EL DERECHO MUSULMÁN

 

         Cualquiera que se acerca por primera vez el estudio del Islam es sorprendido por algo inesperado, la centralidad que ocupa el Derecho (Fiqh). Efectivamente, interesado por conocer una religión, el curioso descubre que, en lugar de mitos, teología o sistemas éticos o morales, el Islam le ofrece de entrada y como cuestión primordial el Derecho, el cual ha conocido una elaboración y un desarrollo extraordinarios en el seno de la civilización musulmana. Desanimado, ese buscador de espiritualidad se retira calificando al Islam de legalista y ritualista.

 

         Primero, hay que subrayar que el término Derecho para volcar al castellano la palabra Fiqh, empobrece los contenidos de la idea islámica. El Fiqh es el estudio pormenorizado de todo lo que el Islam enseña sobre las acciones posibles del ser humano. El Fiqh aborda todas las cuestiones prácticas y explica la opinión del Islam sobre ellas y detalla los juicios que hace al respecto: abarca desde la regulación de las devociones al derecho de familia, el penal o el mercantil, etc. Esto quiere decir que al musulmán le interesa, por delante de toda otra cosa, actuar en conformidad con la Revelación.

 

         El Fundamento del Islam -su Doctrina- es sencilla y, en lo esencial de ella, coinciden unánimemente todos los musulmanes: Allah es Uno y Muhammad es su Mensajero. Una vez sabido esto, el musulmán procura conformar su vida a las exigencias de esta enseñanza. El Islam es rendir la vida ante Allah-Uno al modo en que lo enseña su Mensajero. Esa vida ‘vivida’ en la acción conforme al Islam es la manera mejor y más eficaz de profundizar en las significaciones emancipadoras contenidas en la sencillez de ese Fundamento.

 

         El occidental que se acerca al Islam y espera encontrar una sofisticada enseñanza espiritual en la que devanarse los sesos queda defraudado cuando tropieza con la claridad y sensatez de un mensaje que exige, sobretodo, acción, y funda, por tanto, un Derecho. No es que el Islam sustituya la profundidad de unas reflexiones sobre teorías siempre cuestionables, sino que orienta al musulmán a una vivencia de lo trascendente en su cotidianidad, regulada por enseñanzas prácticas, las cuales, ejecutadas, le dan la tranquilidad de existir en medio de la Voluntad de su Creador.

 

         En el cristianismo, por ejemplo, se ha explotado al máximo la teología para justificar dogmas muy difíciles de asumir y hoy, ante el desinterés que suscita dicha teología, la sustituye por una moral igualmente cuestionada por su artificialidad. En las religiones orientales se pone el acento en especulaciones ascéticas y místicas accesibles sólo a una minoría de monjes que se retira del mundo. El Islam es otra cosa. Su cosmovisión no necesita de justificaciones interminables y alambicadas, y su espiritualidad no contiene exigencias desorbitadas. Dirigido a todos, el Islam da forma en la realidad a sus principios básicos, y eso es a lo que llamamos Fiqh.

 

         El estudio del Fiqh es indispensable. El Islam se construye sobre la practica de una acción que tiene su vórtice en Allah. Comprender esto es esencial para empezar a intuir el verdadero secreto del Islam. Se trata de una gran exigencia: la vida no es sustituible por lucubraciones sobre el espíritu, sino que encuentra su pleno sentido al ajustarse a su Fuente.

 

         Pero, paradójicamente, el Islam no presente su Derecho de un modo cerrado. Al contrario, la aparente rigidez que sugiere un manual de Fiqh se disuelve cuando se constata que hay escuelas de Derecho distintas, con discrepancias importantes entre sí, pero todas ellas son consideradas legítimas. Es más, se acepta que puedan surgir nuevas corrientes. Y ello no es menoscabo de nada de lo dicho hasta aquí.

 

         El estricto legalismo y ritualismo del Islam cae por su propio peso cuando se constata algo así. Es cierto que un occidental que se acerca con curiosidad a conocer el Islam puede encontrar dificultades para superar esa primera impresión de legalismo y ritualismo, pues la diversidad de los sistemas jurídicos suele escapársele o la explica como simple oposición entre ‘sectas’. Sin embargo, esa diversidad es consustancial al Islam. Próximamente, in shâ Allah, en un artículo más extenso, se expondrán aquí, en Musulmanes Andaluces, las claves de esa diversidad. Bástenos señalar ahora que esa riqueza de posibilidades tiene que ver con el rigor y seriedad con la que los musulmanes han estudiado la Revelación que se les ha hecho en el Corán y en la Sunna.

 

         El Fiqh es una elaboración humana sobre las instrucciones que el Corán y la Sunna dan orientando la acción del musulmán. Es el resultado de un enorme esfuerzo de ordenación y deducción. Empezó como simple casuística hasta estructurarse en torno a sólidos criterios y una metodología rigurosa. Ese esfuerzo (Iŷtihâd) es el mérito humano ante Allah. En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien realiza un esfuerzo por discernir (en la Revelación) y acierta obtiene dos recompensas, una por el acierto y otra por el esfuerzo. Si se esfuerza y se equivoca, obtiene una recompensa”. Es decir, el Iŷtihâd es un bien en sí, por encima de su propio éxito. De ahí que en el Islam hayan proliferado escuelas distintas, todas ellas legítimas desde el momento en que se han propuesto cumplir con la finalidad de desentrañar lo que Allah quiere del hombre.

 

         Nosotros, musulmanes en Occidente, nos encontramos con graves escollos a la hora de concretar el Islam en la vida diaria. Si el Islam fuese simplemente una doctrina y una ética y sus exigencias no fueran otra cosa que cumplir con ciertos rituales, tales problemas no se plantearían. Pero resulta que el Islam penetra en todos los campos de la vida, y con frecuencia choca con una realidad que va en otro sentido. ¿Es posible adecuar el Islam a esas circunstancias? Históricamente, el Islam ha ido creando sus propias comunidades, todo un mundo (el Dâr as-Salâm, la Casa de la Paz) en el que los valores y las tensiones giraban en torno a un universo de significaciones que ha sido atacado y desestructurado. Esa Casa de la Paz ha sido sustituida por una sociedad que tiende a inspirarse en lo que se le ofrece desde fuera, y también se tiende a relegar el Islam a una dimensión interior e individualista ajena a su esencia. Si en el propio Islam tradicional se vive una gran crisis, la situación fuera de él, aquí en Occidente, no puede estar sometida a contradicciones menores. Nos encontramos, pues, ante un gran desafío.

 

         El Fiqh, el Derecho musulmán, no puede ser reinstaurado a base de decretos oficiales que obliguen a una vuelta artificial a la Ley Revelada. Tampoco su recuperación puede ser el fruto de un deseo individual o una práctica solitaria. La renovación del Islam será el resultado de un esfuerzo que devuelva a los musulmanes su independencia, y ésta debe abarcar todos los aspectos de la vida. Estos procesos no son rápidos, y tal vez exija el empeño de varias generaciones. Nos toca aportar nuestro grano de arena a dicha empresa, recordando siempre que ese esfuerzo ya de sí es un mérito.

 

         Pero esa aportación no puede consistir en contribuir desde nuestra ignorancia, nuestras obsesiones o nuestra frivolidad. El desafío actual exige a los musulmanes un rigor al menos semejante al desplegado en su momento por los que hicieron posible una Casa de la Paz. El Fiqh no puede ser nunca abordado desde la estrechez de quienes simplemente buscan un patrón a imitar ciegamente ni desde la inconsciencia de quienes opinan sin fundamento alguno. No se trata ni de repetir lo agotado ni de desatender el legado que hemos recibido. Es necesaria una difícil formación enciclopédica que se combine con un sólido entendimiento que sean capaces de combinarse para dar como fruto una herramienta útil para todos los musulmanes, de modo que el objetivo -la constitución de una Comunidad iluminada por la Revelación- se cumpla en la realidad presente.

 

         En la situación que vivimos, el Fiqh no puede ser estudiado como si sus manuales fueran catecismos. Ni tampoco pueden ser obviados. Debemos huir de las cerrazones tanto como de las concesiones. No se trata de que sacralicemos el Derecho -olvidando que siempre ha sido objeto de debates dentro del mismo Islam- ni tampoco de que renunciemos a él convirtiendo nuestro Islam en teología, mística o moral en las que entretenernos mientras vivimos una vida ajena al Islam. Peor aún es que convirtamos el Fiqh en materia de negociaciones. Se trata, ni más ni menos, de recuperar lo que han desbaratado las agresiones a las que ha estado sometido el Islam los últimos siglos, inspirándonos en su esencia y en lo que aportaron los grandes forjadores del Dâr as-Salâm, redescubriendo sus claves para que nos sirvan ahora.

 

         Es de suma importancia, por tanto, la mentalidad con la que abordemos el estudio y práctica del Fiqh. Sin estrechez de miras, por un lado, ni ‘genialidades’, por otro, tenemos que avanzar con la severidad de la sensatez, la prudencia y la sabiduría.