Estados Unidos e Israel
Los Estados Unidos se han embarcado en una aventura imperialista en Oriente Medio. Este es el verdadero sentido de la guerra contra Iraq. La guerra no se hace para desarmar a Iraq. Esto no es mas que un vacío y cínico pretexto.
Nadie con un conocimiento real de la situación puede creer que Iraq,
arrodillado después de dos desastrosas guerras y 12 años de sanciones,
represente cualquier “peligro inminente” para nadie.
En cualquier caso, desde el comienzo del pasado noviembre cuando los
inspectores de Naciones Unidas regresaron a Iraq bajo la resolución 1441 del
Consejo de Seguridad, los “halcones” de Washington buscaban el fracaso de la
misión de los inspectores y presionaban impacientemente para la guerra justo
cuando la labor de los inspectores mostraba signos de progreso.
La guerra no tiene como objetivo, siquiera prioritario, el derrocar a
Saddam Hussein. De hecho la Casa Blanca anunciaba que las fuerzas de los Estados
Unidos entrarían en Iraq dejara o no el país el líder iraquí. La guerra
tiene objetivos más ambiciosos: se trata de la implementación de un vasto –y
probablemente demencial- plan estratégico.
Washington está intoxicado con la visión de imponer la Pax Americana en
el mundo árabe basándose en el modelo del orden “imperial” que Gran Bretaña
impuso en toda la región a comienzos del siglo pasado, con sus dos puntos
fuertes del Golfo y el sur de la península arábiga protegiendo así la ruta
hasta la India, su ocupación de Egipto en 1882, y la extensión de sus leyes
después de la Primera Guerra Mundial hasta algunas de las provincias árabes
del derrotado califato Otomano. El resultado fue la creación bajo la tutela
británica de Iraq, Palestina y la Transjordania.
Bases militares en la región
Con bases a lo largo de toda la región desde Omán hasta Asia Central, América busca ahora recrear el imperio británico en los tiempos de su apogeo. La ocupación de Iraq, uno de los países más grandes en el corazón estratégico de la región, le permitirá a los USA el control de los recursos de Oriente Medio y rehacer su liderazgo geoestratégico, o al menos esto es lo que esperan los estrategas anglo-americanos.
Pero si las cosas van mal, la historia puede juzgar esta guerra como una
empresa criminal e injustificada, ilegítima y catastrófica para las víctimas
iraquíes del conflicto y destructiva de las reglas y las relaciones
internacionales tal como se desarrollaron en el siglo pasado.
Lo terrible del asunto es que todo esto no se trata solamente de un
proyecto exclusivamente americano. Mas bien debe ser visto como la culminación
de una asociación estratégica de América con su aliado Israel que comenzó
hace 36 años, en 1967, cuando el presidente Charles de Gaulle dijo a Israel que
perdería el apoyo francés si atacaba a sus vecinos árabes. Israel pronto
desplazó su atención de Europa a Estados Unidos, quien hizo de Israel su
principal aliado en el exterior. Desde entonces las relaciones se han ido
haciendo cada vez más intensas con cada año que pasa, hasta tal punto que
ahora el rabo menea al perro.
Mucha de la justificación ideológica y de la presión política para
emprender la guerra ha provenido del ala de la derecha del sionismo americano,
muchos de ellos judíos, íntimos aliados del primer ministro de Israel Ariel
Sharon y que ocupan posiciones influyentes tanto dentro como fuera de la
administración Bush. No se trata de una exageración, ni de antisemitismo, tal
como podría parecer, decir que esta es una guerra de Bush-Sharon contra Iraq.
Tal como ahora se sabe, la génesis de la idea de ocupar Iraq se remonta
a mediados de los 90. Richard Perle, presidente del Consejo Consultivo de Política
Defensiva del Pentágono, y descrito a menudo como el ideólogo del presidente
Bush tocante a la visión del mundo, ha estado presionando durante años a los líderes
americanos e israelíes para emprender una guerra contra Iraq.
El 8 de julio de 1996, poco después de que Benjamín Netanyahu ganara
las elecciones a Simón Peres, Perle le pasó a Netanyahu un informe estratégico
titulado “A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm”. En él se
hablaba de la necesidad de derrocar a Saddam Hussein como un objetivo
prioritario de Israel y como un medio de debilitar a Siria.
El llamamiento para un ataque a Iraq fue retomado en 1997 por un sector
de la derecha americana denominado The Project for a New American Century (PNAC)
(Proyecto para un Nuevo Siglo Americano), entre cuyos miembros se encontraban
Richard Perle; el Secretario de Defensa Paul Wolfowitz; Eliot Abrams, director
para Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional de Bush; Randy Scheunemann,
presidente del Comité para la Liberación de Iraq; y dos editores
conservadores, William Kristol del Weekly Standard y Norman Podhoretz del
Commentary.
Con amigos tales como el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el
vicepresidente Dick Cheney, y una media docena de pensadores de la derecha, este
grupo formó un formidable grupo de presión.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 dieron a estos
defensores del imperio americano y de la alianza USA-Israel la oportunidad que
buscaban. Hicieron del inexperto presidente G. Bush, quien accedió a al poder
tras unas elecciones dudosas, el vehículo para la realización de su agenda. El
resultado es la guerra de la que hoy somos testigos. El objetivo último es
cambiar el mapa de Oriente Medio a través de la destrucción o intimidación de
todos los enemigos de USA e Israel. Si el imperio americano se volviera
demasiado benevolente, lo cual es bastante improbable, los árabes podrían
aceptarlo durante un breve periodo de tiempo, pero siempre rechazarán la
dominación israelí de la región. Este es el esquema del proyecto.
El primer ministro Laborista británico Tony Blair es un extraño compañero
de alcoba de estos ideólogos de la derecha. Ha hablado apasionadamente no solo
de la necesidad de “desarmar a Iraq”, sino también de la solución de dos
estados al conflicto palestino-israelí. Ha censurado a Francia por su oposición
a la guerra y por tanto de perder una presunta oportunidad para promover la paz
árabo-israelí. Esto es una lógica retorcida y poco convincente.
Blair sabe que Sharon, quien ha tirado al cubo de la basura el “mapa de
carreteras” palestino, y ha dedicado su vida a la consecución del “Gran
Israel”, no tiene la más mínima intención de permitir la viabilidad de un
estado palestino. Por el contrario, está utilizando la crisis para continuar
con su destrucción de la sociedad palestina. Blair por su parte no ha comentado
los 80 palestinos que Israel ha asesinado y los centenares que ha herido, en los
18 primeros días de este mes, ni tampoco ha mencionado las 48.000 casas
palestinas dañadas o destruidas en los últimos 30 meses. Blair ha sacrificado
gran parte de su integridad con el fin de proteger la denominada “relación
especial” de Gran Bretaña con Washington.
Pero si después de la guerra, la atención se dirige hacia el conflicto
árabo-israelí, encontrará que Sharon tiene más influencia en la capital
americana que la que él pueda tener, a pesar de los 45.000 soldados que ha
comprometido en la guerra. Muestra de esta influencia ha sido el hecho de que ni
la Casa Blanca ni el Departamento de Estado han protestado por la muerte de una
joven pacifista americana, Rachel Corrie, aplastada por un bulldozer israelí en
Gaza esta semana cuando intentaba frenar la demolición de una casa palestina.
Los Estados Unidos están contando con una rápida, exitosa, y
relativamente “limpia” guerra en Iraq, en la que las tropas americanas sería
vistas como libertadoras y no como ocupantes. Están intentando comprar la buena
voluntad embarcándose inmediatamente en un programa de reconstrucción de
carreteras, plantas de energía, hospitales, escuelas, etc. ¿Pero quién pagará
esta reconstrucción? ¿será dinero obtenido de las reservas petrolíferas
iraquíes?, en particular, ¿serán las compañías americanas, quienes tratan
de asegurarse su participación en los contratos, quienes obtendrán la
remuneración de las Naciones Unidas establecidas en el programa petróleo por
alimentos? Esto requerirá de una nueva resolución del Consejo de Seguridad. Si
Francia, Rusia y China quedan excluidas de los contratos de reconstrucción y de
las concesiones petrolíferas, sin duda alguna que lucharán contra tal
monopolio americano. Algunos diplomáticos occidentales ven esto como la próxima
batalla diplomática.
En esta guerra, la gran pregunta sin responder es si las tropas
americanas y británicas encontrarán seria resistencia, no ya de parte de las
unidades de élite sino también de parte de la población. Después de la
euforia de la primera victoria, ¿el ejército de ocupación se verá hostigado
por una guerra de guerrillas, tal como le sucedió a Israel después de su
invasión del Líbano de 1982? ¿emergerá un “Hizbullah” iraquí bajo el
modelo de movimiento de resistencia que condujo a la expulsión de Israel del
sur Líbano? Un movimiento de resistencia exitoso necesita de apoyo exterior, un
flujo de armas y dinero, un paraíso que le ayude. En Líbano, Hizbullah tuvo
tal apoyo de Siria e Irán. En 1983, fue Siria y sus aliados locales quienes
derrotaron los intentos americanos, capitaneados por Goerge Shultz, el entonces
Secretario de Estado, de dejar bajo influencia israelí al Líbano. ¿Quién en
la región hoy en día daría apoyo a un movimiento de resistencia iraquí?.
Siria se ha vuelto demasiado vulnerable para jugar tal papel, Irán tiene miedo
de ser el próximo objetivo y Turquía está demasiado preocupada de abortar las
aspiraciones kurdas a un estado independiente en el norte de Iraq. Lo más
probable es que la resistencia proviniera de algún otro lugar. Un actor no
estatal como Osama bin Laden y su organización Al-Qaida, quien transmite
inspiración y recoge los más violentos sentimientos antiamericanos y
antiisraelíes que hoy en día recorren el mundo musulmán, podría tomar tal
desafío. La ocupación alimenta la insurrección. Este un axioma histórico.
Fuente: Kavkaz-Center
Traducción: musulmanesandaluces