LOS ANTIGLOBALIZACIÓN FRENTE A LOS DESAFÍOS DEL PLURALISMO

Contradicciones, reformas imperativas

Tariq Ramadan

        El movimiento de los ciudadanos ha adquirido unas dimensiones sin igual en estos últimos años. Las movilizaciones que han acogido el último G8 en Evian son una prueba más de que la resistencia no se debilita. De Porto Alegre a Florencia (mas tarde, en noviembre próximo en Paris-Saint Denis), de Seattle a Evian, del apoyo a los Chiapas al rechazo de la guerra en Irak, los lugares, las ocasiones y las causas se multiplican y permiten que se exprese este rechazo radical al neocapitalismo liberal, alimentado por la esperanza de otra globalización más justa, mas humana, mas digna. Porque, todos, pensamos que “¡Otro mundo es posible!”.

 

        Cuando nos paramos a estudiar la literatura producida por los actores de esta movilización internacional, no podemos evitar asombrarnos ante la lógica interna sobre la cual se funda este combate. Frente a un capitalismo sin alma que hace de todo una mercancía (los seres humanos, la inteligencia, el cuerpo, los bienes y los servicios públicos, el aire, la naturaleza, etc.), las conciencias se despiertan y exigen el respeto por la justicia y la dignidad humana, por el medio ambiente y los equilibrios genéticos, así como reivindican el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a la democracia. A parte del hecho de que encontramos nuevamente en ellos eslogans muy antiguos de diversas tendencias de la izquierda, es obligado constatar que la lectura crítica que se hace del mundo, así como el abanico de respuestas propuestas, se basan en una aproximación esencialmente estructural de las apuestas en juego. En el corazón de un debate muy etnocéntrico, una lógica económica humanizante y humanista responde a la locura encarnizada de la otra; un modelo de sociedad democrática (soñado por una parte) se utiliza para denunciar las derivaciones de los sistemas que, en lo cotidiano, la traicionan (lo más frecuente por la otra); la racionalidad de la ética se adhiere a la racionalidad de la “pasta”. Los términos de la confrontación son claros.

 

        Sin embargo, sigue siendo algo prohibido ante la ausencia casi absoluta de una seria toma en consideración de la diversidad cultural y religiosa, contrariamente a los circunloquios de discursos acordados recordando “el deber de la tolerancia”. Los antiglobalización ven la diversidad cultural demasiado a menudo como un simple principio de buena voluntad que debe ser formulado, pero raramente como una realidad con la cual se hace necesario componer, arriesgar y construir. A tal punto que no es nada raro encontrar mujeres y hombres defendiendo las mas progresistas opiniones sobre el plano social, político y económico, mientras que sus discursos, sobre el plano cultural, siguen estando alimentados por los viejos esquemas coloniales. De forums en forums, nos habituamos a encontrar este nuevo espécimen de militante – contradicción viva de la izquierda contemporánea – económicamente progresista y tan imperialista culturalmente, lista para batirse por la igualdad social y tan segura, a veces hasta la arrogancia, de su razón a imponer la universalidad de los valores de todos. Ahora, en que las discrepancias entre civilizaciones y religiones parecen exacerbarse, el movimiento antiglobalización no podrá dejar de cuestionarse el tema central de la pluralidad de las culturas y religiones, de su papel en la resistencia y las contribuciones significativas que las mismas pueden ofrecer a la causa de un pluralismo tan enriquecedor como imperativo. Preconizar otra globalización y armarse solo con la racionalidad occidental para oponerse al mercantilismo uniforme del mundo, mas que una contradicción, es un profundo sin sentido.

 

        Hubiésemos deseado que en este movimiento informal las voces experimentadas de la izquierda radical se unieran a las energías más jóvenes rechazando la alineación y diesen a luz, juntos, un espacio de concertación abierto y democrático. Hubiésemos deseado reclamar la diversidad viviéndola en el corazón de esta esperanza de cambiar el mundo. Vivir un poco lo que se dice para no acabar por reivindicar lo opuesto de lo que se vive. Ahora bien, el déficit de democracia y de apertura en el movimiento antiglobalista es hoy en día patente. No hay jefes, ni estructura única; todo es discutido, debatido, votado: el movimiento, se dice, está abierto a los individuos tanto como a las ideas, a los famosos como a los anónimos. ¿De verdad? Se perciben muy rápidamente, en el corazón de la dinámica, antiguas complicidades, intereses callados pero reconocidos, de prácticas comunes establecidas a lo largo de tantos años de luchas: tras lo informal se esconden las redes de la connivencia, de las costumbres, de la terminología. Cierta idea predefinida de los símbolos y los conceptos de la única verdadera lucha legítima y que a veces se desentiende de juzgar las equivocaciones de quien no se le parece. Sin decirlo realmente, un buena parte del movimiento se institucionaliza y construye su discurso alrededor de reivindicaciones de las cuales no se ha renovado mas que la forma, pero que no han nacido ni han sido discutidas con la base popular en nombre de la cual se expresa. Se habla de democracia, de justicia social, de luchas contra las discriminaciones en el empleo, en el alojamiento, del rechazo al racismo, de la judeofobia o de la islamofobia mientras que las poblaciones más afectadas (habitantes de los extra-radios, jóvenes de “origen inmigrado”, musulmanes) están casi ausentes de los múltiples forums donde se piensa por ellos, sin ellos. Si se acercan, se les cuestiona, se sospecha de ellos. “¿Qué quieren?”. Esta única pregunta dice suficiente sobre la contradicción. Peor aún: aquellos, que en el movimiento, buscan tan positivamente ir  más allá de las representaciones negativas y establecen colaboraciones con militantes musulmanes, avanzan a contra corriente y son sospechosos, en el mejor de los casos, de ingenuidad y en el peor de los casos, de traición.

 

        Sobre el escenario internacional, encontramos las mismas inconsistencias. Nunca se dirá suficientemente, cuan pobre y de cuan inquietante conformismo es el discurso propuesto por los antiglobalización sobre los temas del Oriente medio o del islam. Si hay que aclamar la fuerza de la movilización popular contra la intervención en Irak, debemos cuestionarnos lo que la ha propuesto realmente (mas allá de decir “¡No a la guerra!”) frente al unilateralismo americano y a su proyecto de democracia bajo control. El desconocimiento del islam, así como el miedo mantenido y compartido en el corazón de un occidente caricaturalmente construido, conducen a los actores “altermundialistas” a hacer discursos superficiales, cuando no peligrosos, sobre el islam. ¿Donde están los antiglobalización árabes y musulmanes? ¿Cómo entrar en contacto con estos millones de actores del Oriente Medio, Africa y Asia, que podrían llegar a ser nuevas fuerzas vivas en el movimiento? El miedo es tal, las sospechas tan numerosas, que ni se imagina tan siquiera que los musulmanes puedan, a partir de sus convicciones y de sus valores, ser portadores del cambio. Ciegos a los dinamismos de la liberación social, cultural, económica y política que tienen lugar en la mayoría de los países musulmanes (y que se expresan a menudo en y por el islam); insensibles  a los combates que los ciudadanos europeos y norteamericanos de confesión musulmana están llevando, los antiglobalización siguen manteniendo prejuicios demasiado numerosos. Convencidos de ser progresistas, se atribuyen el derecho arbitrario de dictar el carácter definitivamente reaccionario de las religiones y aunque la teología de la liberación ha contradicho esta conclusión, no se imagina siquiera que el islam pueda dar resistentes.... si no es contra la modernidad. Se termina por no legitimar ni aceptar en la lucha mas quea  un puñado de “musulmanes-que-piensan-como-nosotros” y se niega a todos los demás la posibilidad de ser auténticos progresistas armados de sus referencias: haciendo esto, se transforma el diálogo con el islam en un monólogo interactivo que refuerza “nuestras certezas ideológicas”, como Huttington quería asegurar “nuestros intereses estratégicos”.

 

        La globalización que rechazamos se nutre, sin embargo, de estos antiguos reflejos de suficiencia y en observar como se diseña el mundo. No habrá futuro para la antiglobalización sin un diálogo fecundo y abierto con el mundo del Islam. Mas que los otros dos, esta tercera contradicción bien podría llevar al conjunto del movimiento a su propia pérdida: Hoy en día, que se busca alimentar una psicosis que justifique una política internacional de seguridad cuyo efecto destructivo de la libertad afectará a todos los ciudadanos, una resistencia mundial que no tiene por objetivo el construir con el otro, no proporciona al musulmán –tan temido– los medios para ser coherente y creíble. A cada nuevo odioso acto de terrorismo, los antiglobalización serán tachados de bondadosos soñadores y eso es lo peor que nos puede pasar a todos, pues este combate es, en resumidas cuentas, el nuestro. Este compromiso por el pluralismo es nuestra preocupación y cada uno debe hacer frente a sus propias contradicciones para superarlas. Tan solo los colaboradores permanentes, eficaces y exigentes nos permitirán hacer frente a estos desafíos: para seguir siendo ciudadanos libres; aprendamos a construir a partir de nuestra diversidad. Esto es lo que, un año tras otro, comenzamos a hacer. Aquí y allá se entablan diálogos, se organizan encuentros, aún marginales, sin embargo sigue siendo cierto que el movimiento antiglobalización, en su gran mayoría, por el momento, no tiene aún elegido vivir lo que espera.