El ser humano destinatario de la revelación


    "Propusimos el depósito a los cielos, a la tierra y a las montañas, pero se negaron a hacerse cargo de él, tuvieron miedo. El hombre, en cambio, se hizo cargo. Es ciertamente, muy impío, muy ignorante. Corán (33, 72)

        El aya que da comienzo a este escrito muestra por sí sola toda la complejidad del ser humano así como la libertad que Allah regala a la creación; Incluso los montes y los cielos son interpelados por la urgencia del pacto. Pero ellos "saben" cual es su lugar en el universo creado, no deben emprender ningún viaje ni retornar a sitio alguno. Están exentos de toda búsqueda.

        No ocurre así con el ser humano, peregrino desde los mismos albores de su existencia como especie e innato buscador de lo trascendente. A diferencia del resto de las criaturas, la humana debe ser instruida ya que no está adaptada al mundo en que le toca vivir. La necesidad de dirección y guía queda evidente en el generoso Corán dado que el hombre es presentado como una criatura débil y antojadiza (Corán 53.32), siempre pronta a dejarse extraviar. Pero eso sí, dotada de un sexto sentido que la empuja hacia Allah (subhana wa taala). Este sexto sentido, innato a todo ser humano es lo que se llama fitra.

        Este fenómeno, interpretado por ciertos autores europeos como apertura constitutiva del hombre a la trascendencia, puede ser comprendido como una certeza interna que nos impide conformarnos con una existencia aferrada a la satisfacción de las necesidades materiales. Sabiéndose incompleto, el ser humano emprende en su vida el camino de la búsqueda, a veces inconscientemente, otras muchas de manera errada, pero siempre con el corazón puesto en una realidad suprema que es la auténtica fuente de la felicidad. El generoso Corán reta a los hombres y mujeres a enrolarse en esta aventura que es a la vez viaje de descubrimiento y de retorno. La pereza y la negación conducirán irrevocablemente a los rezagados y negadores a la perdición eterna. Por ello el lenguaje del Islam es en ocasiones tajante e incluso áspero para ciertas sensibilidades; El Reto no admite demoras ni medias tintas. El destinatario de la buena nueva debe sacudirse su desidia con decisión acercándose a Allah con amor diligente. A cambio recibe de su Señor su Rahma esto es, su delicadeza y bondad entrañables. Allah no exige a los musulmanes una vida heroica salvo cuando las circunstancias lo imponen. La vida cotidiana debe estar impregnada de paz, amor, dignidad y moderación.

        Pero este descubrimiento del tesoro oculto que es la fitra, obliga al creyente a un trabajo de desenterramiento e ilustración, tanto de sí mismo como del mundo que le rodea. Dice el hadiz: "Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor". Salir de las aguas de la abstracción y la mediocridad, despojarse de adherencias idolátricas, tomar conciencia del yo, del nosotros, del orbe en que nos toca vivir. En este proceso la palabra trabajo adquiere su significado literal de quitar trabas, pues son Innumerables las trabas que impiden al hombre su aceptación del mensaje de Allah: Desde la propia apatía hasta los miles de señuelos de los que se valen los sistemas que le oprimen. Combatir la alienación llegando a la completa posesión del propio existir es condición sine qua non para alcanzar el paso esencial que es la
shahada. Es decir, dar testimonio de que se es musulmán.

        Todo lo arriba indicado es particularmente oneroso en nuestras actuales sociedades de consumo, dónde la proliferación de estímulos alienantes llega hasta la exasperación: Era más fácil para el individuo de las antiguas culturas agrícolas asomarse al misterio insondable que nos reclama desde nuestro amanecer más remoto. Bastaba con dejarse envolver por el mismo misterio expresado en una naturaleza omnipresente y cautivadora hasta el extremo de ser adorada en sus diversas manifestaciones. Para el hombre antiguo todo era un milagro. La salida y la puesta de sol, así como su viaje por la bóveda celeste, el mar inmenso, amenazador, destructivo, dador de vida; la enigmática luna, objeto de culto idolátrico en casi todas las culturas... Si el reto del hombre moderno es el de desembarazarse de los ídolos creados por el sistema neoliberal que le apartan de la naturaleza, el hombre antiguo tuvo que superar la excesiva fascinación por la misma que le llevaba a convertir en tagut aquellas de sus manifestaciones que tanto le admiraban y sobrecogían. Los seres humanos necesitaban pues una palabra contundente de su Creador. Una palabra que los alejara de toda duda, que los situara frente a sí mismos, frente a los demás, frente al mundo, en un estado de sumisión al único que es verdadero. Una palabra en definitiva, que los ayudara a encontrar un tesoro arcano, depositado desde siempre en sus corazones y los volviese sensibles a la única voluntad que merece acatamiento. El asentimiento a Allah (swt), motivado por esta sensibilidad espiritual, iman, conlleva la negación de toda realidad idolátrica y por tanto opresiva. En la shahada, el musulmán no afirma dogmas preestablecidos, sino que se rinde a la verdad absoluta negando toda suerte de mediaciones e ídolos. El creyente no tiene más que despojarse de ideologías y sistemas aprendidos, rindiéndose (en total desnudez) a la majestad del que es evidente, aceptando su palabra y al mensajero que la transmite. Numerosos son los atributos que la espiritualidad islámica atribuye al generoso Corán, basándose en lo que éste dice de sí mismo; Nos hallamos ante un misterio aún más seductor que el jalq, la creación. Dado que el libro es palabra increada de Allah, preexistente a todo. Su musicalidad y ritmo hechizan aún a los desmentidores. De hecho, los contemporáneos del profeta (s.a.s.) se hallaron de golpe ante una realidad hacia la que no era posible la indiferencia. La más bella descripción del Corán procede curiosamente de uno de los mayores enemigos de la primera comunidad islámica: Al Walid Ibn Al Mugira, el cual confiesa ante los quraishíes:

            "¿Qué puedo decir de él (El generoso Corán)? Juro que ninguno de vosotros conoce mejor que yo la poesía de los árabes. Ni en la prosa ni en la poesía, ni en lo que inspiran los genios, encuentro nada semejante a lo que él (Muhammad, s.a.s.) pronuncia. Juro que en el Corán hay algo dulce que abate todo lo demás, y se eleva y nada se eleva por encima de él."

        De aquí el desconcierto que produce en quiénes esperan de él una estructura organizada, una historia o un cuerpo doctrinal bien establecido. Cada sura fue revelada a fin de iluminar situaciones vividas tanto por el Profeta (s.a.s.) como por la primera comunidad. Pero en ellas se encuentran identificados los hombres de todas las épocas y civilizaciones. La universalidad del mensaje es tal que es imposible sustraerse al hechizo de la recitación aunque de entrada se desconozca la lengua árabe. Los inspirados poetas árabes son retados por el mismo libro a componer aunque sea una sola aya semejante, (Corán: 10, 38) pero deben abandonar la empresa sin producir nada igual. El Corán supera su condición literaria para convertirse en palabra increada y por tanto en una realidad tremenda y fascinante que sabe escrutar el corazón humano y pone nuestra condición al desnudo, sin bonitos ropajes hagiográficos ni tintes tenebrosos gratuitos. La palabra de Allah acaba suscitando tanto las adhesiones más conmovedoras (como la de aquellos cristianos que derraman lágrimas al oír la recitación) (Corán: 5.83). Como el rechazo burlesco e incluso más tarde, la persecución más encarnizada. En efecto, la palabra de Allah pone en entredicho el modus vivendi de los miembros de la mezquina oligarquía mercantil de La Meca y a toda una cosmovisión idólatra mantenida al calor de sus fortunas. A diferencia de los profetas del antiguo Israel, el mensaje anunciado por Muhammad (s.a.s.) no viene a reformar una sociedad que antes había sido justa o un sistema religioso caído en la rutina. Viene para crear algo nuevo y mejor en lo social y a rescatar la experiencia primigenia de Ibrahim (a.s.) a la sazón caída en el olvido, según la voluntad de Allah. Por ello, los potentados mequíes se aferran a sus ídolos cerrando todas las puertas al diálogo. Tampoco encontrará acogida entre las gentes del libro (judíos y cristianos) enredados en un malsano etnocentrismo y en interminables disputas teológicas respectivamente. Los opresores necesitan de la mentira. A ella sirven y en ella se escudan para cometer sus tropelías contra sus semejantes. Esta mentira erigida en ídolo sanguinario es agasajada por sus pontífices, auténticos beneficiarios de la sangre derramada en sacrificio, y por ello no pueden renunciar a su servicio perpetrando toda clase de crímenes para mantenerla en su pedestal. El shikr o asociación, trasgresión imperdonable en el generoso Corán, nutre de falaces fantasías al hombre. Lo saca de su realidad para convertirlo en el simple átomo de una masa amorfa de adoradores incondicionales. De todo esto se deduce la perenne animadversión que el Islam produce en el kufr, esto es, aquellos sistemas que niegan la unicidad de Allah y por tanto la soberana libertad del hombre sujeto tan sólo a su creador Pero Allah es el que sabe.

 

Ahmad Khalil Ibn Yusuf