SIDNA ADAM 

(‘alaihi as-salam)

 

        Los nómadas de los desiertos de Arabia del siglo VII se movían en el marco de la cultura de los pueblos semitas. Por ello, estaban relativamente familiarizados con los relatos tradicionales de ese entorno con los que se explicaba el origen del mundo y la historia. Dichas narraciones pertenecían al patrimonio cultural de esos pueblos del Creciente Fértil. El Qur’an, con frecuencia los recoge, pero debemos advertir sobre la intención con la que el Libro trata estos temas. En primer lugar, los da por asumidos, y los convierte en signo y demostración de las enseñanzas del Islam. Pero al aceptarlos, el Qur’an se presenta a sí mismo como continuación de los mensajes arquetipos universales: se evita en lo posible concretar el relato para permitir adentrarse en su dimensión trascendente. Dejan de ser hechos para ser expresión de un modo de significados internos. Es decir, el Qur’an recibe esas historias y las desentraña, se interesa más por su significación que por su literatura. El Islam, al absorber las tradiciones de su entorno, al buscarles su sentido último, da un enorme paso hacia delante: se abre, es decir, se convierte en búsqueda de la sabiduría, “aunque los recipientes sean impuros” como decía Muhammad (s.a.s.). El Qur’an no elabora una “Historia Sagrada”, es como si cualquiera le sirviera, pues su meta es la de descubrir la acción de Allah en todo. En este sentido, el Islam es esencialmente antiguo, la humanidad entera es su raíz.

 

        El primer Hombre es llamado por el Qur’an Ádam (Adán); es el hombre universal, el primero y síntesis de lo humano. Por ello, ya aparece como Nabí (profeta). Con ello se alude a la naturaleza fundamental del hombre, su aspiración a la trascendencia. Allah crea al Hombre con la intención de hacer un califa, un ser soberano. Introduce en la creación la “conciencia de si mismo”, con la que el hombre se alza y aspira a Allah. Con el hombre se cierra el círculo de la creación, se cumple su objeto, que es el de expresar a Allah. En el Qur’an se cuenta que Allah comunicó a los Malayka (sus primeras criaturas, meros realizadores de su voluntad y por ello seres de luz) su deseo de colocar en la Tierra a un califa, a un ser libre y, por ello, capaz de comprender realmente a Allah, que es Uno y Libre. Los Malayka considerándose los más dignos del rango, se preguntaron cómo podría ensalzar Allah a una criatura que derramaría sangre y destruiría la Tierra. La respuesta que Allah les da es enigmática: “Yo sé lo que vosotros no sabéis”. Creó al hombre de arcilla de alfarero, es decir, una combinación de los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire (pues al final sopló en la vida). Se alude con ello al carácter universal del ser humano, pues encierra en sí todo aquello con lo que está hecho el Universo. Todo ello está resumido en la inteligencia, con la que abarca todo lo creado; Allah comunica al hombre los Nombres, es decir, el lenguaje articulado como signo de la razón humana con la que el hombre definitivamente se abre a todo lo que le rodea.

 

        Sólo Allah es Uno  y es Creador. Extrajo de Ádam a su pareja (Hawa o Eva, cuyo nombre femenino no aparece en el Qur’an). La diferenciación sexual aparece como algo posterior. En las tradiciones sufis, Hawa es el Nafs, el sentido del yo, pareja inseparable del ser humano, con el que toma conciencia de si mismo y se hace posible su califato. El relato según el cual Eva era creada a partir de una costilla de Ádam, no aparece en el Qur’an, pero sí circunstancialmente en la Sunna.

 

        Sidna Ádam (a.s.), el Ser Humano, por todos los secretos que Alllah depositó en él, es la criatura más noble. Así, Allah ordenó incluso a los Malayka posternarse ante él en señal de reconocimiento de su soberanía. Es entonces cuando aparece un personaje siniestro: Iblis, arquetipo de la arrogancia (no es un Málak de luz, sino un ÿinn hecho de fuego), que se niega a inclinarse ante nada. Se inicia así el conflicto: el deseo innato de trascendencia y el apego soberbio a lo que se es. Iblis jura intentar arrastrar al hombre hacia su fuego.

 

        La historia del árbol prohibido en el Jardín en el que habitaba Ádam y su pareja, en el que eran absolutamente libres, se refiere a esa necesidad de establecer en la vida del hombre una elección. El ser humano está en tensión, es desafiado por Allah y por Iblis, y se deja llevar finalmente  por lo más fácil. Come del árbol y como consecuencia es expulsado del ÿanna. Comienza entonces su verdadera misión, la lucha sobre la Tierra y el retorno de Allah. Cada uno de sus momentos reproduce esta historia, la vida de Ádam es la de cada ser humano, con la promesa final de Allah de volverse siempre hacia el que mira en su dirección.

 

        Debemos destaca importantes elementos de diferenciación con respecto al análisis de la tradición cristiana de esta misma historia:

1.      La Biblia es un libro que pretende contar la historia objetiva de un pueblo concreto que se considera elegido y excluye a los demás porque entiende que es heredero primogénito de un dios personal. El Qur’an en absoluto tiene esta pretensión. La historia de Sidna Ádam es una imagen que pasa a formar parte del tesoro cultural de los musulmanes. Jamás los musulmanes han visto conflicto alguno entre el relato coránico y cualquier explicación científica de los orígenes de la humanidad. Como anécdota, debemos referir que incluso comentaristas muy antiguos, previos a cualquier discusión sobre la historicidad de Sidna Ádam, han visto –por ejemplo- en las sospechas de los Malayka con respecto al hombre el indicio de la posible existencia de una humanidad anterior (“...que habrían derramado sangre” y corrompido la Tierra). Es decir, los musulmanes han sido elásticos a la hora de interpretar la historia y no la convertido en un dogma de fe, en una explicación definitiva, en una referencia objetiva a los orígenes de la humanidad; sino que han visto en ella lo que precisamente pretende el Qur’an, que es la referencia a lo esencialmente humano.

 

2.      Otro punto importante que diferencia el entendimiento musulmán del cristiano es el relativo al de noción de “pecado original”. No existe, ni por asomo, esa teoría dentro de la visión islámica de la naturaleza del hombre. Mientras que el cristianismo destaca la caída, el Islam se centra en el califato. Para los musulmanes Ádam es fundamentalmente Nabí, el hombre en tanto que permanentemente movido por el deseo de trascender. El hombre no es “una caña partida” en su interior, sino que lleva el germen de la grandeza y un destino que cumplir. De este modo, los Malayka se inclinaron ante él y, también por ello, se ganó el hombre un enemigo, Iblis. Su misión en la Tierra no es la de penar por una falta, sino la de realizar su obra. Allah dice: “hemos honrado al hombre”, lo que corrobora su cualidad de califa.

 

3.      Iblis o Shaytán no es el demonio de los cristianos, sino un complejo cúmulo de rasgos psicológicos personalizados en una figura legendaria, y que cumple la función de evidenciar esa distancia entre el hombre y lo que nos arrastra lejos de Allah y del bien, (el significado literal del término “Shaytán” es “el que está lejos”). Shaytán no es la personificación del mal ni da cuerpo a los miedos del hombre: es ésta una noción fundamental para que el término árabe no sea utilizado en un sentido que no conlleva. Shaytán es ausencia de Allah; por ello se dice que cuando Allah es recordado Shaytán se desvanece por completo, no tiene consistencia alguna. Jamás la terrible literatura cristiana sobre el demonio hubiera sido posible en el Islam, simplemente porque se trata de un tema que nada tiene que ver con la “espiritualidad” musulmana. Mientras que dios y el demonio son criaturas elaboradas por una religión incapaz de profundizar en la esencias, el Islam las reconoce fácilmente y las sugiere sin deformarlas.