Blas Infante, historia de un andaluz

Enrique Iniesta

Del libro “El siglo de Blas Infante, 1883-1981. Alegato frente a una ocultación

 

    Blas Infante nace en Casares (Málaga) el 5 de Julio de 1885, en la calle Carrera, n° 46, fusilado sin juicio ni sentencia el 11 de Agosto de 1936 «a consecuencia de la aplicación de Bando de Guerra» porque «formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista o regionalista andaluz». Así declara un documento trágico y pintoresco fechado e14 de Mayo de 1940 en Sevilla y firmado por el «Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas» que le condenaba cuatro años después de muerto.

 

Infante tenía un sonoro segundo apellido: Pérez de Vargas. El se firmó siempre «Pérez». Este gesto resulta todo un símbolo de su vida de «identificado con el pueblo andaluz hasta sentirse fuera de las condiciones de la clase a que pertenecía, cualidad que no noto en ninguno de los auto­nomistas o nacionalistas catalanes, vascos o gallegos de la misma época» (Tierno Galván).

 

La investigación sobre su compleja personalidad y su original teoría política se halla, cuando escribimos, sin concluir. Sus obras editadas (14), hoy agotadas salvo La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía, han de ser interpretadas con ayuda de las inéditas. Y todo ello, comprendido desde la abundancia extraordinaria de sus manuscritos, que alcanzan aproximadamente los 3000. Infante, tras ser declarado Padre de la Patria Andaluza, exaltado mil veces por los políticos actuales, no ha merecido aún una edición completa, crítica y popular de su impresionante producción escrita.

 

Es que Infante es el símbolo de la mayoría de los andaluces pero no de todos en batiburrillo. Una Andalucía con un 67% de clase baja por niveles de ingreso sumados a un 30% de una clase media en proceso de proletarización, colonizada y temida por el Centralismo y los oligarcas locales (sus legados), no podía tener como Padre aquel Infante desfigurado que ya va, siendo descubierto en su auténtica cara, la que le otorga esa Paternidad popular.

 

 

Primeros años, primeras experiencias

 

«Yo, criado entre jornaleros, hijo de un pueblo jornalero, por excelencia morisco o andaluz, tenía mi propia alma y el sentido trágico de la vida muy afirmado en mí, porque desde que nací había vivido su espantosa tragedia; la tragedia de la Andalucía secularmente martirizada, la irredención que nuestro pueblo soportaba con musulmana resignación, expresada con aristocrática dulcedumbre. Y acicataba la labor de justicia universal en nombre de Andalucía». Así dice él mismo en este texto inédito hasta ahora (Manuscrito AAY-2). Por encima de una forma literaria a veces enfática y propia de un estilo hoy ajado, Infante acierta siempre en síntesis densas y, realmente, heterodoxas en relación con los colonizados bien pensantes. Es­te manuscrito inédito es hermano de aquel otro ya clásico y publicado en las dos ediciones de El Ideal Andaluz (pp. 122-123, edic. 1976):

«Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo, confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales; he presenciado cómo son repartidos entre los vecinos acomodados, para que éstos les otorguen una limosna de trabajo, tan sólo por fueros de caridad, los he contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de las bestias; les he visto dormir hacinados en sus sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjando en el gazpacho mal oliente, y servido, como a manadas de ciervos en el dornillo común, trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula; y he sentido indignación al ver que sus mujeres se deforman consumidas por la miseria en las rudas faenas del campo; al contemplar cómo sus hijos perecen faltos de higiene y de pan; cómo sus inteli­gencias se pierden atrofiadas por la virtud de una bárbara pedagogía, que tiene un templo digno en escuelas como cuadras; o permaneciendo totalmente incultas, requerida toda la actividad, desde la más tierna niñez, por el cuidado de la propia subsistencia, al conocer todas, absolutamente todas, las estrecheces y miserias de sus hogares desolados. Y, después, he sentido vergüenza al leer en escritos extranjeros que el escándalo de su existencia miserable ha traspasado las fronteras, para vergüenza de España y de Andalucía». Ya ha entrado en su vida el jornalero. No le dejará nunca. Y un nuevo dato:

«Yo soy del pueblo. Mi padre tenía un compadre gitano, el compá José el Tuerto. Y los hijos de éste, Frasco, Saláo, Rosca, Titaera eran compañeros inseparables de mi hermano y míos durante toda nuestra niñez. Tan estrechas eran nuestras relaciones, que sólo se interrumpían durante los pe­ríodos de expulsión en los cuales mi abuelo, que era el cacique, tenía que desterrar a los gitanos del pueblo al cual volvían con admirable tenacidad, la cual me ha servido después para explicarme la historia de España. Y conste que mi abuelo no era malo ni tenía el milagroso talento para las ex­pulsiones al que se encomendaba el buen doctor Sancho Moncada con respecto a Felipe III» (Manusc. C-50 y 52).

 

De 1896 a 1900, es alumno interno en el Colegio de los Escolapios de Archidona. Pero a sus 15 años, el chiquillo ha de interrumpir sus estudios y trabajar como auxiliar en el Juzgado de su pueblo. El desastre de Cuba aprieta a la industria catalana y el Gobierno centralista crea colonias interiors como Andalucía y emprende su política de proteccionismo para Cataluña que, según Vicens Vives, contaba con una manufactura no competi­tiva con la extranjera. Hasta 1904, no puede proseguir sus estudios. El esfuerzo de sus padres -pequeños labradores- por los dos hijos, les dejará definitivamente empobrecidos y en la casa de Infante en Coria del Río se conservan cartas de su madre que reflejan los trajines de la ya viuda para subsistir recibiendo ayuda de su Blas y enviando cajones de productos del campo a su hijo.

 

Blas estudia en Granada en dos durísimos intensivos cursos toda la ca­rrera de Derecho y algo de Filosofía. Allí se encuentra con el tercer ingrediente de su futuro andalucismo: la cultura de Al-Andalus. Con el tiempo, la visión del jornalero, la obligada trashumancia gitana y la persecución hacia los moriscos andalusíes, llegará a su síntesis de colosal operatividad política. Un escrito posterior (Manuscrito AM, 2ª serie, 22) nos descubre el idealismo del adolescente que persiste en él dándole impulso para su lucha realista por Andalucía. Este texto, que se publica aquí por primera vez, dice bellamente: «Disce: Beatrice, loda di Dio vera -- Che non socorri que¡ che t'amó tanto -- Ch'uscio per te della volgare schiera? Beatriz, cántico de alabanza a Dios, en ti hecho carne -- ¿por qué no acudes a salvar a quien tanto te adoró y a quien sólo por ti salió del vulgar rebaño? (Dante, Div. Comedia, Canto 2 °, Infierno). Pues bien, yo he hecho de mi idea una bella amada, Beatriz de mis ensueños que desde la adolescencia me enamoró. Es a ella, a su amor a quien debo haber salido del rebaño vulgar». Los subra­yados del revelador texto tan confidencial, son del mismo Infante.

 

 

Un notario diferente

 

Con 24 años es notario. Ha alcanzado un pedestal desde el que podría haber renegado de toda su obsesión por una Andalucía empobrecida. «España, que lo regatea todo a los investigadores profesionales, paga muy bien a unos funcionarios, que son los notarios, dejándoles mucho tiempo libre para que puedan investigar» (Manusc. C-31-32). Hasta el final de su vida, una abrumadora tarea de reflexivo estudio para aclarar su acción nos ha le­gado un mundo increíble de escritos, una complejísima interpretación de la historia, la política, la economía, la lengua árabe, sicología, teología, medicina, derecho, cultura popular, cante... Todo, con un exclusivo fin: transformar la situación de Andalucía desde sus raíces y entrando en ellas con un sentido universalista y concretísimo.

 

 

Tres años de Andalucismo culturalista

 

Desde 1910, ejerce de notario en Cantillana. Viajando del campo a Se­villa asiste a los brotes andalucistas en su Ateneo. Cuando Infante hace crónica de los pasos dados por el andalucismo, señala una fecha: el discurso de Mario Méndez Bejarano en los Juegos Florales de 1909 como «la primera y espontánea manifestación pública patentizadora de que el patriotismo andaluz no está muerto». Así dice en El Ideal Andaluz (p. 349) en su primera edición. (Habría mucho que descubrir sobre la absoluta falta de rigor con que se han dado a luz dos de sus tres libros publicados ahora. El Ideal Andaluz está falto de trece capítulos, 130 páginas cualitativamente importantes. Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo, editado por primera vez en 1980, no abarca la totalidad del original y ha sufrido una peligrosa alteración en dos de sus páginas más reveladoras -(120-121)-, precisamente las únicas comentadas con nota de intenciona­lidad política). Esta época de Infante -días de Ateneo floreado y cultura­lista, de media burguesía- va a durar poco. Unos tres años siempre dialectizados por la visión sombría del jornalero. Este período va a ser, aunque breve y juvenil, el más venteado y amado por la derecha andaluza desde 1976. Infante vivirá veintidós años más, escribirá y publicará, actuará públicamente cada vez más comprometido con el pueblo y más radicalizado, pero de ello no se darán por enterados quienes lo utilizan violentándolo según sus intereses.    

 

 

La ruptura con la media burguesía

 

Cuando presenta una Memoria al Ateneo sevillano, estalla la crisis. Estamos en e1 23 de Marzo de 1914 y Gastalver ataca en la revista ateneísta Bética ese escrito de Infante. La tal Memoria será el primer libro de nuestro político, El Ideal Andaluz, aún tímido y mozo, aún condicionado por la edad y el ambiente, para los intelectuales de la derecha es «el más destacado e interesante de Infante» (Cuenca Toribio). Si no fuera notoria la honradez de Cuenca Toribio, creeríamos en otra motivación distinta del puro despiste al juzgar así la obra primera de Infante. Porque el mismo Infante, en el mismo libro (p. 39) lo llama «mal escrito, hecho de prisa, sin calma ni prolijo estudio». En tal juicio reincide el propio autor en los nn. 51 y 52 de Bélica. En el manuscrito AAY-5 (que se da a imprenta ahora por vez pri­mera), cuando Infante recuerda estos años, dice: «Los tradicionalistas nos miraron con simpatía atendiendo a nuestro nombre, pero en cuanto empezaban a penetrar nuestra doctrina huían desolados».

Todo el platillo y bombo con que ha sido coreado un Infante inventado, han sido sordina y precaución frente al verdadero. A este último no hay que buscarlo sólo en ilegibles manuscritos inéditos (que no están a mano de todos) sino en otra obra, reeditada dos veces desde 1979. La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía, páginas de un radicalismo pleno de claridad y honradez, páginas jamás citadas, libro tan vendido como maldito.

 

 

El encuentro con el Georgismo

 

Últimamente han pretendido reducir la doctrina de Infante a un georgismo o fisiocracia pura y simple, acríticamente aceptada. El tema merece detenimiento. «Henry George, en medio de la desesperación del campesinado norteamericano del Oeste a finales del siglo pasado, había desenterrado del camposanto de la Economía francesa del s. XVIII, el llamado impuesto único» (Acosta). Durante los años de Infante en Cantillana, el máximo georgista español, Antonio Albendín, ingeniero agrónomo, había lle­gado a dicho pueblo interesando a nuestro notario en esta doctrina. Con ocasión del Congreso Internacional Georgista (Ronda, 1913) el mentor de la Patria Andaluza busca una primera síntesis socioeconómica y dirá: «La tierra más fértil de España está cerrada al trabajo», «los toros se engordan en las tierras que se niegan a los hombres forzados a emigrar». Y añade algo de color reconocible: «Ha llegado la hora en que el hombre se emancipe del yugo del hombre». La profunda inquietud social del georgismo, el prestigio de una izquierda americana que contaba con sus mártires Sacco y Vanzetti, el punto céntrico que en la fisiocracia ocupa el problema de la tie­rra (secular espina andaluza) empujan a Infante a ingresar en la «Liga del Impuesto Único». Ello le va a sellar para bien y para mal en estos primeros trances. Por ejemplo, en «el interclasismo inicial del regionalismo andaluz y su adscripción a las capas medias de la población», (Arcas) su inter partidismo de entonces, su elitismo intelectualista.

 

Infante llega a creer que «la tiranía va a concluir: los burgueses que antes eran enriquecidos por los obreros, se ven forzados a alimentarlos ahora. Juntos marcharán, por tanto, a conquistar la tierra, los trabajadores y los capitalistas, guiados por los intelectuales» (revista El Impuesto Único, n° 19, dedicado al Congreso de Ronda). El estudio de F. Arcas sobre El Movimiento Georgista y los orígenes del Andalucismo (Caja Ahorros Ronda, 1980) ya demuestra la lucha en el seno de la Liga entre dos corrientes. Infante se alinea con la menos idealista contra la que Joseph Fels (multimillonario inglés protector de la Liga) arremete «de manera casi violenta» defendiendo la «pureza religiosa del georgismo que no ha de mezclarse con la política actual» ni siquiera en lo municipal (Cf. El Movimiento Georgista y los orígenes del Andalucismo, pp. 33, 48, 69; 40, 45, 60, 64; 69).

 

 

Problemas con el Georgismo ortodoxo

 

La publicación de El Ideal Andaluz rompe la relación con el andalucismo exquisito del ateneísmo sevillano y -pese al tímido despegue que aún supone respecto al georgismo puro-, provoca un enfrentamiento duro entre Antonio Albendín, máximo líder georgista español, y nuestro notario. «Efectivamente, si bien Blas Infante y el núcleo sevillano hacen suyo el ideario de George y lo aplican a la realidad andaluza, en una fase posterior van a superarlo y a subordinarlo al ideal regionalista, incorporando nuevas ideas económicas» (Arcas, 137). Desde entonces, en la revista que dirige, y prácticamente escribe Albendín «son abundantes las observaciones críticas ante unas iniciativas que parecían heterodoxas para el portavoz autorizado del georgismo» (Id., 137). En el número de El Impuesto Único de Marzo de 1915, la «Sección de Sevilla» de la Liga afirma que «no admiten jefaturas ni pontificados» y que «estando de acuerdo en cuanto al fin, en cuanto a los medios se pondrán circunstancialmente en relación con el medio circunstancial que les rodea». La Liga, en el mismo número de la revista, «estima equivocado el camino de mezclar las miras fisiocráticas con las de reconstitución nacional». Es que ese «medio que les rodea» a los georgistas sevillanos es Andalucía y ello (como siempre) es el punto de gravedad de Infante y los suyos. No hay otro dogma que la realidad andaluza. Ni fisiocrática ni socialismo ortodoxo importado. Jamás primará la ideología sobre los hechos y los datos andaluces.

 

Coincide el pronunciamiento de los Centros Andaluces por el «nuevo nacionalismo» (1916) con la visita a Sevilla de Albendín para ver de corregir las desviaciones de «un grupo de Sevilla capitaneado por don Blas Infante» (El Impuesto Único, Julio, 1917). A todos estos datos que Arcas aporta, añadimos ahora dos manuscritos inéditos de Infante que incluso desmienten la versión de Albendín en el mismo ejemplar de la revista, según la cual «reina entre los dos bandos la mayor cordialidad». Se trata de los manuscritos AAU y AAV. Son toda una revelación. En el AAU, se lee: «La conciencia de nuestra autonomía nos releva de toda explicación», «nuestra organización (de la Sección de Sevilla) es esencialmente democrática y no concedemos a los cargos de la Junta Directiva más valor que el meramente representativo y tomamos nuestros acuerdos por mayoría de votos en sesiones semanales», «no acatamos jefatura ni, mucho menos, pontificados», «la disciplina entre nosotros es perfecta, es decir, gozamos de la única disciplina perfecta: la que es hija de una misma convicción y de una misma libertad».

 

Tras una definición de la disciplina de tan grueso calibre, leemos una advertencia atinadísima: «Evitar incurrir en la monotonía de repetir al pueblo los mismos conceptos con iguales palabras; estamos prontos a encarnar en la realidad de los hechos nuestra idea». Tras atacar «la intransigencia especulativa de un dogmatismo irreductible», pasa a exponer sus acciones ante el Ayuntamiento de Sevilla. Y es que una espoleta para la reacción inquisidora de Albendín ha sido la «Moción dirigida al Ayuntamiento de Sevilla señalando los recursos con los cuales deberá ser sustituido el Impuesto de Consumos y satisfacerse las responsabilidades del Empréstito para la Exposición Hispano-Americana». Esa moción, junto con una serie de Informes de la Sección de Sevilla, y de su miembro Rafael Ochoa fue publicada con el título Remedios propuestos por la Liga Española para el Impuesto Único (Sección de Sevilla) para resolver el problema actual de las Haciendas locales en España (Tipografía Gironés, Sevilla, 1914, 27 páginas). Frente a esta iniciativa, escribe Infante, «en el último número de la Revista El Impuesto Único, el dogmatismo se revela». Pero, «conste que nosotros no aceptamos la doctrina de George por ser él quien la proclama sino en tanto en cuanto los Principios de esa doctrina traducen los postulados del sentido común». ¡Ya está aquí el eterno crítico antidogmático que es Infan­te...! Con fina ironía, ante los empecinados teóricos, dirá el notario: «Los locos, entre sí, son cuerdos» (Manusc. AAÑ-27).

 

El manuscrito AAU -que se alarga en cuestiones técnicas hacendísticas concretas- parece destinado a la publicación. Por eso, es prudente. Pero un pequeño papelillo tamaño octavo, fragmento de escrito más extenso entre los manuscritos mayores, entra con total audacia en el fondo de la controversia y nombra sin tapujo al mismo Albendín. Se trata del AAV-1-2 que transcribimos en su zona más significativa: «¿Qué pierde la Liga para el Impuesto Único con que la fuerza Regionalista tenga su dogma por contenido social de su programa? ¿Qué perderá si los partidos todos lo aceptasen? ¿Sería mejor para su causa que el Regionalismo Andaluz se desarrollara sin defender esa doctrina? ¿Ha hecho mal el Partido Liberal Inglés adoptándola en principio como suya? ¿Es que la Liga aspira a concluir con los Partidos todos? Se dice que un programa de redención regional no debe contener un dogma de justicia universal. Pero, ¿cuál es la misión de la nue­va política sino resolver cada una en el radio a que su acción se extiende el problema social? ¿Es que es posible un acuerdo mundial para establecer la Justicia Universal? No tema el Sr. Albendín (quien pone de falso al georgismo sevillano), no hay motivo para el empleo de sus palabras gruesas con que, siguiendo su método, insulta con imputación de falsedad a la Sección de Sevilla que dio pruebas de mejor o, por lo menos, de tan buena ley como el que más».

 

«A partir de 1917, apenas si el órgano de la «Liga Española» se ocupa del andalucismo. Nada se dice de la Asamblea de Ronda (y la revista se editaba en Ronda donde Albendín residía) en 1918 y de la Asamblea Andalucista de Córdoba se reproduce tan sólo un fragmento de la ponencia de Pascual Carrión sobre El problema agrícola andaluz (Arcas, 141-42). Pero es que en Córdoba, se llega al más claro nacionalismo andaluz y, manteniendo fuentes georgistas, se incorporan nuevas medidas porque «hasta el impuesto único sobre la tierra desprovistas de mejoras, como lo proponían los fisiócratas y sobre todo el ilustre George y nuestro Flórez Estrada, que sería excelente solución en una región de propiedad poco concentrada, no surtiría aquí sus beneficiosos efectos sino hasta pasados algunos años», diría Pascual Carrión (Estudios sobre la Agricultura Española (1919-1971), Eds. de la revista del Trabajo, M. 74, pp. 36-7). En el Diario de Huelva, 8-III-1916, p. 1, se lee en el programa del Centro Andaluz de Sevilla: «...el cultivo de la tierra con algo (subr. nuestro) de impuesto único».

 

2ª parte