LA LIBERTAD POLÍTICA EN EL ISLAM

 

 

         He dialogado con muchos islamistas sobre lo que entienden por un gobierno basado en la Sharî‘a, y me ha aterrorizado la idea y el entusiasmo que algunos de ellos tienen sobre la necesidad de establecer e imponer una ‘dictadura islámica’ salvadora. Para ellos, toda ‘oposición’ dentro de un régimen musulmán es inconcebible y sólo sería polemizar sobre el Islam de un modo estéril y contrario a la ‘unidad’ que el Corán exige. Para ellos, la existencia de ‘partidos políticos’ simplemente sería el signo de rupturas y divisiones, y una invitación a participar en debates ignorantes. Para ellos, el principio de la Shurà (asamblea y mutua consulta), que la Sharî‘a preconiza, no debe entenderse que ‘obliga’ al gobernante: es más bien una consulta que éste hace a los ‘notables’ pero reservándose el derecho a actuar conforme estime más oportuno. Juntando todo lo anterior, el gobernante musulmán tendría toda la autoridad y un poder casi absoluto.

 

         Esos ‘islamistas’ consideran que basta con que el gobernante dé muestras de cumplimiento del Islam (que realice el Salât, ayune en ramadán, etc.), tenga buena intención y desee el bien de sus súbditos, y ya puede con eso actuar y gobernar sin control alguno por parte del pueblo. Cuando a esos islamistas se les dice que a ese tipo de gobernante se le aplica el nombre de dictador, lo aceptan y añaden ingenuamente que sería un ‘dictador justo’. Olvidan que ese tipo de gobierno conlleva necesariamente una falta gravísima a principios claramente establecidos en el Islam. Es más, según el Islam, todo gobierno que tenga esas características es esencialmente ilegítimo: “Y quien no gobierna según lo que Allah ha revelado, es del número de los infieles” (Corán).

 

         Por desgracia, muchos musulmanes creen que los primeros cuatro califas del Islam (los al-julafâ ar-rashidûn), cuya legitimidad es incuestionable, gobernaron de esa manera dictatorial, como si cada uno de ellos hubiera subido al poder para decir a los musulmanes: “Gentes, escuchad y obedeced”, y soltara a continuación sus órdenes y formulara sus prohibiciones. Esos musulmanes olvidan que sucedía precisamente todo lo contrario, que eran los musulmanes quienes decían a los califas: “Oye y obedece, oh sucesor (jalîfa) del Profeta”. Es más, los musulmanes decían a los califas: “Si te tuerces, te enderezaremos con nuestras espadas”, y lo vigilaban y censuraban incluso su vestimenta si se diferenciaba de la del resto de los miembros de la comunidad. La vida del califa era pública y estaba sometida a la estrecha vigilancia de todos, quienes, como hemos dicho, controlaban lo que el califa comía, bebía y, también, su sueldo, y todos los detalles de su vida. Si esto era así en cuestiones que podemos considerar secundarias, ¿cómo no sería la vigilancia respecto a sus decisiones sobre la vida comunitaria y la política general? Si algo, por ejemplo, garantiza que el califa ‘Ozman (el tercer califa) recogió y trasmitió fielmente el Corán es la conciencia colectiva que existía según la cual un califa no tiene derecho alguno a actuar sin el consentimiento de todos. ‘Ozman fue severamente criticado por su política, pero no se puso en entredicho su recopilación del Corán, que siempre había sido del dominio público, como lo es todo lo que interesa al conjunto de la comunidad. El califato no fue en sus inicios una institución que ‘monopolizara’ el poder. Al contrario, era la expresión de la soberanía del conjunto de los musulmanes.

 

         ¿De dónde viene esa concepción ‘dictatorial’ de lo que debe ser hoy un gobierno islámico? ¿De la época decadente del Islam? Pero incluso en los momentos en que podemos considerar que el Islam era más débil, existían un sin fin de instrumentos con los que se cuestionaba con mucha frecuencia la autoridad de los emires y sultanes. El ‘despotismo oriental’ es un mito romántico. Los ‘ulamâ, los alfaqíes, los sufíes, los gremios, las asociaciones juveniles (fityân), las corrientes de pensamiento, los clanes familiares, los jefes de tribu, etc., eran un contrapeso que constantemente se hizo sentir. La descentralización ha sido una constante, y la sumisión a una dinastía sólo tenía lugar en los palacios y entre los funcionarios a sueldo. La constante en el Islam ha sido el debate, y por ello su historia está llena de tensiones. Nadie pensó jamás que debía una sumisión ciega a nadie. Los ejemplos son innumerables.

 

         ¿De dónde viene entonces esa concepción ‘dictatorial’? Creo que tiene dos  fuentes distintas. Una es el desarraigo en la que viven muchos de los musulmanes actuales, que han estudiado el Islam y su historia en su versión ‘arabista’. Efectivamente, los arabistas oficiales, los especialistas occidentales en el Islam, no ‘estudian’ el Islam: lo exponen desde la mayor de las distorsiones. El imaginario occidental se proyecta en esa explicación del Islam que, por desgracia, los musulmanes, separados de sus propias fuentes y sin ningún sentido crítico, asumen. Y es así como los musulmanes aceptan como auténtica expresión del Islam lo que es, en el fondo, una caricatura ridícula. Otro de los orígenes de esa concepción dictatorial del gobierno islámico es la coyuntura en que fue formulado el ‘reformismo’ musulmán durante la primera mitad del siglo XX. Efectivamente, el triunfo del colonialismo en medio del auge de los fascismos europeos fue el trasfondo en el que algunos intelectuales musulmanes quisieron recuperar un Islam que pudiera resistir todas las agresiones de las que era objeto. La admiración ante una Europa ‘modelo’ de éxito, y que entonces era fascista, quiso ver en el Islam los mismos elementos que servirían para recuperar la dignidad. No es que esos pensadores fuesen fascistas, pero era el criterio para el triunfo. Esas concepciones han sido herederas como los componentes de un Islam actualizado y con futuro.

 

         Esas ideas en torno a la necesidad de una ‘dictadura musulmana’ que devuelva al Islam su grandeza pasada son muy peligrosas, y fundamentalmente peligrosas para los musulmanes. Son una tergiversación absoluta de lo que es el Islam. Se han extendido ampliamente, fomentadas tanto por una opinión pública contraria al Islam, como por regímenes ‘islámicos’ y también por ‘ideólogos del islamismo’. La popularización de esa ‘idología’ retrasa una sabia recuperación del Islam más auténtico, y también condena al fracaso a los movimientos islámicos, que son truncados por una concepción cerrada y muerta del Islam. Esa identificación del Islam con un sistema dictatorial hace que los mejores elementos de la comunidad musulmana se alejen naturalmente del Islam, pues sólo es admisible por los que tienen menos juicio y sentido común.