El Islam, camino de simplicidad

 

Este es el relato del último viaje que he realizado a Fez en Marruecos.

 

A los musulmanes nos gusta mucho viajar por los países que normalmente denominamos islámicos, aunque mejor sería decir de mayoría musulmana. Sin saber porqué nos vamos encaminando hacia esos países buscando la sintonía y hermandad con sus habitantes con los que reconocemos muchos aspectos comunes. También tratamos de aprender de ellos, normas de ‘adab, comportamientos islámicos y otras veces, como en este caso pretendíamos, algo más…

 

Pero no siempre, todo con lo que nos tropezamos en estas sociedades es islámicamente aceptable, a veces más bien todo lo contrario… En estas sociedades con frecuencia también se dan situaciones de corrupción, brutalidad, indignidad. A veces, tanto o más que en nuestras sociedades.

 

Con gran tristeza he presenciado como un camarero impedía con violencia que un pobre miserable recogiera de una mesa los restos de comida que sobre ella había dejado un comensal, o como un grupo de hombres jóvenes se reían  a carcajadas de un pobre disminuido psíquico al que habían convencido para que se bebiera cuanto más mejor, refresco con gas, a cambio de un pequeño premio económico.

 

Todo eso sin hablar de sus élites que ocupan los rangos más elevados de las escalas económicas, políticas o sociales de estos países. Todos ellos, casi sin excepción, participan de la explotación sin límites de las clases más pobres y de la expoliación en beneficio propio de las riquezas nacionales (que no son pocas)  privando al resto de sus compatriotas de las mínimas condiciones dignas de vida, y lo que es peor, de la esperanza para poder optar a ellas algún día. Ni ellos ni sus hijos.

 

Por eso, con frecuencia y con cierta perplejidad los musulmanes españoles nos preguntamos ¿cómo es posible que estas situaciones se den entre gentes que desde que nacieron se han educado en ambientes islámicos?

 

Será por sus problemas económicos, será por sus acuciantes necesidades primarias, será porque sus gobiernos no han incidido suficientemente en su educación, o… ¿Por qué  será?

 

¿Será porque sus habitantes se han ido apartando cada vez más de los fundamentos de su tradición, de su cultura y de su educación, en definitiva del Din que sus padres y abuelos tenían como primera y prácticamente única norma de convivencia, creyendo que adoptando nuevas formas de relacionarse entre ellos y con su medio les procuraría más bienestar y esperanzas de futuro, resultando ser justamente lo contrario?

 

Puede ser que así sea... Es precisamente en las ciudades donde se observa con más insistencia este tipo de actitudes contrarias a las costumbres islámicas y es en los pueblos y aldeas donde es más difícil encontrarlas.

 

De mi experiencia personal he podido concluir que no es más pobre el que menos tiene, sino el que más necesidades se ha creado, y que la dignidad de las personas no es proporcional a su riqueza, sino que se puede ser auténticamente pobre y vivir y relacionarse con gran dignidad y eso lo hace la asunción en lo interior de los grandes valores del ser humano, que en estas sociedades están encarnados en el Islam.

 

Pero, no es este el momento de hacer un análisis de más profundidad de estas circunstancias, no porque sean baladíes, sino precisamente por lo contrario, por ser cuestión de grandes repercusiones y causa de otros muchos males que aquejan a estas sociedades.

 

FEZ

 

Mi primer encuentro con Fez fue hace muchos años, y lo fue en el interior de una novela,  o biografía novelada. La de Maimónides, médico judío que nació en la Córdoba musulmana del año 1135, pero tuvo que exiliarse a Fez algún tiempo, antes de continuar su viaje hacia Oriente. El libro es El Médico de Córdoba y lo escribió un francés llamado Herber Le Porrier.

 

Desde entonces Fez siempre me atrajo y por eso fue el destino único de mi primer viaje a Marruecos hace ya  14 años, en 1993. No voy a contar aquel viaje, pero si diré que ya noté flotando en el ambiente algo nuevo y diferente que no sabría definir, pero que acabó atrayéndome hasta hacer, junto con otras circunstancias, lo que soy hoy día. Alhamdulillah.

 

Pero dejémonos de batallitas ya pasadas y hablemos de la Fez de hoy.

 

Afortunadamente, como también ha ocurrido en nuestras ciudades, las cosas han ido cambiando a mejor. En aquellos tiempos de los que hablaba antes, era fácil encontrar mezcladas en una misma visión, la belleza de un lugar como pocos, con los restos malolientes de los despojos de sus habitantes. El tráfico en la ciudad era peligroso y hasta agresivo. Igualmente, sus espacios tan admirados por sus visitantes eran poco cuidados y se observaba como su degradación paulatina era continua y, aparentemente, a nadie preocupaba.

 

Hoy se pueden ver muchas obras de restauración de edificios antiguos, murallas…, el tráfico es más ordenado, con más semáforos y respetados (excepto los pasos de cebra, nadie los tiene en cuenta) y la limpieza… Esto si que es otra cosa, desde primera hora de la mañana se observan las cuadrillas de trabajadores de la limpieza faenando con efectividad para no dejar ningún resto de basura por las calles. Imagino que también habrá cambiado la mentalidad de los habitantes de Fez hacia este aspecto de su convivencia.

 

Pero tanto hoy como ayer, pasear por sus calles, las de la ciudad nueva o las de cualquiera de sus medinas tiene un  regusto pleno de sensaciones agradables que no sabría como describir. Por una parte me recuerdan a Córdoba, la ciudad donde yo vivo, no sé porqué… Pero creo que, sobre todo, es por el talante de sus gentes: son sobrios, tranquilos, laboriosos, amables…

 

Pero nuestro viaje continúa… Ahora ya estamos en la Zawiya de Moulay Bashir. No es la primera vez que visito una zawiya, pero ésta es diferente de las que he visitado antes.

 

Esta zawiya, que es a la vez lugar de residencia de Moulay Bachir y su familia, es soberanamente pobre. Es una casa en medio del campo en las afueras de Fez, rodeada de sembrados de trigo, pequeños rebaños de ovejas, algunas vacas y de otras casas similares a cierta distancia. También tiene próximo el cementerio de la zona. Cementerio típico de las zonas rurales de Marruecos: sólo unas piedras acumuladas junto con un pequeño montículo de tierra y en algunos casos una humilde lápida, señalan el enterramiento.

 

La casa está constituida por un gran salón sin apenas mobiliario, sólo lo imprescindible para dormir y comer cuantas personas aparezcan por allí. Cuelgan de las paredes una copia de una foto del Seijh alAlawi, fundador de la tariqa alawiya a la que pertenece la zawiya de Moulay Bashir y algunas otras imágenes en papel con motivos islámicos.

 

La parte donde habitan el sheik, su mujer y su hijo menor, es una zona sustancialmente

menor, donde están las camas o más bien camastros y la zona donde se cocina con los utensilios propios. Los dos baños, por utilizar el mismo término de aquí aunque no tienen nada que los recuerde, estaban en el exterior, como es habitual en las zonas rurales. Parece que esta zona es más bien “impura” y está fuera de la zona habitual de estancia. Este y otros aspectos relacionados con la higiene y los conceptos de tahara y nayasa requerirían una explicación posterior más extensa.

 

Repito, soberanamente pobre, pero limpia y digna. Ninguno de los que estuvimos allí necesitábamos más, aunque en este mundo cualquiera se hubiera sentido un ser desdichado si viviera en esas condiciones.

 

 

El Sheik

 

Moulay Bashir es un hombre anciano, de porte venerable. Creo que tiene alrededor de 90 años aunque su aspecto no representa tanto. Es hombre de pocas palabras, normalmente lo veíamos paseando por los caminos de tierra próximos a su casa, sólo o acompañado, pero siempre con el tasbih corriendo entre sus dedos. Las oportunidades de hablar con él no eran muchas, sólo las ocasiones especiales que pudimos vivir permitieron hacerle algunas preguntas o escuchar sus sugerencias y consejos.

 

Luego hablaremos de esas ocasiones especiales, sigamos con lo normal. Estuvimos allí tres días completos, más los días de salida y llegada. Se pasaron casi sin darnos cuenta, aunque allí todo se vive sin prisas, casi sin programación y con grandes dosis de improvisación.

 

Las visitas que recibimos en la casa de discípulos y amigos del Sheik durante estos días, sus continuas y sinceras muestras de cariño, sus permanentes deseos de agradarnos, hacían que nos sintiéramos como en un hotel de cinco estrellas, sino fuera porque la hermandad que rebosaba aquella humilde casa por los cuatro costados a causa de todas las personas que por allí pasaban, y que nos empapaba hasta en lo más hondo de nuestro ser, nos hacía sentir que estábamos en algo mejor, incluso, que nuestra propia casa.

 

Pasaron por allí, hijos y otros parientes del Sheik, amigos de Melilla, discípulos de Fez y de otros lugares de Marruecos, hermanos en el tasawuf de Oujda y no sé cuanta gente más.

 

Hubo, múltiples recitaciones de Cor’an, Sama’a o recitaciones de versos del sheik sidi Ahmad al’Alawi que nos ponían al borde de las más sublimes emociones. Hubo dhikr sin reposo, conversaciones, preguntas y respuestas, desde el espíritu y hacia el espíritu y como no: hadra. Hadra hasta el agotamiento para muchos y para otros no sé hasta donde. La hadra en toda su simpleza y naturalidad, pero deseada y vivida con fuerza por todos, los de dentro, incluidos jóvenes y niños, y los de fuera, unos y otras.

 

Y en medio de todo esto nosotros, sin buscarlo y sin esperarlo, pero dando gracias a nuestro Señor por habernos permitido tanta dicha.

 

Y en medio de todo esto yo. El hombre sin nombre como me calificó ‘Abdel’alim, el mallorquín, también discípulo del sheik que igualmente aprovechó la semana santa para pasar unos días junto a su maestro. Divertido por la ocurrencia, le pregunté porqué me llamaba así y me explicó que se le había ocurrido cuando le dijeron que aunque yo era musulmán no tenía nombre musulmán que es lo habitual entre aquellos que reconocen el Din desde otra tradición.

 

Entonces le expliqué, como ya lo había hecho muchas veces anteriormente, que no tenía nombre musulmán porque yo no había hecho el acto formal de la shahada ya que soy  poco dado a los formalismos, que era como yo había percibido alguna shahada que había presencia antes, y menos a ser protagonista de nada.

 

Claro, también le dije, que no obstante, cada vez que hacía salat, desde hace ya varios años, declaraba que no hay más dios que Allah y que Muhammad es su profeta, por lo que, aún sin shahada me consideraba musulmán  a todos los efectos. También le dije, que a pesar de todo lo dicho, para no seguir siendo un garbanzo negro, a lo cual yo no tenía ninguna aspiración, estaba esperando una ocasión que fuera algo especial para hacer la shahada formalmente y por supuesto sin fiesta ni regalitos.

 

Y ‘Abdel’alim,  cumpliendo los designios de su Señor, porque estaba claro que en ese momento él estaba siendo la herramienta que Allah había dispuesto para que aquel viaje a Marruecos no fuera uno más, sino que fuera el Viaje,  o mejor dicho el principio del Viaje…, me dijo sin pensarlo “…ocasión más especial que ésta no vas a tener y Moulay Bashir no es dado a formalismos y celebraciones así que… “  Todavía recuerdo sus palabras exactas. Él siguió hablando, no recuerdo sobre qué, pero yo meditaba sus palabras anteriores. En pocos segundos pasaron por mi cabeza un montón de ideas, recuerdos, opciones y porqué hasta ese momento no había considerado en  ninguna ocasión anterior lo que ahora rápidamente estaba a punto de decidir hacer.

 

Y así fue, interrumpí a ‘Abdel’alim y le dije “Que sí.” ¿Cómo?, respondió. “Dile a Moulay Bashir o de decidir hacer.ont que quiero hacer la shahada.

 

A pesar de llevar años haciendo las ‘ibadas  propias del Islam, de ser considerado por mis hermanos musulmanes y por mí mismo como musulmán, era consciente de que estaba tomando una de las decisiones más importantes de mi vida, que ahora, hoy, reconozco que no la había tomado antes, a pesar de todas las justificaciones que antes había expuesto, porque en el fondo era consciente de su trascendencia y no tenía prisa por asumirla con todas sus consecuencias, por lo que navegaba en esa agua remansada,  que suponía ser un musulmán converso sin Shahada. 

 

También, esto mismo se puede decir de otra manera: mi nafs, sabiendo que cualquier paso que diera en la dirección de mi Señor  iba contra de sí mismo, me había provisto de una serie de justificaciones, que yo administraba de forma eficientísima en su beneficio,  para retrasar mi Shahada.

 

Pero no era sólo el ambiente tan propicio que se respiraba en aquella casa de la campiña de Fez, rodeado de personas extraordinarias, sino también la compañía próxima de mis hermanos sevillanos, de todos y cada uno de ellos, lo que me dio, no la fuerza que no la necesitaba, sino el deseo de dar un nuevo salto hacia Allah.

 

Y así fue, a partir de entonces quedé a la espera de que Moulay Bashir , sino el deseo de dar un nuevo salto en la direccideado de personas extraordinarias, sino ta decidiera en qué momento yo haría la Shahada. ipio del Viaje... momento estaba siendo la herramienta que Allah hab hasgta

 

Me duché, así está prescrito y me puse mi chilaba nueva que había comprado días antes en la medina de Fez, a la espera de ser llamado. No fue a la primera, tuve que repetir la ducha, el cambio de ropa interior y acicalarme con mi nueva chilaba, porque aunque os cueste trabajo creerlo estaba tan emocionado como un niño próximo a hacer su primera comunión.

 

El momento llegó el viernes. Previamente habíamos ido a hacer salat al Yumu’a a la mezquita de la aldea donde está situada la zawiya. Una mezquita típica rural con  justo lo básico y fundamental que debe haber en una mezquita: un mihrab y un mimbar simples, pocos adornos, el suelo cubierto con estera mas bien dura…, pero llena de gente, jóvenes y viejos, todos bien apretaditos. Es lo normal. El viernes se quedan pequeñas todas las mezquitas en todos los lugares que yo he visitado.

 

Durante la Jutba del Imam ocurrió algo digno de mención. El Imam no era muy mayor, mas joven que viejo, iba bien arreglado y su expresión no era especialmente acalorada sino más bien tranquila y pausada, pero aún así se notaba como la emoción iba aumentando, primero en su persona que no podía evitar los sollozos que se mezclaban con sus palabras, y después en muchos de los fieles que allí estaban. Poco a poco la mezquita se iba llenando de sollozos y hasta llantos de hombre, como aquí diríamos hechos y derechos, pero que lloraban como niños. Qué diferente de nuestra cultura en la que un hombre sólo se permite llorar en público en casos de gravedad muy extrema (si no está borracho, claro…).

 

Yo me sentía como un intruso, mi emoción era la de estar en un lugar auténtico, tan próximo a como podría ser en los primeros tiempos del Islam, por las características del lugar y por la sensibilidad de las personas, pero que no se acercaba ni mucho menos a la que ellos estaban sintiendo en ese momento y que yo dudaba que algún día pudiera sentir. Por eso los envidiaba…

 

Pero volvamos a la Shahada. Estábamos en la casa, era mediodía, había llegado mucha gente, hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos… entonces el Sheik entró en el salón y con pequeña voz fue dando instrucciones sobre lo que iba a acontecer. Yo intuí que había llegado el momento. No sé si él dispuso como sentarnos, o empujado por las distintas fuerzas que por allí fluían yo quedé sentado junto a él a su izquierda. Tendría que ser así, porque creo que hasta ese momento él no sabía quién iba a hacer la shahada. Lo digo porque recién sentados, el sheik hablaba con unos y otros y en un momento inclinó la cabeza lateralmente hacia mí, como señalándome y le entendí ¿hadaa? Que en árabe quiere decir ¿éste?

 

A partir de ese momento todo transcurrió rápido pero intenso, le dijo a su discípulo que estaba sentado a su derecha que me tomara la Shahada. Me cogió la mano derecha y repetí detrás de él: ASHHADU ANNA LA ILAHA ILLA ALLAH. ASHHADU ANNA MUHAMMADUN RESULULLAH.

 

El sheik me dedicó unas palabras de ánimo en el este nuevo camino, se alegró por mi shahada, me ofreció su casa como si fuese la mía, me invitó a volver cuando quisiera acompañado con mi familia y amigos y también me dio mi nuevo nombre: Ahmad, que quiere decir “El muy alabado” y que  fue el nombre que tenía el profeta Muhammad, salli allahu ‘aleihi ua sallam, antes de venir a la tierra.

 

A continuación me levanté para recibir las felicitaciones de todos los que allí estaban: de mis amigos de Sevilla y de todos los demás. Todos permanecieron en sus sitios y yo fui pasando por entre ellos recibiendo sus abrazos y buenos deseos. De todos por igual, parecía que los conocía de toda la vida, tal era el afecto que me transmitían. Cuando creí haber terminado, alguien me dijo: hermano las mujeres también quieren saludarte. Yo, en mi nube, había hecho el recorrido por la zona de los hombres y había olvidado la zona donde estaban agrupadas las mujeres marroquíes; pero no importó, ellas también me ofrecieron sus mejores deseos dándome la mano.

 

Todo esto, como ya os digo fue sencillo y rápido, pero para mí fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida, sino el que más. Yo soy frío y difícilmente me emociono. Sin quererlo aquel día  era el protagonista necesario de aquella humilde ceremonia, pero no me importaba. Sabía que algo importante y bueno me estaba ocurriendo por lo que todo lo aceptaba de muy buen grado: las miradas humanas y las digitales, todas estaban centradas en mi persona… ¡Qué bueno! Y a la vez la emoción también se apoderaba de mí, como a mis hermanos marroquíes en la mezquita momentos antes. Aunque sin sollozos audibles, mis ojos se humedecían.

 

Pero ahora ya no me sentía un intruso… Alhamdulillah

 

Han pasado muchos días desde entonces, pero todavía recuerdo aquellas jornadas con honda emoción.

 

Si tuviera que elegir los aspectos que mas huella dejaron en mi serían, en primer lugar lo que estoy llamando “el acto formal de la Shahada”, no por el acontecimiento en sí que ya hemos comentado, sino por sus consecuencias. Ya os digo que yo soy un poco tosco a la hora de apreciar lo sutil y no puedo hablar en términos tajantes y grandilocuentes de mis sentimientos, pero sí siento que Allah me está favoreciendo con Su mirada.

 

Hace un tiempo, hablando con un amigo al que aprecio mucho y del que aprendí bastante, sobre este tema de la Shahada, me decía que una diferencia entre ambos estados (con y sin ella) es que con la Shahada el Shaitán te ve. Es decir, parece que ya cuentas para él y te dedica un poco más de su esfuerzo en apartarte del camino. Es ocurrente el símil: te ve. En mi caso os puede decir que mi valoración es totalmente opuesta: el que me ve es Allah y por eso aprecio que hay aspectos de mí que han salido fortalecidos desde aquellos días y los más importantes son la seguridad y la confianza en el camino por donde voy.

 

Y el otro aspecto que también me ha dejado honda huella tiene que ver con las gentes y el lugar de allí. Todo en conjunto, las personas, sus actitudes, sus medios materiales, la forma de recibir a sus amigos, su casa en el campo, sus medios de vida, la mezquita de la aldea..., en definitiva todos esos aspectos humanos de nuestros hermanos musulmanes de Fez que hemos ido comentando esta tarde, me dejaron impresionado por su sencillez y simplicidad. Simplicidad que caracteriza al Islam y, cómo no, a cualquier otra espiritualidad auténtica.

 

Simplicidad y no complicación, ese es el camino. Fitra y Esencia, no ego; para asumir que no hay más dios que Allah y que Muhammad es su profeta.

 

Pero Allah sabe más.