La sabiduría transmitida en el mensaje coránico

'ABD L-WAHID ONTIVEROS

 

       

        El Corán aparece como indzár, como advertencia que, con la fuerza del grito, es capaz de conmover los cimientos de la desidia. Es también dzkir, recuperación de la memoria.

 

        El Corán es luz sobre luz: el Universo entero es Corán. Las ayát, los Signos de Allah, en todos lados, visibles en la Creación, legibles en el Libro; pero sólo el atento, el dzákir, el que tiene dzikr, es capaz de penetrar los significados. El gháfil, el poseído definitivamente por la ghafla, no advierte nada en cuanto le rodea, es incapaz de trascender su mundo inmediato.

 

        Hasta ahora hemos visto cómo el Corán exponía las ayát, los Signos de los que el mismo ser humano es uno. Los desentrañó obligándonos a asomarnos al carácter insondable de todo lo que es de Allah; buscaba ponernos en alerta, desafiando nuestra comprensión.

 

        Pero a pesar de todas las pruebas, el Nafs, el Ego, prefiere la comodidad de las ghafla: el Corazón, el centro mismo del ser humano, permanece sepultado bajo el peso que la desidia va acumulando sobre él, su ojo a punto está de ser cegado definitivamente. Y así, el Corán recupera pronto la potencia de su indzár, y sus palabras se hacen firmes, su expresión se intensifica con un lenguaje amenazante: wa idza qíla láhumu ttaqú ma báina aidíkum wa ma jálfakum la'állakum turhamún..."y cuando se les dice: estad alerta ante lo que tenéis delante y ante lo que dejáis atrás, tal vez así seáis objeto de la Rahma..."; cuando se les dice (idza qíla lahumu): prestad atención, id con cuidado, estad alerta (ittaqu), que no se os pase nada desapercibido: ni en el espacio ni en el tiempo (ma báina aidíkum: podemos traducirlo de formas distintas, pues literalmente significa: lo que tenéis entre vuestras manos, es decir, delante de vosotros, sea en el espacio, sea lo que os aguarde en el tiempo; y lo que hay detrás de vosotros, en el mismo sentido: wa ma jálfakum). Pero también significa: estad atentos a vuestras propias acciones, pues todas ellas os marcan, tanto las futuras como las pasadas.

 

        El Corán enseña que es necesario prestarle táqwa a todo: táqwa es un estado especial de atención, un estar despierto y consciente ante la vida y cada una de sus manifestaciones, ante Allah, ante todo lo que es ofrecido a la meditación del ser humano, la existencia entera, la trascendencia,...Esa táqwa debe ser constante, convirtiendo al hombre en taqí, prevenido y alerta: nada le pasa desapercibido, todo le enseña algo, y así va transformándose el mismo.

 

        El Corán pronuncia el imperativo: ittaqú, estad atentos, con una atención que llegue a atemorizarnos, pues ese es el signo de su plenitud, y gracias a ese temor la'állakum turhamún, tal vez os haga merecedores de la Ráhma de Allah, de su bondad con la que posibilita todas las grandezas, la misma bondad con la que creó el Universo entero permitiendo la vida. Sólo con la táqwa, con ese estado de atención permanente, el ser humano puede conducirse hacia la Ráhma, fuente de vida inagotable.

 

        Desarrollar en el ser humano ese sentido de la táqwa es el objeto esencial del Corán. El dzíkr tiene esa misión: hace recobrar la memoria para posibilitar la táqwa, la sensibilidad en su extremo, una sensibilidad que guía hacia Allah. El Corán, los mensajeros, el Universo, son Signos que quieren mostrarse al hombre, que requieren táqwa, profundidad en la que depositarse: la avivan y la necesitan; la aceptación de esos Signos, el convertirse en receptáculo para ellos, es llamado Imán, al rechazo se le llama Kufr, negación o I'rád, rechazo: wa ma tátihim min áyatin min áyati rábbihimu illa kánu 'anha mu'ridin..."pero no les llega un Signo de los Signos de su Señor sin que le vuelvan la espalda..." Los Signos le vienen (tátihim) de su Señor (rábbihim), es decir, proceden de El, de Aquel que lo rige todo.

 

        El uso del Nombre Rabb no es nunca casual: implica un alto grado de intimidad. Rabb es Allah presente en cada realidad, dando sentido y dirección al devenir de cada cosa (la hace crecer, madurar, indicando una constante alteración, un imperio absoluto que se manifiesta en cada momento). Rabb es Allah en cada ser existente, gobernándolo. Es el principio mismo de la vida, su ritmo y su vibración.

 

        El signo aya (plural, ayát) les vienen (tátihim) de su Señor (Rabb): les llegan desde lo más profundo de sí mismo aunque sean exteriores. Es decir, existe una estrecha correspondencia entre el Universo, y la dimensión íntima del ser humano que lo recoge. Esa estrecha relación queda patente en el impacto que produce el Signo: el término aya es Signo que engendra estupefacción (con frecuencia es traducido por señal milagrosa o prodigio, limitando a lo religioso lo que en el Corán es infinitamente más amplio). Las ayáts de Allah es todo lo que existe que, cuando se encuentra con el Imán, la capacidad receptiva del ser humano, lo sume en el I'yáç, la impotencia. El I'yáç quiere decir que el hombre se ve a sí mismo desarmado ante la inmensidad de Allah, y se dice de él que es la vida del Corazón. Pero esa vida es disminuida en intensidad por la ghafla hasta que llega el momento en que esta última se superpone totalmente. La desidia del ser humano es el gran obstáculo, el muro que se interpone entre él y Allah. Por ello, a pesar de la constancia de las ayát, el hombre se encuentra cada vez más aislado, más alejado de la Rahma de Allah: wa ma tátihim min áyatin min áyati rábbihimu illa kánu 'anha mu'ridín, "pero no les llega un Signo de los Signos de su Señor sin que le vuelvan la espalda". El I'rad es volver la espalda para no tener que ver: cuando la aya irrumpe con fuerza, el gháfil da media vuelta, se refugia en sí mismo, se convierte en mu'rid, en alguien que muestra su rechazo con actitud de desprecio. En este sentido el I'rad es semejante al Kufr: el primero evita que cualquier Signo externo perturbe la calma del Corazón dormido; el kufr, por su parte, significa enterrarlo, amputarle sus facultades. El kufr implica necesariamente el I'rad.  Mientras que la Rahma posibilita, el káfir busca apartarse.

        La mediocridad del káfir lo conduce a la ruindad y a la vileza: wa idza qíla lahumú anfiqú mimmá ráçqakumu llahu qála lladzína kafarú li lladzína ámanu a nút'imu man láu yasháu llahu  át'amahu in antumú illa fi dalálin mubín..."y cuando se les dice: -gastad (en los demás) parte de aquello con lo que Allah os ha proveído-, responden los que se han cerrado a los que se han abierto: ¿Vamos a alimentar nosotros a quien, si Allah hubiera querido, lo hubiera alimentado El?. Ciertamente, vosotros no estáis más que en un error evidente..."

 

        El mundo interior del ser humano se manifiesta exteriormente en su acción: su mundo no es más que expresión de sus vivencias íntimas. Por ello: wa idza qíla lahumú, cuando se les dice, anfiqú mimmá ráçaqakumu llahu, gastad de lo que os ha proveído Allah,...son invitados al Infáq, a dar de lo que tienen, a reproducir en su mundo la generosidad de Allah.

        El Corazón es magnánimo: convoca a todo el ser a darse, a expandirse con la expansión de Allah Uno e Inmenso, que es Rahmán sin medida, Creador y Vivificador. Sabe que todo viene de Allah, no teme perder, es el Nafs, el Ego, el que es avaricioso. En el nafs impera el miedo: el miedo a la pobreza, a la escasez, a la muerte. El Nafs necesita seguridades.

 

        Ante la orden que proviene de lo más profundo, los seres humanos se dividen: qála ladzína kafarú li lladzína amanú, dicen los que se han cerrado a los que se han abierto...es decir los dominados por el Nafs a los que se expanden con el Qalb, el Corazón, les dicen: a nút'imu man láu yasháu llahu at'ámahu, ¿acaso nosotros vamos a alimentar a quien, si Allah hubiera querido, lo hubiera alimentado El?. En lugar de obedecer al Corazón, el káfir polemiza, busca justificarse. Uno de los matices del término I'rád, que ya hemos visto, es el de rechazar algo poniendo excusas, volver la espalda discutiendo, despreciar algo en un torbellino de palabras. Si el I'rád es rechazo entre justificaciones, el Kufr es rechazo a partir de la soberbia; a ello alude la segunda parte de la respuesta de los kuffár: in antumú illa fi dalálin mubín, estáis en un error cierto. El Nafs acusa al Qalab de carecer de criterio: guiado por sus interés, cree poseer la verdad. Pero la Verdad es Allah, y está en el Corazón.

        Es el Qalb el que distingue realmente, aprecia  la intensidad de la existencia, lo ve todo agitarse en la Unidad del Señor de los Mundos que es radicalmente Uno. Al-ladzína kafarú, los que se han cerrado, se oponen a Al-ladzína amanú, los que se han abierto: los primeros  son la gente del Kufr y el Nafs; los segundos son la gente del Imán y el Qalb; son dos respuestas distintas al Signo (áya) de Allah.

 

        El Imán es acción inmediata bajo la luz del Corazón. El Kufr es perderse en divagaciones cuando el Corazón alumbra: el múmin da pasos hacia adelante, se transforma en imán; el káfir se queda atrás en sus justificaciones interminables, y con la muerte de sus percepciones mata cuanto le rodea. Están desatentos, no tienen Taqwa, cuestionan al Corazón para quedar paralizados.

 

        Para inquietarlos y hacerlos abandonar su indolencia son amenazados por Allah, pero en lugar de abandonar el lecho de la rutina se acomodan más a él: wa yaqulúna mata hádza l-wá'du in kuntum sádiqín..."y dicen: ¿cuándo (tendrá lugar) esa promesa, si es que sois sinceros?...es decir, ¿cuándo ocurrirá aquello con lo que nos amenazáis?, decidnos la fecha si es que decís la verdad, y así podremos comprobarlo. El Wa'd de Allah, su promesa, es Wa'íd, amenaza para los kuffár. La promesa de Allah consiste en que cada ser humano conocerá la dimensión trascendente de su vida: la vivirá en toda su fuerza, con mayor intensidad incluso, y fuera de nuestras medidas, en la inmensidad que no tiene principio ni fin. 

 

        La muerte marca el punto de no retorno, el instante definitivo. Wa yaqulúna mata hadza l-wa'du, "y dicen ¿cuándo tendrá lugar eso que es anunciado?", es decir, en el hombre debería reaccionar el Qalb, el corazón, y no el Nafs, el Ego que todo lo cuestiona, porque lo que se le está exigiendo es acción, estar prevenido, dotarse de Taqwa efectiva. Pero los mensajeros son una y otra vez cuestionados: in kuntum sádiqin, "si es que realmente sois sinceros"; pero quien puede detectar el sidq, la sinceridad de los Profetas, es el Corazón; es ahí donde está la correspondencia. Si el Nafs permitiera abrirse al Corazón, al Qalb, éste se convertirá en receptáculo, Qálib, en el que se depositaría la percepción verdadera. Pero el Nafs interviene convirtiéndose en obstáculo.

 

        El Indzár, el aviso de Allah que anuncia el Wa'd, lo que ha de suceder, su promesa, surge de la Realidad misma de Allah que es la Verdad que sostiene cuanto existe. El Sádiq, el Sincero, el Auténtico, es Allah. Mientras el Nafs se pierde a sí mismo en su propio vértigo, y arruína al Qalb, al Corazón, el Wa'd de Allah no deja de aproximarse: ma yandurúna illa sáihatan wáhidatan wa hum yajjasimún, "sólo están esperando un Grito Único, mientras ellos están disputando", un grito único (sáihatan wáhidatan) los arrebatará. Con una sola Palabra (el Kun creador) Allah los emergió de la nada, y con un grito (sáiha) los borrará de la existencia para hacerlos retornar a Sí.

 

        El sonido de Allah es el espacio en el que vivimos, su vibración es el tiempo en el que existimos, su voz es la que nos mueve. De su Palabra (kálima) hemos surgido y en ella habremos  de consumirnos: la ilaha illa Allah, sólo Allah es Real y Verdadero, sólo El perdura, y todo cuanto no es El es espejismo. De ahí la estupidez del jisám, la disputa. Los hombres yajjasimún, disputan, polemizan, cuando la conciencia de su precariedad, su faqr, debiera lanzarlos a lo insondable de quien los ha creado. Mientras pierden el tiempo en sus discusiones, a punto está de suceder lo que Allah ha establecido que es el retorno de todo a El, y en el retorno se cumplirá su Justicia.

 

        En realidad, la aya anterior es una respuesta. Mientras los kuffár preguntan, Allah les dice: "A punto está de suceder, apresuraos al 'amal, a la acción y dejad de polemizar"; fala yastati'una táusiatan wa la ila áhlihim yaryi'ún, "no podrán hacer testamento ni a sus familias volverán", no habrá tiempo.

 

        El discurso Coránico se precipita, adquiere la velocidad de los acontecimientos que describe; el Wa'd se cumple mientras el Corán lo refleja: los hombres aún están polemizando (yajjasimún) cuando un único grito (sáihatan wáhidatan) les arrebata la vida; nada pueden arreglar ni corregir, no harán testamento (táusia) ni volverán a ver a sus familiares (ahl), no regresarán junto a los suyos (wa la ila áhlihim yaryi'ún), todo concluye tan repentinamente como surgió. El texto apremia así al hombre.

 

Wa núfija fi s-súri fáidza hum min al-aydázi ila rábbihim yansilún, "y se sopla en la trompeta, y helos ahí que de sus sepulturas (salen) hacia su Señor, precipitados"; todo fue consumido en el Grito (sáiha), y ahora, inmediatamente, resurge de nuevo todo dirigiéndose de modo definitivo hacia Allah. De forma indeterminada se dice que "se sopla en la trompeta" (núfija fi s-súri), hablando en pasado, es decir, anulando el espacio y el tiempo, ya que esperaríamos que el verbo apareciera en futuro: estamos en otra dimensión, en otra realidad en la que nuestro criterios dejan de ser válidos. Ya no vivimos, se ha producido el Grito aniquilador, la muerte se ha apoderado de nosotros. Se ha soplado en la trompeta (sur, término análogo al de sura, o imagen nuestra en la que Allah sopló también para darnos vida en el origen de todo), y ahora el sonido de la trompeta nos remueve en las sepulturas (aydáz) y nos impele hacia afuera, nos expulsa hacia Allah, y los hombres yansilún, se precipitan corriendo hacia su Señor, ila rábbihim: de Allah venimos y a El retornamos, a El pertenecemos y a El regresamos (ínna lilláhi wa ínna iláihi ráyi'ún).

 

        Sucesión rápida de imágenes plenas de matices, cargadas de sugerencias para quienes son capaces de profundizar en sus significados. Son palabras coránicas, intensamente reveladoras: sonidos, voces, soplos, entre los que se agita la existencia humana, levedad absoluta en el remolino de Allah.

 

        Trompeta, cuerpos, tumbas, todo a partir de ideas comunes que aluden a la identidad unitaria, al acto Uno de Allah Señor de los Mundos, Destino de todo lo creado, que lo hace surgir todo, que lo disuelve todo, que de nuevo lo reune todo ante Sí.

 

En el hombre, sólo puede haber estupor: qálu ya wáilana man bá'azana min márqadina, "dicen: ¡ay de nosotros! ¿quién nos hace salir de nuestros lechos?". Dijeron, dicen o dirán, el tiempo del verbo es insignificante; en el texto aparece en pasado, pero, ¿cómo traducirlo con exactitud?; en las gramáticas se enseña que el pasado es un tiempo cumplido, y por lo tanto tiene un carácter absoluto.

 

        El márqad es el lugar donde se duerme, sea la tumba, sea el cuerpo en el que se acomoda el nafs, la aya tiene muchos matices. Allah nos arranca siempre del lecho: al crearnos, nos rescató de la nada; durante nuestras vidas en las que estamos dotados de voluntad, nos enseña a salir de la ghafla, y trás la muerte nos hará salir de las tumbas. Por ello, Rasulullah (s.a.s.) decía: "Muere antes de morir", para que tengamos conocimiento directo de todas estas cosas, para que conozcamos a Allah y sepamos que todo vuelve a El. La nada de la No-Existencia ('ádam), la nada de la Ghafla, la nada de las tumbas (aydáz) son cosas de las que hay que salir. Son cómodos lechos (márqad) de los que sólo el Grito de Allah nos arranca. Y lo mismo que el nacimiento produce inquietud al recién nacido, así el resurgimiento tras la muerte (el Ba'z) remueve en sus cimientos al hombre, que titubea se amilana: qálu ya wailána man bá'azana min márqadina, "dicen: ¡ay de nosotros! ¿quién nos hace surgir de nuestro lecho?"; hadza ma wá'da r-rahmánu wa sádaqa l-mursalún, "esto es lo que ha prometido el Rahmán, y han sido sinceros los mensajeros". Este es el Wa'd, la promesa, del Rahmán, el que posibilita la vida. No en vano aparece el ar-Rahmán, el que ama la vida y la da desde el Káram de su Nobleza y Generosidad. El Rahmán no ama la no-existencia: saca a los seres de esas tinieblas, les da la luz de la existencia. Esa es la acción (o promesa) del Rahmán.

 

        La renovación de la vida es el signo de la sinceridad (sidq) de los emisarios (mursalún): la vida escapa al juicio del espacio y el tiempo porque es del Rahmán, que está fuera del espacio y del tiempo.

 

        Estas últimas palabras: hádza ma wá'da r-rahmánu wa sádaqa l-mursalún, podemos entenderlas o bien como constatación de esos que han salido de sus tumbas, siendo la continuación de sus palabras anteriores, o bien serían como una voz que responde a su pregunta: ¿quién nos hace salir de nuestros lechos?: el Rahmán, confirmando a los mursalún.

 

La aya siguiente es un resumen de todo lo anterior: in kánat illa sáihatan wáhidatan fáidza hum yámi'un ladáina muhdarún, "sólo es un Único Grito, y helos a todos reunidos, presentes junto a Nosotros". El Grito reúne a los seres humanos (yámi'un, todos ellos) ante Allah, en la Presencia de Allah; están presentes (muhdarún) ahí. Es la Presencia (Hadra) que los convoca: atónitos aún tras su resurgimiento, tras su renacimiento (Ba'z), escuchan Palabras.

 

        Junto a Allah (ladáina, junto a Nos, en plural mayestático), su sonido eterno no deja de comunicar revelaciones a los hombres, revelaciones de lo que ya les fue anunciado: fa l-yáuma la túdlamu náfsun sháian wa la tuyçáuna illa ma kuntum ta'lamún, "Hoy, ningún Nafs será objeto de injusticia, y no se os retribuirá más que con lo que hayáis hecho". Es el instante supremo, el Día de Allah, el Yáum. No es un momento ni un tiempo, es el Presente de Allah: fuera está de todo cálculo. Es el Hoy de Allah: al-Yáuma. Ningún Nafs, ningún  individuo, será objeto de injusticia (la túlamu náfsun sháian): muchos son los matices que tiene en árabe el término opresión o injusticia (dulm): es también tiniebla, oscuridad (dulumát), lo que nos recuerda a la Nada. El Nafs no será objeto de dulm. Allah le dio existencia para la vida. El término sugiere tanto su permanencia como el que no será violentada, es decir, reconocerá el juicio que sobre él se haga, todo quedará expuesto a la luz. El Nafs reconocerá la justicia de Allah: wa la tuyçáuna illa ma kuntum ta'lamún, "y no recibiréis más que lo que hayáis hecho", el Fruto último de vuestro 'amal, vuestra acción y vuestro trabajo. Por eso se llama a ese Día, Yáum ad-Dín o Yáum al-Yaçá, el Momento de la Retribución, el instante ennque todo tenga su cumplimiento.

 

        Junto a Allah (ladallah) no se pierde el Nafs, la conciencia de sí mismo. Eso sería injusticia (dulm) hacia el ser creado, sería devolverlo a la Nada ('ádam) de la que se le hizo surgir. Junto a Allah el Nafs recibe lo trascendente de su acción, ( el ma´na, el significado de lo significante), el espíritu de su labor en la tierra. Todo está unido, lo cual ya sucedía durante la vida en el mundo, sólo que junto a Allah es absoluta plenitud fuera del tiempo y del espacio, y es por ello que se habla de eternidad (juld). Nuestra vida es un signo, una Aya, y dentro de los signos hay signos para los que saben desentrañar, para los que están dotados de Taqwa, y están avisados. Nuestras acciones, aún la más mínima, graba con su marca una parte de nuestro Nafs: junto a Allah esas marcas se convierten en realidades absolutas que requieren de Allah su Justicia, pasando a existir. Lo que estaba en potencia dentro del Nafs, se convierte en acto absoluto.

 

        Signos dentro de signos, luz sobre luz para el que tiene Corazón, todas estas consideraciones son extrapolables. Para nuestros maestros sufíes se transforman en vivencias cotidianas. Para ellos, el Día de Allah, el Yáum, es el presente, y no dejan de morir y renacer en cada instante, y cada nueva vida es para ellos el testimonio trascendente de su segundo anterior. Extinción (faná) y plenitud (baqá) se suceden en el movimiento creado por Allah que es la vida y la existencia. En ese movimiento, en ese Soplo continuo de Allah, encuentran a cada paso la realización de las Palabras del Corán al-Karím, el libro del Noble que con y en sus corazones despiertos donde el Imán es el oído atento que los hace muttaqín, que los pone en alerta.

 

        Ahora, el Corán al-karím nos habla del Yanna, el Jardín al que tuvo acceso Habib an-Nayyar, Habib el Carpintero, el que abandonó los ídolos que esculpía en su nostalgia cuando a sus oídos llegó a la Palabra del Amado a través de la lengua de los mensajeros. Habib el Amante salió de lo más escondido de la Ciudad, de lo más profundo, y se alzó al cielo de Allah dejando atrás a sus dioses. Y alcanzó el Yanna de la paz en Allah. Ese jardín de delicias es el que va a describir el Corán: es el espacio fuera del espacio, el tiempo fuera del tiempo, en el que el Nafs reconciliado consigo mismo en la pasión del Amor en Allah disfruta del placer del encuentro, resultado de su 'amal, su esfuerzo en acercarse a su Señor Verdadero, su Dueño verdadero, ínna as-hába l-yánnati l-yáuma fi shúglin fákihuna, "ciertamente, las gentes del Yanna, hoy, están en una ocupación agradable", es decir, están ocupados en su felicidad, es decir, ocupan el espacio del placer. Estas palabras merecen que nos detengamos en ellas aunque sea un sólo instante, porque el Corán recurre a términos que deben llamar nuestra atención.

 

        En primer lugar, la frase aparece afirmada con la rotundidad del ínna, ciertamente, que otorga consistencia absoluta al enunciado. Las Gentes del Jardín, los as-hába al-Yanna, están Hoy, el Yáum de Allah, ese tiempo sin límites, disfrutando (fákihun), a semejanza del que saborea una fruta (fákiha). La fákiha (fruta) abunda en el Yanna. En casi todas las citas en que se describe el Jardín aparece la fruta como uno de sus elementos más atractivos: sin duda, tenemos que relacionarlo con un valor etimológico de gozo continuado. Este placer va ligado a la alegría ligera (fukáha), sin pesadez alguna, conveniente al nafs. Es un pequeño mundo de significados entrelazados que conviene siempre tener en cuenta, pues ofrece una amplia gama de sensaciones: el Yanna es un espacio de poderosas y gratificantes sensaciones armonizadoras desde un sentido más inmediato (la fruta) al más profundo (la alegría). Este placer es la ocupación (shugl) de los as-hába al-Yanna.

 

        La descripción del Yanna continúa: hum wa açwáyuhum fi dilálin 'ala l-aráiki muttakiún, "ellos, con sus esposas, a la sombra, sobre divanes, estarán recostados"; ellos (hum) con sus esposas (açwáyuhum), sus parejas espirituales con las que completan su ser, ls bellezas eternas en las que reposarán. Son sus açwáÿ, sus parejas, sus correspondencias en el Unicerso de Allah, que todo lo ha creado en parejas, según ya nos ha enseñado esta misma sura. Con sus açwáÿ, los seres humanos estará a la sombra (fi dilálin), protegidos del sol: disfrutarán del Yamal, de la Belleza de Allah, y no estarán expuestos a su Yalál, su Majestad que reduce a la nada. El Yamál, la Belleza de Allah, implica amor hacia El, mientras que el Yalál destruirá a los kuffár, como ya veremos, pero el Yamál corresponde a los as-hába al-Yanna, estarán en la Belleza de su Señor, libres de la influencia de los Atributos del Yalál. El sol es aquí ese rigor, pero ellos estarán a la sombra (dilál). Ellos, los as-hába al-Yanna, junto a sus esposas, estarán bajo árboles deliciosos, 'ala l-aráiki muttakiún, recostados sobre divanes, imagen del reposo y la calma, de la tranquilidad de espíritu, del sosiego en la realización absoluta del ser. Es la satisfacción suprema del nafs en la intensidad del anhelo del Qalb. Nafs y Qalb se funden en una misma realidad, en una misma vivencia de la unidad en Allah donde todo es cumplido.

 

        En el Yanna, láhum fíha fákiha, "tienen en ella frutos", es decir, es el Jardín por excelencia, imagen fuera de este mundo del huerto perfecto en el que todo es placer. Se trata, como dice el Corán en otros lugares, de una fruta siempre distinta, de un sabor renovado. Son el fruto de su 'amal, de su acción durante la vida, lo que han estado labrando. Pero si algo resume todo lo que han de encontrar en el Yanna es la frase con la que acaba la aya: wa láhum ma yadda'una, "y tendrán cuanto deseen". Hallarán en el Jardín todo lo que satisfaga al Qalb, el corazón que desea a Allah. El verbo yadda'una quiere decir "todo lo que pretendan, todo aquello hacia lo que se inclinan de forma natural", todo ello es ahora cumplido. Es la satisfacción en Allah, la complacencia en El, tal como dice el Corán en otro lugar a la persona que entra en el Yanna: "¡Alma sosegada! entra en mi Jardín, complaciente y complacida", satisfizo a Allah y ahora es satisfecha, agradó a sus Señor ya ahora es colmada por El, buscó a su Creador y ahora ella es la buscada por el Rahmán.

 

        Pero sobre todas las cosas, el Yanna es el lugar de la calma en Allah; ahí los as-háb al-Yanna son saludados: salám, qáulan min rábbin rahím, "¡Paz!, es la palabra que les llega de un Rabb Rahím". Todo lo que les viene de Allah es Salám, Paz. Salám significa Paz y Salud; en realidad es absoluta falta de conflictos y contradicciones. Viven en Salám de Allah, en su eterna paz que no es quebrantada por nada. Salám es el Jardín: Dar as-Salám, la Morada de la Paz. Es el Qául de Allah en ellos, su Palabra o Sentencia. Ya hemos visto el mismo término al principio de la Sura: el Qául de Allah es, ahora, el Salám. El Qául es aquello que dice (yaqúl) Allah, y es la palabra determinante y rectora en el Universo, el imperativo ineludible. Viene de un Rabb (min rábbin), de un Señor (es decir, esa Verdad, esa Energía o Fuerza de la que cada criatura es expresión externa o resultado último), pero en este caso ese Rabb suyo, como Señor interior que lo impele. Tu Rabb es Allah en tí, es la fuerza con la que acciona cada uno de los engranajes de tu ser. Tú eres el 'abd de ese Rabb, eres el resultado de su acción. El es la energía que te alimenta y tú Su movimiento en la Creación. Si en tu conciencia, en tu Nafs, en tu saber de ti mismo, te vuelves hacia esa fuente de todas tus energías, encontrarás a Allah como Rahím, y El te procurará el Salám. Si huyes de su Rahma, de su amor, no encontrarás más que el vacío del fuego. Por ello, aquí, en el Yanna de Allah, sus habitantes sienten el imperativo de ese Rabb Rahím que es un mandato de paz, un saludo que los sosegará para siempre. En su Tafsir, Sayyid Qutb dice que ese Qául de Paz es takrím, es decir, es pronunciado en honer del hombre, es como si lo coronara afianzándolo en su gloria, en su plenitud.

 

        De golpe, sin intervalo alguno, el Corán se vuelve de repente hacia los kuffár: wa mtáçu l-yáuma áyyuha l-muyrimún, "y (vosotros), separaos hoy; vosotros los muyrimún". Esta orden impone a los kuffár separarse, aislarse, Hoy, de los múminin. Es el Momento (el Yáum) en el que cada realidad se manifiesta en su perfecta distinción: es lo que significa el imperativo imtáçu, "separaos, aislaos, distinguíos". Es el Yáum de la Verdad, el instante en que cada criatura sabe su propia verdad, el Día terrible del descubrimiento. A los kuffár, el Qául de Allah les ordena apartarse, alejarse de la Rahma: no tienen parte en ella. Se les llama muyrimún, término con el que se designa a los criminales, los destructores de la vida. Muyrim es el que se anegado a sí mismo la Rahma y la ha negado a cuanto le rodea, y Hoy es definitivamente de toda su bondad. El Muyrim se ha desintegrado en su acto destructor, ha seguido las sendas del enemigo: a lam á'had iláikum yá bani ádama an la tá'budu sh-shaitána innahu lakum 'adúwun mubínun, "¿acaso no os he avisado que no adorárais a Shaytán?, ciertamente, él es vuestro enemigo declarado". Fué Shaytán, la arrogancia, la inclinación del Nafs, el que alejó a Adám del Jardín; fue Shaytán el que lo sacó de su estado de Paz en Allah. Seguir a Shaytán es apartarse de la Unidad de Allah, por ello es convertido en objeto de adoración por el hombre que lo sigue.

 

        Rahmán y Shaytán son dos polos opuestos, cada ser humano mira en dirección hacia alguno de esos extremos. Ese acto con el que los convierte en su meta es llamado 'Ibada, adoración. Volverse hacia el Rahmán, es entregarse a la fuente de la vida y la existencia. Tender hacia Shaytán es lanzarse hacia la privación. El Qalb busca a Allah, pero el Nafs se inclina hacia Shaytán que lo confunde con sus promesas inmediatas.

 

        Imán es una apertura hacia Allah, Kufr es cerrazón. El múmin se abre, se universaliza; el káfir se aísla en sí mismo, inventa sus ídolos solitarios, se empequeñece. Por ello se dice que el káfir se aleja de Allah mientras que el múmin se acerca. Es necesario que precisemos estos términos: aproximarse a Allah es acudir a su Ráhma, es beber de la fuente de la abundancia. Shaytán es el opuesto al Rahmán. La misma palabra Shaytán significa el Lejano, el Remoto. Shaytán está lejos del centro de la existencia, el núcleo del que brota toda la vida, el eje del Universo que es la Rahma. El corazón tiende hacia el Rahmán, el Nafs tiende a Sahytán.

 

        Hemos visto que el Nafs, obsequio de Allah, es consciencia de sí mismo, su defecto es el exceso, el temer tanto por sí mismo que bloquea al ser humano hasta desconectarlo del Universo, replegándolo sobre sí mismo en un afán desmedido por proteger su individualidad.

 

        Shaytán, el Lejano, es el enemigo del hombre: seguir el camino de Shaytán es dañarse a sí mismo, es, en términos del Corán, cometer una injusticia conta el ser humano, el califa, al que debiera aspirar la criatura más noble. Por ello el Corán dice: a lam á'had iláikum ya baní ádama an la tá'budu sh-shaytána, "¿no os he advertido, oh! hijos de Adam, que no adorarais a Shaytán?"; y dice: ínnahu lakum 'adúwun mubínun, "es para vosotros un enemigo declarado". La afirmación es reforzada por la partícula ínna (ciertamente): sin duda Shaytán es enemigo del ser humano porque le impide realizar la grandeza de la que es capaz.

 

        Y dice: wa an u'budúni "sino que es a Mí a quien debéis seguir". Es al Rahmán al que debe orientarse el ser humano, no al Shaytán. La 'Ibada, la orientación del ser humano, debe ir dirigida hacia la fuente de la vida, no hacia su ausencia.

 

Añade el Corán: hadza sirátun mustaqím, "éste es un sendero recto"; el de la 'Ibada de Allah es el camino que conduce a la Rahma, la vía segura hacia la expansión del ser humano.

 

        Pero hay algo que es evidente: la mayor parte de la gente sigue a Shaytán. El Imán es esfuerzo, mientras que el kufr es inercia. La Ghafla, la desidia, en la que reposa el nafs, es de por sí tendencia a Shaytán. Mientras que acercarse a Allah exige ímpetu y decisión, con el acomodo natural del hombre se hunde a sí mismo en la Nada de Shaytán. La grandeza a la que aspira el múmin implica ser audaz. Para apartarse de Shaytán, para evitar ese destino, hay que despertar del sopor de la pasividad. Por eso la mayor parte de la gente está sometida a Shaytán, wa láqad adalla minkum yíbillan kazíra, "ha confundido, de vosotros, a muchas generaciones"; generaciones enteras (yíbill) de seres humanos han pasado por la vida como si no hubieran existido porque se han satisfecho en Shaytán que los ha confundido (adalla), los ha "ensombrecido" (significado del verbo empleado), y continúa: a falá takunu tá'qilun, "¿no seréis vosotros sensatos?", ¿no recuperareis la cordura ('aql)?.

 

        El destino que aguarda a los muyrimún tras la muerte es Yahannam: la Morada del Fuego. Yahannam es el término opuesto a Yanna. Procede de una raíz que significa "estar cerca, próximo", al igual que Dúnia, el mundo al que se apega el káfir.

 

        El Corán se refiere a Yahannam con breves pinceladas impresionistas: hádzhi yahánnamu al-latí kumtum tu'adúna...,"esto es Yahannam, que os fue prometido", éste es el destino contra el que se os advirtió.

 

        Ese Yáum, ese Día de Allah, es el momento en el que se cumple su Promesa, el Wa'd, al que ya se ha referido la Sura, la cuestión sobre la que debatían los hombres perdiendo un  tiempo precioso: sus propias vidas.

 

        Tanto Yanna como Yahannam pertenecen al Gháib, al ausente-presente, son categorías a las que se accede sólo para ser "probadas". Al igual que el dulzor o el amargor no son objeto de definición, es decir, no son consideraciones sobre las que se pueda debatir acerca de su realidad o irrealidad, sino que sólo son comprensibles en la medida en que el órgano capaz de percibirlas, en este caso el gusto, las experimenta. Yanna y Yahannam no son dados a la comprensión intelectual, pues son Gháib, sino que se ofrecen al entendimiento del Corazón, que es el que penetra en este mundo sutil de las correspondencias entre los fenómenos y su trascendencia. Por ello, la certeza en el sentido de apreciación real e inmediata de algo, no la tendrá al hombre hasta que se enfrente con Yahannam, hasta que no la sienta, pero entonces no podrá desprenderse de ella: isláuha l-yáuma bima kúntum takfurún, "abrasaos, Hoy, en ella, a causa de vuestro kufr". El Taqwa hubiese sido vuestro escudo protector, pero ahora estáis desnudo ante la expresión Yalál de Allah, su Majestad abrasadora. Vuestra Ghafla, vuestra despreocupación, os ató al al Dúnia de las sensaciones inmediatas que son internamente fuego y privación, dolor y angustia, que en el Gháib de Allah saltan hasta colocarse en primera fila, hasta ser percibidas directamente y sufridas en la fuerza de su intensidad mas absoluta.

 

        Aprovecharemos para una breve disquisición que tiene como fundamento la raíz del verbo "abrasarse" (S L A): el verbo sália-yasla significa "quemarse", "fundirse en algo a causa del elevado grado de su temperatura", y de la misma idea procede el nombre de la principal 'Ibada del Islam, el Salat. El kufr es causa de que el káfir se consuma en el fuego de Allah, del mismo modo que el Imán lo hace vivir en la bondad de su Rahma hasta colmar y penetrar todos sus resquicios. En el mismo sentido, el valor de la idea ha sido retacada por los lingüistas al observar su consonancia con el verbo wásala-yásil, llegar, comunicar: el Imán y el Kufr son manifestaciones externas que comunican internamente con dimensiones de Allah, sea su Belleza, sea su Majestad. A partir de estas reflexiones básicas podríamos retomar todo el discurso coránico buscando más datos y matices en su terminología: descubriríamos la sutileza y eficacia de su lenguaje, su percepción trascendente de cada realidad, veríamos como nada se pierde ante Allah, sino que cada fenómeno está dotado de un valor, una significación, y una importancia que a nosotros se nos escapa al detenernos exclusivamente en un nivel, el inmediato, de nuestras percepciones, donde "todo desaparece", pero olvidamos que "Allah permanece".

 

        El Corán continúa sus referencias al estado de Yahannam con una declaración impactante: al-yáuma nájtimu 'ala afuáhihim wa tukallímuna aidíhim wa táshhadu aryúluhum bima kanu yaksibún, "Hoy, sellaremos sus bocas, nos hablarán sus manos y darán testimonio sus pies acerca de aquello que lograron""; ese Día no hablarás tú, sino lo que significas.

 

La muerte ha enmudecido al ser humano, ha detenido su actividad física, por ello puede ahora, en sus entrañas, sentir todo lo que él ha significado, su sentido en la existencia. En su tumba, en su cuerpo inerte, en su Gháib, en su ausencia-presencia, el hombre por primera vez se reencuentra con su dimensión trascendente, y ya no puede evitar ser lo que él ha hecho de sí mismo, lo que "ha logrado" (yáksib). Todo ha sido trasladado, transpuesto; ha hecho su viaje de retorno a Allah. Su actividad ha cesado, su boca ha sido sellada (nájtimu 'alá afuáhihim, colocamos un sello, játim, sobre sus bocas, afuáh). Sólo así puede sentirse realmente. Entonces su verdadero ser se expresa: hablarán sus manos y darán testimonio sus pies, que representan la intención (las manos, áidi) que se dirige a un objeto, y la acción (los pies, áryul) que emprende el camino y llega hasta la meta. Sus manos, sus pies, su ser entero, toman la palabra ante Allah sin que el hombre pueda acallarlos. Lo que ha representado su vida será expuesto por testigos que no mienten ( es la boca la que puede mentir): todo tiene su propio lenguaje, un lenguaje que los sentidos no perciben, y es su realidad misma, lo que son, ése es el lenguaje al que Allah atiende y que el hombre percibirá tras el acallamiento de sus engaños con su muerte física.

 

        Lo que el hombre gana o logra durante la vida en el Dunia (su kasb) es aquello con lo que va modelando su ser interior. Cada movimiento, cada acción, cada intención, cada pensamiento, hasta lo más insignificante, deja su huella, su vestigio (ázar) en su propio Libro claro (Imán Mubín) que es su misma realidad trascendente. Ya nos lo dijo la Sura al principio: "hacemos resurgir a los muertos: hemos anotado lo que han hecho y sus consecuencias, todo lo hemos censado en un Libro claro". Tu ser es tu libro en el que tú eres escrito: cada instante de tu vida deja en tí su huella, su ázar, que es tu kasb, lo que has adquirido. No hay instante en el que no adquieras algo internamente, no hay un segundo en el que una nueva palabra no sea escrita en tu libro. El acto más breve, el fulgor de un pensamiento que inmediatamente se diluye en la nada, todo ello señala en tí su ázar.

 

        Yáum al-Qiyáma, Yáum ad-Dín, Yáum al-Ba'z, Yáum an-Nushúr,...son todos ellos nombres para el Momento de Allah, cuando su Soberanía (Mulk) arrebata el sentido y se muestra en su extremo. Es el Día de la Verdad, lo que viene después de la muerte: es la Verdad porque sobre ella no habrá ningún velo, nada la ocultará ni la distorsionará. La Verdad se mostrará en su desnudez absoluta (serán las realidades de cada ser, sus manos y sus pies, las que tomarán la palabra). Es el instante en el que el hombre descubre que Allah es la Verdad (Haqq): "¿De quién es Hoy el Reino?, De Allah, el Uno, el Irreductible". Así como su Verdad será manifiesta, lo serán su Poder (Qudra), su Saber (Hikma), y todas las demás cualidades. Todo es convocado ante Allah: faidza hum yamí'un ladáina muhdarún, "y helos a todos ellos, a la vez ante Nos, presentes".

 

        El Yáum al-Qiyáma es el Día de la Fuerza absoluta de Allah y la nada absoluta del hombre: el Viviente y el muerto se encuentran, ¿qué le queda al muerto?, wa láu nasháu látamasna 'ala á'iunihim fastabaqú s-siráta faanna yubsirún, "y si quisiéramos, les cegaríamos los ojos y se arrastrarían buscando el camino, pero ¿Qué podrían ver?". Esta imagen continúa su desarrollo: los hombres ciegos se arrastran vanamente intentando orientarse por la inmensidad a la que la muerte los ha lanzado, pero ¿qué podrán ver si han sido cegados?. Se les adivina desesperados, angustiados, perdidos; en su ceguera yerran esperando encontrar algo a lo que aferrarse, pero sólo está Allah. Al haber desaparecido sus vidas particulares, nada les queda.

 

        Es ahora cuando están absolutamente desnudos y se saben a merced del que los creó por primera vez. Pero la misma aya tiene otro comentario distinto fuera de este contexto: la partícula láu es el condicional "si", pero indica una posibilidad de acción en el pasado. La expresión wa láu nasháu podría traducirse por: "si hubiéramos querido", es decir, durante la vida misma del hombre, Allah (la luz de su Presencia) hubiera podido cegarlo (latamasna 'ala á'iunihim), es decir, hubiera podido manifestársele la Presencia de Allah con toda su fuerza eliminando la visión física. La Presencia de Allah en el mundo, Presencia directa e inmediata, se muestra al hombre "cegándolo", es decir, incapacitándolo. Por ello, Allah se vela a sí mismo en la existencia para permitir al hombre utilizar sus facultades. La vida, en el Islam, es el seguimiento consciente de una vía (sirát) para poder contemplar la Luz de Allah con la conciencia del individuo. El musulmán no renuncia  a su persona, don de Allah, y espera mantenerla incluso después de la muerte para disfrutar plenamente de la Presencia de Allah, para sentir en su ser toda la belleza y bondad del Uno que lo ha creado.

 

        Pero el hombre, en su ser, ante Allah, quedará aterrorizado tras la muerte. La aniquilación de su vida supone la destrucción de todas sus quimeras: ante sí sólo encuentra la inmensidad de Allah, su grandeza sin límites, su poder que ejerce en absoluta libertad, y el hombre sabe entonces que está completamente en sus manos, como siempre lo estuvo, pero ahora lo ve con certeza al no haber nada que lo confunda: wa láu nasháu lamajnáhum 'ala makánatihim fama statá'u mudíyan wa la yaryi'ún, "y si quisiéramos los fijaríamos en su sitio, no podrían avanzar ni retroceder". En el escenario del Yáum al-Qiyáma, esta imagen insiste en la sensación de absoluta dependencia que el hombre tendrá. Si bien su ser jamás ha dejado, ni durante un sólo instante, de depender de Allah, -pues sin ese soporte hubiera carecido de toda realidad-, ahora, tras la muerte y ante El, sin nada a lo que aferrarse, desnudo frente a su Señor, esa evidencia se le prsenta con una intensidad dramática.

 

        La muerte física significa el retorno a Allah, el reencuentro del hombre con su propia realidad que es la nada. Sin vida, sin recursos, sin fantasmas, recupera la conciencia de su verdadero ser, absolutamente en manos de Allah, como siempre ha sido, pero ahora ya no hay espejismos. Habiendo perdido la vida, el hombre carece de su voluntad, y por ello el Corán subraya su opuesto, la Voluntad libre y eterna de Allah-Uno: wa láu nasháu, "si quisiéramos", "si hubiéramos querido"...siempre todo ha dependido de ese Querer de Allah; pero ahora, en el Yáum al-Qiyáma ese Querer es más que manifiesto, es un Querer-Uno, una Voluntad-Sola. Todo está en manos de Allah, en el Poder de su Voluntad y Palabra, en su Fuerza con la que quiebra la densidad de la Nada para sacar de ella la vida. Somos el objeto de su Querer, la vida que El deseó en su eternidad. Allah quiso el mundo, y por ello el mundo fue.

 

        El texto se vuelve contra la arrogancia del ser humano: ¿cómo puede el hombre no volverse conscientemente hacia Allah cuando su existencia entera no hace sino retornar a El?. Es su seguridad en sí mismo, la ficción de su independencia, la quimera de su fuerza, todo ello es lo que confunde al hombre y aísla de Allah; se aleja de Allah, pero necesariamente se encontrará con El tras la muerte. En su misma energía de la que se enorgullece hay signos para la reflexión si fuera atento: cuando está en la cumbre de su poder, inevitablemente el hombre empieza a decaer. Esto sucede con cada ser humano, y con sus civilizaciones. Surge de la nada, asciende, pero pronto empieza a perder sus facultades, empieza a volver, pero ahora cargado con toda su experiencia. Dice el Corán: wa man nu'ammirhu nankus-hu fi l-jalq, "y a quien hacemos avanzar en edad, entonces hundimos sus cuerpos"...En el cénit de su vida ('umr), el hombre conoce el retroceso, cuando llega a su cúspide debe abandonarla. Esta degeneración (naksa) es el signo del inicio de la vuelta hacia Allah. Esta evidencia debería ser suficiente para que los hombres reflexionaran en sí mismos, en su vanidad arrogante: a falá ya'qilún, "¿no entrarán en razón?", el verbo ya'qil significa "someterse al 'aql, la inteligencia", es decir, ¿no recuperará el hombre su juicio tras constatar lo que es y su destino?. Es como si el Corán le dijera: Has surgido de la nada, y comenzaste como un niño débil que necesita toda clase de cuidados; Allah te hizo salir de esa nada, y te facilitó tu existencia cuando tu no podías hacer nada; y empezaste a crecer y a adquirir fuerzas, y comenzaste a apartarte, pero has de volver a Allah, y Allah te reduce a Sí-Mismo, quitándote tus energías, arqueando tu cuerpo, arrebatándote la inteligencia, haciéndote perder la memoria: cuanto más vives más degenera tu cuerpo, tu forma, y cuanto contiene (literalmente, tu jalq, tu creación). Toda tu vida ha sido un espejismo; tu aferramiento a la vida te muestra lo quimérico de tu ilusión, pues cuanto más vivas más degenerará tu jalq, más se hundirá lo que eres. E inmediatamente, por mucho que hayas sido hecho vivir, volverás a Allah, sin nada, o peor aún, volverás cargado, con tus espaldas arqueadas por el peso de lo que hayas adquirido a lo largo de tu vida, volverás a El con tu distanciamiento. Todo aquello en lo que el hombre pone toda su fe, la salud y la vida prolongada, son quimeras que el Corán desmonta, ¿no reflexionarán los seres humanos?. Lo único cierto es que has de volver a Allah, tu Creador. 

 

        Este último apartado de la Sura condensa todo lo dicho hasta aquí. En una sucesión rápida de alusiones, el Corán se va a referir al Wahy (la Revelación) describiendo su naturaleza distinta a la de la intuición o inspiración; hablarán también de la Uluhía, es decir, la dimensión trascendente de Allah que lo hace inabarcable al pensamiento, pero a la vez es el secreto íntimo de su Unidad y de su Voluntad creadora, y volverá a recordarnos el Ba'z y el Nushur, el destino de los seres humanos junto a Allah, origen, soporte y meta de la vida. Todo ello a base de signos entrecortados, esbozos de grandes temas que van acompañados de expresiones intensas capaces de conmocionar a los corazones atentos. El Corán pretende, no ofrecer datos, sino más bien despertar en el hombre significados que guarda en sus entresijos, como si la fugacidad eterna de sus palabras tuviera la misión de iluminar zonas ocultas y, al verlas repentinamente, el ser humano pudiera recuperar sus implicaciones.

 

En esta recapitulación debemos recordar las primeras palabras de la Sura: "Ya-Sin, por el Corán al-Hakim; ciertamente, tú eres uno de los mursalín, estás sobre un Sendero Recto, Sirat Mustaqim, Revelación del que es 'Açiç-Rahím". Esas cadencias inaugurales nos introducían en el verdadero ritmo del Corán, cuyo manantial era la 'Içça, el Poder, la Fuerza, una 'Içça que a la vez era Rahma, voluntad de vida, deseo de conferir vida. Así, el Corán que tenemos entre las manos "desciende" (Tançil) de esos dos fundamentos por los que calificábamos a Allah de 'Açiç-Rahim. Por esa intensa combinación de 'Içça y Rahma que mutuamente se matizan, el Corán es Sabio, Hakim. Ese poder revulsivo es al que ahora se refiere la Sura: wa ma 'allamnahu sh-shi'ra wa ma yanbaghi lah, "y no le hemos enseñado poesía, ni le conviene."

 

        La poesía, el shi'r, es intuición de la belleza, inspiración en ella, un acto con el que el ser humano trasciende la simple palabra, la adorna, la hermosea, completando el acto creador de Allah tal como nos fue enseñado en otro lugar de esta misma Sura: Allah no sólo posibilita la vida, sino que la hace crecer y la embellece. El shi'r es manifestación de la sensibilidad (shu'ur) del hombre, su capacidad de emocionarse, de sentir como se eriza su pelo (sha'r) ante la creación de Allah. Pero el Corán no es shi'r, no es fruto del hombre inspirado; el Corán es Wahy, Revelación de Allah, es invitación y respuesta de Allah: el movimiento es inverso, mientras la poesía eleva al hombre, el Wahy es descenso (Tançil), es el acto por el que Allah se comunica al hombre retirando velos. El Corán no brota de un manantial humano, de un  shu'ur o sensibilidad creada, sino que su fuente es Allah mismo, Palabra increada de Allah, sonido eterno, vibración eterna, convertida en palabras y sonidos que el hombre sepa reconocer, como a los mensajeros, que son bashar, seres humanos. El shi'r es reacción, el Wahy es contemplación. La Nubuwwa, la profecía, exige un corazón calmado, firme, capaz de contener lo que no podrían sostener las montañas si fuera depositado sobre ellas, como enseña el Corán. La Nubuwwa, se asienta sobre un Sirat Mustaqim, un Sendero Recto para la Humanidad, y no se inclina ante nada, ni va y viene con las ilusiones y modas del momento, como sí hace la poesía. La Nubuwwa significa permanencia en Allah: in huwa illa dzikrun wa qur-anum mubin, "ciertamente, es Dzikr y Corán claro"; la Revelación es correr el velo que impide a la memoria recordar a Allah; la Revelación es una recitación (Qur-an), una Palabra efectiva capaz de transformar, litundzira man kana hayyan wa yahiqqa l-qaulu 'ala l-kafirin, "para que adviertas al que está vivo y se cumpla la Sentencia contra los kafirin."

 

        El Corán es cumplimiento. Es un mensaje (Risala) dirigido al que está vivo (hayy), es decir, aquél que tiene corazón que late, y atiende al Recuerdo, Dzikr, como hizo el hombre que emergió de las profundidades de la ciudad; mientras que por otro lado supone la confirmación del kafir, del que vive aislado entre sus propias limitaciones, y que no es sensible al Recuerdo, Dzikr.

 

        Por otro lado, el Corán no deja de llamar nuestra atención hacia los signos (Ayat) de Allah, de los que es reflejo la palabra inteligible. El Universo significa que Allah es Uno y que todo vuelve a El, como de El proviene, y El lo sostiene. Allah es el principio, el medio, y el final de todo cuanto existe: a wa lam yarau, "¿es que no han visto..."; los Signos-Ayat de Allah son el Universo visible, lo que el hombre contempla cada vez que abre los ojos. No nos pide el Corán que nos perdamos en pensamientos alambicados para conocer a Allah, nos invita a ver el mundo, y en el mundo, en lo inmediato, está lo que nos reconducirá a Allah. Quien mira con ojo penetrante, vislumbra su Presencia Absoluta. En cada átomo está el milagro del Rabb, de su Señor.

 

        El texto continúa diciendo: a wa lam yarau anna jalaqna lahum, "¿es que no ven que hemos creado para ellos...?"; el hombre (Insan) es califa (jalifa), destino de la creación entera (al-jalq): el Universo se exhibe ante el ser humano para que este recoja con su inteligencia ('aql) su significado que es Allah. Si el mundo, la existencia, tiene un sentido es porque lo tiene para el hombre, ése es el secreto de su destino. El Universo comunica un mensaje, esa comunicación es la causa de "su creación para" el ser humano.

 

        Y el texto continúa: a wa lam yarau anna jalaqna lahum mimma 'amilat aidina, "¿es que no ven que hemos creado para ellos lo que han hecho nuestras Manos...?"; es decir, Allah ha obrado con sus manos, con sus dos Manos que son el Poder y la Sabiduría, todo lo creado para el ser humano. El califa, la criatura soberana, ese es el "destino" del Universo. El es la conciencia de la creación: sin el hombre, la existencia carecería de finalidad; él es su finalidad, el punto donde se cierra el círculo. El hombre es la sabiduría del Universo, dota a todo de significado y justifica su existencia. El ser humano no debe buscar el "sentido" de la vida, pués él es ese sentido, y él es el que da sentido a todo cuanto existe.

 

        Sigue el texto declarando, a wa lam yarau anna jalaqna lahum mimma 'amilat aidina an'aman fahum la malikum, "¿es que no ven que hemos creado para ellos, de lo que han hecho nuestras Manos, bienes de los que son propietarios?". Allah es Creador de lo que el hombre considera suyo, de lo que es Málik, propietario. Ha creado para él los An'am, término que en general designa todo bien (en singular Ni'ma; esta palabra procede de la misma raíz que Ma'am, sí). Nada por tanto de lo que el hombre disfruta ha sido creado por él, sino que lo ha encontrado "sumiso" a él, preparado para él. Pero incluso su capacidad para aprovecharlo no ha sido creada por él, sino que le ha venido dada. Todo lo que no es producto de un artificio emerge del Querer de Allah, pero también los productos del artificio son suyos al haber sido El el Creador de sus causas. Corresponde al hombre hacer uso de lo que Allah le ofrece, activar lo que Allah ha dispuesto en él, ejercer su reino (Mulk), y desentrañar los signos. La incapacidad para comprender el Universo, la impotencia que hace permanecer al hombre en la superficie de la existencia, es llamada por el Corán "ingratitud", es decir, kufr. El kufr se opone al shukr, el agradecimiento. Shukr es sabiduría, reconocimiento. Agradecer algo es percibir su Ni'ma, su carácter de obsequio hecho al hombre. Hay una estrecha vinculación entre le Imán y el Shukr. El mumin capta la bondad que subyace bajo lo que le es dado, descubre a Allah en todo aquello que encuentra a su alcance. Cuando descansa, come o bebe, presiente a Allah reconfortándolo: wa dzallalnaha lahum faminha rakubuhum wa minha yakulun, "se los hemos sometido, de unos (se sirven) a modo de monturas, de otros se alimentan." Los An'am, los rebaños de animales que Allah ha puesto a disposición del ser humano, han sido "domesticados" (dzallala) por Allah para el hombre: si El no lo hubiera permitido, si su sabiduría no lo hubiera preparado, ¿qué fuerza tiene el hombre para imponerse a nada?. El mumin relativiza su capacidad en Allah, mientras que el káfir la cree absoluta porque sólo ve a los animales que domina. Cada instante es para el mumin recepción de un obsequio, una Ni'ma, de su Señor-Uno. Hacia donde se vuelva, encuentra que todo le reconduce a su Señor, origen, sustentador, y destino de todo lo creado.

 

        Wa lahum fiha manafi'u wa masharib, "y tienen en ellos provecho y bebida". El nómada que depende de modo inmediato de sus animales comprende mejor que nosotros las alusiones que contiene el texto. Nuestras sociedades procuran mantenernos lejos del origen de lo que nos alimenta, nos ha desconectado de los que nos sustenta: somos servidos en supermercados que nos abastecen con sucedáneos extraños, perfectamente envasados, deformados de tal modo que son irreconocibles. Una nueva estética se impone que nos aísla cada vez más de Allah, de la fuente verdadera de toda vida. Se impone un mundo de disimulo, un mundo donde las grandes verdades (la vida, la muerte) son camufladas porque son hirientes, porque son signos claros. El mundo es para los seres humanos un cúmulo de manafi', de cosas que aprovechar. Esos manifi' les han sido brindado (el ser mismo les ha sido obsequiado, es Ni'ma de Allah), y dice el texto: a fala yashkurun, "¿es que no se van a mostrar agradecidos?." El agradecimiento (shukr) es la señal de que se comprende  el valor de algo.

 

        Cuando el hombre no comprende esta relación de agradecimiento de todo cuanto le rodea, le asalta el miedo a perderlo todo, confiado en que todo cuanto posee es fruto de su esfuerzo, de su ingenio, y valor; por todo ello inventa religiones, mitos, supersticiones, ideologías etc, que tratan de retener un mundo cuya característica es lo efímero, lo evanescente; por ello sigue diciendo el Corán, wa ttajadzu min duni llahi alihatan la'allahum yunsarun, "adoptan, aparte de Allah, álihas, tal vez los socorran." El término "adoptar" (ittajadza), también tiene el sentido de "acudir", "buscar refugio". Los kuffar han adoptado alihan (plural de Ilah, aquello a lo que el hombre reverencia porque le da consistencia a su mundo). Ilah es en lo que el ser humano deposita confianza, y el Islam enseña que LA ILAHA ILLA ALLAH, no hay mas Ilah que Allah: ¡en nada puede reposar más que en Allah!. Allah es el Ilah de la Gente, la verdad que busca el hombre, pero el kafir inventa, confía su ser a lo que no es Allah, a dioses de los que hace alihan, es decir, les confiere lo que es exclusivo de Allah, y en esas seguridades busca sosegar su desazón, pero es frustrado: la'allahum yunsarun, "tal vez sean auxiliados"; engendran alihas con la esperanza de obtener una victoria (nasr), de ser reforzados, cuando su destino es perecer, cual es el destino de todo lo creado. Sólo Allah permanece, sólo El que estaba antes, El que lo procede todo, El que es inalcanzable por el hombre, sólo El está fuera de las cadenas de la existencia.

 

        Y sigue el texto diciendo, la yastati'una nasrahum, "no pueden ayudarlos...", esos dioses, esas ficciones, esos artificios, no pueden socorrer al hombre porque son tan inconsistentes como él; al contrario: wa hum lahum yundun muhdarun, "...son ellos los que (se convierten) para (los alihas) en un ejército preparado"; ellos, los hombres acaban siendo sometidos por sus propios engendros, se transforman en un ejército (yund) siempre dispuesto (muhdarun), siempre "presente" (esta es la raíz verbal de esta última palabra) para servir a sus dioses fruto de sus elucubraciones. Los dioses les proporcionan certezas que les ciegan, por ello: fala yahçunka qauluhum, "...que no te entristezcan sus palabras", que la ceguera de la mayor parte de los hombres no te impida seguir adelante en tu camino, como su pueblo no le impidió "al hombre que surgió de lo más profundo de la ciudad" avanzar hacia Allah. Que no te entristezcan (la yahçunka) sus palabras, la sentencia que hacen contra tí (qaul), lo que ellos digan, porque el Qaul verdadero es el de Allah: inna na'alamu ma yusirruna wa ma yu'limun, "Nosotros (Allah) sabemos lo que guardan en secreto y lo que manifiestan en público". No obedezcas a los hombres, no te sometas a ellos, no los hagas tus dioses, libérate de la opresión del hombre: a wa lam yara l-insanu anna jalaqnahu min nurfatin, "¿es que no ve el ser humano que lo hemos creado a partir de una gota de esperma?".  Es como si dijera: ese hombre que te asusta, que te convence, que te entristece, ese hombre al que sin darte cuenta divinizas, porque le estás atribuyendo un poder que no tiene, ese "ser humano" (insan), ¿no ves que ha sido creado, como tu, a partir de una gota de esperma (nutfa)?. La nutfa, ese origen humilde, ese líquido que el hombre tiene por vil e insignificante, es su materia prima. Si profundizas aún más en esa nutfa, descubrirás al final que no es nada. Llega un momento en el que no descubres más que en un vacío, origen de todo, fuente de todo. Es en ese vacío donde actúa Allah, y aparece entonces la exuberancia del Universo. Pero si no fuera por Allah, no habría nada, ni tan siquiera la insignificante nutfa a partir de la cual se desarrolla el insan, su raíz más remota a la que le está permitido a sus sentidos llegar. El hombre ha nacido de algo que el mismo desprecia: un punto líquido, como dicen los comentaristas del Corán. Y a partir de ese "punto líquido" el hombre desarrolla todo su ser, faidza huwa jasimun mubin, "y he aquí (que se convierte en) un contrincante claro". Por ello, el Corán aquí recuerda al hombre sus orígenes: nada hay más ridículo que un dios hecho semen, y nada hay más noble que el que lo trasciende todo hasta convertirse en ser soberano.

 

        Wa daraba lana mazalan wa nasia jalqah, "e inventa símiles de Nosotros, y olvida su creación". El mazal, la imagen, el símil, es aquí la representación que el hombre se hace de Allah. El hombre inventa el mazal, creyendo poder imaginar a Allah, y olvida su origen (su creación, su jalq): ¿cómo puede él condicionar a Allah?. El es el que ha sido condicionado por su Señor, y no a la inversa. El mazal es lo peor que puede hacer el ser humano. Una de las etimologías de la palabra insan la hace remontar a la raíz nasia, olvidar: el hombre, esencialmente, olvida, porque es nada; por ello, "conocer" es recordar, y en ese sentido, el Corán es Dzikr, recuerdo y memoria). Si el hombre recordara su jalq, el momento en que es concebido, a partir de entonces no se atrevería a fabricar un mazal para Allah, que es absolutamente libre, ajeno a todo lo que el hombre pueda imaginar, y el hombre sólo puede imaginar dentro de sus propios límites, e impone esos límites a lo pensado: por ello, todo discurso acerca de Allah es vano, sólo se puede señalar constantemente su trascendencia.

 

        El kafir, después de imaginar a Allah, después de concebirlo según sus propias limitaciones y obsesiones, después de haber elaborado su mazal, qala man yuhyi l-'idama wa hiya ramin, "dijo: ¿Quién va a devolver la vida a los huesos cuando ya están pulverizados?", considerando a Allah incapaz de lo que él es incapaz. El mensajero (el mursal) le está anunciando que todo ha de volver a Allah, y el kafir le responde, señalando los restos de los hombres (sus 'idam, huesos) que están carcomidos (ramin), ¿Quién va a devolver la vida a los muertos?. Por ello el Corán ordena al mumin, qul yuhyiha l-ladzi anshaaha awwala marra, "di: les devolverá la vida El que los hizo la primera vez"; así es como rompe el esquema mental del kafir, destruye la "lógica" de su mazal, con el que atribuía incapacidad a Allah; le está recordando que cuando él era aún más incapaz, cuando ni siquiera existía, Allah lo hizo surgir de la nada, wa huwa bikulli jalqin 'alim, "y El es de todo (acto) creador, conocedor". Allah es el único dotado de vida y ciencia ('ilm) a la que nada escapa. Lo importante es que el hombre volverá a Aquél que lo ha creado, y la muerte es el paso decisivo en ese retorno. Y nada habrá de impedirlo por mucho que el kafir se fije en el polvo inerte en el que se han convertido los que antes eran seres vivos, y piense que todo ha concluido porque sea incapaz de trascender el espectáculo que le ofrece el mundo, siempre se mantendrá en esa superficie, no comprendiendo el significado último de lo que significan las palabras wa huwa bikulli jalqin 'alim.

 

        La pregunta era: ¿quién devolverá la vida a los huesos carcomidos?. La primera respuesta ha sido tajante y cortante: el mismo que los hizo por primera vez. ¿Qué lo impedirá?, ¿vuestra lógica de las cosas?, ¿vuestro mazal?. Pero aún sigue otra respuesta:alladzi ya'la lakum min ash-shayari l-ajdari naran faidza antum minhu tuqidun, "El que ha hecho para vosotros a partir del árbol verde fuego, y he aquí que vosotros lo encendeis". La traducción es muy forzada porque el texto es rico en significados, y es imposible contenerlos en una frase bien compuesta. En primer lugar, el Corán invita al asombro ante un hecho ordinario que debiera ser motivo de reflexión: todo contiene su contrario, la nada contiene al todo, y el todo es nada, la vida surge de la muerte, y en la muerte hay vida. Para ello, el Corán ya nos había hablado del esperma, que es nada, en el que está el hombre en su totalidad, pero a su vez el hombre, en toda su grandeza es nada, algo efímero y fugitivo. Y ahora nos habla del árbol, que está verde, por sus entrañas fluyen líquidos, su savia, es algo vivo, pero en sí contiene aquello que lo destruye, el fuego: su madera es fuego en potencia. Ciertamente, Allah es 'Alim, es sabedor de una ciencia cuyas implicaciones el hombre no puede abarcar: la vida y la muerte, la nada y el todo, están en sus manos; El guía con su saber esa inmensidad, y su sutileza no deja nada fuera: de lo vivo extrae lo muerto, de lo muerto extrae lo vivo. Sólo el mumin, "el que se ha extinguido en su Recuerdo", sólo ese es capaz de intuir lo que Allah comunica al hombre a través de los mensajeros; sabe que el mismo es ese árbol verde, y sabe que todo ha de volver a Allah por donde Allah lo conduzca. ¿Cómo poner barreras a Allah?: a wa laisa l-ladzi jalaqa s-samawati wa l-ardu biqadirin 'ala an yajluqa mizlahum, "¿es que El que ha creado los cielos y la tierra no podría crear otros semejantes?", bala wa huwa l-jallaqu l-'alim, "efectivamente, El es el Creador Sabio", utilizando un intensivo de Jáliq, Creador, Jallaq, y recordándonos su Ciencia, 'ilm.

 

        El Universo es para el mumin ese Signo Claro en el que no puede dejar de ver la Acción de Allah, mientras todo lo que no es Allah desaparece en su precariedad: innama amruhu idza arada shaian an yaqula lahu kun fayakun, "sólo su orden, cuando quiere algo, es decir: Sea, y es". El Poder de Allah (Qudra) no es dado a la imaginación del hombre, como tampoco es dada su Ciencia ('Ilm). Allah se retrotrae siempre ante cualquier análisis, escapa a las miradas. Aquí tenemos otro elemento, su Palabra, su Orden (Amr) que es el espacio intermedio entre Allah y el objeto creado. A esa dimensión se le llama Malakut, ahí donde está la expresión de Allah, el mundo en el que el hombre lo encuentra. Es el universo al que se asoma el mumin con su corazón, el lugar de las Palabras creadoras de Allah, las luces con las que ilumina la nada, el reino de los Malaika, el puente entre el Uno-Único y la pluralidad de la existencia. Ese Malakut habitado por todo lo que inspira al hombre, por todo lo que crea en él algo que lo hace trascender, ese cielo de Allah al que escala la intención del ser humano, pertenece a un orden de la realidad para el que los sentidos ordinarios no sirven: ¿qué oído podría captar el sonido de la Palabra de Allah?, ¿qué ojos pueden ver las formas de los Malaika de luz?, ¿con que manos tocar lo que carece de dimensiones?. Se trata del mundo del Corazón donde se produce la Revelación, donde es descorrido el velo que impide ver a los ojos del kafir.

 

        Las últimas palabras de la Sura no pueden tener una mejor resonancia: fasubhana l-ladzi biyadihi malakutu kulli sahiin wa ilaihi turya'un, "por encima de todo pensamiento está Aquél en cuyas manos está el Malakut de toda cosa, y al que seréis devueltos".