AS-SALÂT AL-MASHÎSHÍA

 

         Para la práctica del Salât ‘alà n-Nabí los grandes maestros del sufismo (la espiritualidad musulmana) compusieron breves textos a modo de invocaciones con las que solicitar a Allah que bendiga a Sidnâ Muhammad (s.a.s.) y en las, por los pliegues de las frases, resumían sus enseñanzas sobre la función cósmica del Profeta (Rasûl o Nabí). Un valioso ejemplo de esas invocaciones es la conocida como as-Salât al-Mashîshía, redactada por el gran maestro Mawlai ‘Abd as-Salâm ibn Mashîsh (murió en el año 1228 de la era cristiana), maestro a su vez del Polo de su Tiempo Abû l-Hásan ash-Shâdzili.

         El Maestro Ibn ‘Aÿîba escribió un comentario para desgranar el alcance y las significaciones de cada frase de la Mashîshía. En el presente artículo para Musulmanes Andaluces resumimos muy brevemente las extensas explicaciones de Sidi Ahmad ibn ‘Aÿîba, trascribiendo primero (en negrita) el texto del Salât y traduciéndolo literalmente (en cursiva) para después, y siguiendo a Ibn ‘Aÿîba, descifrar las implicaciones de la figura de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) en el Islam.

 

 

        1.  

        allâhumma sálli ‘alà man mínhu nsháqqati l-asrâr

        ¡Allah! Bendice a quien a partir del cual eclosionaron los secretos,

 

         Allâhumma, ¡Allah! imprecación con la que frecuentemente se invoca a Allah, pero habiendo suprimido la interjección ¡oh!, la cual implica distancia, y se ha suprimido el vocativo para subrayar así la proximidad absoluta de Allah. La terminación -umma implica a todos los Atributos de Allah, siendo invocado Él en su totalidad.

         sálli, bendice, imperativo con el que se solicita a Allah que se apiade y colme de beneficios a Sidnâ Muhammad (s.a.s.), quien es descrito a continuación destacando la naturaleza inmensa de su espíritu.

         ‘alà man mínhu nsháqqati l-asrâr, a quien a partir del cual eclosionaron los secretos, es decir, bendice a Muhammad quien (man) a partir de él (mínhu), es decir, a partir de su luz (nûr), surgieron los secretos (asrâr). La luz de Muhammad es su instante primero, anterior a todo, una Luz que era la simiente de la existencia y la razón de toda existencia. También puede entenderse que ‘por él’ aparecieron todos los secretos.

         Eclosionaron (insháqqat) -es decir, aparecieron brillando a partir de ese estallido primigenio- los secretos (asrâr, plural de sirr, secreto), refiriéndose a los Secretos de la Identidad Eterna (Dzât). La luz de Muhammad (s.a.s.) era la expresión de las capacidades de Allah, por tanto las mostró; las formas exteriores son las evidencias de los secretos interiores. Antes de Muhammad (sa.s.), Allah era un Tesoro Escondido, pero con Él es un Tesoro Expuesto, y ésa es la función profética. Se cuenta que Allah era tin, Interior, y cuando quiso mostrarse y hacerse Zâhir, Evidente, creó una luz y le dijo: “Sé Muhammad”, y ese Puñado de Luz Muhammadiana (Qabda Nûrânía) fue la materia prima de todos los mundos. Los Secretos de la Identidad Eterna fueron mostrados por esa Luz, simiente de todo ser al densificarse, adoptar formas, expresarse,...

 

        2. 

        wa nfálaqati l-anwâr

         y brotaron las luces.   

 

         ¡Allah!, bendice a aquél desde el que estallaron los secretos y brotaron las luces. La expresión infálaqat, brotaron, quiere decir que emergieron a partir de él (s.a.s.) las luces (anwâr, plural de nûr, luz). Las luces aquí son las luces de las Cualidades de Allah (Sifât). Hemos hablado de la Identidad de Allah (Dzât), que es un Secreto, pero ese Secreto indescifrable e insondable tiene Cualidades creadoras y sus efectos son el mundo que conocemos. La Dzât confiere entidad y las Cualidades dan forma, y las formas externas son la luz del secreto interior. El conjunto de Dzât y Sifât, Identidad y Cualidades, o dicho de otro modo Sirr y Nûr, Secreto y Luz, es decir, la totalidad de Allah, es lo que conforma a cada ser. Primero conformaron a Sidnâ Muhammad, dándole entidad y forma, y a partir de él surgió la existencia, manifestando lo mismo.

         Ibn ‘Aÿîba desarrolla ampliamente estas cuestiones en su Comentario, ofreciendo toda una cosmovisión basada en estas pocas palabras de Ibn Mashîsh, e incluso todo un método espiritual, pero preferimos avanzar en el tema conformándonos con ideas generales.

 

        3.  

        wa fîhi rtáqati l-haqâ:iq

         En él ascienden las realidades

 

         fîhi, en él, es decir, por el cielo de su corazón puro, irtáqat, ascienden y se elevan los soles de las realidades (haqâiq, realidades, esencias, plural de haqîqa, realidad, esencia). Se trata de los soles de las realidades gnósticas, los secretos señoriales y las ciencias esotéricas, inherentes al carácter interior del Ser.

         Ibn Mashîsh compara con esto el corazón de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) con un cielo puro en el que brillan muchos soles rebosando luz, que son saberes primordiales. Internamente, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) estaba poblado de conocimientos espirituales y los manifestaba exteriormente bajo la forma de normas legales: secreto y luz, espíritu y materia, poder creador y creación,... Esta capacidad de síntesis sólo le corresponde a él y a quien se sostiene sobre él, es decir, a quien se realiza en la Luz original.

 

        4. 

        wa tanáççalat ‘ulûmu â:dama

         y descienden las Ciencias de Adán,

 

         En su corazón se elevan los soles de las esencias, y en él descienden (tanáççalat) las Ciencias (‘ulûm) de Adán (Â:dam). Es decir, le son reveladas las Ciencias de Adán, y las  Ciencias de Adán son todos los saberes humanos. En el Corán se enseña que Allah comunicó a Sidnâ Â:dam (‘aláihi s-salâm) los nombres de todas las cosas, es decir, en él depositó la simiente de todos los saberes que luego desarrollarían sus descendientes (la humanidad entera). En Adán existían en potencia todas las sabidurías, y lo mismo ocurre en la Luz Muhammadiana, anterior a Adán.

 

        5. 

        fa-á‘ÿaça l-jalâ:iq

         y asombró a las criaturas.

 

         Sidnâ Muhammad (s.a.s.) asombró (á‘ÿaça, asombrar, sorprender a alguien de un modo que se le deje paralizado) a sus contemporáneos y a todas las criaturas (jalâ:iq), a causa de los secretos que habitan en él y los saberes que trasmitía. Ante Muhammad (s.a.s.) hay que reconocerse incapaz de abarcarlo porque por siempre está por encima de todo otro ser, que sólo es parte de lo que hay en él (s.a.s.).

 

        6. 

        wa lahu tadâ:alati l-fuhûmu

         Ante él los entendimientos se encogen

 

         Los entendimientos (fuhûm, plural de fahm, entendimiento) humanos son pequeños y se encogen (tadâ:alat) aún más conforme se profundiza en el conocimiento de lo que él representa y todo lo que posee. Al-Bûsîri, acerca de esto, escribió este verso: “¿Cómo podría el mundo percibir su realidad cuando la gente sólo puede entretenerse con sueños?”.

 

        7. 

        fa-lam yúdrikhu minnâ sâbiqun wa lâ lâhiq

         y nadie de nosotros, anterior o posterior, lo alcanza.

 

         Es decir, nadie de nosotros, las criaturas, alcanza (yúdrik) a comprender y abarcar lo que representa Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Nadie anterior (sâbiq) a su existencia material ni nadie posterior (hiq) a ella, ha podido penetrar en todo lo que implica la Luz Muhammadiana. Uwáis al-Qárani dijo: “Los Compañeros de Muhammad sólo vieron su aspecto exterior. En cuanto a su mundo interior, no lo conoce nadie”, queriendo decir que sólo avanzando en el conocimiento de Allah se va progresando en el conocimiento de Muhammad (s.a.s.), sin llegar jamás a concebirlo en su totalidad, al igual que es imposible encerrar a Allah en una idea definitiva, y es por el carácter de la condición humana de reflejo de la Verdad Absoluta. El Profeta (s.a.s.) dijo: “El Misericordioso creó a Adán a su Imagen”.

 

        8. 

        fa-riyâdu l-malakûti bi-çáhri ÿamâlihi mûniqa

         Los jardines del mundo espiritual están adornados con las flores de su belleza

 

         Riyâd significa jardines (es el plural de la palabra ráud), y son lugares de recreo en los que abundan las flores, el verdor y las aguas. Por su parte, el Malakût es el mundo espiritual, el universo que se capta con el ojo del corazón y el saber interior (mientras que el término Mulk se reserva para el mundo físico y material). Los sufíes lo expresan de este otro modo: el Malakût es lo que se percibe en el recogimiento y Mulk es lo que se percibe en la dispersión.

         Ibn Mashîsh sugiere que el mundo interior, el que se vive con el corazón, es un lugar de esparcimiento de gran belleza que infunde paz. Pues bien, las flores (çahr, plural de çahra) que hacen del Malakût un lugar adornado y resplandeciente (mûniqa) son manifestaciones de la belleza (ÿamâl) de Muhammad (s.a.s.).

         Para unificar el Mulk y acceder así a su significación interior (el Malakût), para penetrar en el Jardín, es necesario hermosearlo todo con la Luz de Muhammad, que es la Sharî‘a, la Ley revelada, que es una Vía hacia el placer infinito que puede vivenciar el corazón.

 

      

        9.  

        wa hiyâdu l-ÿabarûti bi-fáidi anwârihi mutadáffiqa

         y los estanques del Mundo de la Omnipotencia rebosan con el flujo de sus luces.

 

         Tras penetrar en el Malakût, ya está cercano el Yabarût, el Mundo de la Omnipotencia, la Raíz de todo. Con el seguimiento de la Vía se integra el Mulk en el Malakût, y se está a un paso del Yabarût, que es el Poder Configurador del Uno-Único, de Allah Señor de los Mundos.

         El Yabarût es un océano de unidad, y por ello Maulai ‘Abd as-Salâm ibn Mashîsh lo llama hiyâd, estanques (plural de háud), y utiliza el plural por su riqueza y abundancia a pesar de su homogeneidad absoluta. Pues bien, el peregrino hacia Allah (el sâlik), tras purificar su mundo con el seguimiento de la Sharî‘a, accediendo así al mundo espiritual, sólo alcanza el de la Omnipotencia bebiendo de las luces (anwâr) de Muhammad (s.a.s.), que son sus estados interiores, y es porque el Yabarût mismo se desbordó fluyendo y constituyendo esas luces que dieron forma a Muhammad (s.a.s.). El desbordamiento (fáid) se hizo flujo en expansión (mutadáffiq), y eso es el espíritu de Muhammad (s.a.s.), del que beber para integrar en sí y experimentar la Omnipotencia Raíz de todas las cosas.

 

         10.

         wa lâ shá:ia illâ wa huwa bihi manût

         Nada hay que no esté a él enlazado,

 

         Lâ shá:i, nada, es decir, ninguna criatura existe que no sea prolongación de la Luz Muhammadiana. Todo está a él enlazado (manût), adherido a él (huwa), comunicado a él en su origen mismo, pues él es el Medio, lo que hay entre Allah y cada criatura concreta.

 

         11.

         idz laulâ l-wâsitatu la-dzáhaba kamâ qîla l-mausût

         pues si no fuera por el Medio desaparecería, como se ha dicho, el resultado.

 

         Muhammad (s.a.s) es el Medio (Wâsita), el Puente, la Condición, que está entre Allah y el mundo. Él separa y une, es un Istmo, un Bárçaj, en el que todo confluye y, a la vez, gracias a él todo se distingue. Ése es el significación de la profecía.

         Si no fuera (laulâ) por él, el resultado último del acto creador (el mundo mediado, el mausût) no hubiera existido, seguiría perdido en la nada (la-dzáhaba), tal como se ha dicho (kamâ qîla), es decir, tal como se entiende en toda lógica, porque sin la herramienta (el medio) es imposible el resultado.

         Allah no necesita una herramienta para crear. Debemos explicar lo que significan las expresiones anteriores. En realidad la ‘herramienta’, el ‘medio’, es la diferenciación. Gracias a ella, el mundo fue diferenciado y por ello existe concretamente. Si no hubiese sido (laulâ) por esa discriminación, estaríamos aún en la nebulosa de la Nada (el ‘Ádam). Muhammad, la Luz Primigenia, fue el Deseo de Allah, y por ello se le llama también Habîbullâh, el Amado de Allah. Gracias a ese Deseo existimos.

         De ello se deriva la dependencia todo lo creado de Muhammad (s.a.s.), la necesidad que hay de él, la necesidad que hay de su ‘profecía’, entendida esta en el sentido profundo que le estamos dando aquí y que es la verdadera concepción de los musulmanes.

 

         12.

         salâtan talîqu bika mínka iláihi kamâ huwa áhluh

         Con una bendición que te convenga, tuya desde ti a él, tal como merece.

 

         El autor pide a Allah que derrame toda su Misericordia sobre Muhammad (s.a.s.): bendícelo con una bendición (salât), que te convenga (talîqu bika) -es decir, que sea conforme a tu grandeza y perfección-, que provenga de ti (mínka) y vaya a él (iláihi), y que se corresponda a lo que él merece (la bendición de la que es merecedor, ahl, la que es capaz de contener debido a su misma inmensidad).

         El absoluto contenido por Muhammad (s.a.s.) merece ser colmado con esa Misericordia de Allah, mientras que desde el otro lado, desde el nuestro, merece toda nuestra gratitud y elogio, y así es como Muhammad (s.a.s.) es punto de encuentro, centro de todo, eje de la existencia, corazón del mundo.

 

         13.

         allâhumma ínnahu sírruka l-ÿâmi‘u d-dâ:llu ‘aláik

         ¡Allah! Él es tu secreto íntegro que señala hacia ti

 

         La imprecación allâhumma no aparece aquí para dirigir un ruego a Allah sino para dar más fuerza a la frase que viene después, como si fuera una partícula intensiva con la que resaltar lo que se va a decir a continuación, y lo que se dice es que Muhammad es el Sirr de Allah, su Secreto, su Intimidad más profunda. Él (s.a.s.) es el reflejo del carácter insondable de Allah, un secreto íntegro (ÿâmi‘), mientras que en las demás criaturas el secreto está disperso. En Muhammad (s.a.s.) el misterio de la existencia está reunido, anterior a su multiplicación en la pluralidad de las criaturas. Por ello, él es el tesoro más preciado.

         A causa de su integralidad, Muhammad (s.a.s.) es un indicador (dâ:ll) perfecto que señala hacia Allah directamente, siendo el guía por antonomasia. Todas sus enseñanzas son signos de Allah y pistas hacia Él.

 

         14.

         wa hiÿâbuka l-á‘zamu l-qâ:imu láka báina yadáik

         y es tu Velo Supremo erguido ante ti.

 

         Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es el Velo (Hiÿâb) de Allah, y es un Velo de proporciones majestuosas, un Velo Supremo (Hiÿâb Á‘zam), en consonancia con el Secreto que resguarda de las miradas inoportunas o indebidas. A la Intimidad solo tiene acceso el amante, y Muhammad (s.a.s.) es la condición del Amor. Con el Amor se llega hasta el vedado del Señor de los Mundos, de lo contrario se es expulsado de la Presencia. Muhammad es el Erguido (Qâ:im) ante Allah (báina yadáik, ante ti, ante tus Manos).

         Este verso es inmensamente rico en significaciones y sugerencias, pero debemos limitarnos a lo esencial, evitando interesantes ramificaciones que alargarían en exceso este artículo. Sólo señalar que Hiÿâb significa también Amuleto, pues Muhammad (s.a.s.) es una protección: la Omnipotencia amenaza con destruir al que se acerca a Ella, y Muhammad (s.a.s.), gracias a su propia inmensidad, filtra esa luz arrebatadora y la proporciona al peregrino gradualmente...

 

         15.

         allâhumma alhiqnî bi-násabih

         ¡Allah!, úneme a su genealogía

 

         Tras describir al Profeta (s.a.s.), y en esa descripción se elogia en el fondo a Allah, verdadera Raíz, el autor aprovecha la ocasión para rogar por sí mismo, y vuelve a exclamar allâhumma, ¡Allah!, convocando al Uno infinitamente Rico, para pedirle que lo una o haga alcanzar (alhiqnî, úneme, permíteme integrarme) a su genealogía (násab), es decir, sus descendientes, sus seguidores, sus continuadores.

         Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es la semilla de la existencia (bádzrat al-wuÿûd) en su dimensión lumínica, y fue el generador de una Nación (Umma) con su personalidad histórica. La Comunidad Musulmana es el correlato de la existencia, mientras fuera queda el Kufr, el no-Islam, la oscuridad homóloga a la Nada. Islâm, sumisión, es la respuesta al imperativo creador.

         Muhammad (s.a.s.), con su personalidad histórica, inauguró una genealogía (násab) del Ser, actualización del primer momento, el instante original en el que surgió todo. Aceptando a Muhammad (s.a.s.), el musulmán remonta hasta él su genealogía, se convierte en prolongación de la Luz, se llena de ser.

 

         16.

         wa haqqiqnî bi-hásabih

         realízame en su naturaleza

 

         Con este verso, el que recita la Mashîshía pide a Allah que, después de integrarlo en la Nación, lo realice (haqqiqnî, realízame) en la naturaleza, en la forma de ser de Muhammad (s.a.s.), en su hásab, que es aquello de lo que se enorgullece alguien.

         Es difícil dar una traducción adecuada al término hásab. Literalmente, es lo que basta, lo suficiente, lo esencial, aquello donde radica el poder, la causa de que alguien se sienta satisfecho consigo mismo, y en el caso de Muhammad, su hásab es todo su ser, su carácter integrador de todo. Realizarse en el hásab de Muhammad es sostenerse sobre la Verdad Raíz de todo. El autor solicita tener así una personalidad muhammadiana, con todas sus implicaciones, como participación total en la realidad que está en sus orígenes.

 

         17.

         wa ‘arrifnî: iyyâhu má‘rifatan áslamu bihâ min mawâridi l-ÿahl

         y dámelo a conocer con un conocimiento con el que me salve de las influencias de la ignorancia

 

         ‘arrifnî: iyyâhu, dámelo a conocer. El autor pide a Allah que le da a conocer a Muhammad (s.a.s.), porque conocerlo a él es más urgente, incluso, que conocer a Allah. Encontrar al maestro adecuado es anterior al conocimiento, es el paso previo que hay que dar.

         Dámelo a conocer con conocimiento (ma‘rifa), redundancia que quiere decir: con conocimiento verdadero, profundo, total. Sólo ese saber íntimo hará que me salve (áslamu) de las influencias (mawârid, literalmente, abrevaderos) de la ignorancia (ÿahl).

         Caminar por las sendas de la espiritualidad sin la guía del Profeta es exponerse al error y a la confusión, porque quien no tiene guía, su guía es la frivolidad, y todo ello es ignorancia (ÿahl).

 

         18.

         wa ákra‘u bihâ min mawâridi l-fadl

         y beba con él de las fuentes de la Virtud.

 

         Conocer a Muhammad (s.a.s.) primero aleja de la influencia de la ignorancia, pero además en sí es una ciencia útil que permite beber (ákra‘u, y pueda yo beber -sorbiendo directamente, éste es el matiz del verbo-) en las fuentes (mawârid, abrevaderos) de la virtud (fadl). El Profeta pone al peregrino ante Allah, sin más intercesión.

         Fadl, la virtud, significa realmente Favor de Allah, y la Virtud es el saber directo que trasforma al peregrino, es la gnosis, la visión,... y está relacionada con la noción de Favor de Allah porque sólo se alcanza como manifestación de un Deseo previo de Allah mismo.

         Quien reconoce a Sidnâ Muhammad (s.a.s.) y cumple con sus derechos, sin duda accede a su raíz misma y ahí se encuentra en las inmediaciones de Allah, todo ello en conformidad con el hadiz en el que el Profeta dijo: “Quien actúa según lo que sabe, es enriquecido por Allah con el conocimiento de lo que aún no sabe”. Es decir, quien se guía por la senda de Muhammad llega a Allah y ahí es embargado por la eternidad.

 

         19.

         wa hmilnî ‘alà sabîlihi: ilà hádratika hámlan mahfûfan bi-núsratik

         Transpórtame sobre su Camino hasta tu Presencia, arropado con tu ayuda.

 

         ihmilnî, traspórtame, es decir, condúceme con ligereza sobre su Camino (Sabîl), que es el de los fieles a la Sunna de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), los sufíes. El peregrino (sâlik) que se propone alcanzar la Presencia de Allah (Hadra) tiene que realizar un gran esfuerzo, disciplinarse en la Ley, combatir a su ego, superar sus defectos, purificar su corazón,... hasta alcanzar una ingravidez absoluta, espiritualizándose en extremo, y todo ello es muy difícil, requiere de una decisión férrea, una fuerza inexpugnable y una intuición afilada, pero todo ello es extraordinariamente fácil si es Allah el que toma la iniciativa, y arropa al peregrino.

         Y, así, en lugar de confiar exclusivamente en su capacidad y enredarse en sí mismo, el peregrino debe hacer una acto de humildad y amor, y entregarse a Allah, que es lo verdaderamente eficaz. Eso es lo que Ibn Mashîsh pide en este verso: que sea Allah el que se encargue de trasportarlo (haml), de modo que el peregrino se vea arropado (mahfûf) por el auxilio de Allah (nusra), que es signo de victoria y consecución de la meta, en lugar de contar únicamente en los propios recursos, que siempre serán escasos.

         Este es uno de los pilares básicos del Islam. Si bien el musulmán debe esforzarse, lo hará siempre remitiéndose a Allah, evitando obsesionarse consigo mismo. Ése es realmente el Camino, la gran enseñanza de Muhammad (s.a.s.), y conforme se avanza en la confianza en Allah, se progresa hacia Él.

 

         20.

         wa qdzif bî ‘alà l-bâtili fa-ádmagah

         Golpea conmigo mí a la vanidad hasta que la destruya.

 

         Es decir, hazme ser real. Para comprender este difícil verso es necesario hacer algunas precisiones: til, la vanidad, lo inútil, lo irreal, es ‘todo lo que no es Allah’. En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) dijo: “Las palabras más sinceras de cuantas han sido dichas por un poeta son las de un verso de Labîd, quien dijo: ‘Todo, a parte de Allah, es vano; y todo placer, sin duda, es pasajero’...”.

         El peregrino (sâlik), que busca lo Real (al-Haqq), que busca su propia esencia verdadera, debe combatir todo lo falso, lo que es mera apariencia, y por ello debe hacer lo que hemos dicho antes: arremeter con energía contra los ídolos, contra su ego, contra las maldades de su corazón, contra la ignorancia, la injusticia, y cuando todo lo vano (lo til) se desvanece, entonces se muestra al-Haqq, Allah, la Verdad.

         Ese esfuerzo descomunal es a lo que se llama Yihâd. Pero en su Yihâd debe depositar toda su confianza en Allah, porque sus fuerzas son pobres y sólo en la Fuente del Ser, en Allah mismo, está el Poder capaz de hacer que se esfume el til. Por ello, en lugar de arremeter contra los dioses de los hombres comunes, el peregrino desea ser un guerrero movido por Allah, un arma en manos de su Señor Verdadero. En lugar de golpear, él quiere que sea Allah el que golpee la vanidad con él, y por eso dice: íqdzib bî, golpea conmigo... lo vano hasta que lo destruya (ádmagah) y se evapore quedando al desnudo el Océano de la Omnipotencia, el Mar de la Unidad.

 

         21.

         wa çúÿÿa bî fî bihâri l-ahadía

         Sumérgeme en los mares de la Unicidad.

 

         çúÿÿa bî, sumérgeme, hazme entrar, en los mares (bihâr, plural de bahr) de la Unicidad (ahadía). El término Ahadía es más intenso que el de Wahda, Unidad. Alude a Allah en su soledad absoluta, en su Esencia en la que excluye todo lo que no sea Él mismo. La Ahadía es el entramado profundo de la existencia, su Secreto más íntimo.

         El peregrino va ahondando progresivamente en las implicaciones de la unidad que gobierna la existencia. Primero descubre la verdad del Destino, que quiere decir que no hay más acción que la de Allah, que todo es movido por Él: desaparece su afán, su angustia, y lo inunda la paz. Después, descubre que todo lo que cree de sí mismo es una fantasía, que su ser carece de sustancia, que no hay más atributos que los de Allah, y entonces se apodera de él la perplejidad. Más adelante, cuando hasta la aparente consistencia de su ‘yo’ se tambalea, se pasa a lo Absoluto, a esos Mares Infinitos donde sólo está Allah, y es ahí donde descubre su propia eternidad, resucitando tras haber muerto su vanidad.

         Un poeta popular y gran maestro sufi, Sidi ‘Abd ar-Rahmân al-Maÿdzûb, dijo: “¡Oh, estudiosos de la Ciencia de la Unidad! Ante vosotros están los Mares que ansiáis... Son para las gentes del Desapego Absoluto, los subordinados a mi Señor”.

 

         22.

         wa nshulnî min awhâli t-tawhîd

         Sácame de los fangos de la Ciencia de la Unidad.

 

         El Tawhîd, la Ciencia de la Unidad, cuando es dada a la especulación en lugar de ser saboreada, puede degenerar en un simple cúmulo de argumentaciones inútiles que sólo satisfacen a los aficionados a la retórica. Además de este peligro, hay otro exceso, el de interpretaciones aberrantes, como la de quienes la expresan en sentido panteísta. El Tawhîd, la Ciencia de la Unidad, que es el corazón del Islam, no es para elucubraciones arbitrarias ni pretensiones absurdas. Estos son posibles fangos (awhâl) contra los que hay que advertir al peregrino, para que no se enlode en ellos. Por ello, Mawlai ‘Abd as-Salâm ibn Mashîsh exclama en este verso: unshulnî, sácame, arráncame, de los lodos del Tawhîd.

 

         23.

         wa agriqnî fî ‘áini báhri l-wahda

         Ahógame en la esencia del Mar de la Unidad

 

         agriqnî, ahógame hasta que pierda la noción de mí para que ante ti no sea confundido por nada, sumérgeme en la esencia (‘áin, esencia, ojo, fuente, mismeidad) del Mar (Bahr) de la Unidad (Wahda). El peregrino acaba ‘ausentándose’ en Allah, inmerso en su Eternidad, sin resquicio de sí mismo, embargado por la Misericordia. Una vez abolidos todos los dioses, todos los fantasmas, una vez disipadas todas las apariencias, superado el ego, se está en el centro del ser, en el ‘Áin, la Esencia, la Fuente, el Secreto. Entonces, Allah se apodera del ser humano: una vez se ha purificado a sí mismo, el hombre comprende que sólo es expresión de su Señor.

 

         24.

         hattà lâ: arà wa lâ: ásma‘a wa lâ: áÿida wa lâ: uhissa illâ bihâ

         hasta que no vea, ni oiga, ni encuentre, ni sienta más que por Ella.

 

         En un hadiz, Rasûlullâh (s.a.s.) contó que el musulmán se acerca a Allah empeñándose en seguir el Ejemplo del Profeta (la Sunna) hasta que Allah lo ama, entonces Allah ‘es’ el oído con el que ese musulmán oye, el ojo con el que ve, la mano con la que toca y el pie con el que camina. El peregrino se dirige hacia Allah hasta alcanzar el Centro del Mar de la Unidad, y ahí desaparece lo ilusorio y sólo se manifiesta el Real (al-Haqq), sin encarnación (hulûl), ni unificación (ittihâd).

         Mawlai ‘Abd as-Salâm ibn Mashîsh pide a Allah que su seguimiento de la Sunna lo haga desembocar en ese Océano de Unidad en la que deje de ver (hattà lâ: arà, hasta que yo no vea) todo lo que no sea la Identidad Suprema (adz-Dzât al-‘Alía), y deje de oír (lâ: asma‘a, hasta que yo no oiga) lo que no sea su Discurso, y deje de encontrar en sí mismo (lâ: áÿida, hasta que yo no encuentre) emociones, como alegría, tristeza, encogimiento o expansión, y deje de sentir (lâ: uhíassa, hasta que yo no sienta) en el exterior frío o calor, dolor o placer, illâ bihâ, más que a través de Ella, la Unidad (Wahda)...

         Se trata de una progresión sobre la senda del Islam con la que el peregrino se sumerge en su Señor (Rabb), en su Motor, que es el de la existencia entera, y todo queda reunificado en la Verdad que lo sostiene, y lo ilusorio se desvanece, quedando Allah. A partir de entonces, el peregrino se ha convertido en un ‘ârif, un gnóstico, un conocedor ‘a través de Allah’, y en un walí, alguien que ha intimado con Allah. Es entonces cuando se ha puesto de pie sobre la huella de Muhammad (qádam Muhammad), se ha convertido en su heredero (wâriz). Es el momento de su califato (jilâfa), de su soberanía absoluta, el momento en que descubre que es la Imagen del Misericordioso, la proyección del Secreto.

 

         25.

         wa ÿ‘al il-hiÿâba l-á‘zama hayâta rûhî

         Y entonces has del Velo Supremo la vida de mi espíritu,

 

         iÿ‘al, haz, ¡oh, Allah!, que en ese Ojo del Mar de la Unidad (‘Áin Bahr al-Wahda), el Velo Supremo (al-Hiÿâb al-Á‘zam) -es decir, Sidnâ Muhammad (s.a.s.)- sea la vida (hayât) de mi espíritu (h), de modo que me proteja de la aniquilación y de la pretensión.

         Mantener la conciencia de la condición humana es fundamental en esa poderosa experiencia. Y el Velo Supremo cumple esa función. En la síntesis unitaria (ÿam‘) el verdadero sabio reconoce la diferencia que hace posible la multiplicidad (farq), y se mantiene firmemente en su naturaleza sometiéndose a la Ley de Muhammad (la Sharî‘a). En su embriaguez espiritual (sukr) no deja la sobriedad (sahw), en su muerte no deja de estar vivo, y éste es el secreto de su eternidad individual.

         La conmoción que hay en el encuentro’con’ Allah, el ‘ârif se protege en el Velo Supremo, el Talismán de su existencia. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es la vida de su espíritu.

 

         26.

         wa rûhahu sírra haqîqatî

         y (haz) de su espíritu el secreto de mi realidad,

 

         Y haz, ¡oh, Allah!, del espíritu (h) de Muhammad (s.a.s.) el secreto (sirr) de mi realidad (haqîqa, esencia). El Velo Supremo es Muhammad (s.a.s.) en tanto que protector, pero su espíritu es su verdad contemplable con el ojo del corazón. El Talismán es la Ley, mientras que el aliento que anida en él es un espíritu sutil que Ibn Mashîsh desea que se mezcle con su propio espíritu para hacer de él algo secreto.

         Reconocer al Profeta (s.a.s.) vivifica al espíritu, y asumir el espíritu de Muhammad (s.a.s.), apoderarse de su singularidad, es purificar el propio espíritu hasta hacerlo ser una esencia secreta, pura trasparencia, cercana a Allah. Cumplir con la Sharî‘a y adentrarse en la Luz Muhammadiana es lo que completa el proceso que debe seguir el peregrino hacia su Señor.

 

         27.

         wa haqîqatahu ÿâmi‘a ‘awâlimî

         y (haz) de su realidad lo que unifique mis mundos,

 

         Haz, ¡oh, Allah!, que la esencia misma de Muhammad, su secreto más profundo, su haqîqa, sea lo que reunifique (ÿâmi‘) mis mundos (‘awâlim, plural de ‘âlam, mundo), tanto mi experiencia exterior como mi vivencia interior, mis actos como mis intenciones, mi ciencia y mi comprensión.

         al-haqîqa al-muhammadía, la esencia muhammadiana, es, en lo humano, el equivalente del Yabarût, la Omnipotencia englobadora de los mundos espiritual (Malakût) y material (Mulk). Esa esencia luminosa es la raíz del corazón y la forma humana, y es el núcleo en el que todo está integrado. Al reconocer a Muhammad (s.a.s.), el musulmán recupera la unidad de su ser, y sus mundos (su intención y su acción) abandonan la dispersión para concentrarse en su propia verdad.

 

         28.

         bi-tahqîqi l-háqqi l-áwwal

         con la realización de la Verdad Primera.

 

         Es decir, que todo lo anterior se cumpla y encuentre su plena realización (tahqîq) como modo de actualizar la Verdad Primera (al-Haqq al-Áwwal). Y la Verdad primera es instante primordial, que el Corán describe como momento en que Allah hizo responder a la ‘simiente humana’, a cada ser humano en su potencialidad, a la siguiente pregunta, realizada en la pre-eternidad (áçal): “¿Acaso no soy vuestro Señor?” (a lastu bi-rábbikum). La respuesta fue el balà, el efectivamente, que late en el corazón de cada persona ante Allah.

         Este verso del Salât Mashîshía es de los más difíciles de explicar en castellano porque exige de una sensibilidad espiritual ‘en el límite de la Ciencia de la Unidad’. En los comentarios que hace Ibn ‘Aÿîba se entrecruzan una gran cantidad de presentimientos y referencias. Al-Haqq al-Áwwal, la Verdad Primera, es el Yabarût, que es Allah mismo, que es el Instante Primordial, todo ello en una frase intensa que incluso permitiría ser traducida por un juramento: “¡Lo juro por la Realización de la Verdad Primera!”, que equivale, en árabe,  a decir que el cumplimiento de todo lo anterior es la concreción de la Verdad Primera, de modo que el ser humano resultante de los procesos descritos es al-Insân al-Kâmil, el Ser Pleno, Completo o Perfecto, la Síntesis Suprema, el Recogimiento Absoluto...

 

         29.

         yâ: áwwalu yâ: â:jiru yâ zâhiru yâ bâtin

         ¡Oh, Primero! ¡Oh, Último! ¡Oh, Manifiesto! ¡Oh, Oculto!      

        

         Ahora, el recitador de este Salât invoca a Allah mencionado Nombres suyos de un gran poder evocador. Allah es Áwwal, Primero, anterior a toda cosa. Es Â:jir, Último, posterior a toda cosa. Es Zâhir, Manifiesto, Evidente, y nada lo oculta. Y es tin, Oculto, y nada hay más profundo que Él... Así es como el Corán describe a Allah, asomando al musulmán a un Absoluto Envolvente.

         La significación de estos Bellos Nombres embriaga a quien se inicia en sus implicaciones. El alcance de sus exigencias desarma por completo al peregrino hacia su Señor, lo desnuda para que pueda reencontrarse con toda esa Inmensidad en el instante de su respuesta a Allah en la pre-eternidad.

         En esos Bellos Nombres desemboca el caudal del rio que nació de las primeras palabras pronunciadas por Ibn Mashîsh. La existencia entera ha sido invertida para evidenciar la Verdad que la engloba, que la hace ser,...

 

         30.

         ísma‘ nidâ:î bimâ sami‘ta nidâ:a ‘ábdika çakariyâ

         ¡Escucha mi llamada como escuchaste la de tu siervo Zacarías!

 

         ¡Oh, Primero! ¡Oh, Último! ¡Oh, Manifiesto! ¡Oh, Oculto!... ísma‘ ¡escucha!, es decir, ¡responde a mi invocación (nidâ, llamada) del mismo modo que respondiste a tu siervo (‘abd) Zacarías (Çakariyâ), -es decir, rápidamente, suspendiendo la secuencia normal de la naturaleza-!

         Zacarías era un profeta (un nabí), un siervo de Allah (‘abd). Se hizo viejo sin haber logrado obtener descendencia, y cuando ya la naturaleza parecía negarle hijos recurrió a Allah y le pidió uno. Su mujer, ya anciana también, quedó embarazada y dio a luz a Yahyà, Juan. Igualmente, el que recita el Salât Mashîshía espera de Allah una ayuda con la que vencer las tendencias comunes de los seres humanos, que los apartan de Allah.

         Según Ibn ‘Aÿîba, la respuesta de Allah al Mawlai ‘Abd as-Salâm ibn Mashîsh fue el que ash-Shâdzili, el único discípulo del maestro, alcanzara su mismo rango espiritual, siendo su continuador a partir del cual sus enseñanzas se difundieron grandemente en el Islam.

 

         31.

         wa nsurnî bika lak

         ¡Ayúdame contigo para ti!

 

         unsurnî, ¡ayúdame! ¡dame fuerzas! ¡dame el triunfo! -y que Tú mismo seas mi ayuda para alcanzarte-. Según Ibn ‘Aÿîba, con esta expresión, el que recita este Salât espera de Allah el auxilio necesario para cumplir estrictamente con la Sharî‘a. La fidelidad externa al Profeta (s.a.s.), que es la Vía, requiere de una energía que necesita de la asistencia de Allah.

 

         32.

         wa ayyidnî bika lak

         ¡Auxíliame contigo para ti!

 

         ayyidnî, ¡auxíliame! ¡ayúdame!, en principio este verbo significa lo mismo que unsurnî, pero tiene, según Ibn ‘Aÿîba un sentido interior, es decir, dame fuerzas para seguir a Muhammad (s.a.s.) también con el corazón y no solo con el cuerpo.

         Con el Nasr (o Nusra), la Ayuda de Allah, se refuerza a la voluntad que mueve el cuerpo y lo orienta hacia Allah sobre la Vía de Muhammad (s.a.s.), y con el Tayîd, la Ayuda de Allah, se refuerza el mundo interior que va purificándose con la contemplación cada vez más nítida de la realidad espiritual de Muhammad (s.a.s.), tras la que está la Omnipotencia de Allah

 

         33.

         wa ÿma‘ báinî wa báinak

         ¡Reúneme contigo!

 

         Última de las invocaciones, y con la que se pide alcanzar esa Omnipotencia última, trasfondo de Muhammad (s.a.s.) y de cada ser. Dice el autor: íÿma‘ báinî wa báinak, ¡reúneme contigo!, es decir, ¡hazme saborear tu Eternidad y agiganta mi ser en tu Inmensidad!

 

         34.

         Allâh Allâh Allâh

 

         La primera parte del Salât Mashîshía acaba aquí, con la repetición tres veces del Nombre de la Majestad, una por cada uno de los tres mundos, el del Mulk, el del Malakût y el del Yabarût, para que queden absorbidos en la Verdad, permaneciendo el Uno...

 

lâ ilâha illâ llâh, no hay más Verdad que Allah

Muhámmadun rasûlullâh, Muhammad es el Mensajero de Allah.