El ayuno de la generalidad de los musulmanes (‘umûm al-muslimîn)
consiste en abstenerse de lo que apetece al vientre y al sexo desde poco antes
de amanecer hasta que se pone el sol.
Pero entre los musulmanes hay una élite (jusûs
al-muslimîn), un grupo que se destaca de la masa porque es más exigente
consigo mismo y no sólo buscan cumplir con el ayuno como signo de obediencia a
Allah, sino que lo convierten en camino hacia Él. Estos, no sólo se privan de
comer, beber y mantener relaciones sexuales mientras dura la luz solar, sino que
aprovechan el ayuno para cerrar sus oídos, sus ojos, su lengua, sus manos, sus
pies y todo su cuerpo, es decir, se prohíben a sí mismos la realización de
cualquier acto que los aleje o aparte de Allah, concentrándose por completo en
el deseo de acercarse a Él practicando con rigor el Islam y el bien, la compasión,
la generosidad, y todas las demás cualidades nobles.
Por último, hay un tercer grupo al que llamaremos la élite de la élite
de los musulmanes (jusûs jusûs al-muslimîn),
que son aquellos que realmente conocen a Allah. Estos, no sólo se abstienen de
comer, beber o mantener relaciones sexuales durante el día, ni se privan de
toda acción deshonesta o vil, sino que su ayuno, en el fondo, consiste en que
sus corazones no digieren lo que no sea Allah, sus pensamientos sólo tienen a
Allah como reflexión, y abandonan todo su ser para consagrarse a su Señor.
Este es el ayuno de los profetas, los muy sinceros y los cercanos a Allah. Para
estos, pensar en comer anula el ayuno. No hay palabras para describir la
inmensidad de esta forma de ayunar, y sólo lo consiguen quienes están dotados
de una aspiración capaz de alzarse por encima de todas las cosas.
En este artículo vamos a tratar de la segunda forma de ayunar, la del jusûs,
que es el ayuno de la gente recta (los sâlihîn)
que no se limita a la forma exterior sino que también ayuna interiormente. Ese
ayuno es perfecto cuando cumple seis condiciones:
1- La primera condición consiste en no mantener la mirada puesta en lo
que entretenga al corazón y lo aparte de la concentración. Nos referimos sobre
todo a la mirada lasciva. De ella, el Profeta (s.a.s.) dijo: “La mirada es una
de las flechas envenenadas de Iblis. Quien deja de mirar así recibe de Allah la
potenciación en él de una sensibilidad espiritual cuya dulzura encontrará en
su corazón”. Ánas dijo que el Profeta dijo: “Cinco cosas rompen el ayuno:
la mentira, la maledicencia, la calumnia, el juramento falso y la mirada
lasciva”.
2- La segunda condición ha sido señalada en el último hadiz citado, y
consiste en atar la lengua de manera que no se explaye en mentiras,
maledicencias o calumnias, ni pronuncie juramentos falsos ni haga daño a nadie,
ni se apasione en pugnas, polémicas o querellas, evitando la pronunciación de
palabras desvergonzadas o desdeñosas así como los insultos. Al contrario, el
ayuno de la lengua consiste en practicar el silencio, la evocación del Nombre
de Allah y la recitación del Corán. Sufyân az-Zawri dijo: “La maledicencia
anula el ayuno”. Muŷâhid dijo: “Dos características invalidan el
ayuno, la maledicencia y la mentira”. El Profeta dijo: “El ayuno es un
escudo. Cuando ayunéis, no pronuncies palabras obscenas ni os expreséis como
los ignorantes. Si alguien te ataca o insulta, respóndele: ‘Estoy ayunando,
estoy ayunando’...”.
Se
cuenta que dos mujeres estaban ayunando pero llegó un momento en que no lo podían
resistir. Se apoderó de ellas un hambre y una sed atroces, y no sabían qué
les pasaba pues el ayuno no produce esas molestias tan extremas. Acudieron ante
el Profeta y le pidieron permiso para romper el ayuno, pero él les dijo:
“Vomitad en este recipiente lo que habéis comido”, y ellas y todos los
presentes se extrañaron ante sus palabras, pues no habían comido nada. Pero lo
intentaron y he aquí que vomitaron sangre coagulada y carne cruda, y en tal
cantidad que rebosó el recipiente que les fue ofrecido. Entonces, el Profeta
(s.a.s.) dijo: “Estas se han ayunado absteniéndose de lo lícito y han roto
el ayuno comiendo lo ilícito”. Quería decir que su ayuno había consistido
en dejar de comer y beber (que no es algo que esté prohibido, sino una práctica
espiritual durante Ramadán), y, sin embargo, no se habían abstenido de lo que
realmente les estaba prohibido, que eran las maledicencias y las calumnias, pues
durante el día se reunían para hablar mal de la gente. Al final, el Profeta
(s.a.s.), señalando al recipiente, dijo: “Esta es la carne de sus hermanos, a
los cuales han devorado con sus palabras”.
3- La tercera condición consiste en cerrar los oídos a todo lo que está prohibido escuchar. Todo lo que está prohibido decir (las maledicencias, las calumnias, las mentiras, los insultos, las palabras malsonantes) está igualmente prohibido prestarle atención. El Profeta (s.a.s.) igualó a los que se dedican a escuchar inconveniencias con quienes se nutren con veneno y alimentos impuros y en mal estado. El Corán condena “a los que prestan oído a las mentiras y se alimentan de venenos”. El Profeta (s.a.s.) dijo: “El malediciente y el que le escucha son socios en el delito”.
4-
La cuarta condición consiste en doblegar las manos y los pies, y el resto de
los miembros del cuerpo, evitando que cometan injusticias, maldades o
agresiones. Quien ayuna pero comete robos, se entrega a violencias, asiste con
gusto a ellos, etc., es como quien construye un palacio y destruye un país. Es
la actitud del tirano y el déspota, que quieren aparentar sensibilidad y devoción
cuando son unos criminales. Cada cual, en la medida de sus circunstancias, debe
evitar ser como el déspota que se asemeja a Faraón, dispuesto a satisfacer
todos sus apetitos destruyendo cuanto le rodea.
Abstenerse
de comer durante el ayuno no tiene una finalidad en sí mismo, no se trata de un
sacrifico, pues la comida, la bebida y las relaciones sexuales sólo dañan en
el exceso y el abuso, y el ayuno enseña a controlarse. Pero en sí no son un
mal, al contrario; pero, por el contrario, las injusticias y las agresiones sí
son pura maldad. Abstenerse de algo lícito y romper ese ayuno cometiendo lo
totalmente prohibido es absurdo. Es como quien deja de tomar una medicina porque
su consumo desmedido le puede dañar y quiere dosificarla pero, a la vez, la
sustituye tomando venenos. En atención a ello, el Profeta (s.a.s.) dijo: “¡Cuántos
de los que ayunan no sacan más que hambre y sed¡”, pues el ayuno no les
sirve de nada. Se trata del que ayuna externamente pero internamente se está
alimentando de lo Harâm, y lo Harâm es todo lo dañino: la
violencia, la injusticia, el robo, la deshonestidad, la avaricia, la usura, la
crueldad, y todo lo que el ser humano considera conductas viles pero de las que
pretende sacar algún provecho.
Ayunar
con las manos, los pies y el resto de los miembros del cuerpo quiere decir lo
que hemos señalado arriba: abstenerse de usarlo para conseguir una satisfacción
cometiendo delitos contra uno mismo y contra los demás.
5-
La quinta condición consiste en evitar los excesos durante las noches del
ayuno. Si durante el día se ha dejado de comer y beber, no debe aprovecharse la
noche para satisfacer vorazmente los apetitos. Las noches del ayuno son ocasión
para practicar la austeridad y evitar el derroche. El objetivo del ayuno es
vaciarse y quebrar al ego para fortalecer el corazón y éste salga de su
entierro bajo el peso del materialismo. Cuando el estómago es reprimido durante
el día, al atardecer estará ansioso, pero en lugar de satisfacerlo
desmedidamente hay que alimentar con sabiduría su hambre para que se vaya
acostumbrando a lo justo. Ese es el objetivo del ayuno que debe ser trasladado a
todas las inclinaciones del cuerpo y del ego.
La
sabiduría que hay en el ayuno es el esfuerzo que hay en él para debilitar las
fuerzas que son los medios de Shaitán con los que derrota al corazón. La plena
satisfacción de todas nuestras necesidades acomoda al cuerpo y lo invitan a la
dejadez, dejando de ser un instrumento del hombre. Cuando esa relajación es
combatida con la austeridad, y el esfuerzo va acompañado de paciencia y
perseverancia, su recompensa es una agilidad que permite marcarse metas
elevadas. Cuando Shaitán abandona un corazón, éste penetra en el Malakût
y contempla la esencia de la realidad en lugar de lo que sucede bajo el dominio
de Shaitán: el hombre se apega al mundo y se complace en él, convirtiéndose
en una bestia de carga.
La
Noche del Destino (Láilat al-Qadr) es una expresión que alude al
acceso al Malakût. En Ella, son descorridos los velos de la densidad y
la sutileza del ser humano entra en contacto con lo Sutil. Pero para ello no
basta tener el vientre vacío. Se debe estar realmente vacío para que en el
seno del hombre tenga cabida la inmensidad de lo infinito y lo eterno. Por
tanto, la austeridad es el complemento del ayuno.
6-
La sexta condición consiste en que cuando se rompa el ayuno al atardecer, además
de evitar los excesos y derroches, se debe sentir la incertidumbre de si habrá
servido o no el ayuno, si habrá sido o no aceptado por Allah. El deseo de que
el ayuno haya complacido a Allah es más importante que el ayuno en sí, y la
incertidumbre es el mecanismo que lo intensifica. La incertidumbre hace del que
ha ayunado alguien cuyo corazón está más pendiente de Allah que de sí mismo.
De la validez del ayuno depende que la persona sea alguien cercana a
Allah o alguien alejada de Él. Estar cerca de Allah significa acercarse a la
Misericordia que hace fructífero al ser humano, y estar lejos de Él significa
caer en la privación y la carencia de todo bien. La incertidumbre que no deja
saber si se está en un extremo o en otro debe ser el sello con el que el musulmán
culmine cualquiera de sus actos, para que la esperanza no lo haga arrogante ni
el miedo lo paralice. Estar entre la esperanza y el miedo hace de su vida un
constante avance.
Las virtudes que hemos enumerado deben acompañar al musulmán durante toda su vida y no solo durante un mes al año, pero aprovechar la veneración que produce Ramadán es una ocasión bendita para potenciarlas en el ánimo de modo que el corazón se vaya acostumbrando a ellas. Ramadán, así, es una oportunidad para concentrar la fuerza de la voluntad y asimilar como naturaleza propia esas virtudes esenciales para el carácter de quien se propone elevarse espiritualmente.