El arte islámico en el Mediterráneo
En
estos países, dotados de civilizaciones diversas y antiguas, fue surgiendo a
finales del siglo II/VIII un nuevo arte impregnado de las imágenes de la
cultura islámica, que acabó imponiéndose en menos de cien años. Este arte
dio origen a todo tipo de creaciones e innovaciones basadas en la unificación
de las fórmulas y los procesos tanto decorativos como arquitectónicos de las
diversas regiones, inspirándose simultáneamente en las tradiciones artísticas
sasánidas, grecorromanas, bizantinas, visigóticas y beréberes.
El
primer objetivo del arte islámico fue servir tanto a las necesidades de la
espiritualidad islámica como a los diversos aspectos de la vida socioeconómica.
Y así aparecieron nuevos edificios destinados a las prácticas del Islam, como
las mezquitas y las zawiyas. Por este motivo, la arquitectura desempeñó un
papel central en el arte islámico, ya que gran parte de las otras artes están
ligadas a ella. No obstante, al margen de la arquitectura, apareció un abanico
de artes menores que encontraron su expresión artística a través de una
amplia variedad de materiales, tales como la madera, la cerámica, los metales o
el vidrio, entre otros muchos. En el caso de la alfarería, se recurrió a una
amplia variedad de técnicas, entre las cuales sobresalen las piezas
policromadas y lustradas. Se fabricaron también vidrios de gran belleza, alcanzándose
un alto nivel en la realización de piezas adornadas con oro y esmaltes de
colores brillantes. En la artesanía del metal, la técnica más sofisticada
fue el trabajo en bronce con incrustaciones de plata o cobre. Se confeccionaron
también tejidos y alfombras de alta calidad, con diseños basados en figuras
geométricas, humanas y de animales. Los manuscritos iluminados con
ilustraciones en miniatura, por otra parte, representan un avance espectacular
en las artes del libro. Toda esta diversidad en las manifestaciones menores
refleja el esplendor alcanzado por el arte islámico.
Sin
embargo, el arte figurativo quedó excluido del ámbito del Islam, lo cual
significa que permanece marginado con respecto al núcleo central de la
civilización islámica y que solo es tolerado en su periferia. Los relieves son
poco frecuentes en la decoración de los monumentos, mientras que las esculturas
son casi planas. Esta ausencia se ve compensada por la gran riqueza ornamental
de los revestimientos de yeso tallado, paneles de madera esculpida y mosaicos de
cerámica vitrificada, así como frisos de muqarnas (mocárabe). Los elementos
decorativos sacados de la naturaleza hojas, flores, ramas están estilizados al
máximo y son tan complicados que casi no evocan sus fuentes de inspiración. La
imbricación y la combinación de motivos geométricos, como rombos y polígonos,
configuran redes entrelazadas que recubren por completo las superficies, dando
lugar a formas llamadas "arabescos". Una innovación dentro del
repertorio decorativo fue la introducción de elementos epigráficos en la
ornamentación de los monumentos, el mobiliario y todo tipo de objetos. Los
artesanos musulmanes recurrieron a la belleza de la caligrafía árabe, la
lengua del Noble Libro, el Corán, no solo para la trascripción de los versos
coránicos, sino simplemente como elemento decorativo para la ornamentación de
los estucos y los marcos de los paneles.
El
arte estaba también al servicio de los soberanos. Para ellos los arquitectos
construían palacios, mezquitas, escuelas, casas de baños, caravansarays
y mausoleos que llevan a menudo el nombre de los monarcas. El arte
islámico es, sobre todo, un arte dinástico. Con cada soberano aparecían
nuevas tendencias que contribuían a la renovación parcial o total de las
formas
artísticas, según las condiciones históricas, la prosperidad de los
diferentes
reinos y las tradiciones de cada pueblo. A pesar de su relativa unidad, el arte
islámico permitió así una diversidad propicia a la aparición de diferentes
estilos, identificados con las sucesivas dinastías.
La
dinastía omeya (41/661-132/750), que trasladó la capital del califato a
Damasco, representa un logro singular en la historia del Islam. Absorbió e
incorporó el legado helenístico y bizantino, y refundió la tradición
clásica
del Mediterráneo en un molde diferente e innovador. El arte islámico se formó,
por tanto, en Siria, y la arquitectura, inconfundiblemente islámica debido a
la personalidad de los fundadores, no perdió su relación con el arte cristiano
y bizantino. Los más importantes monumentos omeyas son la Cúpula de la Roca de
Jerusalén, el ejemplo más antiguo de santuario islámico monumental; la
Mezquita Mayor de Damasco, que sirvió de modelo para las mezquitas posteriores;
y los palacios del desierto de Siria, Jordania y Palestina.
Cuando
el califato abbasi (132/750-656/1258) sustituyó a los omeyas, el centro político
del Islam se trasladó desde el Mediterráneo hasta Bagdad, en Mesopotamia. Este
factor influyó en el desarrollo de la civilización islámica, hasta el punto
de que todo el abanico de manifestaciones culturales y artísticas
El
reinado de los fatimíes (296/909-567/1171) representa un período notable en
la historia de los países islámicos del Mediterráneo: el Norte de África,
Sicilia, Egipto y Siria. De sus construcciones arquitectónicas permanecen
algunos ejemplos como testimonio de su gloria pasada: en el Magreb central, la
Qal'a de los Bani Hammad y la mezquita de Mahdia; en Sicilia, la Cuba (Qubba)
y la Zisa (al-‘Aziza), en Palermo,
construidos por artesanos fatimíes bajo el reinado del rey normando Guillermo
II; en El Cairo, la mezquita de al-Azhar es el ejemplo más prominente de la
arquitectura fatimí egipcia.
Los
ayyubíes (567/1171-648/1250), quienes derrocaron a la dinastia fatimí de El
Cairo, fueron importantes mecenas de la arquitectura. Establecieron
instituciones islámicas (medersas, janqas) para
la propagación del Islam sunní, así como mausoleos y establecimientos de
beneficencia social e imponentes fortificaciones derivadas del conflicto
militar con los cruzados. La ciudadela siria de Alepo es un ejemplo notable de
su arquitectura militar.
Los
mamelucos (648/1250-923/1517), sucesores de los ayyubíes que resistieron con
éxito a los cruzados y a los mongoles, consiguieron la unidad de Siria y Egipto, y construyeron un imperio fuerte. La
riqueza y el lujo que reinaban en la corte del sultán mameluco de El Cairo
fueron la causa principal de que los artistas y arquitectos llegaran a
desarrollar un estilo arquitectónico de extraordinaria elegancia. Para el
mundo islámico, el periodo mameluco señala un momento de renovación y
renacimiento. El entusiasmo de los mamelucos por la fundación de instituciones
islámicas y por la reconstrucción de
las existentes los sitúa entre los más grandes impulsores del arte y la arquitectura en la historia del Islam.
Constituye un ejemplo típico de este periodo la Mezquita de Hassan (757/1356),
una mezquita funeraria de planta cruciforme en la que los cuatro brazos de la
cruz están formados por cuatro iwans
que circundan un patio central. Anatolia fue el lugar de nacimiento
de dos grandes dinastías islámicas: los selyukíes (571/1075-718/1318),
quienes introdujeron el Islam en la región, y los otomanos (699/12991
340/1922), quienes pusieron fin al imperio bizantino con la toma de
Constantinopla, consolidando su hegemonía en toda la región.
El
arte y la arquitectura selyukies dieron lugar a un floreciente estilo propio a
partir de la fusión de las influencias provenientes de Asia Central, Irán,
Mesopotamia y Siria con elementos derivados del patrimonio de la Anatolia
cristiana y la antigüedad. Konya, la nueva capital de la Anatolia Central, al
igual que otras ciudades, fue enriquecida con numerosos edificios construidos en
este nuevo estilo selyukí. Son numerosas las mezquitas, madrasas,
turbets y cararavansarays que han llegado hasta nuestros días,
lujosamente decorados por estucos y azulejos con diversas representaciones
figurativas.
A
medida que los emiratos selyukíes se desintegraban y Bizancio entraba en
declive, los otomanos fueron ampliando rápidamente su territorio y trasladaron
la capital de Iznik a Bursa y luego otra vez a Edirne. La conquista de
Constantinopla en 858/1453 por el sultan Mehmet II imprimió el necesario
impulso para la transición desde un estado emergente a un gran imperio,
una superpotencia cuyas fronteras llegaban hasta Viena, incluyendo los Balcanes
al oeste e Irán al este, así como el Norte de África desde Egipto hasta
Argelia. El Mediterráneo se convirtió, pues, en un mar otomano. La carrera
por superar el esplendor de las
iglesias bizantinas heredadas, cuyo máximo ejemplo representa Santa
Sofía, culminó en la construcción de las grandes mezquitas de Estambul. La más
significativa de ellas es la mezquita Süleymaniye, concebida en el siglo X/XVI
por el famoso arquitecto otomano Sinán, que constituye el ejemplo más
significativo de armonía arquitectónica en edificios con cúpula. La mayoría
de las grandes mezquitas otomanas formaba parte de extensos conjuntos de
edificios llamados lzülliye,
compuestos por varias madrasas, una escuela coránica, una biblioteca, un hospital (darüssifa),
un hostal (tabjan),
una cocina pública, un caravansaray
y
varios mausoleos. Desde principios del siglo XII/XVIII,
durante el llamado "Período del Tulipán", el estilo arquitectónico
y decorativo otomano reflejó la influencia del Barroco y el Rococó franceses,
anunciando así la etapa de occidentalización de las artes y la arquitectura
islámicas. Situado en el sector occidental del mundo islámico, al-Andalus se
convirtió en la cuna de una forma de expresión artística y cultural de
gran esplendor. Abderramán I estableció un califato omeya independiente
(138/750422/1031) cuya capital era Córdoba. La Mezquita Mayor de esta ciudad
habría de convertirse en predecesora de las tendencias artísticas más
innovadoras, con elementos como los arcos superpuestos bicolores y los paneles
con ornamentación vegetal, que pasarían a formar parte del repertorio de
formas
artísticas andalusíes.
En
el siglo V/XI, el Califato de Córdoba
se fragmentó en una serie de principados incapaces de hacer frente al
progresivo avance de la conquista, iniciada por los estados cristianos del
noroeste de la Península Ibérica. Estos reyezuelos, o Reyes de Taifa,
recurrieron a los almorávides en 479/1086 y a los almohades en 540/1145, para
repeler el avance cristiano y restablecer parcialmente la unidad de al-Andalus.
A
través de su intervención en la Península Ibérica, los almorávides (427/
1036-541 / 1147) entraron en contacto con una nueva civilización y quedaron
inmediatamente cautivados por el refinamiento del arte andalusí, como lo
refleja su capital Marrakech, donde construyeron una gran mezquita y varios
palacios. La influencia de la arquitectura de Córdoba y otras capitales como
Sevilla se hizo sentir en todos los monumentos almorávides desde Tlemcen o
Argel hasta Fez.
Bajo
el dominio de los almohades (515/ 1121-667/1269), quienes extendieron su hegemonía
hasta Túnez, el arte islámico occidental alcanzó su momento de máximo
apogeo. Durante este período, se renovó la creatividad artística que se había
originado bajo los soberanos almorávides y se crearon varias obras maestras del
arte islámico. Entre los ejemplos más notables se encuentran la Mezquita Mayor
de Sevilla, con su alminar, la Giralda; la Kutubiya de Marrakech; la mezquita de
Hassan de Rabat; y la Mezquita de Tinmel, en lo alto de las Montañas del Atlas
marroquí. Tras la disolución del imperio almohade, la dinastía nazarí
(629/ 1232897/ 1492) se instaló en Granada y alcanzó su esplendor en el
siglo VIII/XIV. La civilización de Granada había de convertirse en un
modelo cultural durante los siglos venideros en la Península Ibérica (el arte
mudéjar) y sobre todo en el Magreb, donde esta tradición artística disfrutó
de gran popularidad y se ha conservado hasta nuestros días en la
arquitectura, la decoración, la música y la cocina. El famoso palacio y fuerte
de al-Hamra
(la Alhambra) de Granada señala el momento cumbre del arte andalusí
y posee todos los elementos de su repertorio artístico.
En Marruecos, los meriníes (641/1243-876/1471) sustituyeron en la misma época a los almohades, mientras que en Argelia reinaban los Abd al-Wadid (633/ 1235-922/1516) y en Túnez los hafsíes (625/1228-941 /1534). Los meriníes perpetuaron el arte andalusí, enriqueciéndolo con nuevos elementos. Embellecieron la capital Fez con numerosas mezquitas, palacios y madrasas, considerados todos estos edificios, con sus mosaicos de cerámica y sus paneles de zelish decorando los muros, como los ejemplos más perfectos del arte islámico. Las últimas dinastías marroquíes, la de los saadíes (933/ 1527-1070/ 1659) y la de los alauies (1070/ 1659- hasta hoy), prosiguieron la tradición artística de los andalusíes exiliados de su tierra nativa en 897/1492. Para construir y decorar sus monumentos, estas dinastías siguieron recurriendo a las mismas fórmulas y a los mismos temas decorativos que las dinastías precedentes, y añadieron toques innovadores propios de su genio creativo. A principios del siglo XI/XVII, los emigrantes andalusíes (los moriscos) que establecieron sus residencias en las ciudades del norte de Marruecos, introdujeron allí numerosos elementos del arte andalusí. Actualmente, Marruecos es uno de los pocos países que ha mantenido vivas las tradiciones andalusíes en la arquitectura y el mobiliario, modernizadas por la incorporación de técnicas y estilos arquitectónicos del siglo XX.