ISLAM Y OCCIDENTE EN UN MUNDO TRANSMODERNO

 

Las sociedades musulmanas se hallan cogidas en un movimiento de tenaza: constreñidas por una parte, por las fuerzas de la modernidad y la postmodernidad, y por la otra, por un tradicionalismo emergente, que toma a menudo una forma militante. A finales de los años cuarenta y en los cincuenta, cuando la mayoría de los países musulmanes consiguieron su independencia, la modernización –o más específicamente, el desarrollo de los patrones occidentales- era la panacea para todos los males sociales y económicos. Resultado: todos estos países se embarcaron en una rápida carrera hacia la modernización.

 

Pero las estrategias para la modernización, en todos los casos, chocaron con las sociedades tradicionales a las que se intentaban cambiar. Así fue abriéndose una brecha entre los defensores de la modernización, acompañada de occidentalización; y aquellos que trataban de preservar la cultura tradicional, el modo de vida y los valores de las sociedades islámicas. En la mayoría de los casos, los “tradicionalistas” veían la modernización y sus consiguientes políticas de “desarrollo”, como un ataque a su historia, modos de vida y cosmovisión. Para los “modernistas”, la occidentalización era principal medio para la supervivencia de los países musulmanes.

 

Sin embargo la modernidad está cediendo paso, en Occidente y fuera de él, a la postmodernidad y su corolario, la globalización, se propaga como nueva teoría de salvación. Los partidarios de la tradición están reaccionando ante este nuevo fenómeno, con la misma vehemencia, si no más, con la que lo hicieron ante la modernidad.

 

Los líderes modernistas, surgidos de la marcha de los poderes coloniales, han mantenido su dominio sobre las sociedades musulmanas gracias a un uso dispendioso de la fuerza, la persecución feroz de los líderes tradicionales y la adulteración y ridiculización del pensamiento tradicional y todo lo relacionado con él. La mayoría de las políticas económicas y de desarrollo puestas en marcha, se han visto coronadas por un rotundo fracaso y su consecuencia más visible ha sido la concentración de las riquezas nacionales en unas pocas manos. La postmodernidad, ha marginalizado aún más la tradición y las culturas tradicionales, fomentando la uniformización de la mentalidad de las comunidades históricas.

 

Estos factores han determinado la aparición, en todo el mundo islámico, de un nuevo tipo de tradicionalismo militante. Mucha gente tilda a los musulmanes de “fundamentalistas” por su creencia de que el Corán es literalmente la Palabra de Dios. Pero el fundamentalismo de este nuevo tradicionalismo militante, es una variante especial que insiste en una interpretación simplista del Islam, el cual sólo puede manifestarse en términos de un “estado islámico”. En este marco, la cosmovisión integradora, holística y teocéntrica del Islam, se transforma en un orden totalitario y teocrático, en el que un dios moral y persuasivos es reemplazado por un dios coercitivo y político.

 

El mundo musulmán se debate pues entre las fuerzas combinadas de una modernidad secular y agresiva y un postmodernismo relativista que se bate contra un tradicionalismo igualmente agresivo. Esta disputa se manifiesta de manera evidente en países como Pakistán, Egipto y Sudán. Aunque también está presente en países que no figuran en portada de los medios de comunicación: Argelia, Bangla Desh, Malasia, Arabia Saudí e incluso en las repúblicas musulmanas de Asia Central. Estas fuerzas tiran de las sociedades musulmanes en direcciones opuestas, amenazando con su fragmentación. Y Occidente no es ajeno a este estado de cosas.

 

Para los partidarios de la modernidad, las sociedades tradicionales “viven en el pasado”; y este atraso está íntimamente unido a sus principios esenciales, es decir, que su incapacidad para el cambio forma parte de su naturaleza. La tradición por lo tanto, es el principal obstáculo para el desarrollo y la modernización. Los textos clásicos del desarrollo argumentan que la tradición debe ser abandonada o suprimida si es necesario, como única forma de coger el tren del desarrollo y “alcanzar a Occidente”. Y, en nombre del desarrollo y del progreso, las culturas tradicionales han sido desarraigadas, desplazadas, suprimidas o aniquiladas. El postmodernismo por su parte, ve a la tradición únicamente como un peligro; asociada a menudo al “esencialismo” como concepción puritana de una sociedad ideal, cuya veracidad histórica es más que discutible.

 

Pero si dejamos hablar a las sociedades tradicionales, comprenderemos que su vivencia de la tradición no se acomoda a estas valoraciones. Para ellas la tradición no es algo históricamente estático. Por el contrario, recrean y renuevan la tradición constantemente, ya que, para estas sociedades, lo que no cambia deja de ser tradicional. Pero la tradición cambia de una manera específica, dentro de sus propios parámetros, a su propio ritmo y en una dirección elegida. Y hay una buena razón para ello. Si la tradición pierde su carácter estructurados, deja de ser significativa. Cuando la tradición es preservada y recreada, todo su contenido puede cambiar. Y este cambio tendrá auténtico significado, ya que se desarrollará dentro de un marco integrado, rodeado del sentido de la continuidad que la tradición proporciona. Además, es un proceso que puede ser evaluado y tamizado de lo circunstancial; adaptaciones que operan en sintonía con los valores preservados por la propia tradición. Por lo tanto, las sociedades tradicionales no viven la tradición como algo que les conduzca al pasado, por el contrario, las empuja hacia delante, manteniendo su identidad, hacia un futuro transmoderno.

 

¿Qué significa un futuro transmoderno? Para explicarlo es necesario distinguir entre postmodernidad y transmodernidad. La postmodernidad representa aquello que viene tras la modernidad; por eso ha sido descrita en ocasiones como “la lógica del tardo-capitalismo”, ha seguido una trayectoria lineal que, arranca con el colonialismo, continúa con la modernidad y desemboca en la postmodernidad o postmodernismo; por ello no extraña el antagonismo radical entre postmodernismo y tradición.

 

El postmodernismo afirma que todas las grandes ideas que han configurado nuestra sociedad, como la religión, la razón, la ciencia, la tradición, la historia, la ética, el marxismo, etc.; no resisten un escrutinio filosófico. La verdad no existe, y todo aquello que nos prometa la certidumbre total es una farsa. Debe ser abandonado.

 

Es más, el postmodernismo sugiere que no existe una realidad última. Vemos lo que queremos ver, lo que nuestra posición espacio-temporal nos permite, enfocados por nuestra percepción histórico-cultural. En lugar de realidad, lo que tenemos es un océano de imágenes; un mundo donde la distinción entre imagen y realidad se ha perdido. El postmodernismo postula el mundo como un videojuego: seducidos por el espectáculo nos hemos convertido en personajes en el videojuego global cuyo camino cambia erráticamente de dirección, luchando en guerras ciberespaciales, haciendo el amor con bits de información. Flotamos en un mar de imágenes e historias que conforman nuestra percepción y nuestra “realidad” individual.

 

El transmodernismo va más allá de la modernidad; trascendiéndola. A diferencia del postmodernismo, no es una proyección lineal. Podemos entenderlo mejor con la ayuda de la “teoría del caos”. En todo sistema complejo –sociedades, civilizaciones, ecosistemas, etc.- existen muchas variables independientes interactuando de infinitas formas. La teoría del caos nos muestra que los sistemas complejos tienen la capacidad de crear orden a partir del caos. Esto se produce en un punto de equilibrio, denominado “límite del caos”, en el cual, el sistema se encuentra en un estado de animación suspendida entre la estabilidad y la disolución total en el caos. En este punto, cualquier factor puede empujar al sistema hacia uno u otro lado. Sin embargo, en el límite del caos, los sistemas complejos tienen la capacidad de autoorganizarse espontáneamente en un orden superior; en otras palabras, el sistema “evoluciona” de manera espontánea hacia un nuevo modo de existencia. El transmodernismo es la transferencia de la modernidad desde el límite del caos hacia un nuevo orden social. Así pues, el transmodernismo y la tradición no son dos cosmovisiones opuestas, sino una síntesis novedosa de ambos. Las sociedades tradicionales utilizan su capacidad para el cambio, haciéndose transmodernas sin perder su identidad a pesar de ello. Ambos términos de la ecuación son importantes: el cambio se produce y se consolida, mientras que los principios de la tradición, fuente de su identidad y espiritualidad, permanecen inalterables. Podemos definir un futuro transmoderno como una síntesis entre una tradición que estructura la existencia –y que es susceptible de cambio y transición- y una nueva forma de modernidad que respeta los valores y los estilos de vida de las culturas tradicionales. Es en este sentido en el que las comunidades tradicionales no son premodernas, sino transmodernas. Dado que la mayor parte del mundo musulmán está compuesto por sociedades tradicionales, que extraen de su tradición su fuerza vital, podemos considerarlo como transmoderno antes que pre-moderno.

 

La mayoría de los políticos, burócratas y gobernantes no se dan cuenta de esto. La razón es que cuando las tradiciones cambian, el cambio no puede ser percibido por los extraños. Por lo tanto, los observadores pueden mantener su moderna o postmoderna aversión hacia la tradición, sin darse cuenta de lo que está ocurriendo delante de sus ojos. El mundo contemporáneo proporciona a la tradición la oportunidad de avanzar, sin dejar de ser lo que siempre ha sido, una fuerza adaptativa. El problema es que, la adaptación, por mucha que sea, no la libera del yugo de la marginalidad, la incomprensión y la tergiversación. No hay nada que pueda destronar la idea fija que de la “tradición” tiene el mundo occidental.

 

Occidente ha mirado al Islam a través del cristal de la modernidad, concluyendo que se trata de un sistema negativo y cerrado. Nada más alejado de la realidad. El Islam es un sistema abierto y dinámico con un amplio fondo común con Occidente. Pero para darse cuenta de esto, hay que mirar al Islam con la perspectiva del transmodernismo y entenderlo a partir de sus propios conceptos y categorías. El sentido del consenso y las modalidades del cambio están en el núcleo más íntimo del Islam. Hay que tener en cuenta los conceptos y valores  fundamentales que conforman las metas de una sociedad musulmana. Estos conceptos incluyes nociones tales como tawhîd (unicidad), jilafa (fideicomiso, califato), iÿtihâd (razonamiento sostenido), iÿma’ (consenso), shura (consulta, asamblea) e istislâh (interés común). Normalmente, tawhîd se traduce como unicidad de Allâh; haciéndose extensivo a la unidad de la humanidad, del hombre y la naturaleza, del conocimiento y de los valores. Del tawhîd surge el concepto de jilafa: el ser humano no es independiente de Allâh, pero es responsable de sus pensamientos y acciones frente a Allâh. Implica que el ser humano no tiene el derecho exclusivo sobre nada y que es el encargado de preservar la integridad de la morada que sostiene su existencia terrestre. Jilafa, el califato, hace asimismo responsables a los líderes políticos, no sólo ante Allâh, sino ante los demás califas la umma (la comunidad de los musulmanes en su totalidad). El cambio político del estado y de la sociedad viene de la mano del iÿtihâd, mediante el cual, y a lo largo de la historia del Islam, este se ha ido adaptando a los cambios, ha renovado la tradición y ha ido introduciendo ideas progresistas en la umma (. Y esta debe ser consultada en virtud de la shura y su consenso –iÿmâ’- necesarios para la legitimación de cualquier cambio e innovación. Desde siempre, el cambio debía reflejar el interés de la comunidad –istihlâh-. A la luz de estos conceptos nucleares del Islam, resulta difícil reconocer esa imagen de sistema cerrado, negativo y regresivo que se le achaca.

 

La brutalidad con la que la modernidad ha sido introducida en el mundo musulmán, y la violencia con la que se ha suprimido la tradición, han impedido la aplicación de estos valores islámicos fundamentales. Es una constante en todas las sociedades islámicas el deseo de avanzar a través de estos mecanismos para dar el salto desde una modernidad instrumental hacia una lúcida transmodernidad. Estos conceptos consustanciales al islam – iÿtihâd, iÿmâ’ y shura – deben ser la base para el desarrollo de modelos políticos y de cambio social que se basen en las necesidades y aspiraciones de todos los musulmanes. La reflexión teórica en torno a esto ha sido continua en los últimos veinte años, y parece que empieza a dar sus frutos. Un marco transmoderno de discusión, realzaría las posibilidades del mundo islámico para avanzar hacia conductas democráticas, basadas en políticas consensuadas y responsables, y formas de gobierno transparentes. Para desarrollar este marco transmoderno de debate, hay que pensar el mundo islámico más allá de la estrechez mental de sus gobiernos. La mayoría de los países musulmanes están gobernados por ultramodernistas o por ultra-tradicionalistas –y ambos son incapaces de vislumbrar siquiera el punto de vista transmoderno- No es a ellos a los que dirigimos estos planteamientos sino a los musulmanes corrientes –incluyendo a ulemas, escritores, activistas, académicos, periodistas, etc.- La mayoría de los musulmanes y musulmanas (éstas especialmente) están deseosos de transformaciones y mantienen una actitud crítica pero positiva hacia Occidente que, si variase su mirada hacia el Islam desde la perspectiva transmoderna implicando a su población, se abriría todo un mundo de posibilidades hacia una fructífera síntesis de ambos mundos. Por desgracia, no parece que la visión europea del Islam vaya más allá de la tesis unidimensional del “choque de civilizaciones” o del “fin de la historia”. El transmodernismo no habla de enfrentamiento, o de un falso sentido de grandeza propia, sino de simbiosis entre islam y occidente. Su meta es sustitución de la globalización homogeneizadora por lo que Anwar Ibrahim denomina “convivencia global”, es decir, la enriquecedora y armoniosa experiencia de vivir juntos.

 

Ziauddin Sardar.

Fuente: Islamonline.

Traducción: Musulmanes Andaluces