La espiral de la demencia

 

        El autor, una vez descartada cualquier vinculación de Irak con lo sucedido el 11 de septiembre de 2001 y confirmada la inexistencia de lazos de las anteriores autoridades iraquíes con Al Qaeda, repasa la interminable lista de atrocidades cometidas por EE.UU. en nombre del 11-S. Robert Fisk señala que desde la II Guerra Mundial no se había visto semejante grado de «demencia» en el planeta.

 

        Cuando las Torres Gemelas se desplomaron en Nueva York, ¿quién había oído hablar de Fallujah? Cuando los asesinos del 11 de septiembre de 2001 volaron un avión hacia el Pentágono, ¿quién sabía algo de Ramadi? Cuando el aeropirata libanés se vino abajo con otro avión en Pensilvania, ¿quién habría creído que George W. Bush anunciaría, en agosto de este año, un «nuevo frente en la guerra contra el terror», mientras sus tropas emprendían una campaña sin esperanza contra las guerrillas de Irak?

 

¿Quién habría concebido a un presidente estadounidense que llamara al mundo a tomar las armas contra el «terrorismo» en Afganistán, Irak y Gaza? ¿Qué tienen que ver los miserables, aplastados y cruelmente aprisionados palestinos de Gaza con los crímenes internacionales contra la humanidad cometidos en Nueva York, Washington y Pensilvania? Nada, por supuesto. Tampoco Irak tiene relación alguna con el 11-S.

 

        No había armas de destrucción masiva en Irak. Ni ningún enlace con Al Qaeda. Ni hubo tampoco ninguna «liberación». Ni siquiera existe el supuesto avión no tripulado diseñado para rociar químicos sobre el campo de batalla, mito sobre el cual escuché en febrero pasado una perorata de Colin Powell en el Consejo de Seguridad. Los analistas estadounidenses en armamento han llegado a la conclusión de que esos aparatos eran lo que los iraquíes siempre dijeron: aviones no tripulados de reconocimiento.

 

Resulta increíble que Tony Blair haya avalado esta tontería sin darse cuenta de lo que representaba: un proyecto inventado por un grupo de estadounidenses neoconservadores pro israelíes y fundamentalistas cristianos de derecha.

 

        Pero todavía hoy nos siguen endilgando fantasías. Afganistán, donde los señores de la guerra secuestran y asesinan a sus enemigos, donde las mujeres se cubren aún la mayor parte del cuerpo con burkas, donde en la producción de opio ha vuelto a ser el principal mercado exportador del mundo, y donde los habitantes perecen a razón de 100 cada ocho días (cinco soldados estadounidenses fueron abatidos a balazos allí hace dos fines de semana), es un «éxito» del cual Bush y Rumsfeld siguen alardeando.

Irak ­una cloaca de odio guerrillero, resentimiento popular e incipiente guerra civil­ es también un «éxito». Sí, Bush quiere 87.000 millones de dólares para que Irak siga funcionando, quiere regresar a esa misma ONU a la que el año pasado condenó como una «fábrica de discursos», quiere que decenas de ejércitos extranjeros vayan a morir en la guerra de ocupación estadounidense en Irak, aunque no, por supuesto, que participen en la toma de decisiones, la cual debe seguir siendo territorio exclusivo de Washington.

 

¿Podría haber algo que sirviera mejor a los intereses de Israel que ese gesto pueril de Bush? Los despiadados atacantes suicidas palestinos y la grotesca implantación de judíos y sólo judíos en las colonias se ha integrado ahora a esta lucha colosal del «bien» contra el «mal», en la que inclusive Ariel Sharon ­ considerado «personalmente responsable» de la matanza de Sabra y Chatila en 1992 por la comisión investigadora de su propio país ­ es un «hombre de paz», según Bush.

 

        Y sin discusión se sientan nuevos precedentes. Washington asesina con impunidad a los líderes de sus enemigos: intenta matar a Osama Bin Laden y al mullah Omar, asesina a Uday y Qusay Hussein y alardea de su eficiencia en «liquidar» al liderazgo de Al Qaeda mediante aviones no tripulados que lanzan cohetes. Trata de dar muerte a Saddam Hussein en Bagdad y mata a 16 civiles, tras lo cual admite que no era una operación «libre de riesgos». En Afganistán han sido asesinados tres hombres en los centros de interrogatorio estadounidenses en Bagram. Y aún no sabemos en realidad lo que ocurre en Guantánamo.

 

        ¿Qué significan estos precedentes? Tengo una fatal sospecha. De hoy en adelante, nuestros gobernantes, nuestros políticos, nuestros hombres de Estado serán también blancos permitidos. Si nosotros vamos a la yugular, ¿por qué ellos no? Para mí, el asesinato de Sergio Vieira de Mello, representante de la ONU en Irak, no fue casual. Los más recientes pronunciamientos de Hamas ­y hay que tomar en serio a ese grupo desde que Bush lo añadió a su círculo del mal­ contienen, más que nunca, amenazas personales contra Ariel Sharon. ¿Por qué debemos esperar que cualquier otro gobernante esté seguro? Si a Yasser Arafat lo obligan otra vez a exiliarse, ¿qué restricción quedará?

 

        En cuanto al «terror», nuestros enemigos estrechan el cerco en torno a nuestros ejércitos en Irak, y a nuestros supuestos aliados en Bagdad y en Afganistán, e inclusive en Pakistán. Hemos hecho todo esto en nombre de las víctimas del 11 de setiembre de 2001. Desde la Segunda Guerra Mundial no se había visto semejante demencia. Y apenas ha empezado. –

 

Robert FISK (La Jornada. México)