LAS EXPERIENCIAS Y LOS RANGOS

  Ahwâl y Maqâmât

 

 

         El sincero que emprende el viaje hacia Allah y purifica todo su ser para abrirlo a su Señor Verdadero es asaltado por sensaciones y emociones a las que los sufíes llama Ahwâl, estados (plural de Hâl, estado) mientras se alza por los Rangos ascendentes, los Maqâmât (plural de Maqâm, morada espiritual). Peregrino (sâlik) es el que centra su atención en Allah, el que dirige su corazón tras su Señor. Es el que va profundizando en virtudes -en formas de ser- que lo acercan a su Señor, y Él se le manifiesta o se le ausenta, se le muestra de un modo u otro, y todo ello es fuente de saboreos en los que paladea el Misterio de su Señor. En medio de sus conquistas, tendrá momentos de intensa alegría, en otros se apoderará de él el terror; a veces su ánimo se sentirá con el corazón oprimido pero en ocasiones su ánimo se expandirá; se sucederán en él la esperanza y el sentimiento de insignificancia. Estos son ejemplos de Ahwâl, de experiencias y circunstancias que acompañan el desenvolvimiento del aspirante sobre el Camino.

 

Sobre ese Camino, el aspirante despega sus esfuerzos para alcanzar rangos espirituales, Maqâmât, moradas (plural de Maqâm, morada, rango) de intimidad con Allah: la Certeza, la Paciencia, el Abandono, la Pureza, la Satisfacción, etc. Mientras que los Ahwâl son transitorios y sobrevienen sin que medie la intención del aspirante (murîd), las moradas son sus triunfos. Así, el peregrino se hará firme en la entrega a Allah, practicará la perseverancia hasta convertirla en su rango, y avanzará sobre el terreno de la gratitud hasta convertirse realmente en un agradecido, se instalará en la morada de la complacencia, y el destino será su aliado, etc. Estos son ejemplos de Maqâmât, de moradas espirituales que son conquistadas a lo largo de la peregrinación.

 

Todo lo anterior, que puede parecer simple, es el origen de toda una ciencia en la que los sufíes son verdaderos maestros. Cada Experiencia y cada Rango son todo un mundo: plantean dificultades y contradicciones, tienen extremos peligrosos, exigencias que escapan al que no está avisado, y una profundidad difícil de alcanzar. En cada momento, el Nafs, el yo del aspirante, su ego, acecha desvirtuando el verdadero propósito del aspirante, desencadena confusiones y opone obstáculos. El sufismo consiste precisamente en un viaje a través de esas Experiencias y Rangos hacia la Presencia de Allah, que está al cabo de una purificación del espíritu que sólo se logra tras ese arduo viaje que requiere de un guía experimentado, provisiones suficientes y compañeros adecuados. De lo contrario, la indagación en esos mundos puede llevar a resultados indeseables, porque el universo del espíritu, la interiorización, asoma a zonas recónditas de la condición humana donde no todo es positivo.  Por supuesto, a todo musulmán se le exige un mínimo saludable, pero realizar el viaje del espíritu hasta sus últimas consecuencias requiere de una sabiduría y una prudencia que no están en todos.

 

 

Definición de los conceptos Hâl y Maqâm

 

Hay dos conceptos en los que las Gentes del Camino Sufí (Tarîq) han hecho siempre un gran hincapié, de tal modo que son considerados los ejes y distintivos del método (Tarîqa) que siguen. Se trata del Hâl (el estado espiritual, la experiencia, el saboreo) y el Maqâm (la morada espiritual, el rango). Aparecen con gran frecuencia en sus obras, y a ellos se consagran grandes capítulos, especialmente en las exposiciones del itinerario espiritual (el Sulûk). Cada Hâl y cada Maqâm son hitos que marcan los momentos de la peregrinación hacia Allah.

 

A) El Maqâm

 

El término Maqâm (morada espiritual) fue recogido por los sufíes del Corán, en el que aparece con frecuencia con los sentidos de lugar y rango. Según eso, el Maqâm es un lugar firme, un pilar sólido “Cada uno de nosotros tiene un Maqâm determinado” (as-Sâffât, 164); “Los que se sobrecogen ante Allah están en un Maqâm seguro” (ad-Dujjân, 51); “Para el que teme el Maqâm de su Señor hay dos jardines” (ar-Rahmàn, 46); “Tal vez tu Señor te haga resurgir en un Maqâm digno de elogio” (al-isrâ, 79)...

 

Con Maqâm (en plural, Maqâmât) los sufíes se refieren a las conquistas espirituales. Aluden con este término a las moradas o estaciones (Manâçil) a las que el aspirante (Murîd) accede en su escalada espiritual (Mi‘rây) hacia la Presencia de Allah (al-Hadra al-Ilâhía), asentándose firmemente en cada una de ellas, cumpliendo con todas sus exigencias, requisitos, comportamientos, cortesías y saboreos. Todo ello ha dado lugar ha exposiciones rigurosas que sirven al aspirante que desee dar pasos seguros.

 

Los Maqâmât son varios: el Tawákkul, o entrega a Allah, el Sabr, o paciencia-perseverancia, el Shukr, la gratitud, el Ridâ, la satisfacción, etc. Se trata de virtudes que el aspirante conquista y hace suyas, siendo el objetivo de su esfuerzo (su Muyâhada) asentarse en esos estados, que lo acercan a la pureza donde está Allah. Los maestros se han dedicado a enumerar los Maqâmât: según al-Kalâbâdzî son veinte, según al-Qusháirî son doce los grados en la ascensión hasta la Verdad. As-Sarrây, por su parte, afirma que son siete. Abû Tâlib al-Makkî y al-Gazâlî enumeran nueve. En realidad, la cantidad puede ir de cuatro, según at-Tirmîdzî al-Hakîm, a cuarenta mil, según ash-Sha‘rânî.

 

Esas diferencias se deben a que algunos sólo hablan de su experiencia personal y enumeran los Maqâmât que han saboreado. Otros, resumen y dan un nombre idéntico a lo que otros desdoblan. Por último, los hay que no diferencian entre Maqâm y Hâl, pues el Hâl, efectivamente, puede convertirse en un Maqâm.

 

         B) El Hâl

 

         Por su parte, el Hâl es un destello de luz que sobreviene al corazón del peregrino, y pronto desaparece. Los Ahwâl se suceden sin asentarse, no son invocados, y llevan al aspirante de una contemplación a otra. Aquél del que se ha apoderado el Hâl no tiene ninguna autoridad sobre ese estado, y es esa experiencia la que lo gobierna sin que tenga anuncios. Por ello, los sufíes hablan de los Tawâriq al-Ahwâl, la aparición inesperada y fugaz de los Ahwâl.

 

         Cuando los sufíes mencionan la palabra Hâl, pueden estar refiriéndose a una de tres cosas:

         1- El Hâl es la luz del Camino que se muestra al corazón del peregrino. Al-Yunáid dijo: “El Hâl es algo que desciende al corazón y no dura”.

         2- El Hâl es el fruto de la peregrinación, de la forma noble de ser y de las acciones de devoción físicas o espirituales, es decir, del cuerpo o del corazón. Al-Gazâlî dijo: “Todo Maqâm tiene una ciencia, un Hâl y un acto”.

         3- Los Ahwâl son los grados espirituales que se extienden desde el comienzo del Maqâm hasta su final. Son como escalones secundarios dentro de un rango principal. As-Suhrawardî dijo: “Cada Maqâm tiene un principio y un final, y entre esos extremos hay Ahwâl diferenciados”.

 

         Los Ahwâl, al igual que los Maqâmât, son variados. Entre ellos hay que enumerar el temor reverencial (Háiba), la intimidad (Uns), el aprieto (Qabd), la expansión (Bast), el bienestar (Tárab), la tristeza (Huçn), el deseo (Sháuq), la soledad (Wahsha), la ternura (Widâd), el sobresalto (Inçi‘ây),... son emociones opuestas que se suceden y alternan sobre el Camino.

 

         A pesar de la claridad en las definiciones, lo cierto es que en la práctica es con frecuencia difícil distinguir un simple Hâl de un Maqâm.. As-Suhrawardî escribió: “La confusión entre Hâl y Maqâm es grande. Las sentencias de los maestros al respecto parecen a veces contradictorias, y lo que unos consideran Hâl, para otros es un Maqâm”. Retengamos la más sencilla de las definiciones, según la cual el Hâl es la experiencia que no se afianza, es pasajera y el aspirante no la gobierna, mientras que el Maqâm es conquistado por la intención y el esfuerzo y pasa a formar parte de la naturaleza constante del peregrino.

 

         Los Maqâmât son los escalones de una gradación ascendente: “Los caminos del cielo son los Maqâmât”. Conforme uno se adentra en los secretos de un Maqâm se desatan experiencias y saboreos, los Ahwâl, que resultan de la progresiva purificación del espíritu. Los Ahwâl son las luces de cada Maqâm.

 

         La descripción de los Maqâmât comenzó en los albores del Islam. Algunos consideran a ‘Ali ibn Abî Tâlib el primero en elaborar un sistema, ya que habló de la Paciencia, la Certeza, la Justicia y el Esfuerzo como bases de una camino espiritual. Pero, por lo general, los historiadores del sufismo opinan que fue Dzû n-Nûn el Egipcio quien convirtió el camino espiritual en ciencia.

 

         Puesto que en este trabajo no podemos extendernos en estas cuestiones -que, por lo demás, son la quintaesencia del sufismo-, preferimos atenernos a la exposición que hizo el Imâm Sîdî ‘Abdelkader al-Yîlânî, útil especialmente por su claridad.

         En toda explicación de los Maqâmât se recalca la condición autónoma de cada Rango. Con ello se pretende sobre todo que el aspirante tenga ante sí unos criterios sólidos, y el maestro lo va guiando sin tener en cuenta más que lo que puede asimilar fácilmente. Efectivamente, se le exige que emprenda un esfuerzo y debe tener una meta clara. Pero el Imâm al-Yîlânî advierte desde el principio que realmente todos los Maqâmât están estrechamente vinculados entre sí. Es más, deben ser simultáneos aunque el método sugiera una gradación, que sólo sirve a quien quiera seguir un orden riguroso por no poder abarcar inmediatamente la totalidad de lo que se le exige.

 

         El Imâm señala que el peregrino debe conquistar siete Rangos y afianzarse en ellos. Esos siete Rangos son: Muyâhada (el Esfuerzo, del que hemos hablado en un artículo anterior), Tawákkul (el Abandono en Allah), Husn al-Júluq (el Comportamiento Noble), Shukr (la Gratitud), Sabr (la Paciencia), Ridâ (la Satisfacción) y Sidq (la Sinceridad). Estos son, según al-Yîlânî, los grandes ejes en torno a los que erigir el enfoque de Allah -la Inmensidad de la Verdad- como meta última.

 

 

LOS SIETE RANGOS

 

1- Muyâhada, el Esfuerzo

        

         No volveremos a repetir aquí lo que ya hemos dicho acerca de la Muyâhada, que ha sido estudiada aparte en tanto que idea-fuerza en todo el proceso sufí. La Muyâhada es el acto de la intención y la voluntad. Sin ella -sin el Esfuerzo-, todo está avocado al fracaso.

 

El universo, la existencia entera, pertenecen a Allah, son de la Verdad. Lo que pretende el peregrino es sumergirse en esa Realidad que configura todas las cosas, el Señor de los Mundos. Ahora bien, el Corán enseña que el ser humano ha sido creado como califa, como ser soberano, como rey. La grandeza del hombre radica en su capacidad para abarcar el infinito, de convertirse en expresión de la inmensidad. Esa debe ser su conquista. Para ser suya, debe ser el resultado de su lucha. La Muyâhada, el empeño, es lo que hace del ser humano un conquistador de su Señor y lo inmensifica en el ser. Por ello, la  necesidad de la acción -inmersa en un profundo sentido del Destino como trasfondo que devuelve todo a la Verdad y reunifica la existencia en el Acto de Allah- es el espacio en el que la soberanía de lo humano se convierte en realización de esa función suprema a la que llamamos califato.

 

La tensión del sufí, su combate, su Yihâd, es lo que precipita la Contemplación (Mushâhada). Es lo que lo hace ser testigo de Allah en el mundo. Los maestros enseñan que la Contemplación es en la medida de la Muyâhada. El Profeta (s.a.s.) enseñó que cada cual alcanza aquello que está en su intención. El hombre consigue aquello que anida en su corazón. Si su anhelo interior es Allah, conquista la eternidad; si su inclinación es hacia el mundo, se hunde en la frustración de lo condenado a la muerte. El sufí hace de su Señor el objeto de sus deseos, hasta enamorarse por completo de Él de modo que no quede en su espíritu nada que pueda ser frustrado. Para ello, combate en una lucha denodada por purificarse, por simplificar su aspiración, por reunificar su ser.

 

¿En qué consiste la Muyâhada? La Muyâhada del sufí se manifiesta como cumplimiento estricto de todas las exigencias del Islam con las miras puestas en Allah en Sí. En su acción se desnuda de todo deseo que no sea Allah. Ello requiere un descomunal esfuerzo añadido, y ésa es la Senda interior en la que va deshaciéndose de todo lo que obstaculiza su relación inmediata con la Verdad. El Islam lo ayuda eficazmente en ese objetivo, pues todo lo que le exige lo pone constantemente ante Allah: sólo le queda poner todo el corazón en ello.

 

 El Islam somete el sufí a Allah, lo rinde ante Él, lo coloca en su verdad, que es la estricta sujeción (‘Ubûdía) a su Señor (Rabb). El sufí profundiza en la significación, exigencias e implicaciones de ello hasta morir en Allah y resucitar en la inmensidad. Por ello, los maestros no dejan de insistir en la necesidad de una acción que consiste, como hemos adelantado, en el cumplimiento estricto del Islam, con lo que se materializa la intención.

 

La Muyâhada, el Esfuerzo, puede generar una enfermedad espiritual, que es la excesiva confianza en uno mismo y en la eficacia de la acción, que hacen arrogante al ser humano y lo alejan de Allah en lugar de conducirlo a Él. Por ello, no es válida la acción si no está inserta en Rangos que la orientan adecuadamente.

 

 

2- Tawakkul, el Abandono

 

         El Tawakkul es la confianza absoluta en Allah, un abandono a Él, una dependencia real de Él. El Corán dice: “Quien se abandona a Allah, Él le basta”, “Abandonaos a Allah, si verdaderamente os habías abierto a Él”. Esta es la actitud de quien sabe realmente quién es Allah.

 

         El Tawakkul se basa en una cosmovisión (‘Aqîda) en la que Allah, la Verdad Una-Única, es el centro de la existencia, el trasfondo del devenir. Todo depende de Él, y nada hay al margen de su Voluntad. Sólo Él es Eficaz. Todo lo demás es espejismo y transitoriedad. He aquí la clave de los unitarios, los que reunifican su ser y sintonizan con la existencia, abandonándose a lo que escapa a todo control y previsión, y que es la sustancia misma de la realidad.

 

         Todo es gobernado en su esencia por Allah, y, además, Él se muestra constantemente como Fuente de Abundancia y Vida. El musulmán se abandona y confía en Allah: se abandona abandonando el conflicto, deja de pugnar con la Verdad, y, por otro lado, confía en Allah, su Creador, su Señor, su Soporte y Destino, el Fundamento de su existencia, en quien, debido a todo ello, no puede imaginar una mala intención. Su abandono es confianza, es Tawakkul.

 

         El Tawakkul se concreta en la remisión de todo a Allah y el desapego respecto a las tinieblas de la elección y la gestión. Hemos de analizar esta definición. El Tawakkul es Tafwîd, remisión de los asuntos a Allah, es decir, es confiarlo todo a Él, esperar de Él, en definitiva, es dejar de depender del mundo. Es un radical acto de la conciencia con la que despega de todas las circunstancias para ir al fondo de todo, a la raíz insondable donde lo que está es lo que hace ser las cosas. El Tawakkul es desapego respecto a la elección (Ijtiyâr) y la gestión (Tadbîr), es decir, dejar de depender incluso de uno mismo. El que se abandona a Allah elige y gestiona sin pasión. Vive, pero inmerso en su Señor, y sus elecciones y sus previsiones se someten al Destino, sin entrar en conflicto con él. Es la paz interior de quien sabe que en el fondo todo es gobernado por Allah.

 

         En la práctica, el Tawakkul significa que el dinero, el poder, el prestigio, etc., pierden su importancia ante el musulmán. Todos los dioses caen ante la conciencia de que lo único eficaz es Allah, el Señor Verdadero de los Mundos. El sufí, el musulmán que lleva a su extremo esta exigencia del Islam, se mueve en un universo completamente desidolatrizado, en sintonía con el prodigio desconcertante que hay en su centro. Llamamos Allah, por tanto, a la Verdad intuida y con la que se topa cuando el hombre se despoja, en el seno de un Tawakkul radical, de sus miedos y fantasmas, de sus expectativas y sus ansias de control.

 

         El Tawakkul debe ser un corrector de la Muyâhada, no un anulador de la acción. La confianza y el abandono a Allah no deben incitar a la pasividad, el fatalismo o la irresponsabilidad. Esos son males a los que hay estar atento, pues el Nafs, el ego, puede refugiarse en el Tawakkul para justificar su pereza y su estupidez. Por ello, al Tawakkul debe acompañarlo el Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble.

 

 

3- Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble

 

         Para la mayoría de los sufíes, el Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble, es decir, la práctica de las cualidades elogiables (como la amabilidad en la relación con los demás, la generosidad hacia todos, el valor, la cortesía, la lealtad, etc.) no constituye un Maqâm. El Husn al-Júluq, efectivamente, tiene más que ver con el carácter, y dulcificarlo es un cometido de todos los musulmanes en relación con el mundo que les rodea. El Husn al-Júluq se da por supuesto en todo musulmán. No se concibe que quien no haya educado su carácter primero tenga aspiraciones espirituales. Es más, es la primera obligación de cualquier musulmán. Pero el Imâm al-Yîlânî sí lo enumera entre los Maqâmât, y lo hace en consideración hacia el Profeta (s.a.s.) a quien Allah dice en el Corán: “Estás asentado sobre un Júluq (carácter, comportamiento, naturaleza) inmenso”. El Júluq de una persona, su forma de ser y de relacionarse con los demás, es, por tanto, de una gran importancia.

 

         Este rango, citado precisamente después del Tawakkul, es el que da el tono verdadero al significado del abandono en Allah y contrarresta toda propensión a la pasividad o el fatalismo. En su radical confianza en Allah, el sufí sabe que su peregrinación interior no está desconectada del mundo exterior. La consagración a su Señor no significa una deserción del mundo, sino un desapego liberador. Tiene que seguir trabajando sobre su carácter y dulcificarlo, haciéndose amable, sincero, generoso, compasivo, interviniendo con ese Comportamiento Noble en el mundo que le toca vivir.

 

         Ahora bien, el Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble, sí aparece, sublimado, en otro capítulo que sí forma parte del consenso de los maestros, y es a lo que llaman Futuwwa, la caballerosidad de los peregrinos, la jovialidad de los sufíes. La Futuwwa es un profundo sentido de la fraternidad, la propia entre caballeros. Los sufíes se hermanan para la práctica de una serie de valores que implican el Husn al-Júluq: la defensa de los débiles, la liberación de los oprimidos, el arrojo en el mundo y en el espíritu, la intrepidez, etc., todo ello dentro de la sinceridad más exquisita. ‘Ali es el modelo de la Futuwwa, el jefe de los espiritualmente jóvenes (los fityân).

 

 

4- Shukr, la Gratitud

 

         La Gratitud para con Allah, el Shukr, es un tema recurrente tanto en el Corán como en la Sunna. Consiste en el reconocimiento del Favor de Allah, un reconocimiento que es activo: por un lado, se manifiesta en la sumisión a Él, y, por otro, es plasmado por la expresión del elogio del que es merecedor el que constantemente beneficia con su bien y su excelencia a la criatura.

 

         El Shukr es la forma que apasionada del conocimiento. El que verdaderamente conoce a su Señor, se vuelve agradecido, y su saber se convierte así en una emoción, no en un simple dato. La Gratitud, que es la acción del saber, su forma externa, es un modo de vivir en medio del conocimiento que el corazón adquiere de su Creador. Es verdaderamente shâkir, agradecido, el que utiliza el favor del que es objeto -la existencia, la vida, todas las bondades de las que disfruta- en el servicio a la Voluntad de Allah. Esa es la sumisión. Pero también es importante el elogio, la alabanza,... que es la manifestación de palabras de que se reconoce a Allah como fuente de todo aquello con lo que se es constantemente favorecido. Al-Yîlânî dijo: “No te confundas ante el criado que te trae una ofrenda. Descubre tras él a su Dueño que te lo envía cargado de obsequios. Quien sólo tiene en cuenta lo aparente y la causa inmediata, es un ignorante. Al inteligente se le llama inteligente porque penetra en la realidad de las cosas”.

 

         Para todo musulmán, Allah es la verdadera razón de todo. Por tanto, Él es el origen de todo bien puesto al servicio del hombre. La Compasión de Allah, su Rahma, es lo que inmediatamente manifiesta la existencia. La Excelencia (Ihsân) de Allah es un constante desbordamiento que posibilita lo mejor. Son lo que hay en raíz de todo, pero, como Allah dice en el Corán: “Pocos de entre mis criaturas son agradecidos”, pocas son las que detectan la bondad intrínseca a la vida. Quien se hace agradecido abre ante sí la puerta que permite contemplar a Allah, teniendo la posibilidad de sumergirse en su bondad exuberante.

 

         En árabe existen dos palabras para agradecido: shâkir y shakûr. Quien agradece lo que se le da recibe el nombre de shâkir. Y quien agradece incluso lo que no se le da es llamado shakûr. En el versículo arriba citado “Pocos de entre mis criaturas son agradecidos”, se refiere precisamente al shakûr. Es fácil ser agradecido cuando se recibe un bien; más difícil es descubrirlo incluso en el mal. Efectivamente, el shakûr percibe la misericordia de su Señor incluso en lo que lo contraria, en las desgracias y en medio de las calamidades, en lo que va contra su propio interés. La gratitud del shakûr es una emoción enraizada en un saber profundo, en el que enseña que todo viene de una Misericordia latente incluso en lo que el hombre soporta como una agresión, que la Rahma es, en el fondo, la raíz de todas las cosas.

 

         Efectivamente, todo viene de Allah, y todo es Rahma, hasta cuando su apariencia sea la todo lo contrario. Esa Gratitud es la propia de la quien contempla la existencia con unos ojos que detectan en todo la Acción de Allah. Es difícil, casi imposible para el común, y por ello es más meritoria, y es signo de un espíritu inmenso. Implica una sintonía que va más allá de todas las formas y de todos los criterios. Se asienta sólidamente sobre una percepción unitaria que hunde sus raíces en una comunión auténtica con el Destino, que no conlleva, por otra parte, nada de fatalismo, sino participación del corazón en los movimientos del universo de acuerdo a su Eje, por siempre pura Misericordia. Es la Gratitud de quien no juzga a Allah sino que recibe sus bendiciones en medio de lo que confunde y desespera a los hombres.

 

5- Sabr, la Paciencia

 

         En quinto lugar, encontramos la Paciencia, el Sabr, que es la capacidad de resistencia, la tenacidad y la perseverancia del peregrino. Ya hemos señalado que la Gratitud más fácil es la de quien reconoce un favor evidente, y que la Gratitud ante la calamidad es mucho más difícil. Por tanto, mientras no adquiera ese grado supremo, el aspirante debe practicar, si no la Gratitud, sí la Paciencia ante todo lo que le asalte de mala manera.

 

         El Sabr, la Paciencia, es una virtud que el Corán no deja de elogiar: “Ciertamente, Allah está con los pacientes”, “Oh, vosotros, los que os habéis abierto de corazón a Allah: sed pacientes, perseverad, acuartelaos, y sobrecogeos en el Recuerdo de Allah. Tal vez triunféis”...

 

         El Imâm al-Yîlânî definía el Sabr como “la capacidad para mantener la cortesía en medio de la calamidad”. Estas palabras tienen una significación que va de un nivel simple a otro más profundo. En principio, quieren decir que un musulmán no debe dejarse conducir por la inquietud, las prisas o la desesperación. En ningún caso las circunstancias lo arrastran. Necesita actuar con la sabiduría de quien es prudente y paciente. Por otro lado, el Sabr es también perseverancia: ninguna circunstancia puede derrotar a aquél cuyo corazón tiene la fuerza del Sabr. Ninguna adversidad es tan fuerte como para desmoralizar a quien sabe con todo su corazón que, en el fondo, el universo entero y el devenir es gobernado por Allah Uno-Único. Para el sufí, la Paciencia es seguir constante en el Camino a pesar de los obstáculos que encuentre.

 

         Hay una Paciencia en Allah, que consiste en ser firme ante el Destino cuando es contrario. Hay una Paciencia por Allah, que consiste en ser cortés en medio de la adversidad. Hay una Paciencia con Allah, que consiste en obedecer estrictamente sus órdenes. Y hay una Paciencia que es aguantar estar sin Allah, es decir, soportar su ausencia. Esta última es la más fácil para el común de los hombres y, sin embargo, es la más difícil y amarga para los que conocen a Allah.

 

         Los signos de la paciencia son: la calma, es decir, la imperturbabilidad en medio de la desgracia; la ausencia de acusación, es decir, evitar el lamento en la adversidad; el cumplimiento de la Ley Revelada en todas las circunstancias... En realidad, el Sabr, la Paciencia-Perseverancia, la Tenacidad, es una de las claves fundamentales y tiene en su base secretos unitarios de un gran alcance. Al igual que todos los Maqâmât anteriores, es un esfuerzo que sitúa al aspirante en medio de la Verdad.

 

 

6- Ridâ, la Satisfacción

 

         La práctica de la Gratitud y la Paciencia -llevados a su significación más profunda- desemboca en la Satisfacción (Ridâ). Esa beatitud es el fruto espontáneo que nace del estado de alabanza absoluta en el que se sume el peregrino, pero también es estimulada independientemente con un esfuerzo añadido con el que se pretende sentir la plenitud que guarda como secreto interior todo lo que acontece en la existencia. Todo es testimonio del desenvolvimiento de un Poder majestuoso en cuyo seno el corazón encuentra sosiego y placer. En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien ha probado el sabor de la Sensibilidad Espiritual está satisfecho de que Allah sea su Señor”.

 

         La Satisfacción es la plena realización de la dependencia respecto a Allah. La verdad del ser humano -ya lo hemos visto- es la sujeción a su Señor. Cuando, gracias al Esfuerzo, la Confianza, el Comportamiento Noble, la Gratitud y la Paciencia el peregrino vibra al ritmo del Destino (al-Qádâ wa l-Qádar), su existencia pasa a ser expresión de la Voluntad creadora en una satisfacción íntima. Ridâ es paz acompañada de alegría en el corazón, pues el hombre se ha vaciado de todo egoísmo, de toda separación. Al-Ŷîlânî decía: “Pedidle a Allah que os proporcione Ridâ, porque es el gran descanso, el paraíso más elevado, la gran puerta hacia Allah, lo que desencadena su Amor hacia el hombre...”.

 

         La plena Satisfacción es la alquimia que transforma al ser humano. Cuando el aspirante consigue estar más allá de sus ambiciones, cuando ha trascendido todas las circunstancias, cuando ha dejado atrás todas las inquietudes, cuando ha salido del desasosiego, entonces entra en el espacio inmenso del Ridâ. El Corán dice: “Allah está satisfecho con ellos, y ellos están satisfechos con Él”.

 

         Esto es sólo posible en una realización completa de los Comportamientos Nobles. Quien ha superado las miserias de los hombres (la envidia, el rencor, la avidez, la avaricia,...) y las ha sustituido por sus contrarios, está preparado para saborear la Satisfacción. Cuando los Comportamientos Nobles son coronados por la Gratitud y la Paciencia, entonces la Satisfacción emerge dulcificando la existencia del sufí.

 

 

7- Sidq, la Sinceridad

 

         El Imâm al-Ŷîlânî coloca en séptimo y último  lugar la Sinceridad, Sidq. Puede parecer contraproducente cuando se espera del aspirante que haya sido sincero en todo momento. Pero, en realidad, se trata de otra sinceridad, mucho más radical: la consonancia con la Verdad.

 

         La Sinceridad es un secreto inmenso. Sólo en árabe es posible entender sus implicaciones cuando pensamos que tiene que ver con la amistad (sadâqa), con la obligación de auxiliar al necesitado (sádaqa) y con la dote que el novio entrega a la desposada (sadâq), por enumerar sólo algunas de las implicaciones que coinciden en la palabra Sidq. La Sinceridad de la que estamos hablando es un nexo íntimo con la Verdad, que es Allah. El Profeta (s.a.s.) colocó este Maqâm sólo por debajo del de la Profecía (Nubuwwa).

 

         La Sinceridad es una entrega absoluta a Allah, sin reparos, sin condiciones, sin esperar nada a cambio, por puro amor a su autenticidad. El sincero (sâdiq) el muy sincero (siddîq) comparte entonces una intimidad muy estrecha con Allah. El sincero y el muy sincero están ya más allá de la muerte. Son, en esta vida, la reverberación del Tawhîd, los signos de la unificación.  La Sinceridad comienza diciendo la verdad, amando la verdad, hasta que sincera al hombre y lo hace verdadero. Ése es su secreto.

 

No hay autentica sinceridad en ninguno de los Maqâmât anteriores hasta que son coronados por el Sidq, no ya como virtud sino como realidad del ser. El Sidq está estrechamente relacionado con otro concepto central en el Islam, el Ijlâs, el absoluto desinterés, la pureza de la sinceridad. El Ijlâs es la capacidad liberadora de la Sinceridad, que purifica por completo al hombre y lo hace califa.