EL VALOR DE LA CIENCIA

 

 

Todo musulmán debe “conocer” el Islam, el cual se presenta como una ciencia que tiene que ser desentrañada, estudiada y meditada, y luego puesta en práctica. No basta, ni mucho menos, la intuición o el ejemplo de los demás o la influencia de la sociedad. Por ello mismo, lo primero que aprende un musulmán es el valor de la ciencia; es imprescindible que aprecie el saber y se proponga alcanzar el conocimiento.

 

En este sentido, el Islam enseña que los rasgos que deben definir al musulmán son, principalmente, dos: el Îmân y el ‘Ilm, es decir, una sensibilidad capaz de sintonizar con Allah y una inteligencia que no deja de alimentarse con saberes y conocimientos. De la conjunción de ambos nace la “Acción Recta”, que es el conjunto de pasos que se da hacia una meta, que es Allah y todo cuanto Él representa. En el Corán se dice:

 

يَرْفَعُ اللهُ الَّذينَ آمَنوا مِنْكُمْ وَالَّذينَ أوتوا العِلْمَ دَراجاتٍ

 

Allah alza grados (por encima de las demás gentes) a los que

entre vosotros se abren a Él y a los que ha sido dada la ciencia.

 

            El ser humano se distingue de los demás animales por la delicadeza de su corazón, en el que anidan toda clase de sentimientos que lo hacen trascender y elevarse, y por su inteligencia, que lo saca de la irracionalidad y lo ilumina. Corazón y Razón son dos características que lo hacen “superior” a los animales, y así decimos que el grado (daraŷa) de los hombres está por encima de la categoría de los animales. Corazón y Razón son dos añadidos a su condición animal que lo diferencian y ennoblecen.

 

La delicadeza de espíritu, por un lado, y el conocimiento, por otro, son “plenitudes” del ser humano, que lo alzan, y, a su vez, en el seno de la humanidad, son calidades que distinguen más a unos, y esa diferencia hace que unos sean “mejores” que otros: el más noble y el más inteligente se adelantan al resto. El Îmân, que es la emoción del corazón ante Allah y todo lo que Él implica, y la Ciencia, el ‘Ilm, son valores que diferencian a los hombres entre sí. Los dotados de Îmân, los mûminîn, y los dotados de Ciencia, los ‘ulamâ, destacan entre la gente, y son tenidos en cuenta por Allah, al igual que entre la gente los virtuosos y los sabios sobresalen y son reconocidos. El grado de los mûminîn y el de los ‘ulamâ los hace estar por encima del resto de los seres humanos, que apenas han salido del grado de la animalidad.

 

Lo perfecto es la síntesis de Îmân y ‘Ilm. El mûmin ‘âlim, el de corazón sensible y con aspiraciones espirituales que, a la vez, está dotado de conocimiento y sabiduría, es el ideal del musulmán. Pero si tuviéramos de elegir entre ambas, la mayoría de los expertos en materia de Islam escogen la Ciencia, tal como dijo Ibn ‘Abbâs comentando el versículo anterior: “Los ‘ulamâ superan a los mûminîn en setecientos grados, habiendo entre cada dos grados la distancia que separa quinientos años de marcha”.

 

Efectivamente, el Îmân es emoción, que, desnuda de sabiduría y entendimiento, no conduce a ninguna parte o puede, incluso, llevar por mal camino. Es decir, la Ciencia, el ‘Ilm, es superior al Îmân porque puede y debe ser su guía y maestro. El mismo Corán confirma esta interpretación de Ibn ‘Abbâs cuando dice:

 

قُلْ هَلْ يَسْتَوي الَّذينَ يَعْلَمونَ وَالَّذينَ لا يَعْلَمونَ

 

Di: “¿Están al mismo nivel los que saben y los que no saben?”.

 

            Por tanto, el musulmán está obligado, primero, a saber. Sin el saber, todas sus emociones y actos carecerían de fundamento. Serían resultado de la emotividad, la precipitación, la arbitrariedad, la fantasía, la falta de criterios sólidos. La Ciencia, el ‘Ilm, es el deber cuyo cumplimiento se exige a la cabeza de todas las prioridades. Sólo la Ciencia da un verdadero sentido al Îmân, y las emociones de este último tienen entonces sentido y dirección. Quien conoce primero a Allah con un saber nacido de la inteligencia, es capaz de reconocer Su verdadera magnitud y adoptar ante Él la emoción debida, tal como enseña el Corán:

 

إِنَّما يَخْشى اللهَ مِنْ عِبادِهِ العُلَماءُ

 

Únicamente temen a Allah, de entre sus servidores, los sabios.

 

            Sólo los que conocen realmente a Allah, los ‘ulamâ, le temen: conocen Su inmensidad, Su fuerza, Su majestad, y llevan la frente al suelo ante Él con conocimiento de causa, no por imitación de lo que hacen el resto de los hombres. Ese es su grado por delante de los simples mûminîn, los que son movidos por la mera intuición y que siempre están expuestos al error, el fanatismo y otras desviaciones.

 

            El mensaje del Islam va dirigido ante todo a los ‘ulamâ, a los que son capaces de entenderlo. Es cierto que es un mensaje dirigido a toda la humanidad, y todos pueden sacar provecho de él, pero sólo  los sabios llegan a comprender toda su hondura, y sólo ellos sacan de él sus últimas consecuencias, tal como dice también el Corán:

 

وَتِلْكَ الأَمْثالُ نَضْرِبُها لِلنّاسِ وَما يَعْقِلُها إلاّ العالِمونَ

 

Esas parábolas las proponemos a la gente,

pero no las entienden más que los sabios.

 

            Las citas coránicas anteriores sirven para poner en sus coordenadas este tema. La Ciencia, el ‘Ilm, es la base sobre la que el musulmán debe cimentar su práctica del Islam. Actuar sin ciencia es andar por la vida, y por el Islam, sin luz. Es indispensable ese esfuerzo que consiste en razonamiento, reflexión, meditación y estudio, sin los cuales empezar en el Islam carece de base.

 

            La Ciencia y sus depositarios son luz. Nadie en sus cabales dentro del islam niega esa afirmación. Los musulmanes no sólo deben tener como objetivo el saber, sino valorarlo. Por ello, el Profeta mismo (s.a.s.) elogió a los sabios, para estimular entre los musulmanes la consideración en que deben ser tenidos y para animarlos a sumarse a ellos con dedicación, estudio y reflexión. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo:

 

العُلَماءُ وَرَثةُ الأَنْبِياءِ

 

Los sabios son los herederos de los Profetas.

 

            Con esas palabras, él (s.a.s.) resumió todo lo que hemos dicho. Los sabios han recogido de los Profetas lo esencial de sus enseñanzas: que a Allah, a lo infinito, se llega por el saber, y eso hace que los ‘ulamâ estén cerca del rango de los profetas (anbiyâ). Cumplen esa función. Son los herederos de lo esencial de la profecía. Y lo mismo que los Profetas son dignos del respeto y la veneración de los musulmanes, los sabios deben ser respetados y oídos, porque ellos “nos acercan a Allah” con discernimiento, con luz.

 

            No obstante, la diferenciación que hemos hecho entre Îmân y ‘Ilm es meramente para destacar el valor de la Ciencia, sin la intención de infravalorar la importancia del Îmân. Efectivamente, la Ciencia puede ser fría y no llevar a ninguna parte (o, incluso, a la autodestrucción) si no es guiada por la luz de la intención y la sensibilidad del corazón. Por eso, en realidad, a lo que nos referimos es a la íntima conexión de ambas cualidades que debe caracterizar al musulmán. En realidad, no hay una frontera entre ambos signos de la corrección del Islam de una persona. Los dos aspectos se complementan y en su conjunción dan forma a la plenitud del musulmán, que vibra con el Islam y se guía por él con sabiduría y discernimiento. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo:

 

أفْضَلُ النّاسِ المُؤْمِنُ العالِمُ الَّذي إِنِ احْتيجَ إِلَيْهِ نَفَعَ

وَإِنِ اسْتُغْتِيَ عَنْهُ أَغْنى نَفْسَهُ

El mejor de entre la gente es el mûmin ‘âlim, quien, si se le necesita, es de utilidad

y, si se prescinde de él, se basta a sí mismo.

 

            Estas son palabras luminosas de Rasûlullâh (s.a.s.), en las que describe esa perfecta conjunción de sensibilidad y racionalidad cuyo resultado es el musulmán pleno. Se trata de alguien dotado de una profunda espiritualidad enraizada en el saber, no de alguien que practica el Islam a ciegas o, por el contrario, simplemente sabe sin que su saber afecte a su corazón. El musulmán perfecto es aquél que es de utilidad a los demás porque sabe, y cuando está a solas tiene a su corazón por compañero. Pero también dijo más cosas reveladoras:

 

الإِيمانُ عَرْيانُ وَلِباسُهُ التَّقْوى وَزينَتُهُ الحَياءُ وَثَمْرَتُهُ العِلْمُ

 

El Îmân está desnudo, su vestimenta es el temor a Allah, su adorno es el pudor,

y su fruto es la ciencia.

 

            El Îmân verdadero nace de una intuición y un saber verdaderos, es reforzado por el temor a Allah (Taqwà), que es estar prevenido y atento a Él, y luego se adorna con el pudor (Hayâ), que es estar en Presencia de Allah constantemente, y esa forma de ser da como resultado otro Saber, otra Ciencia, que es el fruto de ser musulmán. Hay un saber que está en la raíz del Islam y otro Saber que es su fruto, un Saber que viene ya directamente de Allah, de la intimidad con Él, y cuyo contenido sólo conoce su gente.

 

            Puesto que el saber es luz -depositada en el ser humano para hacer de el lo que es, una criatura sacada de las tinieblas animales de la inconciencia-, es también una meta para intensificar ese privilegio. Esté en los comienzos del ser humano, y no deja de ser su propósito, hasta que se convierte, como dice el Corán, en “Luz sobre Luz”.

 

            Los Profetas (anbiyâ) son, para un musulmán, el modelo de la perfección humana: han unido en su ser la Ciencia, la Sensibilidad espiritual y la Acción. Los más cercanos a ellos son los ‘ulamâ, los sabios, que son los que, por su propia conciencia, se proponen esa cima. De ellos dijo el Profeta (s.a.s.):

 

أَقْرَبُ النّاسِ مِنْ دَرَجةِ النُّبُوّةِ أهْلُ العِلْمِ وَأهْلُ الجِهادِ،

أَمّا أهْلُ العِلْمِ فَلأَِنَّهُم قَدْ دَلّوا النّاسَ عَلى ما جاءَتْ بِهِ الرُّسُلُ

وَأمّا أَهْلُ الجِهادِ فَجاهَدوا بِأَسْيافِهِمْ عَلى ما جاءَتْ بِهِ الرُّسُلُ

 

Las gentes más cercanas al grado de la profecía con las gentes de la Ciencia y las gentes del Ŷihâd. Las gentes de la Ciencia porque guían a los demás en aquello que han traído los profetas, y las gentes del Ŷihâd porque luchan con sus espada

 por aquello que han traído los profetas.

 

            En este hadiz, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) pone al lado unos de otros a las gentes de l a Ciencia y a las gentes de la Acción, dándoles el mismo valor y colocándolos al lado de  los más perfectos, los Profetas, que aún en sí la Ciencia y la Acción, ambos sobre la base del Îmân. Volvemos a repetirlo, el ideal para el musulmán es la conjunción de todas estas imágenes: Îmân, ‘Ilm, ‘Amal, Corazón, Ciencia, Acción.

 

            Si bien cada una de esas características tiene su valor y debe ser apreciada por los musulmanes, la Ciencia tiene unos rasgos especiales que deben ser destacados. Rasûlullâh (s.a.s.) dijo del sabio (‘âlim):

 

العالِمُ أَمينُ اللهِ في الأَرْضِ

 

El ‘âlim es el custodio de Allah en la tierra.

 

            Una de las funciones del sabio en este mundo es el de garantizar la permanencia y la comunicación del saber, sobre todo en materia espiritual. El ‘âlim carga con esa misión, y es faro para los demás. Los Profetas han depositado en los sabios la Ciencia de la que son comunicadores, y los ‘ulamâ la preservan y la comunican, y por ello son los custodios ante Allah de ese obsequio hecho a la humanidad. Y por su propio carácter, son concientes de la bondad y maldad. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo:

 

تُشَفَّعُ يَوْمَ القِيامةِ الأَنْبِياءُ ثُمَّ العُلَماءُ ثُمَّ الشُّهَداءُ

 

El Día de la Resurrección, serán hechos interceder (en favor de los hombres)

los profetas, luego los sabios y luego los mártires.

 

            Esto quiere decir que Allah tendrá en cuenta lo que tengan que decir, primero, los perfectos, los Profetas, y después de ellos los que más se les acercan, que son los ‘ulamâ, y, por último, a la gente de la acción. Con estas palabras, Rasûlullâh (s.a.s.) enseña a los musulmanes el valor que tiene cada rango (el de la profecía, el de la ciencia y el de la acción), situándolos los tres en el nivel de los ideales que debe proponerse cada musulmán, y también, a la vez, el respeto y veneración que deben inspirarles. Los profetas, los sabios y los luchadores en la senda del Islam hasta la muerte son desafíos a la actitud y a la aspiración de los musulmanes.