EL JULUQ DE LA RAHMA

             

                 Ar Rahman es uno de los preciosos noventa y nueve nombres de Allâh y no en vano el primero que aparece en el Corán porque de su Rahma nace todo. Es la Rahma deseo de vida, amor desmedido y desbordado, pasión que emerge en brotes de ternura, unas veces,  desde el corazón mismo del Rábbi l-'âlamin, creando y manteniendo un universo maravillosamente complejo donde lo creado habla continuamente a quien quiera escuchar de su razón de ser. Su Rahma es de origen misterioso, es decir, se compadece, algo conmueve su corazón y actúa sin esperar nada a cambio. Sólo Él puede actuar de ese modo. Él (s.w.a.) es también, As-Samad, Aquel a quien nada ni nadie alcanza, y sin embargo reacciona, nos crea rescatándonos de la nada, nos levanta como criaturas heridas de muerte de nuestra orfandad, de nuestra absoluta pobreza y de nuestra ignorancia, una y otra vez. ¿Quién sino El Rahman es capaz de actos semejantes?

 

                    Así el musulmán que cultiva esta cualidad recibe el nombre de rahim, jamás Rahman, eso se reserva a Allâh (s.w.a.) pues El Rahman, que puede traducirse por el Compasivo, el Misericordioso, el Clemente, es una cualidad  de carácter absoluto lejos, muy lejos de nuestra limitación como seres humanos. Como se ve, es la Rahma un concepto tremendamente complejo y difícil de reducir, como todo lo concerniente a Allâh (s.w.a.).

 

                    Para el rahim, el musulmán que asume este juluq, la rahma es un sentimiento que aparece ante un dolor o necesidad ajena. Es un dolor en el corazón que lo rompe y lo anima a ayudar a otros. En árabe se dice Riqqa fil qalb : el corazón es muy débil, tenue, suave. Es un órgano muy sensible y delicado que puede hacerse añicos, pero precisamente en su fragilidad reside su grandeza. Un corazón en buen estado es el que se abre al mundo, es afectado por todo lo que le rodea en mayor o menor medida, es diáfano como un cristal translúcido por el  que vemos la luz. Por el contrario, si el corazón o qalb se densifica, se endurece se hace indiferente a todo y a todos, sabemos que se trata de un corazón enfermo, muerto o lleno de crueldad. Un corazón puro es signo de un espíritu elevado. Precisamente esa pureza, esa falta de pretensiones ulteriores es lo que ansía el musulmán, es lo que le hace musulmán.

 

                    Esta cualidad o sensibilidad, la Rahma, es una suerte de humildad del corazón que se reconoce a sí mismo ínfimo en comparación con el Inmenso, Al-Adzim, y un sentimiento de empatía le conecta de modo inmediato con todo lo que le rodea liberándolo del pesado fardo de la importancia personal encargada de hacer que nuestros sufrimientos y desdichas parezcan tan desmesurados que nos impiden vivir y sentir,  que nos abandonan al kufr. Y ya no es nuestro ser, qalb y nafs, ese ser prepotente que mira con aire de superioridad a los demás, sino que reconoce en los errores ajenos sus propios errores, en la mezquindad del otro su propia mezquindad y en su capacidad de amarse a si mismo, el poder para amar a los demás. ¿Cómo sentirse mejor que nadie, si ya nada puede compararse con su Rabb?

 

                    Es, este nafs, habitado por un corazón limpio y sincero, el receptáculo de una gratitud sin fin, que fluye con las desgracias y obstáculos reconociendo en ellos la Rahma de Quien le moldea, empujándolo más allá de sus límites para alcanzar una grandeza inimaginable en cualquier otro contexto.

 

                    La Rahma se realiza, toma cuerpo en cada uno de nuestros actos, como en la surat al-kauzar, donde Allâh (s.w.a.) nos indica que sólo sumergiéndose en la Rahma posibilitadora de vida, se obtiene la energía, la resolución y la tenacidad necesaria para hacer frente a las circunstancias adversas y a quienes desean apagar la luz de la Revelación en nuestros corazones. Sólo abriéndose, abandonándose a Allâh, Fuente de vida inconmensurable, nos llenamos de la energía adecuada para obtener el propósito y la constancia que se precisan en nuestro camino.

 

                    Su Rahma es la avenida a la abundancia de una vida plena, llena a rebosar, una vida sin desperdicio alguno, donde todo se asienta y toma su lugar.

 

          El rahim  por excelencia es nuestro Profeta (s.a.s.), su sensibilidad fuera de lo común viene relatada en el famoso hadiz en el que se decía que si uno de sus compañeros llegara a pincharse el dedo con un alfiler, él lo sentiría, y no en un sentido metafórico. Su sensitividad rayana en lo imposible hizo que en cierta ocasión llegara a acariciar con dulzura un mimbar sobre el que estaba sentado pues había percibido su quejido.  También se relata un célebre hadiz en el cual el Rasul (s.a.s.) explica que una mujer se hizo merecedora del yahanam  porque dejó encerrados sin comida a  unos gatos hasta morir de hambre.  El musulmán  siguiendo el ejemplo del Nabí (s.a.s.) entiende que debe ser rahim  no sólo con sus congéneres sino con todo lo que le rodea, pues en todo se halla agazapada tras un velo de convenciones,  la magnificencia, la abrumadora y desbordante vastedad de Allâh (s.w.a.) dándole ocasión para agradecer su buena suerte o haciendo acopio de paciencia (sabr) cuando las cosas se ponen mal.  El rahim  es generoso como el Profeta (s.a.s.), es amable, sus palabras, sus gestos y sus actos van encaminados a dar por Allâh, a ponerse en la tesitura que Allâh (s.w.a.) decida y a dar lo mejor de si sin quejas ni malhumor.  El rahim  busca en esa imposición, en ese sometimiento total a Allâh el resquicio, la fisura por la cual fluir libremente, sin nada ni nadie a lo que aferrarse y en esa búsqueda, o quizás mejor dicho, en ese encuentro con Allâh Uno-Único desbordándose hasta la infinitud,  hallar  la fuerza, la maravilla, la razón para abrirse sin miedo a lo que sucede, para urdir con gentileza sin forzamientos de ninguna clase la trama que su Rabb ha diseñado, para vaciarse en cada acto dándolo todo para no poseer nada, para ni siquiera poseerse a si mismo y desde ese incomparable estado de conciencia bucear en la inmensidad con la felicidad del que sabe que no se puede desear mejor suerte.

 

NADIA