Andalucía y su Islam

 

    A los andaluces que hemos accedido al Islam con un gesto de valentía y generosa apertura en Allah, nos resulta incómodo y aún difícil de sobrellevar, el vivir como musulmanes nuevos, musulmanes andaluces, en una sociedad que como la nuestra, la andaluza, no solo reniega de su pasado más fructífero y de la identidad Islámica que la hiciera más universal, Al-Andalus, sino que además, se deja arrastrar por una actualidad maniquea y desquiciada, en la que todo lo que huela a Islam, es como menos sospechoso.

 

    Es por todo ello que para los musulmanes de aquí, se haga difícil el convivir con el diario desprecio y la incriminación más o menos encubierta hacia todo aquello que nos define y une al resto de la Umma de Sidna Muhammad (s.a.s.).

 

    El abrirnos al hecho civilizador del Dîn del Islam, ha sido y será para los andaluces; un acto de especial trascendencia: Estamos dando vida, resucitando del pasado a todo un pueblo que ve, escucha y siente de nuevo a través de nosotros, Al-Andalus vive de nuevo, vive por y en cada uno de nosotros.

 

    Y no nos engañemos, fue el acerbo del pueblo andalusí y el hecho civilizador del Islam, la que hizo de Al-Andalus lo que fue: Una tierra abierta a todos los pueblos, luz de oriente y occidente, tierra de hombres libres, “hombres de luz que a los hombres, alma de hombres les dimos”. No es de justicia juzgar al pueblo andalusí y al Islam como hechos independientes y extraños el uno del otro.

 

    Si al estudiar la historia de Al-Andalus, llegamos a comprender mejor lo que supuso entonces el vivir cotidiano de su Islam, sabremos entonces del porqué del desarrollo espectacular de un pueblo como hecho civilizador. Sin el Islam y al-Andalus, ¿qué hubiéramos sido, y desgraciadamente llegamos a ser?: Andalucía, una prolongación de Castilla, un feudo arrastrado al medioevo y al servicio de intereses nobiliarios e inquisitoriales, una colonia latifundista de esclavos jornaleros, los Falah-Mancu, campesinos sin tierras al servicio de los intereses centralistas del ayer y de hoy, como bien expresara nuestro hermano en el Islam, Blas Infante (Rahimahullah).

 

    Andalucía sin su historia, la que le han negado desde el albor de los tiempos, la suya propia y no la que ficticiamente siempre le impusieron "los otros", sin al-Andalus y el Islam; no puede “volver a ser lo que fuimos”, como descubrió nuestro padre de la patria de Al-Andalus.

 

    Sin el hecho radicalmente liberador que supone asumir el Islam. ¿A qué pueden aspirar los que más sienten Andalucía como un hecho diferenciador, necesitado del derecho a la propia determinación?. Como máximo, a un espacio político clientilista que perpetua todos los males que aquejan a un planeta al servicio de unos pocos, y a un espacio mental atrofiado e insolidario condenado a no escapar de la vorágine consumista.

           

    Quitémonos el velo de los ojos y hagamos lo mismo con quien sepa escuchar; como musulmanes, no nos sirven para nada los modelos políticos de Occidente ni Oriente, no somos marxistas, ni liberal/capitalistas, ni de derechas ni de izquierdas. Disponemos de un amplio bagaje cultural sobre los que se han forjado, los pilares que sustentan a una civilización absolutamente diferente e indigesta para los mecanismos de poder de cualquier parte.

 

    Aprendamos de nuestros errores y olvidémonos de absurdas pretensiones, que fuera del camino que traza el Dîn del Islam, del Sirat al-Mustaqim, únicamente nos conducen a la pérdida de un tiempo vital que no perdurará;  y a la asimilación de unos valores que se perpetúan a costa de los pueblos, eliminando sus señas de identidad.

 

    No por temor a perder privilegios, debemos repudiar y dejar de lado nuestra historia y nuestro Dîn. Tenemos derecho a preservarnos de lo meramente ilusorio para revestirnos del sentir verdadero que fluye en nuestra fitra, nuestro auténtico ser, humano y universal, un regalo y un don de Allah, que a parte de los musulmanes, pocos tienden a escuchar.