Relato de la espada y el cálamo

Ahmad ibn Burd al-Asgar

 

 

Uno de los poetas que han gozado de mayor prestigio entre la pléyade de los arábigoandaluces es Admad ibn Burd al-Asgar. Tres de los más afamados antólogos de al-Andalus, Ibn Bassàn, Ibn Jâqân e Ibn Sa'îd, le han rendido el merecido tributo, y versos suyos andan dispersos también, no sólo en las biografías a él dedicadas, sino, incluso, en libros de carácter histórico. A la hora de hacer el balance, los eruditos occidentales han destacado igualmente su nombre.

 

 

Risâla as-sayf wa-l-qalam

Relato de la espada y el cálamo

 

Relato de la espada y el cálamo que dirigió a al-Muwaffaq Abú 1-Yays Muyáhid, en la que -después de alabar a Allah por todas sus mercedes y favores y de implorar la bendición para Muhammad, sello de sus profetas- dice:

 

La pugna entre dos corceles que llevan la delantera en el hipódromo, o de dos sauces que crecen a la par en un mismo suelo, la rivalidad entre dos astros que brillan en el horizonte, o de dos flechas lanzadas con igual fuerza, la emulación de dos flores que salen orgullosas de sus capullos, o de dos nubes cuyos relámpagos iluminan la negrura del cielo, son los motivos de envidia más dignos de loa, aunque sean censurables a la larga. Pues muchas veces uno de los dos corceles adelanta un paso, o uno de los dos sauces alcanza mayor altura, o una de las dos flechas toma una dirección más precisa, o una de las dos estrellas se torna más fúlgida, o una de las dos flores se pone más fresca y lozana, o una de las dos nubes acaba por dar un resplandor más luminoso.

 

El que queda en segundo término sigue en acecho para sobrepasar al otro, y el ir tan emparejados en el certamen atiza el fuego de la emulación, aunque se interponga entre ambos la crítica de los mirones y la negra envidia de los rivales.

 

Por ser la espada y el cálamo dos lámparas que guían hacia la meta a quien en medio de la noche anda tras de la gloria, y dos escalas que conducen hasta las estrellas al que pretende las más altas dignidades, y dos caminos que llevan por la senda del honor a quien lo procura, y que juntan la suma de la grandeza a quien está mezclado con ella, y dos medios que hacen saborear las altas empresas a la boca del que las busca, y facilitan la realización de las nobles ambiciones al que las persigue, y dos intermediarios cuya intercesión no se retrasa, y dos compiladores que lo que unen no llega a separarse, la espada y el cálamo arrastraron las colas de los mantos de la ilusión rivalizando en vanagloria, y aspiraron al mérito, disputándoselo con altanería y pretendiendo cada uno que su flecha era la vencedora, que el fuego ha brotado de su pedernal, que la perla apareció en su concha, que es a su tálamo al que conducen la desposada, que el edificio es de fábrica suya, que es él quien ha lanzado el dardo que vibra en el aire, que el áloe del elogio está en sus incensarios, que es en su almimbar donde está aprisionado el predicador de la fama, que es él quien ha tejido los mantos de los hechos perdurables, que las criaturas de gloria son fruto de sus esponsales.

 

Cuando la polémica, se desciñó el velo y extendió su brazo la disputa y surgió el desdén y se desató la altivez, espada y cálamo se aprestaron a medir sus fuerzas de palabra y a competir en sus cualidades respectivas, a describir cada uno su propia excelencia y a traer a cuento el mérito de su siembra cosechado, y a ufanarse de cualidades que rivalizarían con la Osa mayor, y de una dignidad indómita que logró domeñar, y de un caudillaje conseguido de las crines de Géminis y un lustre ganado a lomos de Aries.

 

Dijo el cálamo: ¡Ah, Allah es grande! Oh, tú, que me pides un principio que te sujete la lengua y te turbe el corazón y que te diga de repente algo que colme tus oídos y te refrene. El mejor discurso es la razón y la cualidad más digna de laude es la sinceridad; la cosa más excelente es aquella a la que Allah honrado y ensalzado dio preferencia en su Libro sagrado al conjurar con ella a su enviado, cuando dice:  «Nún, por el cálamo y lo que escriben ». Y dijo: «Lee, pues tu Señor muy Generoso es el que enseñó con el cálamo», ensalzado sea el que conjuró y excelso su juramento. ¿No ves que yo me he puesto entre el párpado y el ojo del Islam, y doy vueltas entre el corazón y el pensamiento del hombre? He tomado la excelencia por entero y he conducido a la gloria de la brida.

 

Dijo la espada: Déjate de mentar la Ley y habla de la naturaleza; déjate de mentar la espiritualidad y habla del mundo. No confío un secreto, lo proclamo: la valía de cada uno es lo que cuenta. El hombro que lleve mis arreos se sentirá afortunado, y el brazo que me use como almohada para su sueño se sentirá seguro. El mozo que se guía por mí está en el buen camino, y el hombre que hace de mí su legado está libre de daño. Conmigo, atraviesa la negrura de la noche como si llevara una lámpara, y tiene en mí una llave para todas las puertas. Soy elocuente cuando enmudece el héroe, y sonrío cuando la muerte es adusta. Zanjo, aunque no sea ecuánime, y voy adelante sin que nadie me desvíe. Desdeño cumplir las promesas, y desgarro la coraza como si se tratase de un manto.

 

Dijo el cálamo: ¡Allah nos libre de la mengua de bienes! ¡Qué feo es alardear de injusticia! La violencia mancha lo que la pureza hizo inmaculado y enturbia todo lo que la fraternidad dejó limpio; provoca las guerras civiles y golpea con las flechas de las seducciones. La verdad brilla, la sinrazón tartamudea con el fuego que yo enciendo, beneficioso por dentro y por fuera. Cuando juzgo, soy justo y se acepta el testimonio que doy. Sin yo moverme, corren mis sentencias por oriente y por occidente, Prometo y cumplo. Si me piden que sea suficiente, doy abasto. Ordeño las ubres de la riqueza y recojo el rocío de las ramas de la generosidad. ¿No soy acaso un eje en cuyo torno giran las dinastías, y un corcel cuya carrera da alcance a la esperanza? Soy el intercesor de los reyes en sus propósitos y el mediador de sus logros, el confidente de su secreto antes que ningún otro y el que llega a su pensamiento antes que nadie.

 

Dijo la espada: No te ufanes de lo que no tienes. Cuántas veces truena la nube y no da lluvia. Intentas extenderte con brazo corto y volar con una ala rota. ¿Crees ser un objeto tan precioso, y vales una moneda de cobre, o cosa tan exótica, cuando cualquier suelo es tu patria? Tu cuerpo está desnudo y corren tus lágrimas. Cuando quedas descalzo y quieren calzarte, te tienen que recortar hasta que tu cuerpo se queda en pura sombra. En cuanto a mí, los reyes se apresuran a empuñarme para, el que llega a poseerme, dar envidia a los demás, para trasmitirse en herencia mi alcurnia y para exagerar su rango conmigo. El coral me sirve de diadema y son mis calzas de oro puro; me enfundan vainas como túnicas y cinturones como vestidos de dibujos, hasta que salgo como en el día del combate la espada de la India, o como se muestra el arriate después de la lluvia del cielo.

 

Dijo el cálamo: Mal puede responder quien no sabe escuchar. En Allah busco refugio de hablar sin ton ni son como tú, y de dejar sueltas las palabras como el hato en los pastizales, y de dar el traspiés que has dado al comenzar a hablar. Tu desdén, dando por sentado lo que no soy, y el bajo precio en que me valoras, es un defecto de tu naturaleza y una mengua de tu brazo. Vamos, también entre el polvo nace el oro que es el más noble de los metales, y es posible de las piedras sacar fuego que es uno de los elementos, y el agua, que es la vida y lo que más abunda de cuanto necesita el hombre, es la que tiene menos precio. Pocas veces se encuentran los objetos preciosos más que en lugares innobles. En cuanto a mi desnudez, sábete que la belleza puede pasarse sin atavíos. ¿Acaso tiene valor la perla hasta que no la sacan de su concha, o brillan los dátiles antes de podar las palmeras, o relumbra la aurora a menos que se disipe la tiniebla de la noche? Es bien sabido que al hombre toca salir a la luz del día en tanto la mujer permanece guardada en la casa. Si no fuera porque el bruñidor te saca lustre y te quita el orín, te extinguirías prestamente y volverías, convertido en polvo, al polvo.

 

Dijo la espada: Aunque rechine la piedra del molino, no siempre muele. Aunque restalle el trueno, no siempre trae lluvia. La cara es el espejo del alma y la tuya es taimada, tu cuerpo, endeble, tu filo, mellado; sangre que se derrama, lágrimas que corren como si fuera agua sucia. Una cabeza en la que no se agita el espíritu y entrañas entre las que no late el corazón, son peores que el bandullo del onagro. La mucha injusticia da fe de la poca bondad. Despierta de tu sueño, rompe el ayuno, y juzga con una sola mirada lo que es un cuerpo de agua y una túnica de fuego. Si un insensato me desenvaina, le hago creer que soy un líquido y huye, temeroso de ahogarse; o vuelve la espalda por miedo de quedar abrasado en un mar cuya espuma son brasas y por un rayo de que es nube la vaina. Si me sacan de ella estando eclipsado el sol, ya no esperarán el momento de su aparición; o, cuando la tierra está sedienta, el que aguarda la lluvia estará seguro de su venida. La irisación ha puesto en mis dos caras lunarcitos, como los que hay en las blancas caras de las mujeres hermosas. En el fragor del combate beben mis labios de la garganta del héroe, y vuelvo como la mejilla empañada por el tinte del sonrojo, como si estuviese cubierto de anémonas o hubiera bebido agua de al-`Aqiq'.

 

Dijo el cálamo: Si eres viento, encontrarás un ciclón. No es oro todo lo que reluce. Tu agua fluyente está congelada y nadie se ahogará en ella hasta tanto no beban de las tierras resecas los sedientos; tu cuerpo ardiente es frío y nadie se abrasará en él hasta tanto no caiga la mariposa en el fuego de las luciérnagas. Levanta de tu pupila tu párpado de ceguera, desátate de la cintura el cíngulo de tu ignorancia y esto te probará que eres nada más que una varita de marfil o una flecha de madera revestida de oro, o una túnica de narciso sobre el cuerpo de la margarita. Hay suciedad en las sienes de la noche y perfume en las sienes del almizcle. Cuando me alzo de los pergaminos, se muestran en toda su hermosura, cual los huertos al levantarse de ellos los negros nubarrones. Bordo en las páginas dibujos de flechas y bordados de cotas de malla que la primavera no logra bordar en el arriate.

 

Habiéndose prolongado el debate entre la espada y el cálamo y habiéndose dilatado la exposición de sus respectivos méritos, presentando cada uno sus alegatos, y habiendo escogido los arcos para tirar, sin que a ninguno de los dos luchadores rindiera el cansancio y sin que ninguno de los dos expositores se volviera atrás, como la nube que no descarga lluvia, optaron por la paz, cuya bandera izaron, y por la amistad, de cuya agua bebieron.

 

- Qué fea cosa es - dijeron - que nuestros amores anden separados y nuestras ideas desacordes, siendo así que Allah nos ha unido en noble amistad y nos ha concedido un rango que no puede herir ningún vituperio; amores e ideas cuyas esperanzas trocó en realidad la mano más alta que en sus mismos lares logró sus propósitos, que no encuentra puerta cerrada a la que no llame, ni velo colgado que no levante, ni situación critica que no remedie, ni esperanza marchita que no reanime, la mano de al-Muwaffaq abu l-Yaysh, dueño y señor de las altas empresas, el que admite y juzga los nobles hechos, el que anuda el estandarte de la gloria con la estela de Piscis, el que se asoma desde su gloria sobre los astros, e1 que avanza cuando retroceden los valientes, el que ríe cuando la muerte llora, el que cuando los nobles viajan en la noche camina hacia la altura, el que le desasosiegan las preocupaciones mientras las gentes duermen, el que por mor de su generosidad busca vengar al despojado, el que otorga mercedes sin tasa, el que mantiene sus promesas y no cumple sus amenazas, el que lleva el agua a las ilusiones marchitas e ilumina las esperanzas en tinieblas. Él nos ha puesto a ambos en el mismo plano en sus días de guerra y de paz, y contigo ha ido más allá de la paz y conmigo más allá de la violencia, y no prescindió de ti hasta haber alcanzado su deseo y no prescindió de mí hasta que concilió su amor. Y ni me ha impedido llegar al límite que te hizo llegar, ni te ha adelantado al rango en que me ha puesto a mí. Qué bello manto es el que vestimos y qué excelente sandalia calzamos, y qué recto sendero seguimos y en qué fuente tan pura bebernos. Una amistad, la cola de cuyo manto arrastramos y una compañía cuyos frutos recogernos y cuyo vino saboreamos. Hemos dejado desiertos los lares del desvio y hemos arruinado su fábrica, hemos borrado toda huella de odio y hemos devuelto a los párpados el sueño.

 

Dijo luego la pluma: Aquello con lo que sellaremos nuestro compromiso y enfilaremos nuestro collar, y con lo que uno conocerá al otro cuando surjan desavenencias, será un escrito razonado que haremos que nos sirva de norma y sea para nosotros como un vigía, pues que tantas veces intriga el destino entre el hombre y sus deudos y urde calumnias entre dos ramas de la misma familia.

 

Dijo la espada: A ti te dejo la elocuencia, es lo mío la guerra y la arena.

 

Dijo el cálamo: Para este propósito es la prosa demasiado poco; la Poesía es la que sirve para las altas menciones, el canto del camellero y el viático del que va y viene. Y escogió la poesía para que quedara clara memoria, y dijo:

 

Es hora de que la espada no se crea superior al cálamo,

desde el momento en que un varón ganó con uno y otra las alturas.

Si se recoge la gloria de los frescos cálices

tan sólo se recoge lo plantado por ambos.

No compitieron en esperanzas ni alcanzaron un fin

sin que entre ambos mediasen las cualidades de la primacía.

Les escanció el destino un sorbo de desavenencia;

los golpes del destino cortan a veces vínculos

hasta que se aduerme el ojo del orgullo excesivo

y despierta el ojo de la prudencia.

Se mordieron los labios de arrepentimiento

y se afianzaron gozosos en las manos de Abú l-Yaysh

que fue creado cual nube que derrama su lluvia generosa.

La cuerda que les ataba, que estaba cortada, volvió a anudarse

y volvió a juntarse su desunión.

Oh, rey, que sube con sus designios a una altura

que fatiga a los designios,

si no hubiera sido por mi deseo de alabarte de modo peregrino

no habría descrito al cálamo y a la espada antes que a tu alteza.

Fue sólo un eufemismo con el que he descubierto

la faz de la elocuencia, que estaba velada.