PALABRAS PARA TIEMPOS DE GUERRA

 

 

         Sidnâ Muhammad (s.a.s.) enseñó a sus Compañeros a combatir la angustia, la pena, la desesperación, el desánimo, con palabras capaces de despertar convicciones profundas. Ante una desgracia o una catástrofe, es bueno repetir esas frases poderosas, y, por tanto, talismánicas, que devuelven a las cosas su verdad y remueven en el ánimo los mecanismos que permiten al ser humano seguir avanzando en lugar de hundirse en la frustración.

 

         Los musulmanes cuentan con un tesoro de invocaciones (du‘â) eficaces cuya principal virtud es la de situar los acontecimientos entro de coordenadas que reconfortan al hombre y lo relanzan. Aquí nos referimos a las que sirven para Tafrîŷ al-Kurûb, para aliviar la opresión que se siente cuando parece que todo se desmorona. Ante la muerte o la enfermedad, en medio de la discordia, frente a las guerras y todos los reveses, cuando todo parece confabulado contra el musulmán, es conveniente que proclame estas fórmulas que disipan ante él el espejismo y le devuelven las fuerzas y le permiten luchar fî sabîlillâh, en la Senda de Allah, es decir, en la Verdad.

 

         Los du‘â no son fórmulas mágicas, aunque sean poderosas, sino pura sabiduría y sensatez en medio del torbellino de la existencia que con frecuencia sacude al hombre y lo desconcierta o lo desanima. Los du‘â nos devuelven y nos remiten a Allah, y en el seno de esa Inmensidad las cosas son contempladas desde la perspectiva de lo esencial. Las palabras, que son lo que nos hace ser humanos, tienen ese misterioso poder. Recomendamos, pues, a todos los musulmanes, la práctica del du‘â en estos momentos en que la maquinaria bélica de EEUU se ha propuesto la destrucción de nuestros hermanos irakíes. El du‘â para sembrar en nosotros la energía con la que acudir en su auxilio y para que Allah los favorezca es una forma de participar en el Yihad.

 

         1- A la cabeza de esas frases contra la opresión está Allahu Ákbar, Allah es Más Grande. Allahu Ákbar siempre ha sido la contraseña que identifica a los musulmanes. Es lo primero que grita el muázzin desde los alminares, y es la frase que encabeza el Salât del musulmán, la palabra que está al comienzo de su recogimiento. Y es el grito que los musulmanes entonan contra la injusticia, la tiranía, el imperialismo y la mentira. Allah es Más Grande significa que el musulmán no se deja derrotar por ninguna apariencia, y que la grandeza sólo pertenece al Creador de todas las cosas.

 

         Al gritar Allahu Ákbar el musulmán manifiesta su convicción más íntima ante la que se desmorona la aparatosidad de la mentira, la hipocresía, el miedo, el desánimo. Allahu Ákbar es la consigna de la Verdad ante lo falso, lo que se desvanece cuando el ser humano es consciente de lo esencial en la existencia. Por ello, los musulmanes repetimos con frecuencia esas magníficas palabras que nos devuelven a la sensatez y todo a nuestro alrededor queda disuelto en medio del Poder creador del Uno-Único.

 

         El significado de estas palabras Allahu Ákbar, su misterio, es lo más temible para lo que pretende apoderarse del ser humano y convertirlo en su esclavo. Es lo que el musulmán debe decir, sentir y vivir para no ser títere de nada ni de nadie, para no estar a merced de las circunstancias ni ser abatido por los demonios. Para ahondar en estas significaciones, es preciso repasar el significado de la Sûra del Elefante, que hemos publicado en esta misma página de Musulmanes Andaluces, entre los Comentarios al Corán. Quien sabe, por tanto, que Allah es Más Grande que todo, es invencible e irreductible.

 

         2- Tanto Bujâri como Múslim recogieron en sus libros estas palabras que el Profeta (s.a.s.) aconsejaba repetir cuando el ánimo se oprime:

         Lâ ilâha illâ llâhu l-‘azîmu l-halîm, no hay más verdad que Allah el Inmenso, el Benigno. Nada hay verdadero, eficaz, poderoso, salvo Allah, el Creador de todas las cosas. Y Él es ‘Azîm, Inmenso, todo lo abarca y nada está al margen de su poder. Y Él es Halîm, Benigno, y, por tanto, nada debe temer el musulmán. Estos Nombres de Allah, ‘Azîm y Halîm, sumen en la Inmensidad del Benigno a la existencia entera. Nada malo puede sucederle al musulmán. Con esta confianza debe afrontar la vida y las circunstancias.

 

         El du‘â continúa con otra frase: Lâ ilâha illâ llâhu rábbu l-‘árshi l-‘azîm, no hay más verdad que Allah, Señor del Trono Inmenso. Es Allah quien rige todas las cosas desde la trascendencia de su Poder que abarca a la existencia entera. El Trono de Allah (el ‘Arsh) rodea y subyuga todas las cosas. Ese Trono es, como Allah mismo, ‘Azîm, Inmenso, pues sus dimensiones son infinitas. Nada hay al margen del Poder creador. No hay nada, ni un instante, fuera del designio de la Única Verdad. El musulmán, con esto, se sabe en medio del Destino que hace plenas las cosas. El Trono de Allah es su imperio en la realidad, y musulmán es el que se entrega a su Señor sin resistencias. En lugar de dejarse abatir se levanta contra la opresión, contra la injusticia, contra la desgracia, que se hayan abatido contra él, tal como le ha ordenado hacer el que lo ha creado y lo mueve desde sus adentros. Rindiéndose a Allah, el musulmán se rebela contra el mundo de la falsedad y el mal. No reconoce más Trono que el de Allah, ni más rey que su Señor, ni más verdad que la que lo sostiene. El musulmán no se resigna, ni el Destino lo invita a la pasividad ni al fatalismo; todo lo contrario, significan para Él que lo que parece definitivo y determinante (la catástrofe en la que está inmerso, la desgracia que lo abate, la parafernalia de un tirano), todo eso es mentira, pura ficción, y el Destino le empuja a rechazar esas mentira, a no dejarse derrotar por lo falso, y hacer de Allah la Fortaleza desde la que combate lo que busca esclavizarlo).

 

         El du‘â acaba con la siguiente frase: Lâ ilâha illâ llâhu rábbu s-samâwâti s-sáb‘i wa rábbu l-árdi rábbu l-‘árshi l-karîm, no hay más verdad que Allah, Señor de los siete cielos, Señor de la tierra, Señor del Trono Noble. La clave es no hay más verdad que Allah (lâ ilâha illâ llâh), que, al igual que Allahu Ákbar, nos pone más allá de todas las circunstancia, por encima de las calamidades, los desánimos y las frustraciones. Pero, además, ni siquiera permite comparaciones: no hay más verdad que Allah. No es que Allah sea más grande que otras cosas, Él es la única verdad, la Fuente de su ser en la que debe reposar el musulmán y actuar desde la paz de esa certeza absoluta. ¿Quién es Allah?: el Señor (Rabb) de los siete cielos (as-samâwât as-sab‘), es decir, del cielo visible y los cielos invisibles, de lo real y de lo espiritual, es el Señor de lo que el hombre ve y controla y lo que se le escapa; y es el Señor de la tierra (ard), del hombre y de lo que le rodea. Él es la clave de la realidad, y es el Señor del Trono Noble (al-‘Arsh al-Karîm), cuyo Poder lo engloba todo, al que nada escapa, y es noble y generoso. En estas convicciones, el musulmán encuentra alivio y fuerzas.

 

         3- Ánas ha contado que Rasûlullâh (s.a.s.), cuando algo lo entristecía, decía: háyyu yâ qayyûm bi-ráhmatika astagîz, Oh Viviente, oh Subsistente, en tu Misericordia busco auxilio. Sidnâ Muhammad (s.a.s.), cuando quería dar una especial intensidad a sus invocaciones, solía decir háyyu yâ qayyûm, Oh Viviente, oh Subsistente, según contó Abû Huráira. Cuando afirmamos de Allah que es Hayy, Viviente, queremos decir que Él es real, que está presente, que nos percibe y que no es ajeno a nada de lo nuestro. Efectivamente, no ha podido crearnos algo muerto ni nos puede hacer ser algo a lo que resultemos indiferentes, pues la realidad nos muestra la presencia constante y atenta de la Verdad que nos sostiene, el Qayyûm, el Subsistente, el que está en la raíz de cada uno de nuestros instantes.

 

         Tras mencionar esos Nombres que nos dicen cómo es Allah, el Profeta (s.a.s.) se dirigía a su Señor (el Viviente, el Subsistente) para acogerse a su Misericordia (Rahma). La Rahma de Allah, su Misericordia, su Bondad Creadora, es la compañera inseparable de su Poder. Todo es según la Voluntad de Allah, pero el musulmán busca ser favorecido por el Bien. Ese deseo precipita lo mejor que hay en la existencia. Lo que nos afecta, lo que nos entristece, lo que nos frustra, lo que nos abate, viene, en realidad, de Allah (no de las circunstancias que se nos presentan, que carecen en sí de toda consistencia real). En lugar de dejarse arrastrar por esas apariencias, someterse a ellas, negociar con ellas, el musulmán va a la Fuente de las cosas, buscando la Rahma, lo mejor, que acompaña a todos los acontecimientos.

 

         Hay Misericordia en medio de la guerra, en medio del sufrimiento, en medio de la discordia, en medio de la aflicción. En lugar de dejarse vencer, el musulmán es capaz de salir airoso porque sabe que el que ha hecho la vida no la abandona. Y que hay vida incluso en la muerte. Lo importante es potenciar la libertad que estas certezas desatan en el seno y en el ánimo del ser humano, que lo hacen irreductible a las circunstancias que buscan atarlo al sufrimiento y a la desesperación hundiéndolo en la miseria y sometiéndolo al mal, la mentira y la destrucción.

 

         4- Según Abû Bakra, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) enseñaba que lo que debía decir el makrûb (el afligido, el afectado por una desgracia que le oprime el ánimo) es: allahumma ráhmataka arŷû, Oh Allah, tu Misericordia espero. Todo lo que nos sucede desemboca en algo bueno. Esta es la certeza capaz de reanimar al derrotado. Al cabo de lo que nos hace sufrir está el amanecer de la Rahma, que ha creado la vida en medio de la nada, que recreará la vida  en medio de la muerte. Esta es una poderosa arma en manos del oprimido, lo que lo levanta una y otra vez contra la causa de su sufrimiento. Es el raŷâ, la esperanza que activa en él las energías con las que cambia su mundo y lo ilumina.

         A continuación, el Profeta (s.a.s.) ordenaba decir al afligido: falâ takilnî ilà nafsî tárfata ‘áin, y no me dejes a manos de mí mismo ni un momento. Es decir: oh Allah, sé Tú mi fuerza, mi inspiración, mi sostén constante, no abandonándome, ni un instante, a mi suerte, es decir, a mis miedos, mis frustraciones, mis obsesiones, mis carencias, mi ignorancia. Y esta es la verdadera clave de todo: el nafs, el sí mismo del ser humano, la inconsistencia del hombre frente a los avatares, es la raíz de todos los miedos y derrotas. En lugar de abandonarse a su dolor, a su confusión y a su falta de medios, en lugar de satisfacerse en su miseria y su debilidad, el musulmán acude a su Señor, al Poder que lo ha creado y lo recrea en cada instante. Es en esa Luz donde encuentra armas con las que disipar todos sus miedos y todas sus derrotas, y convertir cada uno de sus momentos en vórtices de vida y de Yihad.

 

         Por último, Rasûlullâh (s.a.s.) enseñaba que el oprimido debe decir: wa slih lî shá-nî kúllahu lâ ilâha illâ ant, y corrige todo mi ser, -no hay más verdad que Tú. Sólo en Manos de Allah está el Salâh, la corrección, el bien del ser humano. Él puede corregir la desazón, el malestar, la frustración, corrigiéndolos,... es decir, devolviéndolos a la Rahma, a la exuberancia que está en la raíz del hombre. El shâ-n del hombre, su ser, su realidad, su circunstancia, es sobredimensionado en la Inmensidad de Allah, y a Él se entrega el musulmán cuando se siente debilitado por la apabullante apariencia de lo que se abate contra él. Al fin y al cabo, no hay más verdad que Allah: lâ ilâha illâ ant, no hay más verdad que Tú, oh Allah, que estás ante mí, el Viviente, el Subsistente, el que está más cerca de mí que yo de mí mismo.

 

         5- Asmâ bint ‘Umáis acudió ante el Profeta (s.a.s.) para que la consolara, y Sidnâ Muhammad (s.a.s.) le ordenó deshacer el nudo que atenazaba su garganta repitiendo siete veces esta frase: Allahu rabbî lâ úshriku bihi shái-a, Allah es mi Señor y no le asocio nada. Es decir, no dejo que nada me domine, que nada me venza, porque sólo admito como Señor la Verdad que me hace ser. Y no le asocio nada, es decir, no dejo ante mí que nada comparta esa fuerza en mi ser.

         La radicalidad del du‘â que Rasûlullâh (s.a.s.) enseñó a Asmâ es absoluta. Allahu rabbî, Allah es mi Señor. Es decir, sé quién es mi Dueño, mi único Dueño. No soy una persona a merced de las disputas. Lâ úshriku bíhi shái-a, y no le asocio nada, no permito que nada enturbie esta claridad, esta luz que me emancipa de todas las circunstancias, que me hace afrontar todos los retos, que me hace superar todos los escollos, que disipa ante mí la fuerza de todo lo que no es la Verdad exuberante que está en mi raíz, la que me hace ser.

 

         Allahu rabbî lâ úshriku bíhi shái-a es el gran talismán, el resumen de todo lo que hemos dicho, la clarividencia que libera al hombre y lo convierte en guerrero, en muŷâhid que jamás será derrotado, ni por las circunstancias, ni por las catástrofes, ni por los hombres, ni por los demonios, ni por la muerte.