"NUESTROS MUERTOS ESTÁN EN EL PARAÍSO;
LOS
VUESTROS, EN EL FUEGO"
Los musulmanes vencieron a los idólatras de Meca en Badr, la primera
batalla contra los ricos comerciantes que habían perseguido al Islam y habían
obligado a los musulmanes a exilarse en Medina. Al año siguiente, los qurashíes
organizaron un gran ejército para tomarse la revancha, y lo consiguieron. Se
trata del revés de Úhud, en el que los musulmanes perdieron a muchos de
sus mejores hombres.
Abû Sufyân, entonces jefe de los idólatras,
orgulloso de su victoria sobre los musulmanes, gritó al acabar la batalla: “Valga
este día por el de Badr”. Cuando sus palabras llegaron a oídos de Sidnâ
Muhammad (s.a.s.), ordenó a los musulmanes que le respondieran: “No son
iguales. Nuestros muertos están en el Paraíso; los vuestros, en el Fuego”.
En la desgracia, en la derrota, en la pobreza,
incluso en la muerte, los musulmanes vencen. Esta constante vivencia de la
victoria es lo que mueve a los musulmanes al Yihad. Un verdadero musulmán jamás
puede ser derrotado. No hay fuerza en el mundo capaz de vencerle, porque ha
hundido sus raíces en la inexpugnabilidad de su Señor, en el Haram prohibido
al pusilánime.
El Kufr, que es el enemigo del Islam (y es la idolatría,
el oscurantismo, la injusticia, la opresión, el imperialismo, la avidez, el
mal), es la ignorancia del que no sabe que la existencia es mucho más que lo
que el egoísmo es capaz de adivinar. En esa miopía está el origen de todas
las perversidades. El Profeta (s.a.s.) ordenó que también se dijera a Abû
Sufyân: “Allah es nuestro Dueño, y vosotros no tenéis dueño (Allahu
mawlâna wa lâ mawlà lákum)”. Con estas palabras, Sidnâ Muhammad
(s.a.s.) enunciaba la bastardía del Kufr.
Allah es nuestro Dueño (Mawlânâ).
Esto quiere decir que reconocemos a nuestro Creador, al que nos hace ser, al
soporte en cada instante de nuestra existencia, y ese eje de nuestra verdad es
el Infinito que sólo el corazón tiene la habilidad que permite
abarcarlo (el Îmân). Con ese Dueño de nuestro ser, los musulmanes
establecemos un pacto que lo convierte en nuestro Garante a la vez que nosotros
nos rendimos a su Ley, que es la Voluntad que rige al universo. El kâfir, el
que no paladea el significado de esa inmensidad, es el bastardo que declara la
guerra a la creación. Esa bastardía es la simiente del ego que devasta el
mundo.
El Kufr que devasta el mundo, el enemigo del Islam,
moviliza contra la Verdad los ejércitos de la mentira y los fantasmas de la
injusticia y la opresión. Pero, ¿qué pueden hacer al que ya no es hipnotizado
por el engaño, el que ha reconocido a su Dueño y se ha agigantado en su
Significado? Sháij al-Islam Ibn Taimía fue encarcelado, torturado, le
arrebataron la tienta, el papel y la pluma, y, finalmente, murió encarcelado,
pero dijo: “¿Qué pueden hacerme mis enemigos? Mi Paraíso y mi Jardín
están en mi pecho; a donde voy vienen conmigo y no me abandonan. Si me
encarcelan, convierto mi encierro en un retiro; si me exilan, mi vagabundeo será
un paseo por el mundo de Allah; si me matan, mi muerte será testimonio de la
verdad del Islam”.
El Islam anima a los musulmanes al Yihad, a un
constante esfuerzo en la lucha contra todos los males, contra todas las
injusticias, contra todas las opresiones. El Islam construye califas, seres
soberanos en medio de todas las circunstancias. En medio de la derrota, de la
desgracia, de la injusticia, de las privaciones, el musulmán sabe sembrar paraísos
y jardines. Ese es el objetivo del Tawhîd, la declaración según
la cual no hay más verdad que Allah.
El Yihad forma parte de la ‘Aqîda del
Islam, es parte integrante de esa cosmovisión en la que hay dos ejes
interrelacionados: Allah Uno-Único y el ser humano como califa. El Yihad es la
forja en la que el musulmán se transforma en criatura soberana sobre el
trasfondo de la Inmensidad de su Señor y Único Dueño. El Yihad no puede ser
rechazado más que con la negación de todo lo que representa el Islam.
El Kufr es una guerra, y el Islam es una guerra. El ser humano es vida,
agitación, búsqueda. El Kufr es un esfuerzo por conquistar el mundo. El Islam
es un afán por Allah. El kâfir y el musulmán se deshacen cada cual tras lo
que ansía. El kâfir puede tener éxito, pero su victoria acaba con la vida, y
tras ella sólo le queda el Fuego de la frustración y de la privación. El
musulmán logra un botín que es infinito. Esa es la diferencia. Por tanto, si
el kâfir es capaz de soportar la tensión de su esperanza, ¿cómo el musulmán
no habría de empeñar su vida entera al servicio de su anhelo? Tras la vida le
aguarda el fruto de su combate: la exuberancia en lo infinito de su Paraíso.