Nada sobre la tierra parece escapar a la crisis que sacude al mundo
moderno. No es suficiente hablar de crisis de civilización, pues el fenómeno
ha tomado dimensiones “cósmicas”. Estos aspectos siniestros aparecen con
una evidencia creciente propagándose la angustia.
Ahora bien, el Islam ha sido dado a los hombres precisamente para
ayudar a atravesar, sin perderse, esta última fase de la historia universal.
La última Revelación del ciclo Profético, ofrece los medios para resistir
el caos actual, de restablecer el orden y la claridad al interior de sí
mismo, así como la armonía en las relaciones humanas, y de realizar el
destino último al cual el Creador nos invita. El Islam se dirige al hombre,
de quien tiene un conocimiento profundo y preciso, situando exactamente su
posición en la creación y frente a Allah.
El pensamiento moderno, por el contrario, no tiene un concepto antropológico
bien definido y generalmente aceptado. Posee sobre el hombre una cantidad
inmensa de nociones variadas, pero en su confusión y en sus divergencias,
demuestra su incapacidad de dar una definición coherente de la condición
humana. En ninguna otra civilización se había ignorado de una manera casi
total, y casi sistemática, por qué
nacemos, por qué vivimos y por qué debemos morir. Tal es la paradoja de
esta civilización que, de partida, se tiene por humanista, es decir, que hace
del hombre el principio y el fin de todas las cosas: siendo vaga la misma noción
de hombre. El evolucionismo había hecho del hombre un mono perfeccionado,
después la filosofía del absurdo, vino a quitarle lo poco de coherencia que
le quedaba. El ser humano es en adelante semejante a un muñeco sacudido y
desarticulado por un mecanismo puesto en marcha, pero que no ha llegado a
controlar la agitación desordenada y el movimiento acelerado.
Proclamación absurda, la vida sobre la tierra tiene definitivamente
perdido su sentido. Esta ofrece al hombre multitud de posibilidades y de
ventajas materiales las cuales las generaciones anteriores no osaron soñar,
pero como se ignora lo que es en realidad un hombre y, por tanto, cuáles son
sus aspiraciones más profundas, todas esas maravillas no le impiden hundirse
en la desesperación.
Por tanto, la civilización moderna ha proclamado abiertamente, y de
todas las maneras posibles, que ella traerá la felicidad al género humano.
La Revolución francesa tiene adoptada la declaración de los derechos del
hombre y la Constitución americana pretende garantizar en cada ciudadano la
“consecución de la felicidad”. El siglo XIX lo avala en todos los países
occidentales y más allá de la gran idea de progreso, en virtud de la cual la
edad de oro no está detrás, sino delante nuestra. Los hechos han dado, hace
tiempo, las confirmaciones oportunas. Las condiciones materiales de las capas
inferiores de la sociedad occidental han sido considerablemente mejoradas, el
ejercicio de las libertades individuales está garantizado para todos, la
ciencia ha dado al hombre moderno el sentimiento de ser incomparablemente más
culto que los más sabios entre las generaciones anteriores, y el desarrollo técnico
ha colocado entre sus manos los instrumentos de una fuerza insospechada
anteriormente.
En otro plano y en virtud de teoría psicológicas pretende haber descubierto, por fin, dónde si sitúa el verdadero centro de gravedad de la persona humana, es decir, al nivel del sexo, por ejemplo, se ha prometido a los individuos que podrían realizarse ellos mismos escapando a toda coacción y según sus inclinaciones. Es con mucho un pretexto suficiente para suprimir la moral heredada del pasado y considerarla, en lo sucesivo, como un revoltijo de prejuicios anticuados.
Es así cómo el hombre moderno cree ser “adulto”, dejando claro
que las generaciones de siglos pasados no acabaron de madurar. No necesita filósofos
ni teólogos que les confirme en esta idea.
Pero los hechos mismos han acabado por contradecir estas teorías.
Ya, la Primera Guerra mundial y los
desastres que acarreó, habían dado serias advertencias al optimismo de los
precursores de la nueva edad de oro. Esto no les ha impedido, sin embargo, con
la vuelta de la paz, profetizar el más bello advenimiento de una era de paz,
de justicia y felicidad, como si la horrible tragedia, con sus millones de víctimas
no hubiera sido más que un contratiempo.
La Segunda Guerra mundial, bastante espantosa ahora, hará saber a los
hombres sobre las ilusiones y los peligros de las ideologías progresistas y más
o menos ateas que prometen el bienestar por las vías exclusivamente profanas
y materiales. Pero en lugar de diferenciar el carácter engañoso y desviarse
para volver a los valores más espirituales y tradicionales, están, por el
contrario, acelerando el movimiento de secularización. Si las promesas de
bienestar no se llevan a cabo, los ideólogos del sistema no admiten, en
absoluto, que son falacias infundadas, pues ellos mismos se han agarrado a las
últimas tradiciones del orden antiguo y de sus ideas tradicionales, y que
ellos mismos denuncian como obstáculos para la marcha del progreso y, por
tanto, será pues urgente hacerla desaparecer.
Los trastornos sociales no son más que un aspecto de este movimiento.
Se acompaña de una subversión del orden moral y psíquico que pretende
eliminar “prejuicios” y el espíritu
“autoritario” que impedirá al
hombre llegar a la plena liberación y por tanto a la felicidad.
La realidad, especialmente aquella que se puede observar en la juventud
hecha a las ideas “anti-autoritarias”
es reveladora: según testimonios contrastados, el número de neuróticos,
perturbados e intoxicados, no para de crecer, lo mismo que los casos de sumisión
a ciegas a los sistemas ideológicos y a los líderes que van en contra de la
libertad.
Esta civilización que ha querido ser “humanista”
ha llevado a un sistema que, al mismo tiempo, confunde al hombre y le engaña
para, finalmente, destruirle. La civilización confunde al hombre porque le
reduce a funciones materiales y cuantitativas de simple productor y
consumidor; lo engaña porque le hace creer que, gracias al progreso, al
desarrollo de la ciencia, a una mejor organización social y a la liberación
de pasados “prejuicios” y de las
coacciones heredadas del pasado, él obtendrá la felicidad y vencerá el
sufrimiento, felicidad que, no obstante, es inherente a la condición humana;
en fin, la civilización le destruye, corrompiéndolo, desintegrándolo y
privando su vida de sentido y esperanza.
Por otra parte, el sentimiento que el orden actual de las cosas –si
se puede hablar de orden ante tal confusión- es una equivocación que parece
se difunda siempre con ventajas, estando las ideologías modernas cada vez más
por el espíritu de la negación, de la contestación y del nihilismo.
Efectivamente, estas ideologías, incluido el marxismo, terminan siempre
perdiendo su crédito, porque son impotentes para responder a nuestras
preguntas más importantes sobre el sentido de la vida y sobre la razón de
nuestra presencia en la tierra. Lo que acaba inevitablemente por hacerlas
vanas e ineficaces, se ignora que el hombre, al fin y al cabo, se inclina por
lo Absoluto y que en el fondo de sí
mismo, consciente o inconscientemente, no busca otra cosa que eso.
La condición humana no sabrá encontrar su justificación y su plena realización sobre la tierra, porque ello conlleva una aspiración esencial dirigida hacia la trascendencia. El hombre, a diferencia de otras criaturas, siente la necesidad fundamental de superarse a sí mismo y de buscar lo Absoluto que, sólo aquí abajo es capaz de concebir. Esto es porque todo lo relativo que tan abundantemente se le propone, le deja siempre vacío y con un sabor de boca amargo.
Relevante es el hecho de que la “contestación” se está
desarrollando especialmente en los países industrializados, con alto nivel de
vida, donde todas las conquistas materiales están al alcance de cualquiera.
Pero precisamente, la civilización moderna es inaceptable al hombre porque,
le ofrece todo, salvo lo esencial, porque aparece desprovista de sentido. Jamás
ha dispuesto el hombre de tantas y tan maravillosas posibilidades de
distraerse, y jamás ha estado igualmente tan aburrido.
Ante esta apatía, las
realizaciones extraordinarias de la ciencia y la técnica, como puede ser la
televisión en color, las “conquistas” espaciales o el progreso de la
medicina, no aportan ningún remedio verdadero. El hombre, en esta
multiplicidad de objetos, se distrae, se dispersa o se disipa, pero no
encuentra la verdadera paz del alma ni la certidumbre de cumplir aquí abajo
el destino superior para el que ha sido creado.
En las condiciones de locura de la vida moderna, las gentes capaces de
reflexionar un poco, se dan más cuenta de que corren hacia el abismo. Implica
una reacción perfectamente comprensible, muchos buscan la salvación fuera
del mundo occidental promotor de una civilización desprestigiada. Las gentes
se vuelven por tanto hacia las formas de misticismo oriental, el ocultismo o
el yoga. Pero, con sus prisas, en su búsqueda ignora el Islam que, no
obstante, pone a su disposición todos los medios para dar a su vida un
sentido que responda a sus más profundas aspiraciones.
El Islam no es occidental y sin embargo no sería justo considerarlo
como exclusivamente oriental. Es extraño en el mundo específicamente
moderno, y sin embargo, de todas las tradiciones sacras, es el mejor adaptado
a las condiciones del ciclo cósmico que acaba. El Islam es sencillo y
evidente, pero al mismo tiempo recela de los tesoros de la sabiduría mística
y metafísica de las que se han nutrido a lo largo de generaciones místicos y
santos.
Por sus dimensiones horizontales y verticales, jamás se ha conocido
verdaderamente el Islam. Desde su
aparición sobre la escena mundial, los cristianos no han dejado de
calumniarlo y vilipendiarlo por tener razones para combatirlos. Se han
dado de él definiciones groseras de que sus señales se han quedado
anticuadas en la mentalidad europea de hoy. Numerosos son ahora los
occidentales para los que el Islam se reduce a estas tres nociones: fanatismo,
fatalismo y poligamia. Existe indudablemente un público más cultivado de
quienes las ideas sobre el Islam son menos aberrantes, pero raros son ahora
aquellos que saben que esta palabra no significa otra cosa que “Sumisión
a Allah”. Sintomático de esta ignorancia es el hecho de que,
en el espíritu de la mayor parte de los Europeos, Allah designará la
divinidad de los musulmanes y no el Dios de los cristianos y judíos; están
sorprendidos de oír, cuando insisten en decirles, que Allah significa
“Dios” y que incluso los cristianos árabes no tienen otro nombre para
implorarlo.
Ciertamente el Islam ha sido objeto de estudio empujado por parte de los orientalistas occidentales que, en el transcurso de los dos últimos siglos, han publicado sobre él una literatura abundante y científica. Sin embargo, si estimables han podido ser sus trabajos, especialmente desde el punto de vista histórico y filológico, no pueden contribuir más a una mejor comprensión, en los medios cristiano o de origen cristiano, de la cultura musulmana, porque no han suscitado gran interés más allá de los círculos académicos especializados. De otra parte, es preciso admitir que los estudios orientales en Occidente no siempre están inspirados por el más puro espíritu de imparcialidad científica y no se negará que ciertos islamistas y arabistas actúan manifiestamente con la intención de desacreditar el Islam y a los musulmanes. Esta tendencia está particularmente marcada –por razones de una evidente claridad- en la época de los imperios coloniales, pero será exagerado pretender que ha desaparecido totalmente.
He aquí algunas de las razones por las que el Islam ha quedado, hasta
el presente, olvidado en occidente donde, cosa curiosa, las religiones asiáticas
como el budismo y el hinduismo han suscitado, después de cerca de un siglo,
una simpatía y un interés claramente más marcado, sabiendo que él mismo
está más próximo del judaísmo y del cristianismo, siendo descendiente del
mismo tronco abrahámico. Sin embargo, después de algunos años parece que
las circunstancias externas, especialmente la importancia creciente de los países
árabes-islámicos en las grandes áreas políticas y económicas del mundo,
se encargan de crear en Occidente un interés creciente por el Islam, del que
el descubrimiento es, por cierto, de horizontes insospechados.
Significa “Sumisión a Allah”, el Islam expresa una visión universal que se encuentra en cierta manera, en las tradiciones sagradas. Porque toda tradición profética verdadera es forzosamente conforme a la voluntad de lo Absoluto divino. Por otra parte, el Islam puede ser también designado como la tradición profética de siempre, porque, se fundamenta en la doctrina de “La Unidad”, que es eterna, no ha aportado básicamente novedades, pero ha venido para restablecer la “religión” primordial y reafirmar la verdad intemporal.
Definitivamente, el Islam es también síntesis de la Revelación
universal. Es la recapitulación de todos mensajes anteriores dirigidos a la
humanidad por parte del Cielo. Esto le ha dado ese poder asombroso de poder
integrar en una misma comunidad de creyentes a pueblos de origen étnico
extremadamente diverso respetando a todos su personalidad.
Por su esencia intemporal, el Islam es a la vez antiguo y moderno. Es
antiguo ya que transmite una verdad ya conocida por la humanidad desde las
primeras épocas, pero es moderno por los medios que ofrece a estas últimas
épocas de vivir esta verdad.
Esta “modernidad” se manifiesta en la sencillez de su enunciación
y de sus principios doctrinales, de quien el primero y más fundamental se
expresa en la Shahâda: lâ ilâha illa llâh, Muhammadun Rasûlullâh”.
(No hay más verdad que Allah; Muhammad es su mensajero). Esta
certificación de la Unidad de Allah, proclamada a la humanidad por la misión
del Profeta Muhammad, s.a.s. completa una evidencia accesible al hombre
moderno que, para ser musulmán no tiene necesidad de consentir unos misterios
impenetrables a su razón.
Indudablemente la Shahâda es en realidad una inclinación metafísica
que la razón humana no sabrá completar, pero aporta una seguridad, la más
fundamental que exista, esto es, el Absoluto se ha vuelto accesible al hombre
por el mensaje profético. Ahora bien, el Islam está justamente designado
como la senda de la certeza.
En la confusión intelectual contemporánea mantenida en el
agnosticismo de las escuelas filosóficas de moda, esta posibilidad ofrecida
por el Islam de encontrar una certeza irrebatible es de un alcance inmenso,
porque permite ya devolver su sentido al genero humano. Es providencial para
el hombre que la ha hecho suya y que, por lo mismo, escapa de la incoherencia
absurda de la civilización actual, insolidaria, llegando a evitar ser
arrastrada en su carrera hacia al abismo.
Así la Shahâda es la primera respuesta del Islam en el agnosticismo prometedor del mundo actual. Constituye un argumento fundamental superando los procesos discursivos del pensamiento humano y afirmando la Realidad absoluta de quien todas las cosas creadas dependen y no son por tanto más que expresiones relativas. Se comienza con una negación –Lâ ilâha, <partiendo de la divinidad> afirmando enseguida La Verdad –illâ llâh <no es “Dios”> mediante la cual coloca al hombre en una posición que, al mismo tiempo, le invita a la reflexión y le desafía al análisis.
Verdaderamente, la Shahâda
implica una evidencia reveladora. Para muchos, parece enigmática y
desconcertante. Pero, para quien la toma como una iluminación o como
continuación de un proceso de maduración intelectual es bastante más que un
enunciado que invita a una decisión mental; compromete a la totalidad del ser
humano.
Proclamando la realidad absoluta exclusiva de Allah, la Shahâda
implica la necesidad ineluctable de adaptarse a Él, de someterse a Su
voluntad, este es el sentido exacto de la palabra Islam. Esto es, mientras que
la segunda proposición, consecuencia a la vez lógica y providencial de la
primera, toma todo su significado: Muhammadun Rasûlullàh, <Muhammad es
el enviado de Allah>; no es el mejor medio de llevar a cabo esta
conformidad y esta sumisión más que siguiendo el camino trazado por el
Enviado.
Seguir este camino es primero aceptar el Libro revelado, el Corán, y
poner en práctica sus órdenes terminantes; es así como ajustarse a las enseñanzas
y al ejemplo de aquel que tuvo el instrumento de la Revelación, Muhammad,
s.a.s. Ser musulmán –muslim- es
decir <<sometido a la voluntad de Allah>>, no es, en principio,
otra cosa que eso.
El reconocimiento de la realidad absoluta de Allah y la libre voluntad
de someterse es suficiente para devolver todo su sentido a la vida humana,
desvalorizada por la incredulidad y la confusión modernas. Pero no exige, en
contrapartida, un precio desorbitado. El
enunciado de la Shahâda, profesión de adhesión fundamental, es de una
simplicidad y de una evidencia notables, los otros elementos de la cultrua islámicas no exigen grandes esfuerzos intelectuales para ser
comprendidas y aceptadas. En cuanto a la práctica del Islam,
puede parecer sin duda penoso a ciertas individualidades refractarias a toda
disciplina, pero, de hecho, es suficientemente fácil y flexible para
adaptarse a todas las circunstancias de la vida, incluso en nuestra época,
las obligaciones que impone no sobrepasan las fuerzas de cualquier ser humano
dotado de un poco de buena voluntad. Al contrario, su cumplimiento es de una
eficacia ampliamente demostrada para mantener un sano equilibrio del alma y
del cuerpo.
Es evidente, no obstante, que la práctica islámica, tan fácil,
parecerá siempre apremiante a muchos de nuestros contemporáneos, pues el
rechazo de toda disciplina, animados por las teorías psicoanalíticas,
<anti-autoritarias> y
otras ideas filosóficas de moda, es precisamente una característica de la
mentalidad moderna. En cuanto a la posternación realizada durante el Salat,
para expresar la voluntad del “orante” de someterse por entero a la Señoría
divina, está más en contra que a favor del movimiento general de
secularización y de <liberación> que, según un célebre
dicho, no reconoce el hombre <ni dios, ni señor>.
La práctica del Islam es también <Recuerdo> de Allah
que, en el Corán (II,52), dice: “Acuérdate
de Mí, y Yo me acordaré de ti”. Esto, evidentemente, está en
contraste directo con la vida corriente de hoy que, se extravía en una
multiplicidad insensata de distracciones, de preocupaciones y de angustias,
olvidado sistemática y generalmente del Creador. Este recuerdo que impregna
la vida musulmana, mantiene al hombre en comunicación con el centro de todas
las cosas, mientras que el olvido hace de él un ser superficial sujeto a los
aspectos cuantitativos exteriores y a la aceleración cósmica claramente
perceptible desde el último cuarto del Siglo XX.
El hombre típicamente moderno y secularizado es el exacto opuesto del
“muslim”, el musulmán que se ha
sometido a la voluntad de Allah. Incapaz de prosternarse y de adorar,
sumergido por la oleada de posibilidades de una civilización cuantitativa que
le ofrece todo salvo lo esencial, vive en un estado de insatisfacción el cual
no llega a darle remedios eficaces a pesar de la cantidad y de la variedad
inaudita de recursos a su disposición. Esta impotencia tiene por efecto
acentuar su estado de rebelión contra las condiciones existentes y sobre todo
contra los últimos vestigios del orden normal procedente de las tradiciones
religiosas, es decir de “Dios”. Es por eso que se vuelve “el hombre
rebelde” característica de nuestro tiempo.
Así, a este “hombre rebelde”, Camus asigna todavía los valores
espirituales y morales, los cuales están en adelante desprovistos de toda
garantía que provenga de una trascendencia o de una fe religiosa; no tardan
pues en disgregarse y volatilizarse. Se puede comprobar con el <contestatario> que, surgiendo en la fase siguiente, tiende a
arruinar todo aquello que se parece todavía a un orden social y moral.
Indudablemente, la <contestación> puede justificarse en
la medida en que supone negativa a una civilización cuantitativa que reduce
al hombre a las funciones de productor y consumidor, y por tanto incapaz de
dar una satisfacción cualquiera a sus aspiraciones más profundas y vitales.
Pero en la mayoría de los casos, el movimiento contestatario quiere
precisamente sacar provecho de reacciones legítimas, especialmente aquellas
de la juventud, para los fines de subversión y de destrucción. Acaba por
crear un ser humano que no tenga más móvil para sus acciones que los
instintos de su naturaleza carnal y vegetativa.
El hombre caído en tal nihilismo está también, posiblemente, lejano
del Islam. Como ha olvidado a Allah, Allah también lo ha olvidado. La condición
humana, para él, no tiene verdadero sentido. No es hombre más que de manera
accidental y fragmentaria.
En cierta manera, quien ha llegado a este punto extremo del proceso
moderno, se coloca más bajo que los animales mismos, los cuales están atados
a las normas de su especie y no pueden pasar sus límites. Por esto guardan
todavía una cierta inocencia, mientras que el hombre tiene la posibilidad de
elevarse por encima de todos los seres creados, al mismo tiempo que perderse y
caerse también en el último grado del descenso.
En el lado opuesto del estado de rebelión y de contestación, el hombre musulmán tiene conciencia de ser creado por Allah quien le ha insuflado su espíritu y le ha encargado ser su testigo y su representante sobre la tierra. Así, de todas las criaturas, el hombre es el centro, quien manifiesta de forma más completa los atributos divinos. Toda la creación está virtualmente sometida, pero solamente en virtud del poder que él tiene llegado de Allah, hace que le deba entera sumisión.
Tiene hecho del hombre su representante, su lugarteniente o su vicario,
(como se traduce también, a veces, la palabra “Jalîfa”).
Sobre la tierra, Allah le ha confiado una responsabilidad o un <depósito>
(amâna) de quien, en la creación, sólo él ha osado hacerse cargo. El Corán
se expresa sobre este tema en términos que la misma traducción nos deja
sorprendidos:
Si, Nos habíamos propuesto el
depósito de la
certeza
a los cielos, a
la tierra y a las montañas. Aquellos han rehusado encargarse, ellos se
han espantado.
Sólo
el hombre se ha encargado, pero se ha vuelto injusto e ignorante. (Corán,
XXXIII, 72)
Este depósito tiene eso de temible que confiere al
hombre la libertad de elegir entre el bien y el mal, entre la verdad y el
error, entre la sumisión y la rebeldía, entre el cielo y el infierno.
Confiere toda su grandeza a la condición humana, pero es una grandeza que
comporta un riego terrible, ya que el hombre se revela <injusto e
ignorante>. El Islam le da precisamente los medios de pedir ese riesgo
y de utilizar su libertad para hacer la elección que le lleve, por la sumisión,
al bien, a la verdad, a Allah.
Así, al agnosticismo contemporáneo incapaz de definir al hombre y las
razones profundas de su presencia en la tierra, el Islam opone una antropología
perfectamente coherente y que responde a las cuestiones más fundamentales que
sean posibles hacer. Es importante, es esta consideración, realzar que el
Islam apela a la inteligencia del hombre y no a su sentimentalismo. Pero se
mueve con inteligencia en aquello que tiene de primordial, de <razonable> y de esencial y no de una capacidad de tener
razonamientos complicados. Pues el Islam no se dirige a los <prudentes
e inteligentes de este mundo>, pero sí al hombre que ha creado con su
capacidad de concebir el Absoluto y de elegir libremente esto que le conforma
y le conduce.
Como el camino de la Verdad, el Islam devuelve todo su sentido a la
condición humana que no se explica más que en función del Absoluto y
aboliendo el absurdo nihilismo del mundo moderno. Reconcilia al hombre consigo
mismo y con la creación, aportando también el remedio más eficaz al mal de
nuestro tiempo.
Este mal es, de cualquier forma, el resultado de la rebeldía de Iblis, el ángel caído, que el Corán relata en unos pasajes admirables, haciendo comprender a la vez el privilegio incomparable de la condición en la que el hombre ha sido puesto por Allah y el drama de su extravío y su decaimiento. Según este relato, Allah, después de crear a Adam, ordena a los ángeles prosternarse delante de Él. Todos los ángeles se prosternaron, a excepción de Iblis quien explica su negativa diciendo:
“Yo soy mejor que él. Tu me has creado de fuego y a él lo has creado de
arcilla”.
Tiene Allah que
expulsarlo, y shaitan le pide:
“Concédeme
un plazo hasta el día de la Resurrección”.
Y el plazo fue acordado.
Iblis, desde entonces, aprovecha para desviar a los hombres de la vía recta:
“Yo les hostigaré por delante
y por detrás, sobre la derecha y la izquierda...”
Dijo Allah: Sal de aquí, despreciándolo y expulsándolo. Yo llenaré el Yahannam
de ti y de todos los que te hayan seguido”.
Adam mismo cedió a la tentación. Pero se arrepintió, y Allah aceptó
su arrepentimiento, prometiéndole, así como a su esposa, guiarlos:
<Cualquiera que haya seguido su dirección no se extraviará y no se
hará desgraciado>. (XX, 122)
Esta dirección es la que siempre ha tomado diversas
expresiones con el paso del tiempo de las cuales la forma última y definitiva
es el Islam, tal cual nos llega de la Revelación hecha a Muhammad (s.a.s).. El
Islam, como las tradiciones espirituales precedentes, permite escapar de la maldición
terrorífica para los que sigan a Iblis, y cumplir la verdadera vocación
humana que es la de someterse al Creador cumpliendo plenamente los privilegios
y beneficios prometidos a la descendencia del primer hombre.
Ciertamente
Nos hemos dado nobleza a los hijos de Adam. Nos les hemos llevado sobre la
tierra y sobre el mar. Nos le hemos concedido excelentes alimentos. Nos les
hemos dado preferencia sobre muchos de los que hemos creado. (XVII, 70)
El Islam, pues, no ha prohibido de ninguna manera a
los hombres disfrutar plenamente de los beneficios que Allah otorga,
atendiendo que sean reconocidos:
¡A vosotros
que creéis! Comed de las cosas buenas que Nos os hemos concedido; dad las
gracias a Allah, si es que lo adoráis. (II, 172)
Tradición
profética del equilibrio,
hace la parte de aquí abajo como del Más Allá, entendiendo que la de aquí
es preferible:
Entre los mejores bienes que Allah te ha dado, busca la morada última. No descuides tu parte de la vida de este mundo. (XXVIII, 77)
Y por cierto,
el Más Allá es mejor para ti que la vida presente. (XCIII, 4)
El Islam pone al hombre sobre el
camino del Más Allá, preferible a todo lo que se puede imaginar aquí abajo,
pero ofrece también los medios de sacar el mejor partido a la <vida
presente> organizándola armoniosamente según el plan individual y
colectivo, como se verá en los capítulos siguientes. Pues la voluntad de
Allah, al que debemos sumisión, es que los hombres sean felices.
Un hecho significativo a este respecto es que en árabe
Islâm <sumisión está
estrechamente ligado a
Silm, o Salâm, paz>. En efecto, la sumisión a Allah proporciona la
paz, condición para la felicidad.
Quizás, se podrá objetar, que los musulmanes de hoy no dan
precisamente esa imagen de felicidad y de paz. Al respecto habrá muchas
respuestas, pero se limitará por el momento a algunas breves consideraciones
antes de volver sobre la situación presente del mundo del Islam.
Hace falta reconocer de antemano que todas las religiones están en crisis en nuestra época, incluido el Islam, pero seguramente está menos degradado que otras. Ninguna, en todo caso, estará juzgada equitativamente tomando como principal criterio la situación de los pueblos que la profesan. Los musulmanes son generalmente conscientes de vivir bastante alejados de las verdaderas ideas de la Revelación hecha a los Profetas y reconociendo muy gustosamente que, si ellos siguieran realmente los mandatos, toda su existencia sería transformada. El Islam no fue íntegramente puesto en práctica más que en su primera fase inicial, en la época del Profeta, s.a.s. y de los cuatro primeros califas <bien dirigidos> y la comunidad musulmana, la “Umma” conserva guardada para siempre la nostalgia de aquellos tiempos privilegiados. El Islam ha tenido, ciertamente, con el paso del tiempo buenos períodos de expansión y de fervor, pero nadie osará pretender que vivimos en el presente uno de ellos. Es evidente. Es exactamente lo contrario a la verdad: el mundo musulmán, como el mundo en general, está actualmente en un período de crisis y de decadencia de quien en la historia no encontramos equivalente.
No se podrá negar sin embargo que a la vista de la crisis vivida por
el Occidente industrializado, el mundo del Islam sufre un mal diferente a
tener en consideración: sus fundamentos morales y espirituales no son
contestados de la misma manera y, en su gran mayoría, la población de los países
musulmanes guarda su fe tradicional. La crisis de la que estos países están
aquejados es de orden mucho más material y cierta, en Asia especialmente,
figuran entre los más pobres del planeta. Esta situación, impugnable en
parte a las viejas potencias coloniales seguramente causa de grandes
sufrimientos, pero de forma general, no causa perjuicio a la dignidad humana,
aún siendo los más desfavorecidos. Porque el Islam confiere al hombre una
nobleza que la pobreza no borra y por lo mismo a veces realza. Es aquí
indudablemente, que, justo en la gran miseria, preserva el sentido de la vida
y guarda el sabor que le hace todavía digno de esta vivo.
Así es como en el mundo occidental prospera, pero desmoralizado, o en
la gran pobreza material de los
pueblos a los que se les llama
<tercer mundo>, el Islam constituye la respuesta más clara, la
más fundamental y la más categórica al
desafío moderno. A aquellos, individuos y sociedades, que lo aceptan y lo
ponen en práctica, les ofrece los remedios más saludables y los más
eficaces contra el mal de nuestro tiempo.
REFERENCIAS
Y TESTIMONIOS
LA FORMA MÁS PERFECTA
Con el nombre de Allah, Clemente y Misericordioso.
¡Por la higuera y el olivo!
¡Por el monte Sinaí!
¡Y por esta ciudad segura!
Ciertamente,
Nos hemos creado al hombre en la forma más perfecta; después lo hemos
devuelto al más vil descenso, salvo a aquellos que creen y hacen obras
buenas, pues a ellos está destinada una recompensa sin fin.
¿Qué es
pues, después de eso, que te hace calificar de mentira el Juicio?
¿Allah no es el más justo de los jueces?.
(Corán
XCV: Sura “La Higuera”)
LA UNIÓN
El Islam, es
la unión entre Allah como tal y el hombre como tal.
Allah como
tal: es decir, considerado no en tanto que se puede manifestar de tal forma y
en tal época, sino independientemente de la Historia y en tanto que Él es
quien es, como en tanto que ha creado y ha revelado por ser quien es.
El hombre
como tal: es decir, considerado no en tanto que ha venido a menos y que ha
necesitado de un milagro Salvador, sino en tanto que es una criatura a
“imagen de Allah”, dotado de una inteligencia capaz de concebir el
Absoluto, y de una voluntad capaz de elegir su camino.
Fritjof Shouon, Comprendre L’Islam, Seuil.
TRAMPOLÍN DE LA VIDA FUTURA
Vicario de
Allah y habiendo recibido de Él la tierra para gobernarla, teniendo de parte
de Él la obligación de hacer uso de su poder de reflexión y de razonar, el
hombre musulmán no está en ningún momento inclinado al desprecio y a la
ignorancia de las cosas de este mundo. Es requerido, por el contrario, para
organizar la Ciudad terrestre, y de hacer imperar la justicia y la paz, pero
sabiendo que esta Ciudad no es nada por ella misma, pues “todo perece” si
no es la “Faz de Allah”. (XXVIII, 88). La vida de aquí abajo es el trampolín
de la vida futura, la de después de la última Hora, la Resurrección y el
Juicio, la única estable, recompensa gloriosa para quien haya hecho el bien,
castigo terrible para quien haya desobedecido al “Altísimo”. Los bienes
de este mundo no son rechazados; el usufructo ha sido dado a los creyentes, de
los que pueden disponer y disfrutar, dentro de la fidelidad a la Ley de Allah
y estando convencido de su fragilidad. Disponer y disfrutar pero sin atar su
corazón, estando agradecido a Allah en la privación como en la abundancia,
bendiciéndolo en los triunfos y soportando pacientemente los reveses,
meditando en los testimonios de los profetas, y el ejemplo supremo que dejaron
hasta la consumación de los siglos, las enseñanzas y la vida del Profeta del
Islam.
Louis Gardet, LES HOMMES DE L’ISLAM. Hachette.
DIFAMACIÓN SECULAR
Ante la ola
materialista y la invasión de Occidente por el ateismo, tanto cristianismo
como judaísmo manifiestan su incapacidad para contenerlos. El uno y el otro
están en pleno desasosiego y, década tras década, ¿no ven gravemente
disminuida su resistencia a la corriente que amenaza llevárselo todo? El
materialismo ateo no ve en el cristianismo clásico más que un sistema
construido por los hombres después de cerca de dos milenios para asegurar la
autoridad de una minoría sobre sus semejantes. No se encontrará en las
escrituras judeocristianas un lenguaje que se parezca, ni de lejos, a los
suyos
(...)
¿Qué se habla del Islam? Sonríe con una suficiencia que no tiene igual más que en la pobreza de su conocimiento sobre el tema. Como la mayor parte de los intelectuales de Occidente, aquellos que sean los creyentes religiosos, tienen sobre ellos una oleada de ideas falsas impresionante. Bajo este punto de vista, hace falta concederles algunas excusas: primero, excepción hecha de la toma de posición más reciente por parte de las más altas instancias del catolicismo, el Islam será siempre, en nuestro país, el objeto de esto que se ha llamado “difamación secular”. Todo occidental que ha ahondado en su conocimiento sabe en qué punto su historia, su dogma, sus objetivos han sido disfrazados. Hace falta igualmente tener en cuenta el hecho de que los documentos publicados en lenguas occidentales sobre el tema, excepto los estudios muy especializados, no facilitan el trabajo de quienes se quieren instruir.