MOISÉS
Y AARÓN,
Y
LA LENGUA DE LOS HEBREOS
La palabra “hebreos” aparece mencionada en la Torah (Génesis 10:21-24). Con ese nombre se designaba al cuarto descendiente de Sem, hijo, a su vez, de Noé. Este último tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Sem fue padre de Arpaxad, que engendró a Chelah, quien tuvo como hijo a Eber. El nombre “Eber” (de la familia de los hebreos) carece de una significación que pudiera designar a un pueblo determinado. Era, simplemente, un término con el que se designaba a toda la progenitura de Sem y no adquirió su especificidad hasta Abraham, quien representa la sexta generación de la descendencia de Eber.
Tras haber abandonado la ciudad de Ur en
Caldea, Abraham se instaló en harán, ciudad situada entre el Tigris y el Éufrates,
antes de iniciar una largo periplo a través de Palestina que lo condujo a
Egipto (Génesis 10:13) y después a la península árabe.
En Harán, Allah prometió a Abraham que
daría a su descendencia el país de Canaán y es a partir de ese momento cuando
el término “hebreo” se asoció a la sola descendencia de Isaac, hijo de
Abraham de quien surgió -tal como le fue anunciado- “una gran nación y Yo te
bendeciré”. Su hijo Isaac fue padre de Jacob a quienes sus esposas dieron
como hijos a Rubén, Simeón, Leví, Judá, Issakar, Zabulón, Gad. Asher, José,
Benjamí, Dan y Neftalí. Estos son los doce nietos (asbât, en el Corán) de
Abraham.
La Torah (Pentateuco) proporciona narra
la historia de los doce hijos de Jacob (Génesis, capítulos 38 a 50). Cuenta su
nacimiento, sus desplazamientos y su instalación en Egipto hasta la muerte de
José. A Moisés se le menciona en el Éxodo, el segundo libro del Pentateuco.
La Biblia no menciona el árbol genealógico
de Moisés. Simplemente, de él dice: “Un hombre de la tribu de Leví se casó
con una mujer de su misma tribu. La mujer quedó embarazada y dio a luz a un varón”
(Éxodo 1-2).
El periodo que separa la muerte de José
del nacimiento de Moisés se estima en cuatrocientos años. El Éxodo, el
segundo libro de la Biblia, menciona a los descendientes de José, quienes
llegaron a ser un gran número: “Un nuevo rey comenzó a reinar en Egipto,
pero no sabía nada de José. Dijo a su pueblo: ‘Mirad a los israelitas,
forman un pueblo muy numeroso y más fuerte que nosotros’...” (Éxodo 1:
8-9).
Estos dos versículos bíblicos resumen
los acontecimientos más importantes que se produjeron durante el largo periodo
al que se ha hecho alusión más arriba. Bajo el reino de los hicsos
(extranjeros que dominaron Egipto y bajo cuyo dominio tuvo lugar la historia de
José), José tuvo tal poder que se hizo muy fuerte y muy rico, él y los suyos.
Esta situación, en principio, no cambió tras la caída de los hicsos.
Los egipcios no perdonaron a los hijos de
Israel -y tampoco, talvez, a otros intrusos- su connivencia y solidaridad con
los hicsos. Siempre temieron -si los dejaban actuar libremente- que se
coaligaran con cualquier otra fuerza en emergencia. La Biblia narra que el rey
egipcio se dirigió a su pueblo en estos términos: “Hay que encontrar un
medio para limitar su número. En caso de guerra, se unirán a nuestros enemigos
para combatirnos” (Éxodo 1:10).
Este es un indicio que confirma la
existencia de un pacto formulado en la época anterior entre los hebreos y los
hicsos. Una nueva era empezó entonces, cuando el faraón ordenó cautivarlos y
obligarlos a construir las ciudades de Pitón y Ramsés. También ordenó que se
matara a todos los varones recién nacidos. Fue entonces cuando “una mujer
arrojó a su bebé al agua Yam...”.
La Biblia no ofrece indicios claros sobre
el origen familiar de ese bebé. Sólo nos dice que un hombre de la tribu de leví
tomó como esposa a una mujer de la tribu de leví, la cual concibió un varón.
El nombre no fue impuesto al niño por su madre, sino que fue la hija del faraón,
la que lo rescató de las aguas del río, la que le dio por nombre Mosi. No
obstante, fue amamantado por su propia madre en su casa, pero después se crió
en el palacio del faraón, donde el lujo no le hizo olvidar a sus hermanos de
raza. Para vengarse de los egipcios, torturadores de los hebreos, mató a un
egipcio y tuvo que huir hacia Madian. Ahí, se casó con la hija de un notable
del lugar para el que trabajaba como pastor hasta que Allah se le reveló en el
monte Horeb y le ordenó volver a Egipto para liberar a los israelitas. Moisés
aceptó la misión y Allah lo ayudó con signos milagrosos, susceptibles de
convencer al faraón. El faraón fue indiferente y mantuvo al pueblo de Israel
en la esclavitud. Los egipcios y el faraón sufrieron diez calamidades al cabo
de las cuales los israelitas consiguieron salir del país. El faraón los
persiguió lamentando haberles dado la ocasión de ser libres. Durante ese
tiempo, Moisés y los suyos se abrieron paso a través de las aguas, pero el
faraón se ahogó en ellas. Durante cuarenta años erraron por el desierto,
sufriendo sed y hambre. Dios los salvaba poniendo a su disposición víveres y
agua. En sus andaduras se encontraron con otros pueblos rudos y los sometieron,
y tuvieron que superar muchos obstáculos. La enfermedad los minaba y se
rebelaron contra Dios. Moisés consiguió calmarlos, pero también se rebelaron
contra él. Al final consiguió organizarlos. Trazó para ellos planes de
trabajo y les enseñó las reglas de la higiene y la prevención de
enfermedades. Les enseñó a ser prudentes y vigilantes. Estableció un censo
para distribuir las tierras, y más tarde volvió a censarlos para evaluar su
fuerza y su aptitud para llevar adelante una guerra y soportarla.
Moisés cumplió todas esas acciones por
el bien de su pueblo, pero al mismo tiempo sufría al ver a su pueblo lamentarse
y rebelarse por haber abandonado una patria para seguirle, Egipto, que
recordaban como un verdadero paraíso mientras que su vida se había convertido
en un calvario. Moisés sólo encontraba paz en sus encuentros con Dios, fuente
de las leyes que promulgaba. Cada vez que se encontraba con un imprevisto
durante su éxodo por el desierto, Moisés recibía mensajes de su Señor. Así
fue como organizó los ritos del culto judío, según se nos dice en la Biblia
que ha llegado a nuestras manos.
Moisés era minucioso en todas sus
acciones, en la repartición del botín, de la tierra, de las ciudades y de las
armas. Era clarividente y exacto en sus planes, ya fuesen ofensivos, defensivos
o de huida. Por otra parte, era de carácter nervioso y sus cambios de humor
eran insoportables. ¿No había matado a un egipcio sin estar dispuesto a
recibir un castigo a cambio? ¿No se había peleado con otros pastores alrededor
de los pozos de Madian? ¿No destruyó las Tablas de la ley cuando se dio cuenta
de que los israelitas adoraban a un becerro de oro? ¿No martirizó a su hermano
ordenándole matar ese día a todos los renegados?
De este modo es como nos presenta la
Biblia la vida de Moisés. Los cronistas han adornado la historia con mucha
imaginación y han tejido a su alrededor numerosas creencias populares como ya
hicieron con Abraham, José y todos los patriarcas cuyas historias relatan. Por
ello, los investigadores han intentado saber si existe una personalidad que se
parezca a Moisés en la literatura babilónica antigua. Han podido encontrar
semejanzas con Moisés en las tablas sumerias que representan a un héroe
conocido en la antigua Mesopotamia, Sargón de Agad e, incluso, en la historia
de Rómulo y Remo.
Como los retratos de esos héroes se
asemejan al de Moisés, esos investigadores lo consideran una creación de la
imaginación.
Freud en una obra titulada “Moisés y
el monoteísmo” se basa en esta concepción para construir su teoría que
quiere que Moisés sea de origen egipcio y que la religión que predicó era una
religión puramente egipcia que el faraón Amenofis IV (Akenatón) había
defendido antes. Tras la muerte de este último, los sacerdotes egipcios
restablecieron el orden quebrantado por ese faraón hereje y se vengaron de todo
lo que tuviera que ver con la XVIII dinastía, en el 1350 antes de Cristo. Entre
las personas fieles a Akenatón se encontraba un hombre llamado Tutmosis (Tut +
Moisés). Ocupaba un puesto de gran responsabilidad. Huyó con un grupo de
personas con las que fue duro en cuanto a su educación obligándoles a observar
los ritos de culto prescritos por Akenatón. Su gente se le rebeló, lo mataron
y renunciaron a la adoración de Atón (el dios del sol). Más tarde, se
mezclaron con las tribus de Madian que vivían diseminadas entre Palestina, el
Sinái y la península árabe. Adoptaron su religión y adoraron a su dios (Yahveh,
el dios de los volcanes). Se tomaron el tiempo necesario para desarrollar la
idea que se hacían de Yahveh, y las nuevas generaciones lamentaron lo que las
antiguas habían hecho con “Moisés”. Esta es la concepción que Freud se
hizo de Moisés.
Volvamos al nombre de “Moisés”,
elegido por la hija del faraón cuando le fue entregado por su madre tras
haberlo amamantado. La tradición judía le dio la forma de Moshé, que quiere
decir “salvador”, pero esto carece de sentido porque la misma Biblia lo
define como “salvado”: “Ella le dio el nombre de Moshé, diciendo: ‘Yo
lo he salvado de las aguas’...” (Éxodo, 2:10). Seguramente, la verdadera
etimología de la palabra es egipcia. En egipcio, que era un idioma no
vocalizado, Mus significaba “hijo”, y lo encontramos en nombres tales como
Amosis, Ramsés,...
El hecho de que Moisés fuera llamado
Moshé (el salvador) significaría que salvó a los israelitas, que los
“arrancó” de manos de los faraones. Si esta interpretación es buena, querría
decir que quien le prestó esa apelación estaría informado de toda su vida,
desde su nacimiento hasta el día que salvó al pueblo de Israel. El cronista
habría, pues, elegido un nombre que se aproxima en su pronunciación al nombre
de Moisés y al mismo tiempo que tradujera bien la identidad del profeta Moisés,
el sabio que “arrancó”, es decir, que salvó a los hijos de Israel de las
manos de los faraones. Si la lengua hebraica hubiera sido la lengua de los discípulos
de Moisés en sus tiempos, hubiéramos encontrado un nombre en esa lengua que
correspondería a “Moisés” en la forma o en el sentido, al lado del nombre
que significaría que él había sido el “salvador” de los hijos de Israel y
que no pudo tener más que tras su triunfo sobre el faraón, o, la menos, después
del advenimiento de su misión.
Es del todo natural que Moisés haya
tenido un nombre egipcio, pues fue educado en el palacio del faraón. Pero lo
que resulta intrigante es la hebraización de su nombre, de una manera no
conforme ni a la morfología ni a la sintaxis de esta lengua, tal como se ha señalado
más arriba, lo que ha dejado en la ambigüedad la verdadera identidad de Moisés
en medio de todo lo que le ha sido sumado como anécdotas antiguas que exageran
los hechos resultado de una imaginación desbordada que se enorgullece de los orígenes
en un pasado altamente glorioso.
En cualquier caso, si la persona de
Abraham es una realidad histórica y si la persona de José lo es igualmente, la
de Moisés lo es también.
Por tanto, si José vivió hacia el 1730
antes de Cristo y si los hijos de Israel permanecieron en Egipto cuatrocientos
trece años tras su muerte, hasta el éxodo, y si la Biblia fija la edad de Moisés
en ochenta años, su nacimiento tuvo lugar, inevitablemente, hacia el 1370 antes
de Cristo, fecha que coincide con el reinado de Akenatón (Amenófis IV,
1375-1354 antes de Cristo). El éxodo se situaría entonces hacia el 1290 antes
de Cristo, siendo el año 1720 antes de Cristo la fecha de la entrada de José
en Egipto.
Un periodo de la historia que duró
cuatrocientos treinta años, duración de la presencia de los hijos de Israel en
Egipto, a los cuales hay que restar los cuarenta años durante los cuales Moisés
vivió antes del éxodo, confirma que el faraón de la época
era Ramsés II quien reinó entre 1301 y 1234 antes de Cristo, y que fue
él el faraón del éxodo.
Algunos autores ponen en duda la
existencia misma del éxodo en cuestión aquí y consideran a Merenptah el hijo
de Ramsés II como el encarnizado enemigo de los hijos de Israel, quien dejó
una epígrafe que data del 1230 antes de Cristo donde se menciona que el pueblo
de Israel fue totalmente aniquilado. Sin embargo, se ignora lo que el vocablo
“Israel” quiere decir, si se trata de un pueblo o de una región . Pero la
distinción entre ambos extremos es importante. Si se trata de un pueblo, se
trataría entonces de Moisés y los suyos, pero esto no coincide en absoluto con
la sucesión de los acontecimientos tal como los hemos visto. Si se trata de una
región, sería Palestina, tras haber sido conquistada por los israelitas.
Optamos personalmente por la segunda hipótesis,
pues el éxodo tuvo lugar, como hemos visto, en el 1290 antes de Cristo, en
tiempos de Ramsés II, mientras que el epígrafe alude a la fecha de 1230 antes
de Cristo. Además, ese epígrafe habla de la destrucción de los israelitas
cuando el milagro consistió en el desmantelamiento del ejército del faraón y
no el fin de los hijos de Israel. La historia, tal como es relatada por la
Biblia, tuvo lugar en Egipto. Así, la respuesta de Faraón cuando Moisés y Aarón
le pidieron que liberara a su pueblo fue la siguiente: “Moisés y Aarón, ¿por
qué empujáis a los israelitas a descuidar su obra? Volved a vuestra faena.
Ahora que esas gentes son numerosas, vosotros queréis hacerles interrumpir sus
actividades” (Éxodo, 5:4).
Lo que sorprende es la ausencia total de
referencias relativas al éxodo en todos los documentos egipcios, cuando se sabe
que los faraones registraban todos los acontecimientos, por mínimos que fueran.
La explicación de este silencio es simple. Los faraones no tenían la costumbre
de escribir la historia de sus derrotas. Suprimían, en sus escritos históricos,
todo lo que nos les convenía, como los nombres de sus enemigos políticos y los
de aquellos que trasgredían las leyes de su Estado.
Basándonos en estos hechos, creemos que
el epígrafe de Merenptah relata acontecimientos que se produjeron después de
la entrada de los israelitas en Palestina y que ese nuevo faraón decidió
someter Palestina, la cual quería permanecer fuera de su dominio y vengarse
también de los que causaron la pérdida de su padre y de su ejército. Ello no
pudo tener lugar más que después de algunos años, ciertamente después de que
Merenptah reconstruyera su ejército, es decir, veinte años después de la
entrada de los fugitivos en Palestina y tras el debilitamiento que afectó al ejército
que Moisés había constituido en el desierto durante los años que erraron por
él.
Algo que corrobora lo que decimos es que
se produjo, durante ese periodo, la destrucción de muchas ciudades en
Palestina. Sin duda, esa destrucción se debió a la confrontación entre el
faraón Merenptah y el pueblo de Palestina que quiso adquirir su independencia y
desembarazarse del poder extranjero. Este acontecimiento tuvo lugar
probablemente tras la muerte de Josué que había tomado a su cargo el destino
de los israelitas. El Libro de los Jueces que alude a ese acontecimiento e
imputa sus causas a la inobservancia por los israelitas del compromiso que había
asumido con Yahveh.
Por tanto, el éxodo de Moisés fue una
realidad. Tuvo lugar en la época de la que hemos hablado o, al menos, en una época
muy próxima a ella y todos los acontecimientos que lo acompañaron se
produjeron en presencia y gracias a la ayuda de Aarón.
Aarón
vino al mundo tres años antes del nacimiento de Moisés, en una época en la
que la orden de matar a todos los niños hebreos de sexo masculino no había
sido aún decretada. Cuando Moisés abandonó Egipto para dirigirse hacia Madian,
su hermano Aarón no lo acompañó, sino que permaneció en Egipto. Durante los
cuarenta años que Moisés pasó en Madian, no se sabe que hubiera contacto
alguno entre ambos hermanos.
En la Biblia, sólo se empieza a
mencionar a Aarón después de que Moisés intentara declinar el ofrecimiento de
la misión profética pretextando que no sabía expresarse adecuadamente. El Señor
le dijo: “Aarón, el levita, ¿no es tu hermano? Él es elocuente, ¿no es así?
Él está en camino y viene a encontrarse contigo. Cuando te vea, se llenará de
alegría... Tú le hablarás, y le comunicarás lo que deba decir. Yo mismo
estaré con cada uno de vosotros cuando habléis y os indicaré lo que debáis
hacer. Será él quien se dirigirá al pueblo en tu lugar: será tu portavoz y tú
serás como el dios que le inspira...” (Éxodo, 4. 14-15-16). La Biblia cuenta
que el Señor Yahveh inspiró a Aarón que acudiera en ayuda de su hermano para
el cumplimiento de su misión profética: “Ve al desierto para encontrarte con
Moisés” (Éxodo, 4:27).
Tras todo lo cual Aarón se convirtió en
el portavoz de Moisés ante el pueblo y ante el faraón. Fue gracias a él que
Moisés pudo realizar sus prodigios y él fue la causa de tres plagas que sufrió
el faraón y su pueblo. Recibió el decálogo con su hermano Moisés y, en su
presencia, se dirigió a Dios en la tienda de las reuniones. Tomó el camino del
desierto en compañía de su hermano Moisés y de los israelitas y jugó un gran
papel en el encuadramiento y la organización de estos últimos. Moisés le
reprochó, no obstante, el no haber estado a la altura de las circunstancias
para impedir a los israelitas el que adoraran al becerro.
Después, cuando las cosas siguieron su
curso natural, Aarón se convirtió en el primer jefe de los sacerdotes
israelitas. El sacerdocio pasó a su descendencia y solo ella organiza los ritos
del templo de una manera impecable, sin dejar nada al azar. Murió al estar a
dos pasos de la tierra de los cananeos, pues estaba bien escrito que toda la
generación del éxodo no pisaría esa tierra.
La Biblia es la única fuente que da
indicaciones sobre la vida de Aarón. El Talmud no hace sino retomar lo que la
Biblia ha relatado con algunas exageraciones en el retrato y las actividades de
Aarón.
En la Torah, no existe ninguna indicación
sobre la lengua en la que fue escrito el texto original de la Torah. Menciona
que lo que Moisés escuchó de boca de Yahveh, cuando recibió las Tablas, no
era ni palabra, ni lengua. He aquí lo que dice: “Moisés le hablaba y Dios le
respondía con una voz de trueno” (Éxodo, 19:19).
Está claro que vocablos como “voz” o
“trueno” no indican nada sobre la lengua del discurso. Sin duda, ello ha
incitado a algunos especialistas en la Torah a considerar que Moisés recibió,
más que una lengua propiamente dicha, ideas que él tradujo a la lengua de los
humanos.
Por tanto, ¿En qué lengua se dirigió Moisés a la gente?
El término “hebreo” que designa a la
lengua “hebraica” no es mencionada en la Torah. En el Libro de Isaías en el
que se anuncia que Egipto será sometida a Judea, se lee lo siguiente: “Ese día,
habrá en Egipto cinco ciudades en las que se hablará la lengua de los
cananeos” (Isaías, 19:18). Se trata, naturalmente, de la lengua de los hijos
de Israel, que serán los vencedores. Esa lengua no tenía ninguna relación con
la lengua hebraica.
Cuando
el comandante del ejército asirio sitió la ciudad de Jerusalén, el rey Ezequías
envió sus servidores al comandante que les lanzó un discurso. Los servidores
del rey le dijeron: “Háblanos en arameo, por favor, nosotros lo comprendemos.
Evita dirigirte a nosotros ‘be
lasun yihudit (en lengua judía, en judío)’ por todas las gentes que están
en la muralla y que nos escuchan” (Isaías, 36:11).
Del contexto histórico que acabamos de
mencionar se deduce que el mensaje original de la Torah se dirigía al faraón y
a los israelitas. Si la gente consignó el mensaje directamente de la boca de
Moisés, el documento inicial de la torah (que no existe actualmente) no pudo
estar redactado en el alfabeto hebreo tal como lo conocemos. He aquí las
razones:
Moisés vivió en Egipto durante cuarenta
años. Fue educado en el palacio del faraón. Su lengua materna no pudo ser otra
más que el egipcio. Podría ser que aprendiera otra lengua, según la tradición
de la época según la cual los monarcas hacía aprender a sus hijos varias
lenguas. Pudiera ser que comprendiera la lengua de los hebreos o israelitas, que
constituían en esa época una minoría en el seno de los pueblos. Si los
israelitas preservaron, además de hablar el egipcio, que es la lengua del lugar
en el que residieron durante siglos, una lengua propia, no podría ser, en ningún
caso, la lengua hebraica tal como la conocemos hoy. La razón es que la lengua
hebraica se desarrolló verdaderamente cuatro siglos después de la muerte de
Moisés. esto quiere decir que es muy probable que la lengua de comunicación de
la época entre todos los pueblos de la zona -y también la del mensaje original
de la Torah- era exclusivamente la lengua egipcia. O bien, es posible que la
lengua original de la torah sea la lengua de aquellos que emigraron de Palestina
hacia Egipto quienes pertenecía a diversas etnias y se dejaron influir por los
usos y costumbres del país, aprendieron el egipcio y volvieron, por tanto, a
Palestina, con su nueva herencia cultural. Su lengua debió ser por lo menos una
mezcla de egipcio y cananeo. Sin duda, la Torah original estuvo en esa lengua.
En otro plano, Moisés, que había vivido cuarenta años en Egipto y luego emigró
a Madian (tribu árabe, o al menos no hebraica) para vivir ahí otros cuarenta años,
debió aprender la lengua de esa tribu antes de volver a Egipto en calidad de
mensajero de Dios. La cuestión que queda por dilucidar es esta: ¿De qué
utilidad sería que Moisés se dirigiera a la población egipcia (los faraones y
los israelitas) en una lengua distinta al egipcio que era la lengua del país?
Tenemos
el derecho a concluir que el documento original de la Torah, aquel en el que se
consignó el mensaje revelado en toda su pureza, no existe en absoluto
actualmente y la humanidad no dispone de ese texto.
Lo
dicho sobre el idioma de Moisés es válido para el caso de su hermano, quien
pertenecía a los israelitas que habían permanecido a lo largo de cuatrocientos
años en Egipto... Aarón vivió toda su vida en Egipto y ayudó en todo a su
hermano Moisés.
Sin ninguna duda, los ricos textos de Ras
Sumra aclaran la relación estrecha entre la lengua de los hebreos y la de los
cananeos que escribieron su herencia cultural en una lengua nueva, mezcla de
egipcio y cananeo, en la que comenzaron progresivamente a deshacerse de los préstamos
lingüísticos egipcios que se introdujeron en su idioma hasta el punto en que
el léxico hitita se hizo predominante. Es por lo que las inscripciones que se
han descubierto en Fenicia y en Siria sobrepasan, en cantidad, a las que se
encuentran en Palestina, y representan el modelo de una vieja lengua que va a
desarrollarse con el tiempo para convertirse posteriormente en la lengua
hebraica. así, pues, gracias a esos descubrimientos, la ambigüedad que cubría
al léxico, la sintaxis y el estilo del Antiguo Testamento, se ha disipado
considerablemente para dar lugar a una idea que presenta claramente los
acontecimientos, los personajes históricos y las civilizaciones que han sido
muy manipulados por los redactores del Antiguo Testamento. De ahí las
confusiones en la cronología histórica y la verdad geográfica.
Los lingüistas son unánimes al decir
que la lengua cananea es la más próxima a la lengua original de la Torah. Para
probarlo, citan los textos descubiertos en Tell El Amarna, en el Alto Egipto,
que son cartas redactadas en símbolos babilónicos que se remontan al año 1400
antes de Cristo. Se trata, de alguna manera, de una correspondencia redactada en
una lengua diplomática por escribas cananeos y dirigida a las autoridades
egipcias. esos escribas emplearon, a veces, palabras y giros propios de su
lengua materna que presentan muchas semejanzas con la lengua de las
inscripciones descubiertas en Jerusalén (frescos de Salwan del año 700 antes
de Cristo, y las de Mesha rey de Moab que dan de alrededores del año 850 antes
de Cristo).
Esta lengua antigua, tanto en su forma
como en su alfabeto, es la lengua “yehudit” (judía) de la que se habla en
la Torah: “El ayuda de campo se levantó y gritó con voz fuerte en lengua judía...”
(Reyes II 18:28). No era monolítica, sino que estaba fraccionada en diversos
dialectos. En cuanto a la lengua en la que está redactada la Torah que tenemos
hoy es la hebraica que sólo se desarrolló mucho después de la época de Moisés,
si tenemos en cuenta que entre el siglo X y la caída del reino de Judea (586
antes de Cristo) se sitúa la época del desarrollo de la lengua hebraica.
Fue en esa lengua hebraica en la que fue
redactado el Antiguo Testamento que conocemos en la actualidad. Los
especialistas no han podido escribir una historia precisa de esa lengua que
hubiera permitido encontrar la época en la que fue unificada, y determinar en
consecuencia con exactitud la lengua de los textos originales de la Torah.
Por lo demás, algo que complica más las
cosas es que esa lengua hebraica ha conocido dos etapas. Así, hasta que tomó
forma, los hebreos prefirieron la lengua aramea. Después, en un segundo
momento, esa lengua hebraica se fue desarrollando hasta tomar la forma que tiene
hoy. Es lo que explica la existencia de textos del Antiguo Testamento redactados
en arameo, pero esos textos no están entre los primeros que Moisés habría trascrito
o dictado. También esto explica la existencia del Targum o traducción aramea,
y la redacción de la obra monumental conocida bajo el nombre de Talmud.
El texto primero de la Torah -el que la
gente recibió directamente de boca de Moisés- ha desaparecido completamente.
Sin embargo, la importancia de la preservación de los textos iniciales de los
Libros Revelados reside en dos puntos esenciales:
Primero: se trata de patrimonios de la
humanidad que relatan un periodo importante de su historia.
Segundo: son documentos decisivos que nos permiten conocer las modificaciones y las adiciones que han podido sufrir y el grado de desnaturalización que han alcanzado en la actualidad.