ALLAH

 

             Cada lengua tiene su especificidad, y configura y a la vez expresa un modo de situarse en la existencia, de percibir la realidad, de vivirla y relacionarse con ella. El árabe no es una excepción pero su diferencia ha sido escamoteada en las gramáticas convencionales que nos ofrecen una distorsión de la que deriva la dificultad de los estudiantes occidentales para moverse con naturalidad en un idioma que les es presentado como una simple variante a la que es posible tener acceso con el estudio de unas cuantas reglas. Las gramáticas comparadas han simplificado la cuestión hasta tal punto que reestructuran el árabe de acuerdo a una mentalidad que le es ajena e imposibilitan, por tanto, su verdadera comprensión. Para conocer el Islam es necesario partir de un sondeo inteligente de lo que es capaz de expresar la lengua que le sirve de soporte, y que es, fundamentalmente, el árabe.

         Un profesor tunecino, Moncef Chelli, ha escrito el primer trabajo importante en este sentido (La parole arabe, ed. Sindbad, París, 1982). Si bien sus desarrollos son cuestionables en algunos puntos, parte de intuiciones muy valiosas. En su libro, Moncef Chelli denuncia la labor de etnólogos y arabistas, los cuales han sorteado la cuestión de las especificidades del árabe ‘traduciendo’ textos sin cuestionarse las concomitancias de cada término, tan diferentes en cada lengua, y más cuando pertenecen a mundos lingüísticos diferentes y a sensibilidades peculiares. Puesto que tiene vigencia el tópico referente a la supuesta ‘poca originalidad’ del Islam, éste es presentado como perfectamente comprensible para una mentalidad judeo-cristiana. Pero la realidad es muy distinta, y el Islam será un gran desconocido si no hay un replanteamiento que lo sitúe en sus auténticas coordenadas. Lo lamentable es que ya existe un corpus tan grande que su ‘peso’ parece como si fuera un argumento irrebatible. Todo el mundo ha aceptado esas ‘traducciones’, y occidentales y musulmanes las emplean sin proponerse la menor crítica. Ello ha dado existencia a un ‘Islam’ producto de las investigaciones de los arabistas, sobre el que se habla y al que se le hace interlocutor, pero que no existe objetivamente. Pero el principal problema es que, con el uso y la aceptación, acabe superponiéndose  al Islam tradicional, cosa que parece estar sucediendo entre las capas sociales más porosas ante la influencia occidental y, sobretodo, en el ‘Islam oficial’, el que se enseña en las escuelas y se predica por las televisiones. El Islam de los arabistas se está difundiendo ante la falta de respuesta y el desarraigo de los musulmanes.

         Cada lengua tiene su propia historia en la que el valor de las palabras se va fijando a lo largo de experiencias y reflexiones. Pero más allá de la historia, tienen su propia estructura interna, anterior a su devenir. Esa estructura es lo verdaderamente determinante en cada una de ellas y es soporte de las evoluciones posteriores. Es relativamente fácil hacer la cronología de los cambios semánticos pero es difícil abordar lo que germinó de la inconsciencia hasta convertirse en un modo de expresar la realidad. Sin embargo ahí hay claves fundamentales. Sirva todo esto de introducción a las puntualizaciones que haremos a continuación sobre la palabra central del Islam: ALLÂH.

         De manera acertada, Louis Massignon afirmó que los términos fundamentales de la cultura musulmana son ambivalentes, y Jean-Paul Charnay explica que esa ambigüedad “no puede ser considerada a priori como una arcaísmo lógico, una carencia resultado de un insuficiente esfuerzo de disociación, sino que, al contrario, supone la condensación, por una especie de repliegue sobre el centro, de la multiplicidad de los posibles y de su aparición simultanea o diacrónica” (J-P Charnay, L’ambivalence dans la culture arabe, Anthropos, París, 1967). Para comprender esto debemos saber que, en árabe, las palabras no tienen una significación ‘fija’, sino que fluyen en el seno de combinatorias que las matizan. Expresan ideas en las que participan muchos elementos psicológicos, y por ello los diccionarios están ordenados por raíces dentro de cada una de las cuales se mueve la palabra que nos interesa. Cuando el estudiante va directamente al término que busca y desatiende el resto de explicaciones pierde la oportunidad de conocer el universo en el que la palabra tiene correspondencias. Pero esto está lejos de las mentalidades indoeuropeas donde cada palabra es independiente y tiene una significación clara. Además, en árabe, las raíces están interconectadas siendo la lengua un todo en el que las partes se reenvían mutuamente de modo que el conjunto está integrado. La estructura interior del idioma se asemeja al arte musulmán, geométrico y armonioso, del que no se puede apartar ningún elemento sin perturbar y dislocar la obra.

         Eso sucede con todas las palabras, pero en especial con ALLAH, verdadero corazón de la lengua árabe y en sí misma la más ambigua e indefinida según reconocen los propios gramáticos musulmanes, incapaces de ponerse de acuerdo sobre su condición de palabra derivada de una raíz o plenamente independiente de la combinatoria que rige a la lengua. Se le llama Ism al-Yalâla, el Nombre de la Majestad. La palabra ALLAH es traducida como Dios, concepto demasiado fijo e insuficiente como para dar idea del verdadero alcance y de las concomitancias de un Nombre en el que hay infinitas insinuaciones y todo un desafío para el musulmán.

         Lo primero que debiera llamarnos la atención es la coincidencia de los musulmanes a la hora de sentir como ‘fría’ la palabra Dios frente al calor que desprende ALLAH. Aunque utilicen el término ‘Dios’ cuando hablan en castellano, interiormente se sienten insatisfechos porque intuyen que no vierten correctamente las emociones que ALLAH desencadena en ellos. Creen que al menos comunican algo y se contentan con suponer que existe una equivalencia y se desentienden de sus propias intuiciones. Les resulta frustrante el no poder dar cuenta de todo lo que despierta en ellos la palabra ALLAH pero lo achacan a un desajuste entre culturas. Pero hay algo más, y es que cada una de las palabras explica la existencia de una manera distinta. Allah es integrador de la realidad mientras que Dios es una supuesta explicación de la realidad. Esto es esencial para lo que queremos decir en este artículo.

         Por su misma sonoridad, la palabra ALLAH es tremendamente sugerente. Su pronunciación sale de las entrañas y eclosiona en la boca del que la articula correctamente. Es más un suspiro que una palabra, por ello el musulmán es capaz de modularla de mil maneras distintas consiguiendo ritmos que la convierten en letra suficiente para sus cantos y para sus invocaciones en la soledad. ALLAH es pura emoción, es un sentir indefinido pero rico e iluminador en lo más profundo del ser. Expresa, por tanto, ‘lo más hondo’, para el que no hay más palabras que el suspiro.

         ALLAH es un Nombre que se emplea para provocar el Recuerdo. Es la palabra esencial en el Dzikr porque va acompañada de reminiscencias que desatan nudos con los que el hombre se ha ido complicando. ALLAH remueve los cimientos del musulmán y lo enfrenta a la absoluta desnudez en la que está la Verdad. ALLAH evoca ese desierto en el que el hombre se reencuentra con lo más auténtico, con lo anterior a todo, lo precedente y lo posterior a la vida, lo que estructura cada realidad.

         Por su parte ‘Dios’ es un concepto religioso y teológico, designa algo concreto sobre lo que  es posible estar de acuerdo o en desacuerdo. En el Islam no existe el ‘ateísmo’ porque ALLAH es ‘vivido’, no ‘creído’. ALLAH es vivido en la naturalidad del que siente. Sentir es sentir a ALLAH. Aquí hay sutiles diferencias que marcan rupturas en la apreciación de la esencia de las cosas.

         Se comete un grave error cuando se identifican ALLAH y Dios como si designaran un mismo objeto, pero ni ALLAH ni Dios son objetos, por lo que son más importantes las emociones que rodean esas palabras-claves. Son esas sensaciones las que nos explican ‘qué son’ ALLAH y Dios y es entonces cuando resulta que hay distancias sustanciales. Nada describe mejor a Allah que la actitud del musulmán rindiéndose por completo ante Él durante sus recogimientos. Mientras que el cristiano lo hace objeto de un discurso y le reza, el musulmán simplemente se sumerge en el Océano Infinito que le insinúa la palabra ALLAH y ahí descubre a su Señor, a su Creador, a su Único Rey.

         En un sentido estricto, ALLAH y Dios son excluyentes entre si. No deben confundirnos las coincidencias. Tanto el cristianismo como el Islam hunden sus raíces en un modo semita de expresar la espiritualidad, pero el cristianismo renunció pronto a sus orígenes. Mantuvo un lenguaje y unos relatos, pero los insertó, creando conflictos, en una mentalidad distinta a la de sus principios. Al helenizarse y después latinizarse, el cristianismo, para amoldarse a los poderes vigentes a los que se sometió y posteriormente para instaurar su propio poder, se despojó de las grandes intuiciones que estaban en sus orígenes y las convirtió en creencias. Se privó a los cristianos de sus propias fuentes y la fe se convirtió en un mecanismo de control y dominio. En el Islam no ha sucedido nada de ello y por eso es fresco en la universalidad de un presentimiento no convertido en dogma.

         El cristianismo inventó un nuevo ídolo (más sofisticado y estilizado, pero nada más) mientras que el Islam sigue dando a los musulmanes el espaldarazo a la intuición primigenia del ser humano, a su espiritualidad más genuina. El Islam es antiidolátrico en su definición misma y enfrenta a cada hombre con la inmensidad que sondea en sus suspiros. A cada musulmán le propone como reto el Tawhîd, la profundización precisamente en el carácter insondable de su Señor Verdadero.

         El Islam no es teísta, ni deísta, ni panteísta, ni monoteísta, ni ateo ni nada de ello. Debiéramos huir de esas definiciones que no enmarcan nuestro sentido de la trascendencia sino que son la terminología adecuada para un conflicto que no es el nuestro. Preferimos dejar siempre en árabe la palabra ALLAH, posibilitando un progreso en su entendimiento. Aceptar Dios como su versión en castellano imposibilita ese avance al dar una noción definitiva que pertenece a un ámbito espiritual distinto del Islam. No hay en ello desconsideración alguna sino la simple sugerencia de unas profundidades que intuimos en los musulmanes cuyo equivalente no encontramos entre los cristianos y se debe a que adivinan más cosas, entienden algo más insondable, más allá de formas, imágenes y conceptos.