FRENTE AL DESAFÍO DE NUESTRO TIEMPO

  Roger Du Pasquier  

 

          Nada sobre la tierra parece escapar a la crisis que sacude al mundo moderno. No es suficiente hablar de crisis de civilización, pues el fenómeno ha tomado dimensiones “cósmicas”. Estos aspectos siniestros aparecen con una evidencia creciente propagándose la angustia.

 

         Ahora bien, el Islam ha sido dado a los hombres precisamente para ayudar a atravesar, sin perderse, esta última fase de la historia universal. La última Revelación del ciclo Profético, ofrece los medios para resistir el caos actual, de restablecer el orden y la claridad al interior de sí mismo, así como la armonía en las relaciones humanas, y de realizar el destino último al cual el Creador nos invita. El Islam se dirige al hombre, de quien tiene un conocimiento profundo y preciso, situando exactamente su posición en la creación y frente a Allah.

 

         El pensamiento moderno, por el contrario, no tiene un concepto antropológico bien definido y generalmente aceptado. Posee sobre el hombre una cantidad inmensa de nociones variadas, pero en su confusión y en sus divergencias, demuestra su incapacidad de dar una definición coherente de la condición humana. En ninguna otra civilización se había ignorado de una manera casi total, y casi sistemática, por qué nacemos, por qué vivimos y por qué debemos morir. Tal es la paradoja de esta civilización que, de partida, se tiene por humanista, es decir, que hace del hombre el principio y el fin de todas las cosas: siendo vaga la misma noción de hombre. El evolucionismo había hecho del hombre un mono perfeccionado, después la filosofía del absurdo, vino a quitarle lo poco de coherencia que le quedaba. El ser humano es en adelante semejante a un muñeco sacudido y desarticulado por un mecanismo puesto en marcha, pero que no ha llegado a controlar la agitación desordenada y el movimiento acelerado.

 

         Proclamación absurda, la vida sobre la tierra tiene definitivamente perdido su sentido. Esta ofrece al hombre multitud de posibilidades y de ventajas materiales las cuales las generaciones anteriores no osaron soñar, pero como se ignora lo que es en realidad un hombre y, por tanto, cuáles son sus aspiraciones más profundas, todas esas maravillas no le impiden hundirse en la desesperación.

 

         Por tanto, la civilización moderna ha proclamado abiertamente, y de todas las maneras posibles, que ella traerá la felicidad al género humano. La Revolución francesa tiene adoptada la declaración de los derechos del hombre y la Constitución americana pretende garantizar en cada ciudadano la “consecución de la felicidad”. El siglo XIX lo avala en todos los países occidentales y más allá de la gran idea de progreso, en virtud de la cual la edad de oro no está detrás, sino delante nuestra. Los hechos han dado, hace tiempo, las confirmaciones oportunas. Las condiciones materiales de las capas inferiores de la sociedad occidental han sido considerablemente mejoradas, el ejercicio de las libertades individuales está garantizado para todos, la ciencia ha dado al hombre moderno el sentimiento de ser incomparablemente más culto que los más sabios entre las generaciones anteriores, y el desarrollo técnico ha colocado entre sus manos los instrumentos de una fuerza insospechada anteriormente.

 

         En otro plano y en virtud de teoría psicológicas pretende haber descubierto, por fin, dónde si sitúa el verdadero centro de gravedad de la persona humana, es decir, al nivel del sexo, por ejemplo, se ha prometido a los individuos que podrían realizarse ellos mismos escapando a toda coacción y según sus inclinaciones. Es con mucho un pretexto suficiente para suprimir la moral heredada del pasado y considerarla, en lo sucesivo, como un revoltijo de prejuicios anticuados.

 

         Es así cómo el hombre moderno cree ser “adulto”, dejando claro que las generaciones de siglos pasados no acabaron de madurar. No necesita filósofos ni teólogos que les confirme en esta idea.

 

         Pero los hechos mismos han acabado por contradecir estas teorías.

 

         Ya, la Primera Guerra mundial y  los desastres que acarreó, habían dado serias advertencias al optimismo de los precursores de la nueva edad de oro. Esto no les ha impedido, sin embargo, con la vuelta de la paz, profetizar el más bello advenimiento de una era de paz, de justicia y felicidad, como si la horrible tragedia, con sus millones de víctimas no hubiera sido más que un contratiempo.

 

         La Segunda Guerra mundial, bastante espantosa ahora, hará saber a los hombres sobre las ilusiones y los peligros de las ideologías progresistas y más o menos ateas que prometen el bienestar por las vías exclusivamente profanas y materiales. Pero en lugar de diferenciar el carácter engañoso y desviarse para volver a los valores más espirituales y tradicionales, están, por el contrario, acelerando el movimiento de secularización. Si las promesas de bienestar no se llevan a cabo, los ideólogos del sistema no admiten, en absoluto, que son falacias infundadas, pues ellos mismos se han agarrado a las últimas tradiciones del orden antiguo y de sus ideas tradicionales, y que ellos mismos denuncian como obstáculos para la marcha del progreso y, por tanto, será pues urgente hacerla desaparecer.

 

         Los trastornos sociales no son más que un aspecto de este movimiento. Se acompaña de una subversión del orden moral y psíquico que pretende eliminar “prejuicios” y el espíritu “autoritario” que impedirá al hombre llegar a la plena liberación y por tanto a la felicidad.

 

         La realidad, especialmente aquella que se puede observar en la juventud hecha a las ideas “anti-autoritarias” es reveladora: según testimonios contrastados, el número de neuróticos, perturbados e intoxicados, no para de crecer, lo mismo que los casos de sumisión a ciegas a los sistemas ideológicos y a los líderes que van en contra de la libertad.

 

         Esta civilización que ha querido ser “humanista” ha llevado a un sistema que, al mismo tiempo, confunde al hombre y le engaña para, finalmente, destruirle. La civilización confunde al hombre porque le reduce a funciones materiales y cuantitativas de simple productor y consumidor; lo engaña porque le hace creer que, gracias al progreso, al desarrollo de la ciencia, a una mejor organización social y a la liberación de pasados “prejuicios” y de las coacciones heredadas del pasado, él obtendrá la felicidad y vencerá el sufrimiento, felicidad que, no obstante, es inherente a la condición humana; en fin, la civilización le destruye, corrompiéndolo, desintegrándolo y privando su vida de sentido y esperanza.

 

         Por otra parte, el sentimiento que el orden actual de las cosas –si se puede hablar de orden ante tal confusión- es una equivocación que parece se difunda siempre con ventajas, estando las ideologías modernas cada vez más por el espíritu de la negación, de la contestación y del nihilismo. Efectivamente, estas ideologías, incluido el marxismo, terminan siempre perdiendo su crédito, porque son impotentes para responder a nuestras preguntas más importantes sobre el sentido de la vida y sobre la razón de nuestra presencia en la tierra. Lo que acaba inevitablemente por hacerlas vanas e ineficaces, se ignora que el hombre, al fin y al cabo, se inclina por lo Absoluto y que en el fondo de sí mismo, consciente o inconscientemente, no busca otra cosa que eso.

 

         La condición humana no sabrá encontrar su justificación y su plena realización sobre la tierra, porque ello conlleva una aspiración esencial dirigida hacia la trascendencia. El hombre, a diferencia de otras criaturas, siente la necesidad fundamental de superarse a sí mismo y de buscar lo Absoluto que, sólo aquí abajo es capaz de concebir. Esto es porque todo lo relativo que tan abundantemente se le propone, le deja siempre vacío y con un sabor de boca amargo.

 

         Relevante es el hecho de que la “contestación” se está desarrollando especialmente en los países industrializados, con alto nivel de vida, donde todas las conquistas materiales están al alcance de cualquiera. Pero precisamente, la civilización moderna es inaceptable al hombre porque, le ofrece todo, salvo lo esencial, porque aparece desprovista de sentido. Jamás ha dispuesto el hombre de tantas y tan maravillosas posibilidades de distraerse, y jamás ha estado igualmente tan aburrido.

 

         Ante esta apatía,  las realizaciones extraordinarias de la ciencia y la técnica, como puede ser la televisión en color, las “conquistas” espaciales o el progreso de la medicina, no aportan ningún remedio verdadero. El hombre, en esta multiplicidad de objetos, se distrae, se dispersa o se disipa, pero no encuentra la verdadera paz del alma ni la certidumbre de cumplir aquí abajo el destino superior para el que ha sido creado.

 

         En las condiciones de locura de la vida moderna, las gentes capaces de reflexionar un poco, se dan más cuenta de que corren hacia el abismo. Implica una reacción perfectamente comprensible, muchos buscan la salvación fuera del mundo occidental promotor de una civilización desprestigiada. Las gentes se vuelven por tanto hacia las formas de misticismo oriental, el ocultismo o el yoga. Pero, con sus prisas, en su búsqueda ignora el Islam que, no obstante, pone a su disposición todos los medios para dar a su vida un sentido que responda a sus más profundas aspiraciones.

 

         El Islam no es occidental y sin embargo no sería justo considerarlo como exclusivamente oriental. Es extraño en el mundo específicamente moderno, y sin embargo, de todas las tradiciones sacras, es el mejor adaptado a las condiciones del ciclo cósmico que acaba. El Islam es sencillo y evidente, pero al mismo tiempo recela de los tesoros de la sabiduría mística y metafísica de las que se han nutrido a lo largo de generaciones místicos y santos.

 

         Por sus dimensiones horizontales y verticales, jamás se ha conocido verdaderamente  el Islam. Desde su aparición sobre la escena mundial, los cristianos no han dejado de calumniarlo  y vilipendiarlo por tener razones para combatirlos. Se han dado de él definiciones groseras de que sus señales se han quedado anticuadas en la mentalidad europea de hoy. Numerosos son ahora los occidentales para los que el Islam se reduce a estas tres nociones: fanatismo, fatalismo y poligamia. Existe indudablemente un público más cultivado de quienes las ideas sobre el Islam son menos aberrantes, pero raros son ahora aquellos que saben que esta palabra no significa otra cosa que “Sumisión a Allah”. Sintomático de esta ignorancia es el hecho de que,  en el espíritu de la mayor parte de los Europeos, Allah designará la divinidad de los musulmanes y no el Dios de los cristianos y judíos; están sorprendidos de oír, cuando insisten en decirles, que Allah significa “Dios” y que incluso los cristianos árabes no tienen otro nombre para implorarlo.

 

         Ciertamente el Islam ha sido objeto de estudio empujado por parte de los orientalistas occidentales que, en el transcurso de los dos últimos siglos, han publicado sobre él una literatura abundante y científica. Sin embargo, si estimables han podido ser sus trabajos, especialmente desde el punto de vista histórico y filológico, no pueden contribuir más a una mejor comprensión, en los medios cristiano o de origen cristiano, de la cultura musulmana, porque no han suscitado gran interés más allá de los círculos académicos especializados. De otra parte, es preciso admitir que los estudios orientales en Occidente no siempre están inspirados por el más puro espíritu de imparcialidad científica y no se negará que ciertos islamistas y arabistas actúan manifiestamente con la intención de desacreditar el Islam y a los musulmanes. Esta tendencia está particularmente marcada –por razones de una evidente claridad- en la época de los imperios coloniales, pero será exagerado pretender que ha desaparecido totalmente.

 

         He aquí algunas de las razones por las que el Islam ha quedado, hasta el presente, olvidado en occidente donde, cosa curiosa, las religiones asiáticas como el budismo y el hinduismo han suscitado, después de cerca de un siglo, una simpatía y un interés claramente más marcado, sabiendo que él mismo está más próximo del judaísmo y del cristianismo, siendo descendiente del mismo tronco abrahámico. Sin embargo, después de algunos años parece que las circunstancias externas, especialmente la importancia creciente de los países árabes-islámicos en las grandes áreas políticas y económicas del mundo, se encargan de crear en Occidente un interés creciente por el Islam, del que el descubrimiento es, por cierto, de horizontes insospechados.

 

         Significa “Sumisión a Allah”, el Islam expresa una visión universal que se encuentra en cierta manera, en las tradiciones sagradas. Porque toda tradición profética verdadera es forzosamente conforme a la voluntad de lo Absoluto divino. Por otra parte, el Islam puede ser también designado como la tradición profética de siempre, porque, se fundamenta en la doctrina de “La Unidad”, que es eterna, no ha aportado básicamente novedades, pero ha venido para restablecer la “religión” primordial y reafirmar la verdad intemporal.  

 

         Definitivamente, el Islam es también síntesis de la Revelación universal. Es la recapitulación de todos mensajes anteriores dirigidos a la humanidad por parte del Cielo. Esto le ha dado ese poder asombroso de poder integrar en una misma comunidad de creyentes a pueblos de origen étnico extremadamente diverso respetando a todos su personalidad.

         Por su esencia intemporal, el Islam es a la vez antiguo y moderno. Es antiguo ya que transmite una verdad ya conocida por la humanidad desde las primeras épocas, pero es moderno por los medios que ofrece a estas últimas épocas de vivir esta verdad.

 

         Esta “modernidad” se manifiesta en la sencillez de su enunciación y de sus principios doctrinales, de quien el primero y más fundamental se expresa en la Shahâda: lâ ilâha illa llâh, Muhammadun Rasûlullâh”. (No hay más verdad que Allah; Muhammad es su mensajero). Esta certificación de la Unidad de Allah, proclamada a la humanidad por la misión del Profeta Muhammad, s.a.s. completa una evidencia accesible al hombre moderno que, para ser musulmán no tiene necesidad de consentir unos misterios impenetrables a su razón.

 

         Indudablemente la Shahâda es en realidad una inclinación metafísica que la razón humana no sabrá completar, pero aporta una seguridad, la más fundamental que exista, esto es, el Absoluto se ha vuelto accesible al hombre por el mensaje profético. Ahora bien, el Islam está justamente designado como la senda de la certeza.

 

         En la confusión intelectual contemporánea mantenida en el agnosticismo de las escuelas filosóficas de moda, esta posibilidad ofrecida por el Islam de encontrar una certeza irrebatible es de un alcance inmenso, porque permite ya devolver su sentido al genero humano. Es providencial para el hombre que la ha hecho suya y que, por lo mismo, escapa de la incoherencia absurda de la civilización actual, insolidaria, llegando a evitar ser arrastrada en su carrera hacia al abismo.

 

         Así la Shahâda es la primera respuesta del Islam en el agnosticismo prometedor del mundo actual. Constituye un argumento fundamental superando los procesos discursivos del pensamiento humano y afirmando la Realidad absoluta de quien todas las cosas creadas dependen y no son por tanto más que expresiones relativas. Se comienza con una negación –Lâ ilâha, <partiendo de la divinidad> afirmando enseguida La Verdad –illâ llâh <no es “Dios”> mediante la cual coloca al hombre en una posición que, al mismo tiempo, le invita a la reflexión y le desafía al análisis.

 

          Verdaderamente, la Shahâda implica una evidencia reveladora. Para muchos, parece enigmática y desconcertante. Pero, para quien la toma como una iluminación o como continuación de un proceso de maduración intelectual es bastante más que un enunciado que invita a una decisión mental; compromete a la totalidad del ser humano.

 

         Proclamando la realidad absoluta exclusiva de Allah, la Shahâda implica la necesidad ineluctable de adaptarse a Él, de someterse a Su voluntad, este es el sentido exacto de la palabra Islam. Esto es, mientras que la segunda proposición, consecuencia a la vez lógica y providencial de la primera, toma todo su significado: Muhammadun Rasûlullàh, <Muhammad es el enviado de Allah>; no es el mejor medio de llevar a cabo esta conformidad y esta sumisión más que siguiendo el camino trazado por el Enviado.

 

         Seguir este camino es primero aceptar el Libro revelado, el Corán, y poner en práctica sus órdenes terminantes; es así como ajustarse a las enseñanzas y al ejemplo de aquel que tuvo el instrumento de la Revelación, Muhammad, s.a.s. Ser musulmán –muslim- es decir <<sometido a la voluntad de Allah>>, no es, en principio, otra cosa que eso.

 

         El reconocimiento de la realidad absoluta de Allah y la libre voluntad de someterse es suficiente para devolver todo su sentido a la vida humana, desvalorizada por la incredulidad y la confusión modernas. Pero no exige, en contrapartida, un precio desorbitado. El  enunciado de la Shahâda, profesión de adhesión fundamental, es de una simplicidad y de una evidencia notables, los otros elementos de la cultrua islámicas no exigen grandes esfuerzos intelectuales para ser comprendidas y aceptadas. En cuanto a la práctica del Islam, puede parecer sin duda penoso a ciertas individualidades refractarias a toda disciplina, pero, de hecho, es suficientemente fácil y flexible para adaptarse a todas las circunstancias de la vida, incluso en nuestra época, las obligaciones que impone no sobrepasan las fuerzas de cualquier ser humano dotado de un poco de buena voluntad. Al contrario, su cumplimiento es de una eficacia ampliamente demostrada para mantener un sano equilibrio del alma y del cuerpo.

 

         Es evidente, no obstante, que la práctica islámica, tan fácil, parecerá siempre apremiante a muchos de nuestros contemporáneos, pues el rechazo de toda disciplina, animados por las teorías psicoanalíticas, <anti-autoritarias> y otras ideas filosóficas de moda, es precisamente una característica de la mentalidad moderna. En cuanto a la posternación realizada durante el Salat, para expresar la voluntad del “orante” de someterse por entero a la Señoría divina, está más en contra que a favor del movimiento general de secularización y de <liberación> que, según un célebre dicho, no reconoce el hombre <ni dios, ni señor>.

 

         La práctica del Islam es también <Recuerdo> de Allah que, en el Corán (II,52), dice: “Acuérdate de Mí, y Yo me acordaré de ti”. Esto, evidentemente, está en contraste directo con la vida corriente de hoy que, se extravía en una multiplicidad insensata de distracciones, de preocupaciones y de angustias, olvidado sistemática y generalmente del Creador. Este recuerdo que impregna la vida musulmana, mantiene al hombre en comunicación con el centro de todas las cosas, mientras que el olvido hace de él un ser superficial sujeto a los aspectos cuantitativos exteriores y a la aceleración cósmica claramente perceptible desde el último cuarto del Siglo XX.

 

         El hombre típicamente moderno y secularizado es el exacto opuesto del “muslim”, el musulmán que se ha sometido a la voluntad de Allah. Incapaz de prosternarse y de adorar, sumergido por la oleada de posibilidades de una civilización cuantitativa que le ofrece todo salvo lo esencial, vive en un estado de insatisfacción el cual no llega a darle remedios eficaces a pesar de la cantidad y de la variedad inaudita de recursos a su disposición. Esta impotencia tiene por efecto acentuar su estado de rebelión contra las condiciones existentes y sobre todo contra los últimos vestigios del orden normal procedente de las tradiciones religiosas, es decir de “Dios”. Es por eso que se vuelve “el hombre rebelde” característica de nuestro tiempo.

 

         Así, a este “hombre rebelde”, Camus asigna todavía los valores espirituales y morales, los cuales están en adelante desprovistos de toda garantía que provenga de una trascendencia o de una fe religiosa; no tardan pues en disgregarse y volatilizarse. Se puede comprobar con el <contestatario> que, surgiendo en la fase siguiente, tiende a arruinar todo aquello que se parece todavía a un orden social y moral.

 

         Indudablemente, la <contestación> puede justificarse en la medida en que supone negativa a una civilización cuantitativa que reduce al hombre a las funciones de productor y consumidor, y por tanto incapaz de dar una satisfacción cualquiera a sus aspiraciones más profundas y vitales. Pero en la mayoría de los casos, el movimiento contestatario quiere precisamente sacar provecho de reacciones legítimas, especialmente aquellas de la juventud, para los fines de subversión y de destrucción. Acaba por crear un ser humano que no tenga más móvil para sus acciones que los instintos de su naturaleza carnal y vegetativa.

 

         El hombre caído en tal nihilismo está también, posiblemente, lejano del Islam. Como ha olvidado a Allah, Allah también lo ha olvidado. La condición humana, para él, no tiene verdadero sentido. No es hombre más que de manera accidental y fragmentaria.

 

         En cierta manera, quien ha llegado a este punto extremo del proceso moderno, se coloca más bajo que los animales mismos, los cuales están atados a las normas de su especie y no pueden pasar sus límites. Por esto guardan todavía una cierta inocencia, mientras que el hombre tiene la posibilidad de elevarse por encima de todos los seres creados, al mismo tiempo que perderse y caerse también en el último grado del descenso.

 

         En el lado opuesto del estado de rebelión y de contestación, el hombre musulmán tiene conciencia de ser creado por Allah quien le ha insuflado su espíritu y le ha encargado ser su testigo y su representante sobre la tierra. Así, de todas las criaturas, el hombre es el centro, quien manifiesta de forma más completa los atributos divinos. Toda la creación está virtualmente sometida, pero solamente en virtud del poder que él tiene llegado de Allah, hace que le deba entera sumisión.

 

         Tiene hecho del hombre su representante, su lugarteniente o su vicario, (como se traduce también, a veces, la palabra “Jalîfa”). Sobre la tierra, Allah le ha confiado una responsabilidad o un <depósito> (amâna) de quien, en la creación, sólo él ha osado hacerse cargo. El Corán se expresa sobre este tema en términos que la misma traducción nos deja sorprendidos:

 

         Si, Nos habíamos propuesto el depósito de la certeza a los cielos, a

la tierra y a las montañas. Aquellos han rehusado encargarse, ellos se han espantado.

Sólo el hombre se ha encargado, pero se ha vuelto injusto e ignorante. (Corán, XXXIII, 72)

 

         Este depósito tiene eso de temible que confiere al hombre la libertad de elegir entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, entre la sumisión y la rebeldía, entre el cielo y el infierno. Confiere toda su grandeza a la condición humana, pero es una grandeza que comporta un riego terrible, ya que el hombre se revela <injusto e ignorante>. El Islam le da precisamente los medios de pedir ese riesgo y de utilizar su libertad para hacer la elección que le lleve, por la sumisión, al bien, a la verdad, a Allah.

 

         Así, al agnosticismo contemporáneo incapaz de definir al hombre y las razones profundas de su presencia en la tierra, el Islam opone una antropología perfectamente coherente y que responde a las cuestiones más fundamentales que sean posibles hacer. Es importante, es esta consideración, realzar que el Islam apela a la inteligencia del hombre y no a su sentimentalismo. Pero se mueve con inteligencia en aquello que tiene de primordial, de <razonable> y de esencial y no de una capacidad de tener razonamientos complicados. Pues el Islam no se dirige a los <prudentes e inteligentes de este mundo>, pero sí al hombre que ha creado con su capacidad de concebir el Absoluto y de elegir libremente esto que le conforma y le conduce.

 

         Como el camino de la Verdad, el Islam devuelve todo su sentido a la condición humana que no se explica más que en función del Absoluto y aboliendo el absurdo nihilismo del mundo moderno. Reconcilia al hombre consigo mismo y con la creación, aportando también el remedio más eficaz al mal de nuestro tiempo.

         Este mal es, de cualquier forma, el resultado de la rebeldía de Iblis, el ángel caído, que el Corán relata en unos pasajes admirables, haciendo comprender a la vez el privilegio incomparable de la condición en la que el hombre ha sido puesto por Allah y el drama de su extravío y su decaimiento. Según este relato, Allah, después de crear a Adam, ordena a los ángeles prosternarse delante de Él. Todos los ángeles se prosternaron, a excepción de Iblis quien explica su negativa diciendo:

Yo soy mejor que él. Tu me has creado de fuego y a él lo has creado de arcilla”.

 

Tiene Allah que expulsarlo, y shaitan le pide:

 

“Concédeme un plazo hasta el día de la Resurrección”.

 

Y el plazo fue acordado. Iblis, desde entonces, aprovecha para desviar a los hombres de la vía recta:

 

         “Yo les hostigaré por delante y por detrás, sobre la derecha y la izquierda...”

 

Dijo Allah: Sal de aquí, despreciándolo y expulsándolo. Yo llenaré el Yahannam de ti y de todos los que te hayan seguido”. 

        

         Adam mismo cedió a la tentación. Pero se arrepintió, y Allah aceptó su arrepentimiento, prometiéndole, así como a su esposa, guiarlos: <Cualquiera que haya seguido su dirección no se extraviará y no se hará desgraciado>. (XX, 122)

 

         Esta dirección es la que siempre ha tomado diversas expresiones con el paso del tiempo de las cuales la forma última y definitiva es el Islam, tal cual nos llega de la Revelación hecha a Muhammad (s.a.s).. El Islam, como las tradiciones espirituales precedentes, permite escapar de la maldición terrorífica para los que sigan a Iblis, y cumplir la verdadera vocación humana que es la de someterse al Creador cumpliendo plenamente los privilegios y beneficios prometidos a la descendencia del primer hombre.

        

        Ciertamente Nos hemos dado nobleza a los hijos de Adam. Nos les hemos llevado sobre la tierra y sobre el mar. Nos le hemos concedido excelentes alimentos. Nos les hemos dado preferencia sobre muchos de los que hemos creado. (XVII, 70)

 

        El Islam, pues, no ha prohibido de ninguna manera a los hombres disfrutar plenamente de los beneficios que Allah otorga, atendiendo que sean reconocidos:

        ¡A vosotros que creéis! Comed de las cosas buenas que Nos os hemos concedido; dad las gracias a Allah, si es que lo adoráis. (II, 172)

 

    Tradición profética del equilibrio, hace la parte de aquí abajo como del Más Allá, entendiendo que la de aquí es preferible:

    Entre los mejores bienes que Allah te ha dado, busca la morada última. No descuides tu parte de la vida de este mundo. (XXVIII, 77)

        Y por cierto, el Más Allá es mejor para ti que la vida presente. (XCIII, 4)

 

        El Islam pone al hombre sobre el camino del Más Allá, preferible a todo lo que se puede imaginar aquí abajo, pero ofrece también los medios de sacar el mejor partido a la <vida presente> organizándola armoniosamente según el plan individual y colectivo, como se verá en los capítulos siguientes. Pues la voluntad de Allah, al que debemos sumisión, es que los hombres sean felices.

 

         Un hecho significativo a este respecto es que en árabe Islâm <sumisión está estrechamente ligado a Silm, o Salâm, paz>. En efecto, la sumisión a Allah proporciona la paz, condición para la felicidad.

 

         Quizás, se podrá objetar, que los musulmanes de hoy no dan precisamente esa imagen de felicidad y de paz. Al respecto habrá muchas respuestas, pero se limitará por el momento a algunas breves consideraciones antes de volver sobre la situación presente del mundo del Islam.

 

         Hace falta reconocer de antemano que todas las religiones están en crisis en nuestra época, incluido el Islam, pero seguramente está menos degradado que otras. Ninguna, en todo caso, estará juzgada equitativamente tomando como principal criterio la situación de los pueblos que la profesan. Los musulmanes son generalmente conscientes de vivir bastante alejados de las verdaderas ideas de la Revelación hecha a los Profetas y reconociendo muy gustosamente que, si ellos siguieran realmente los mandatos, toda su existencia sería transformada. El Islam no fue íntegramente puesto en práctica más que en su primera fase inicial, en la época del Profeta, s.a.s. y de los cuatro primeros califas <bien dirigidos> y la comunidad musulmana, la “Umma” conserva guardada para siempre la nostalgia de aquellos tiempos privilegiados. El Islam ha tenido, ciertamente, con el paso del tiempo buenos períodos de expansión y de fervor, pero nadie osará pretender que vivimos en el presente uno de ellos. Es evidente. Es exactamente lo contrario a la verdad: el mundo musulmán, como el mundo en general, está actualmente en un período de crisis y de decadencia de quien en la historia no encontramos equivalente.

 

         No se podrá negar sin embargo que a la vista de la crisis vivida por el Occidente industrializado, el mundo del Islam sufre un mal diferente a tener en consideración: sus fundamentos morales y espirituales no son contestados de la misma manera y, en su gran mayoría, la población de los países musulmanes guarda su fe tradicional. La crisis de la que estos países están aquejados es de orden mucho más material y cierta, en Asia especialmente, figuran entre los más pobres del planeta. Esta situación, impugnable en parte a las viejas potencias coloniales seguramente causa de grandes sufrimientos, pero de forma general, no causa perjuicio a la dignidad humana, aún siendo los más desfavorecidos. Porque el Islam confiere al hombre una nobleza que la pobreza no borra y por lo mismo a veces realza. Es aquí indudablemente, que, justo en la gran miseria, preserva el sentido de la vida y guarda el sabor que le hace todavía digno de esta vivo.

 

         Así es como en el mundo occidental prospera, pero desmoralizado, o en la gran pobreza  material de los pueblos  a los que se les llama <tercer mundo>, el Islam constituye la respuesta más clara, la más fundamental y la más categórica  al desafío moderno. A aquellos, individuos y sociedades, que lo aceptan y lo ponen en práctica, les ofrece los remedios más saludables y los más eficaces contra el mal de nuestro tiempo.     

 

 

REFERENCIAS Y TESTIMONIOS

 

LA FORMA MÁS PERFECTA

                                              

         Con el nombre de Allah, Clemente y Misericordioso.

         ¡Por la higuera y el olivo!

         ¡Por el monte Sinaí!

         ¡Y por esta ciudad segura!

        Ciertamente, Nos hemos creado al hombre en la forma más perfecta; después lo hemos devuelto al más vil descenso, salvo a aquellos que creen y hacen obras buenas, pues a ellos está destinada una recompensa sin fin.

        ¿Qué es pues, después de eso, que te hace calificar de mentira el Juicio?

         ¿Allah no es el más justo de los jueces?.

            

                                       (Corán XCV: Sura “La Higuera”)  

 

 

LA UNIÓN

 

    El Islam, es la unión entre Allah como tal y el hombre como tal. 

    Allah como tal: es decir, considerado no en tanto que se puede manifestar de tal forma y en tal época, sino independientemente de la Historia y en tanto que Él es quien es, como en tanto que ha creado y ha revelado por ser quien es.

    El hombre como tal: es decir, considerado no en tanto que ha venido a menos y que ha necesitado de un milagro Salvador, sino en tanto que es una criatura a “imagen de Allah”, dotado de una inteligencia capaz de concebir el Absoluto, y de una voluntad capaz de elegir su camino.

 

              Fritjof Shouon, Comprendre L’Islam, Seuil.

 

TRAMPOLÍN DE LA VIDA FUTURA

                         

    Vicario de Allah y habiendo recibido de Él la tierra para gobernarla, teniendo de parte de Él la obligación de hacer uso de su poder de reflexión y de razonar, el hombre musulmán no está en ningún momento inclinado al desprecio y a la ignorancia de las cosas de este mundo. Es requerido, por el contrario, para organizar la Ciudad terrestre, y de hacer imperar la justicia y la paz, pero sabiendo que esta Ciudad no es nada por ella misma, pues “todo perece” si no es la “Faz de Allah”. (XXVIII, 88). La vida de aquí abajo es el trampolín de la vida futura, la de después de la última Hora, la Resurrección y el Juicio, la única estable, recompensa gloriosa para quien haya hecho el bien, castigo terrible para quien haya desobedecido al “Altísimo”. Los bienes de este mundo no son rechazados; el usufructo ha sido dado a los creyentes, de los que pueden disponer y disfrutar, dentro de la fidelidad a la Ley de Allah y estando convencido de su fragilidad. Disponer y disfrutar pero sin atar su corazón, estando agradecido a Allah en la privación como en la abundancia, bendiciéndolo en los triunfos y soportando pacientemente los reveses, meditando en los testimonios de los profetas, y el ejemplo supremo que dejaron hasta la consumación de los siglos, las enseñanzas y la vida del Profeta del Islam.

 

                            Louis Gardet, LES HOMMES DE L’ISLAM. Hachette.

 

DIFAMACIÓN SECULAR

 

    Ante la ola materialista y la invasión de Occidente por el ateismo, tanto cristianismo como judaísmo manifiestan su incapacidad para contenerlos. El uno y el otro están en pleno desasosiego y, década tras década, ¿no ven gravemente disminuida su resistencia a la corriente que amenaza llevárselo todo? El materialismo ateo no ve en el cristianismo clásico más que un sistema construido por los hombres después de cerca de dos milenios para asegurar la autoridad de una minoría sobre sus semejantes. No se encontrará en las escrituras judeocristianas un lenguaje que se parezca, ni de lejos, a los suyos

(...)

    ¿Qué se habla del Islam? Sonríe con una suficiencia que no tiene igual más que en la pobreza de su conocimiento sobre el tema. Como la mayor parte de los intelectuales de Occidente, aquellos que sean los creyentes religiosos, tienen sobre ellos una oleada de ideas falsas impresionante. Bajo este punto de vista, hace falta concederles algunas excusas: primero, excepción hecha de la toma de posición más reciente por parte de las más altas instancias del catolicismo, el Islam será siempre, en nuestro país, el objeto de esto que se ha llamado “difamación secular”. Todo occidental que ha ahondado en su conocimiento sabe en qué punto su historia, su dogma, sus objetivos han sido disfrazados. Hace falta igualmente tener en cuenta el hecho de que los documentos publicados en lenguas occidentales sobre el tema, excepto los estudios muy especializados, no facilitan el trabajo de quienes se quieren instruir.