Ibn ash-Shamir

"el príncipe de los estrelleros de al-Ándalus"

 

 

        Los cronistas árabes, con voz unánime, nos presentan al emir `Abd al-Rahmán II como uno de los monarcas más cultos que ocuparon el trono de Córdoba. Desde muy joven, en efecto, demostró una decidida inclinación a las letras y, cuando más tarde subió al poder, se convirtió en protector de literatos y hombres de ciencia, rodeándose de un séquito de filósofos y poetas que eran casi todos, al mismo tiempo, astrólogos. Porque él mismo, además de estudiar con provecho en principio la tradición y la poesía árabe, se había interesado igualmente por las ciencias, y era muy aficionado a levantar horóscopos y a interpretar los sueños; no es, pues, extraño que en torno suyo se congregara ese nutrido círculo de poetas-astrólogos que dieron una tónica especial a las relaciones cortesanas de la época.

 

        Es interesante conocer cómo se conducían estos curiosos personajes en presencia del emir, dentro de palacio y fuera de él, y también en qué términos se manifestaban en su trato privado, así como las circunstancias que concurrían en su trabajo poético. En general, los versos que han llegado hasta nosotros son escasos y, salvando notables excepciones, no suelen ser de muy positivo valor estético; pero casi todos sus autores tienen una biografía pintoresca y los retazos anecdóticos recogidos por los cronistas nos suministran curiosos pormenores que casi siempre rebasan el marco de la actividad literaria propiamente dicha. Algunos de estos relatos son luminosamente representativos; otros, en cambio, leídos hoy - cuando ya no vemos con suficiente claridad su adecuación a los hechos contemporáneos -, pierden buena parte de su fuerza inicial; pero todos ellos son valiosos para la referencia histórica y social pues nos ilustran ampliamente sobre el carácter de la época y aun de la propia realeza.

 

        Examinaremos hoy el caso de Ibn ash-Shamir, poeta que disfrutó de gran privanza e intimidad con el emir cordobés. Sobre sus orígenes tenemos datos imprecisos, y esta imprecisión comienza ya en la persona de su padre, ash-Shamir ibn Numayr: unos biógrafos nos dicen que era mawlá de los omeyas en Oriente y vino a establecerse en al-Andalus donde permaneció hasta su muerte; pero otros aseguran que, después de haber estudiado en Córdoba, marchó a Oriente, se estableció en Egipto y allí murió. Por lo que respecta a nuestro poeta Ibn ash-Shamir, tropezamos inicialmente con cierta confusión en su propio nombre, pues mientras unos autores le llaman 'Abdulláh, otros lo nombran `Abd ar-Rahmán, y aun en el apellido hay diferencias de vocalización, pues al lado de Ibn al-Shamir encontramos también Ibn ash-Shimr; finalmente, lbn al-Faradi le hace natural de Huesca, mientras Ibn Sa'id en el Mugrib le llama «al-Qurtubi», «el cordobés». Ahora bien, todas estas diferencias no afectan a la identidad del poeta, pues las alusiones cotejadas en fuentes dispares se refieren evidentemente a un único personaje.

 

        Este, en los comienzos de su vida profesional parece que fue preceptor de la poderosa familia de los Banû Abi 'Abda, pero su vida toda está ligada a la del emir `Abd ar-Rahmán II con quien le unía una amistad que databa desde la infancia. Según advierten sus biógrafos, Ibn ash-Shamir tenía un carácter tan agradable y dulce que ganaba el corazón de quien le trataba. Esto sería lo que le granjeó la simpatía del príncipe ya en su tierna edad; pero después, siendo aún adolescentes, cuando todavía no había indicios materiales de que `Abd ar-Rahmán sería jurado heredero, se dice que su amigo Ibn ash-Shamir le anunció, por vía de astrología, que había de obtener el trono. Y cuando efectivamente sucedió esto, el emir le colmó de favores y le asignó un doble estipendio: como poeta y como estrellero.

 

        Alcanzó altos cargos en palacio y fue tan íntima su unión con el emir que se permitía con él confianzas extraordinarias. Así se refleja en la mayor parte de los relatos conservados. Puede servir de ejemplo aquél que nos refiere como Ibn ash-Shamir se presentó un día en palacio ataviado, según la moda iraquí adoptada entonces en al­Ándalus, con una vistosa túnica del Iraq y una capa también del Iraq; comenzaron a beber y queriendo el emir chancearse de su poeta, recordándole los tiempos de estrechez pasados en su juventud, le dijo:

            - ¡Hola, Ibn ash-Shamir! Te has puesto una pieza del Iraq sobre otra; ¿qué has hecho de aquella capita rapada, tejida con hilos tan bastos que parecían raíces, y que te ponías para venir a verme cuando yo era niño?

            - La he cortado - contestó rápido el poeta -, y he hecho con ella una albarda y unas cinchas para tu mulo tordillo.

 

        Quería dar a entender con esto que también 'Abd ar-Rahmán II había atravesado días difíciles en sus primeros tiempos, ya que, siendo infante, no poseía más que aquel mulo tordillo, pues en realidad sólo mejoró su suerte cuando murió un hermano suyo presunto heredero del trono.

 

        En otra reunión cortesana el emir `Abd ar-Rahmán, que era muy crédulo en lo que se refiere a la astrología, hablaba sin embargo desdeñosamente de ella. Ibn ash-Shamir, que estaba presente y era el mejor de sus astrólogos según Ibn Hayyán, saltó al punto y quiso demostrarle la verdad de sus predicciones, pidiéndole que le pusiera a prueba del modo que quisiera.

 

            - Bien - le dijo el emir -, si adivinas por cuál de las puertas de este salón he de salir cuando me levante de aquí, entonces daré crédito a tu ciencia.

            Ibn ash-Shamir levantó rápidamente un horóscopo y escribió sus deducciones en un pliego que después selló cuidadosamente. El emir a su vez, mandó abrir una puerta nueva en la pared occidental del aposento, junto al sitio donde se hallaba sentado, y salió inmediatamente por ella; de esta manera no efectuó la salida por ninguna de las cuatro puertas que ya existían antes. Pero cuando abrió el pliego cuál no sería su asombro al encontrar consignado en él todo lo que había hecho.

 

        Ibn 'Abd Rabbihi, en al-`Iqd al-farid, nos describe una escena de tono distinto a las anteriores pero también. muy característica; aquí ya se percibe la solemnidad, el ceremonial, el protocolo que el emir había introducido en las formas palatinas: el monarca habla a través de su valido, el eunuco Nasr, y sobre los poetas gravita el respeto que les infunde el soberano. Dice así:

            El emir `Abd ar-Rahmán ibn al-Hakam se irritó cierta vez con sus comensales y ordenó al fatá Nasr que los borrara del «registro de las dádivas» (dîwân al-'atâ'), y que no los reemplazara con otros. Pero al cabo de unos días, se acordó con añoranza de ellos y dijo a Nasr:

            - Siento nostalgia de aquellos amigos.

            - Ya han sufrido un buen correctivo de la cólera del emir

            - respondió Nasr -; ahora, si el emir quiere que mande a buscarlos, así lo haré.

            - Envía, pues, por ellos - ordenó `Abd ar-Rahmán.

 

            Vinieron los poetas y en todos se notaba la tristeza en que les había sumido la ira del emir; organizaron la tertulia pero sin demostrar tanta alegría ni tanta viveza en las conversaciones como otras veces solían. Entonces el monarca omeya dijo a Nasr:

            - ¿Qué es lo que les ha quitado a estos la alegría?

            - ¡Allah guarde al emir! - contestó el eunuco -; es que en ellos pesa la cólera que tú les has manifestado.

            - Diles que les perdono - repuso `Abd ar-Rahmán -, y que pongan cara alegre.

 

            Entonces se levantó el poeta y astrólogo Ibn ash-Shamir y, arrodillándose ante el monarca, recitó un poema reprendiendo a sus compañeros que cerró con estos dos versos de extraordinaria agudeza dirigidos al emir:

                ¡Oh tú, que eres la clemencia de Allah sobre sus criaturas,

                y cuya generosidad se desborda en todo instante!

                ¡Si rechazas la compañía de los pecadores,

                muy pocos serán los hombres que puedan gozar de compañía!

 

        Anotemos de pasada que este relato es particularmente valioso porque en él vemos declarada explícitamente la existencia cíe esa oficina o «registro» (diwán al-`atá') que el emir tenía organizado para pagar al coro de poetas que le rodeaban. Por lo demás, comprobamos como siempre que nuestro poeta llevaba la voz cantante en las tertulias palatinas. Como también, a través de sucesivas alusiones de los cronistas árabes, veremos a Ibn ash-Shamir moverse de continuo al lado del emir, interviniendo en delicados e íntimos asuntos de palacio. E1 fue quien dictó la inscripción que llevaba el sello oficial de 'Abd al-Rahmán II. Se dice que éste tenía en un principio un sello propio que se extravió, y por más que lo buscaron no pudieron encontrarlo. Entonces ordenó que se volviera a grabar el de su abuelo `Abd ar-Rahmán I. El ministro Nasr salió para cumplir esta orden y mandó llamar a Ibn ash-Shamir, preguntándole qué inscripción debería emplear, a lo que el poeta respondió:

                El sello del nuevo reinado

                que refrendará las órdenes ante el pueblo,

                será: «'Abd ar-Rahmán está satisfecho

                con el decreto de Allah».

 

        Y estos versos agradaron tanto al emir que, efectivamente, los hizo grabar en su sello.

 

        El monarca omeya estimaba mucho las dotes de improvisación, poética que pudieran tener los hombres que le rodeaban, y estaba encantado con Ibn ash-Shamir y su facilidad para repentizar versos. Se cuenta que cuando el soberano cordobés regaló a una de sus esclavas un collar que le había costado 10.000 dinares, uno de sus visires se atrevió a hacerle algunas consideraciones sobre la enorme suma gastada, cosa que no agradó mucho al emir, quien le replicó:

            - ¡Ay de ti!; la que ha de lucir esa alhaja es otra joya más preciosa que ella, más estimable, más digna. Si con estas piedras brilla su rostro y es su hermosura más grata a los ojos, también Allah creó joyas que brillan y cautivan los corazones. ¿Es que hay entre las joyas de la tierra, entre sus más estimadas preseas, entre las dulzuras de sus mayores placeres y goces, cosa más agradable a los ojos, conjunto tal de perfecciones como un rostro en el que Allah acumuló todas las bellezas y que dotó con todos los atractivos de la hermosura?

 

            Después, volviéndose hacia Ibn ash-Shamir que estaba presente, le dijo:

            - ¿Qué se te ocurre a ti sobre este asunto? Y nuestro poeta le contestó:

                    ¿Acaso se pueden comparar los rubíes y las perlas

                    a aquélla que aventaja en esplendor al sol y a la luna?

                    ¿A aquélla cuya forma creó en el principio la mano de Allah,

                    pues nadie sino El hubiera podido crearla?

                    ¡Honra, pues, en ella a una joya fabricada por Allah,

                    ante la cual son despreciables las del mar y de la tierra!

                    Para ella creó Allah cuanto hay en cielos y tierra

                    poniéndolo bajo su dominio.

 

        Entonces el emir, continuando en el mismo metro y en la misma rima, declamó a su vez:

                    Tus versos ¡oh Ibn ash-shamir! aventajan a toda poesía,

                    y exceden a cuanto puede concebir la mente y la razón.

                    Cuando los oídos los perciben, llevan su magia al corazón

                    con abundancia tal que excede a la misma arte mágica.

                    ¿Creó acaso Allah, entre todas sus obras,

                    cosa más grata a los ojos que una hermosa virgen,

                    en cuya mejilla ves la rosa sobre el jazmín

                    como vergel quo, brilla engalanado con sus flores?

                    Si me fuera dado, prendería mi corazón y mis ojos

                    como un collar en su cuello y en su pecho.

 

        Y en seguida mandó que le dieran una bolsa con 500 dinares. Salió el poeta con un esclavo que llevaba el dinero y cuando se alejaron del emir, el esclavo le preguntó:

            - ¿Dónde está situada la luna esta noche?

            - Bajo tu brazo, amigo mío - le contestó Ibn ash-Shamir -.

 

        Tanta afición tenía el emir 'Abd ar-Rahman II a su poeta, que le cursaba invitaciones personales en verso para organizar partidas literarias o para beber. Una de estas invitaciones que se ha conservado, puede contarse entre las primeras poesías báquicas que se compusieron en al-Ándalus, y en ella aparece ya el tema del vino asociado al del jardín, lugar éste muy grato para beber en los días de verano, según apuntan los preceptistas árabes del género". Otras veces salían de cacería, sobre todo a la caza de grullas por la que el emir sentía verdadera pasión. Un día muy frío de invierno fueron a ella, como, otras veces, pero pasaron tanto frío que Ibn ash-Shamir, aterido, clamó:

                Por ventura, ¿estamos hechos cíe hierro o tallados en dura roca?

                Todos los veranos salimos a invadir tierra enemiga,

                pero todos les inviernos nos invaden a nosotros las grullas.

                Cuando vemos la tierra cubierta por la nieve

                que se extiende sobre ella como una alfombra blanca,

                y sentimos las narices cortadas

                por las navajas del viento,

                pedimos con ansia la muerte, la desaparición;

                anhelamos el momento de la aniquilación.

 

        En fin, tales cosas dijo en este poema que considerándose ofendido `Abd ar-Rahmán no tuvo más remedio que encarcelarlo. Desde la prisión pidió entonces clemencia al emir con los siguientes versos:

                Dile a aquél que en las tierras de Occidente

                es para las criaturas una eterna primavera:

                «que no se me niegue de ti

                lo que alcanza a todas las gentes».

        Se refería claro está, a la clemencia del monarca.

 

        También el emir omeya lo solía llevar consigo en sus expediciones militares. A este respecto tenemos varios testimonios. Uno de ellos, en el que se insiste sobre la sabiduría astrológica de Ibn ash­Shamir, nos refiere cómo, al volver de una de sus campañas, 'Abd ar­Rahmán mandó plantar las tiendas en el Fahs al-Suradiq, a la vista de Córdoba, aplazando la entrada en la ciudad hasta la mañana siguiente, con objeto de entrar en perfecto orden militar. Ibn ash-Shamir que le acompañaba, le dijo:

            - Esto no ha de suceder como tú pretendes. Esta noche has de pasarla en tu alcázar.

            - - ¡Por Allah! - contestó el emir irritado -, ¡esta noche no entraré en él!

            - ¡Por Allah! - replicó el poeta -, ¡entrarás en él quieras o no quieras! Y además te digo que yo iré en el camino con un atuendo parecido al tuyo. ¡Ya lo verás!

 

            Era aquél un día de verano, de sol claro, pero al caer la tarde se desencadenó un violento aguacero acompañado de un ventarrón de tal fuerza, que la tropa, a punto de amotinarse, exigió marchar a guarecerse en Córdoba. El emir no tuvo más remedio que acceder y se puso en camino al frente de su Estado Mayor. Ibn ash-Shamir cabalgaba a su lado, y a los pocos pasos su montura pisó un clavo quedando sin poder andar. El emir ordenó darle uno de sus caballos de reserva, con su silla y frenos, en el que montó el astrólogo. Siguieron así la marcha, pero la violencia del agua inutilizó el cobertor que éste llevaba y mandó nuevamente el emir darle uno de sus capotes de seda impermeable y una de sus caperuzas. Con esto, quedó Ibn ash-shamir igualado al emir en su atuendo, y así siguieron todo el camino. Al llegar a Palacio, dijo el estrellero:

            -Señor, ¿qué te ha parecido mi predicción?

            - Márchate - contestó el emir -- con todo lo que llevas encima y debajo. Yo te lo regalo.

 

        Inmediatamente Ibn ash-Shamir cogió un pliego y escribió en él:

            Se puso, en marcha cuando lo movió el Destino,

            por haber llegado la hora de su retorno.

            ¡Tú te consideras protegido

            por muros espesos y estancias recónditas!

            ¡Pero aunque eres un hombre cuya ira

            teme, todo el género humano,

            a ti no te temen ni Marte ni Saturno ni la Luna!

 

        Como vamos viendo repetidamente, Ibn ash-Shamir no se recataba de dar rienda suelta a sus palabras aun cuando éstas pudieran herir la susceptibilidad del emir, usando expresiones que eran evidente­mente atrevidas si tenemos en cuenta el natural respeto que impone el monarca a sus súbditos, y mucho más entonces que, en virtud del solemne ceremonial iraquí recientemente adoptado por 'Abd ar­Rahmán II, había éste revestido a su persona de toda majestad y pompa, apareciendo ante su pueblo como un ser augusto e infalible. Pero el poeta arrostraba audazmente la eventual cólera del emir, valido sin duda del notable ascendiente que había adquirido sobre él,

algunas de cuyas causas han quedado apuntadas más arriba. Puede añadirse aún a éstas el hecho de que Ibn ash-Shamir llegaba hasta el extremo de componer versos que ponía en boca de su soberano, y éste apasionado por todo lo que tocaba a la poesía, los aceptaba, podemos suponer que con entusiasmo, haciéndolos pasar por suyos propios. A este respecto es revelador el siguiente relato.

 

        En el año 225 (839-40), 'Abd ar-Rahmán II emprendió una campaña, mandada por él en persona, contra los cristianos de Yilliqiya (Galicia), campaña que fue dura y prolongada según parece. A la vuelta, cuando ya el ejército se encontraba por tierras de Guadalajara, el emir soñó una noche con su favorita Tarúb - que fue, como se sabe, la que más le cautivó siempre -, y al despertarse mandó llamar a Ibn ash-Shamir que le acompañaba en la expedición. Cuando éste se presentó ante él, le dijo el emir:

                Ha excitado mis deseos una viajera nocturna

                que ha llegado desde Córdoba sin que nadie sepa cómo.

        Y entonces Ibn ash-Shamir, para completar la poesía, improvisó este verso:

                ¿Se presentó saludándote entre las tinieblas de la noche?

                ¡Bienvenida sea la que vino en la oscuridad a visitarte!

 

        Aquello avivó tanto en el emir los deseos de ver a su favorita que dejó inmediatamente el ejército, confiándolo al mando de su hijo al-Hakam, y se adelantó rápidamente a Córdoba. En este camino, y con motivo de aquel suceso, Ibn ash-Shamir compuso una qasida de la cual son estos versos que el poeta pone en boca de 'Abd ar-Rahmán II:

                Perdí el gozo del amor desde que dejé a mi amante,

                y sólo paso las noches suspirando.

                Cuando surge ante mí el sol naciente del día

                me recuerda a Tarûb,

                muchacha adornada con las galas de la hermosura:

                los ojos al verla la creen una mansa gacela.

                ¡Cómo añoro su rostro!

                ¡Qué heridas ha dejado en mis entrañas!

                ¡Oh la más bella de las criaturas a mis ojos,

                la que más plaza tiene en mi corazón!

                El amor ha extenuado mi cuerpo,

                prendiendo llamas en mi alma.

                Yo no puedo pasar sin ti, privado de visitarte,

                después de haberte tenido tan cerca de mí.

                Sólo me aparté de tu lado para visitar al enemigo

                y acaudillar contra él un ejército formidable.

                ¡En cuántas llanuras me he aventurado!

                ¡Cómo he franqueado montañas y montañas!

                Me he revestido de una coraza de polvo;

                mi rostro, antes lozano, está ahora relajado de fatiga,

                pues en él he sufrido el viento abrasador del mediodía

                que hacía casi derretirse a los guijarros.

                Con esto espero la recompensa de Allah:    

                ¿en quién, sino en Él, hallaré mi recompensa?

                ¡Yo soy el hijo victorioso de los dos Hishâm,

                yo enciendo la guerra y apago la guerra!

                Conmigo ha conservado Allah la recta senda;

                yo la vivifiqué y arrojé al fuego la cruz.

                Yo marché contra los infieles al frente de un ejército numeroso,

                con el que he cubierto montañas y llanuras .

 

        Se puede apreciar en este poema la estructura de la qasida tradicional árabe, con el nasib y el rahil adaptados a la circunstancia del emir de Córdoba, y con el fajr final adecuado a lo mismo, puesto todo ello en boca de `Abd al-Rahmán. De aquí no habría que dar más que un paso para hacerlo pasar por obra del propio emir. -Con todo esto, Ibn ash-Shamir gozaba del favor real y, sin duda alguna, triunfaba en la corte; dentro de los círculos palatinos, era muy admirador del cantor `Ali ibn Náfi`, más conocido por su apodo de Zirÿâb, el gran favorito de la corte cordobesa, al que dedicó estos versos:

                ¡Oh `Ali ibn Náfi`! ¡Oh `Ali!

                ¡Tú! ¡Tú eres el insigne, el ilustre!

                Para que todos lo sepan, fue tu origen háshimi,

                pero en el amor eres 'abshami '.

 

        En cambio, la lengua suelta de Ibn ash-shamir se ensañó con otros encumbrados personajes. Uno de éstos fue Yujámir ibn `Uzmán al­Sab'áni, juez supremo de Córdoba pero hombre incapaz, que por sus actuaciones insoportables fue blanco de las sátiras y las hablillas de todo el pueblo hasta que acabó por ser destituido de su alto cargo. Nuestro poeta le hizo objeto de una travesura que debió dejar le amargo recuerdo para toda su vida. Estando el juez un día en su tribunal, en pleno ejercicio de su función, llegó Ibn ash-Shamir y, tomando una de las cédulas en las que se inscribían los litigantes para ser llamados por turno, no se le ocurrió otra cosa que escribir en ella el nombre del profeta Jonás y el del Mesías hijo de María. Le presentaron esta cédula al juez Yujámir, el cual, irreflexivamente, ordenó que se llamara a juicio a estos dos personajes; efectivamente, el ujier llamó en alta voz:

            - ¡Que pasen Jonás hijo de Mattá y el Mesías hijo de María! Al oír la llamada, Ibn ash-Shamir desde el público gritó también: - ¡La aparición de estos dos personajes es uno de los signos que anuncian el fin del mundo!

 

        Inmediatamente cogió el poeta otra cédula y escribió siguientes versos:       

                Yujámir, no cesas de cometer torpezas afrentosas.

                Has citado al profeta Jonás y al Mesías hijo de María.

                Como tú has hecho ahora, pronto te citará a ti otro pregonero

                pues has de saber que esas dos personas son las que han de sobrevivir en la tierra.

                Tu cabeza es tiñosa, tu cara es odiosa,

                tu cerebro no vale un adarme de boñigos.

                ¡Que vivas odiado! ¡Que no tengas salud!

                ¡Que al morir nadie te llore! ¡Que no mueras musulmán!.

 

        Con quien parece que tampoco tuvo buena armonía nuestro poeta, por lo menos en sus últimos tiempos, fue con el eunuco Nasr, el poderoso valido de palacio. Antes lo hemos visto mantener buenas relaciones con él. Pero más tarde, Nasr, de acuerdo con Tarûb, trato de envenenar al emir con objeto de poner en el trono al hijo de la favorita, en contra de los deseos del soberano que se mostraba más inclinado a su otro hijo Muhammad. Ya sabemos cómo acabó todo y cómo el eunuco fue víctima de su propio veneno.

 

        Entretanto, Ibn ash­Shamir, por miedo a Nasr, había dejado de frecuentar el trato del príncipe Muhammad; pero cuando el eunuco murió, escribió nuestro poeta al príncipe:

                Aunque mi rostro ha estado ausente de ti,

                mi cariño ha estado presente, saludándote todos los días.

                Me arredró un enemigo poderoso

                que humillaba y afrentaba a quien quería.

                Él se engrandeció sólo por vosotros, por vuestro poder,

                pero un malvado no debe nunca gozar del poder.

                Le disteis vuestro apoyo y se elevó sobre vosotros,

                y estuvimos iodos a punto de arder en sus fuegos.

                Tal como el perro ingrato que después de harto

                se revuelve furioso contra el que le da de comer.

                Reunió una cuadrilla de ladrones y perversos

                incitándolos a expoliarnos y matarnos.

                Ideó una maldad, ¡oh amigo de Allah!, pero se engañó,

                pues no sabía que él iría por delante.

                Loemos a Allah que nos dio la alegría de su muerte;

                que El no cese de prodigarnos sus mercedes.

                Nasr tendió una trampa a Allah, pero Él le tendió otra:

                ¡bendita trampa, tan bien urdida que venció a la trampa!

                Lloran y gimen por Nasr los impíos y Satán,

                pero también ríe el infierno, deseoso de verle.

                ¿Puede acaso el paraíso del Islam acogerlo

                después de haber cometido tantos crímenes?

                Todos los meses cobraba su tributo, tributo

                de miles, contados y sellados.

                El, malhechor, nos expoliaba en su propio beneficio,

                pero ahora veo que el mundo se ríe de él.

                ¡Escuchad, oh gentes, la palabra de quien bien os quiere

                y os desea la dicha! ¡Entended!:

                ¡Muhammad es una luz! ¡Su rostro alumbra!

                ¡Es una espada á6lada en la mano de Allah!.

                Sed para él como hijos; él será para vosotros

                un padre bondadoso; ¡el más bondadoso!

                ¡Oh hijo del amigo de Allah! ¡Sé por siempre feliz y salvo!,

                porque mientras sea así, nosotros seremos salvos.

                ¿No eres tú el Deseado entre todos los Omeyas,

                el que les ha dado la gloria, el mejor nacido, el más insigne?

                Tú para los buenos eres alma y clemencia, sí;

                mas para los malos eres amarga coloquíntida.

 

        Y esto es, en sustancia, todo lo que sabemos de Ibn ash-Shamir. Por la fecha en que compuso la qasida anterior, a raíz de la muerte de Nasr, es decir, un año antes de la de `Abd ar-Rahmán II (m. 852), podemos suponer que el poeta llegaría a conocer el reinado del emir Muhammad, aunque de esto nada nos dicen sus biógrafos. Sí nos dicen, en cambio, que tuvo siempre un gran amor al estudio, que realizó un viaje a Oriente, y que llegó a poseer profundos conocimientos en todas las ramas del saber. Ya hemos ido viendo, a lo largo de este trabajo, finas muestras de su técnica y de su vena poética que revelan una sólida formación, la cual era a todas luces necesaria para mantenerse en un alto puesto junto a un crítico tan capaz como `Abd ar-Rahmán II. Claro es que por la escasez de los fragmentos conservados no podemos hacer hoy un juicio exacto sobre el valor real de su poesía, pero los historiadores nos advierten que fue poeta excelente (mufliq), que alcanzó mucha fama y que las gentes acudían a él para aprender sus versos. Por otra parte, nos lo presentan como inseparable del emir `Abd ar-Rahmán II, y le llaman «su poeta», «su comensal» y «su estrellero».

 

        En cuanto a su calidad de astrólogo, una autoridad como Ibn Hayyán, nos dice que junto a `Abd ar-Rahmán II no había otro tan notable como Ibn ash-Shamir; y al-Hiyári le llama, por las dotes de penetración que Allah le había dado, ra'îs al-munaÿÿimîn bi-l-Andalus, «el príncipe de los estrelleros de al-Andalus».