EL
IMAM DE FUENGIROLA
El juez a cargo del caso del Imam de Fuengirola ha dictado sentencia en
la que condena al acusado a prisión de quince meses (que, al parecer, no no se
hará efectiva) y el pago de una multa. Hay desproporción entre el castigo y el
delito cometido (unas líneas en un libro sobre la mujer en el Islam en el que,
supuestamente, se autorizan los malos tratos), lo cual nos lleva a pensar que la
pena impuesta al Imam tiene una intención ejemplar, para que sirva de advertencia
a los musulmanes.
Casi simultáneamente, pasando más desapercibido, otro juez, rebajando
la pena inicial de cinco años, ha condenado a tan solo un año y siete meses de
prisión a un ciudadano español por haber arrojado a su mujer por una ventana,
recogiendo como exonerante que el marido ‘no tenía intención de matarla’.
El juicio contra el Imam de Fuengirola ha sido ampliamente cubierto por
los medios de información, desde el principio, y todo el mundo ha opinado sobre
él, habiéndose creado una opinión pública desorbitada y contraria al Imam
que, es muy posible, ha influido en la sentencia. Puesto que el propio Imam de
Fuengirola, casi desde su llegada a este país, se ha presentado a sí mismo
como (¿único?) representante acreditado del Islam, como teólogo
autorizado, exhibiendo sus títulos académicos, y ha buscado protagonismo en el
panorama del Islam nacional, el juicio celebrado contra él ha sido interpretado
por muchos como un juicio contra el Islam.
Por adelantado, debemos decir que el Islam es absolutamente contrario a los malos tratos infringidos a las mujeres, ya sean físicos o psicológicos. El Imam de Fuengirola ha cometido graves errores a la hora de exponer la cuestión, y lo que pudiera haber sido un debate muy interesante en estos momentos en los que la cuestión es candente (y analizada con mucha hipocresía), ha sido convertido -por su falta de tacto y capacidad de análisis, y después por el evidente miedo que ha manifestado- en un espectáculo denigrante, que salpica a todos los musulmanes.
Podemos sacar algunas conclusiones de toda esta lamentable historia. El
Imam de Fuengirola ha declarado en muchas ocasiones que el proceso dirigido
contra él ha sido resultado de una especie de conspiración contra su persona.
Sus aspiraciones al liderazgo del “Islam español” habrían tropezado con la
oposición de otros personajes también interesados en el mismo objetivo, y que
han sacado de quicio el tema de su tristemente célebre libro para
desacreditarle y hundirle. El simple hecho de invocar esta justificación
debiera hacernos reflexionar, pues es cierto que el Islam se ha convertido en un
tema goloso para vividores y cínicos que quieren medrar a la sombra de la
administración española, interesada en “normalizar” (léase, controlar) la
situación de los colectivos musulmanes. Las “subvenciones” del Estado han
servido de señuelo para detectar a “notables tribales”, y a su llamada han
respondido muchos. Es comprensible que existan celos entre los aspirantes, dando
lugar a un teatrillo que es pura aberración y que se pongan la zancadilla entre
ellos.
A esto hay que añadir -para abundar en la confusión- los intereses de
otros Estados interesados (o, incluso, instituciones, agencias, fundaciones y
organizaciones más o menos privadas), cada uno de ellos con sus candidatos y
sus propios planteamientos. Un equilibrio imposible que da lugar a escenas que
todos los musulmanes hemos debido soportar. Una interpretación recta de las
cosas debe ver en el juicio celebrado contra el Imam de Fuengirola un
cuestionamiento de este estado de cosas. Nada tienen que ver los cientos de
miles de musulmanes que viven en este país con las maquinaciones que tienen
lugar dentro de círculos extraños que persiguen fines desconocidos. Lo que nos
implica en la cuestión es el uso del Islam como justificación en esos
conflictos entre intereses en pugna.
Es urgente un debate dentro del Islam sobre la situación de la mujer, y
no podemos dejarlo en manos de “representantes” auto nombrados (o nombrados
por algún Ministerio), por mucha acreditación académica que presenten. Hay
cuestiones básicas que no podemos relegar, y una de ellas es que ningún musulmán
debe obediencia a esos imames funcionarios. Y esto es algo de lo que la
administración española debería ser consciente para no verse implicada en
laberintos de muy bajo nivel (lo decimos simplemente para no pensar que es la
misma administración la que organiza estos sainetes).
Pero es cierto que estos acontecimientos vejatorios para el Islam tienen
una incidencia (intencionadamente provocada) que socavan la imagen del Islam en
general. Estamos siendo testigos de cómo una pugna basada en intereses lleva al
Islam mismo a ser tela de juicio, y se dicta una sentencia que -a nadie se le ha
escapado- tiene como objetivo las conciencias de los musulmanes. Las dos
cuestiones se confunden en una misma, y ello es peligroso. El absurdo pulso que
occidente quiere mantener con el Islam puede llevar a situaciones muy incómodas
para todos. Los valores éticos o morales que se ponen en juego pierden el norte
con una facilidad increíble. La lealtad de los musulmanes para con el Islam es
desviada hacia “imames representantes”, etc. Se está creando, artificial e
innecesariamente, un conflicto que nadie sabe a donde nos conducirá.
En la trastienda del juicio celebrado en Barcelona hay muchas cuestiones: ¿Quién gestionará las subvenciones del Estado? ¿Quién se hará cargo de la enseñanza del Islam en los colegios? ¿Quién negociará con el Estado la situación de los musulmanes? ¿Quién legalizará organizaciones y proyectos islámicos? ¿Quién designará imames para las mezquitas?... Un sinfín de interrogantes que alienta la existencia de candidatos. La afortunada imposibilidad de que el Islam presente una institución representativa de sí mismo es visto como el anuncio de la apertura de una veda, de la que muchos quieren salir beneficiados. Pero esta misma situación nos sirve de definición de lo que es el Islam y lo que tenemos que hacer los musulmanes: alejarnos de esas confabulaciones.