gran
cantidad de musulmanes por medio de ataques a distancia con misiles, lo que
también llevó a destruir caminos, puentes y servicios públicos de Irak, lo
cual, a su vez, provocaría, en los años siguientes, muchas miles de muertes.
Admitamos que no previeron o desearon que suceda nada de esto, sino que vieron
como una necesidad que Arabia Saudita debía ser defendida. Muy bien. Pero después
sucedió lo que sucedió y sabemos lo que le ocurrió al pueblo irakí. Todo el
mundo lo sabe. Fue televisado noche tras noche. ¿Ha expresado la Ulama as-Sultan
algún pesar o aflicción por la pérdida de tantas vidas humanas?. ¿No tenía
ningún motivo para no desear lo que hicieron?. Evidentemente no, porque estos
hombres instruidos han permanecido totalmente callados ante el sufrimiento del
pueblo irakí. Ni siquiera después de que la “necesidad” dejó de existir
tuvieron algo que decir sobre la continuación de la presencia militar de
norteamericanos, franceses e ingleses en Arabia Saudita y por todos lados.
No obstante, aunque concedamos a estos eruditos que tuvieron
los mejores motivos para hacer lo que hicieron, eso no significa que lo que
hicieron sea correcto. Están obligados, en tanto que son eruditos musulmanes, a
dar consejos y emitir juicios de acuerdo con el Corán y la Sunnah. No
procedieron así. Su juicio fue, según el Corán y la Sunnah, falso, incierto,
fue un grave abandono de sus responsabilidades a favor de una sumisión abyecta
a las necesidades del gobierno saudita. Ciertamente, su silencio en esa
oportunidad será siempre un mal incalificable.
Las condiciones y principios a ser tenidos en cuenta cuando un gobierno islámico, en cualquier situación, de necesidad o la que sea, solicita o acepta la ayuda de los no musulmanes, están bien establecidos y son bien conocidos.
Antes de la batalla de Badr llegó un hombre hasta donde
estaba el Profeta (BP) y dijo que se le quería unir en el combate. El Profeta
(BP) le preguntó si creía en Dios. El hombre le dijo que no. Entonces el
Profeta (BP) respondió: “Vuélvete. No pido ayuda de un mushrik (asociador)”.
¿Y quién no sabe cuáles eran las posibilidades (de triunfo o derrota) que
enfrentaban los musulmanes en ésa época?.(El hadiz mencionado está en el
Sahih de Muslim).
Se relata que en la época
de Uhud, como consta en la Sirah (biografía) de Ibn Hisham (17), el Profeta
(BP) no deseaba, aun a pesar de las circunstancias, buscar ayuda de los
judíos de Medina. Dijo el Profeta (BP): “Nosotros no pedimos ayuda de un
mushrik para luchar contra otro mushrik, ni de un kaffir (impío) para luchar
contra otro kaffir”.
Hay dos precedentes en
particular que la Ulama as-Sultan ofreció como pretextos para el juicio que dió.
En primer lugar, citó el caso de Safwan ibn Umayyah en la época de la batalla
de Hunayn, cuando el Profeta (BP) tomó prestado del mismo ciertas armas, a
pesar de que entonces Safwan era un mushrik. Pero tomar prestado o comprar
armamento o cualquier otro equipamiento o tecnología de los incrédulos no es
lo mismo que llamarlos para que luchen junto a uno. Además, los musulmanes tenían
la superioridad y el completo control de la situación, pues dicho incidente
ocurrió después de la conquista de la Meca. Por último, es importante
recordar que se sabía que Safwan simpatizaba con el Islam, al punto que, poco
después, se hizo musulmán. El contraste con la guerra del Golfo es demasiado
obvio: los árabes no tenían la superioridad, y en ningún sentido, por cierto,
controlaban la situación. La verdad es lo contrario. La guerra fue conducida
por y para los norteamericanos bajo el liderazgo, en el campo de batalla, del
general Schwarzkopf, quien no es, y no era, en lo más mínimo, simpatizante del
Islam. La situación resultaba directamente opuesta a lo que se requiere de los
musulmanes, según el Corán, para obtener lo que se promete en consecuencia,
como reza el versículo que ya citamos antes: “... Dios no permitirá
que los infieles prevalezcan sobre los creyentes” (4:141).
En segundo lugar, la
Ulama as Sultan cita el precedente de la hijra (emigración) a Abisinia, donde
los musulmanes se pusieron bajo la protección del Negus, el gobernante
cristiano del país. Pero esta no era una situación que involucrase lucha y
guerra. Además el Negus no solamente simpatizaba con la creencia musulmana sino
que él mismo aceptó el Islam. El propio Profeta (BP) hizo la oración fúnebre
del Negus cuando le llegó la noticia de su muerte.(Esto está registrado en el
Sahih de Muslim). La ayuda que los musulmanes emigrados recibieron de los
cristianos no musulmanes de Abisinia no fue de naturaleza militar ni era parte o
fase de una campaña militar.
En suma, no está permitida ninguna alianza entre musulmanes y no musulmanes cuando se trata de luchar juntos.(Lo que pudo haber sucedido en los últimos períodos en la historia del Islam no hace valedero ese tipo de alianza, dado que esos períodos de la historia no tienen ningún valor, excepto como precedentes negativos, enseñándonos lo que no hay que hacer). La razón que hace que los musulmanes no luchen junto a los kuffar es que ambos tienen, globalmente, objetivos distintos: los de un sector surgen de iman (la fe), los del otro sector proceden de kufr (la impiedad). Y sobre esto no puede haber la más mínima discusión pues el Corán dice: “Quienes creen, combaten por Dios. Quienes no creen, combaten por los taguts (todo lo que es adorado fuera de Dios y aleja de El: ídolos, demonios, magos, adivinos, belleza física, dinero, etc.)....” (4:76). Se le preguntó al Profeta (BP) respecto a la gente que lucha por el botín, por la reputación de valentía o por otras razones, quién de ella luchaba fi sabil lah (en el camino de Dios). El Profeta (BP) respondió: “Cualquiera que lucha para que la causa de Dios sea la más elevada, está combatiendo fi sabil lah”. Este hadiz está registrado en todas las grandes colecciones. En la versión del Sahih de Muslim, entre los motivos no aceptables como para decirse que se está luchando en el camino de Dios, se encuentran: al-jahiliyyah (el orgullo tribal pagano) y riya (la vanagloria, la presunción).
Todos los kuffar, ya
sean del Este ex-comunista o los ex-cristianos/judíos occidentales, luchan por
razones erradas -por el control de la población (recursos humanos), por las
materias primas (recursos materiales), por la gloria nacional, por el dominio
arrogante, por el gusto a la violencia, por la excitación de derrotar a otros y
desplegar masivamente fuerzas de combate- como los faraones y todos los otros
tiranos a lo largo de la historia. Ninguno de sus propósitos puede ser nunca fi
sabil lah. De ello se deduce que nunca puede haber un propósito común a los
musulmanes y a los incrédulos que pudiese conducir a los primeros a luchar
junto a los segundos y/o bajo su dirección.
II- La naturaleza de la alianza
entre los kuffar (impíos) de occidente y los gobernantes sauditas tiene tres
características definidas según el Corán y la Sunnah:
1) La alianza constituye un ensamble de fuerzas entre los kuffar (incrédulos) y
los Munafiqun (hipócritas). Los munafiqun son esos que aparentan gobernar de
acuerdo con el Islam cuando en realidad trabajan en alianza con los kuffar,
quienes los mantienen en el poder con sus privilegios y (supuesto) prestigio. Es
un hecho histórico que el poder de la familia real saudita fue establecido por
los británicos, quienes pagaban al rey Abdul Aziz un salario regular y le
rodearon de “consejeros y auxiliares”, entre los que destacaba el conocido
espía inglés John Philby. Esta alianza y colaboración está profetizada en el
Corán: “Anuncia a los hipócritas que tendrán un castigo doloroso. Toman a
los infieles como amigos, en lugar de tomar a los creyentes. ¿Es que buscan en
ellos el poder?. El poder pertenece en su totalidad a Dios”.(4:138-39).
2) No se trata de una relación entre
iguales sino de aquella que existe entre el amo y el esclavo. La psicología de
la servidumbre voluntaria es tal que, inevitablemente, cuanto más voluntad
muestra el esclavo más se le exige, y entonces se vuelve más ansioso todavía
por complacer, por contentar al amo. Finalmente, el hipócrita no sólo
traiciona a su religión, a su pueblo, sino que poco a poco adquiere el hábito
de envilecer tanto a la religión como al pueblo por medio de la palabra y la
acción, perdiendo todo sentido de juicio normal y decencia, hasta que se
convierte en motivo de desprecio y desdén mundial, como sucede con los príncipes
y princesas sauditas.
3) Existe una poderosa tendencia a la
atracción entre malhechores y corruptos, de modo que se asocian y se apoyan
mutuamente en sus malas acciones y corrupciones. Esta condición está descrita
en el Corán: “Luego, te pusimos en una vía respecto a la Orden. Síguela,
pues, y no sigas las pasiones de quienes no saben. No te servirán de nada
frente a Dios. Los impíos son amigos unos de otros, pero Dios es el Amigo de
los que Le temen” (45:18-19).
La corrupción de los gobernantes de
Arabia Saudita tiene cuatro grandes atributos. En primer lugar, es un gobierno
dinástico con un estilo muy similar al de los omeyas: se han auto-asignado los
peores consejeros y superan incluso a los omeyas en el favoritismo con los
miembros de su propia familia. La injusticia y la ilegitimidad de su nepotismo
es tal, que no pueden confiar en nadie fuera de la propia familia, por lo que se
ven obligados a controlar ellos mismos hasta las cosas más ínfimas.(Un
funcionario norteamericano se hizo notable por haber señalado que de todos los
países que conocía, los estados del Golfo eran los únicos donde se
consideraba común que todos los ministros jóvenes y adultos debían tener el
mismo apellido). El propósito de este favoritismo no es explotar los talentos o
patriotismo especial de una familia determinada, sino simplemente retener toda
la riqueza y poder corporativo dentro de una minoría, como si se tratase de una
empresa familiar. Al haber sido los poderes occidentales los que estructuraron
ese método, están muy contentos ya que les facilita el control de la riqueza y
los recursos de toda la nación a través de dichas familias privilegiadas. La
tiranía saudita es descrita en occidente como una fuerza que hace a la moderación
y la estabilidad. (De todos modos hoy día en el propio occidente se levantan
algunas voces contra el sistema de gobierno opresor saudita, posiblemente debido
a denuncias que vienen haciendo distintos grupos y organizaciones de refugiados
que pretenden un cambio en ese nepotismo autoritario). Pero cualquiera que haya
vivido allí sabe que el gobierno saudita es hukm al-jahiliyyah (orden político
de la ignorancia). En realidad, es un régimen que está muy lejos de tener carácter
islámico alguno.
En
segundo lugar, en el gobierno saudita no existe para nada shura (asamblea
consultiva o cuerpo consultor elegido islámicamente) o justicia: su gobierno se
basa en la rigurosidad policíaca, la coacción, el abultado soborno y la
“protección” de los kuffar. Está generalizada la violación de hasta los más
elementalísimos derechos humanos. Un ejemplo de ello es el trato opresor y
sanguinario dado a la minoría sicita de manera continua y durante años, con
muchos casos bien documentados de torturas y matanzas brutales. (Hay que tener
en cuenta que los sicitas son mayoría en las principales regiones petroleras
del país). Más recientemente tenemos el caso de la expulsión de más de 600
mil yemeníes, lo cual no respondió a ningún delito cometido por los
mismos sino al simple hecho de que el gobierno de Yemen se negó a apoyar a los
kuffar en su guerra contra Irak.
En tercer lugar, los sauditas han seguido consecuentemente
las políticas, tanto interior como exterior, dictadas por los EEUU, a pesar de
ser las mismas obviamente antiislámicas. Por ejemplo, los sauditas dieron apoyo
a los movimientos islámicos cuando los norteamericanos juzgaron que eso servía
para debilitar las fuerzas del movimiento nacionalista árabe. Luego, cuando los
norteamericanos entendieron que lo que provenía de esos movimientos islámicos
era lo que hacía peligrar sus intereses, los sauditas pasaron a dar su apoyo a
los nacionalistas árabes, considerándoseles entonces como “moderados”.
Esto es precisamente lo que ha sucedido en Argelia. A continuación, cuando se
estableció en Sudán el movimiento islámico, los sauditas recibieron
instrucciones de apoyar a los rebeldes animistas-cristianos contra los
musulmanes en el sur del país, cosa que hicieron. De la misma manera, en tanto
los frentes de lucha se volvían más claros, se aconsejó al gobierno saudita
dar un apoyo visible a la causa de “la paz en la región”, lo cual es un
eufemismo para expresar el apoyo a los israelíes, quienes, capaces de
enfrentarse con los combatientes nacionalistas árabes, son incapaces de
enfrentar la resistencia de los combatientes árabes en su calidad de
musulmanes.
Por último, no podemos sino imputar al gobierno saudita su
ingratitud hacia Dios, lo cual es un nivel de kufr (la impiedad). Porque Dios
les ha donado enormes riquezas, así como el poder y la influencia del caso, a
fin de que los usen en consideración hacia los musulmanes, tanto en la región
como en el resto del mundo. Pero la postura adoptada fue exactamente la
contraria. El terrible destino que espera a esos gobernantes y a sus ayudantes
está asegurado por Dios en Su Libro en los siguientes versículos: “Dios
propone como parábola una ciudad, segura y tranquila, que recibía abundante
sustento de todas partes. Y no agradeció las gracias de Dios. Dios, en castigo
por su conducta, le dio a gustar la vestidura del hambre y del temor”.(16:112)
; “Cuando queremos destruir una ciudad, ordenamos a sus ricos y ellos se
entregan a la iniquidad. Entonces la sentencia contra ella se cumple y la
aniquilamos”. (17:16); “¿Creen que, al proveerles de hacienda y de
hijos varones, estamos anticipándoles las cosas buenas?. No, no se dan
cuenta”.(23:55-56); “Y cuando hubieron olvidado lo que se les había
recordado, les abrimos las puertas de todo (de todas las clases de bienes
terrenales).Cuando hubieron disfrutado de lo que se les había concedido, Nos
apoderamos de ellos de repente y fueron presa de la desesperación. Así fue
extirpado el pueblo que obró impíamente ...”.(6:44-45).