Razones para peregrinar

 

          La Peregrinación a Meca, Minà y ‘Árafa, es un conjunto de actos de un alcance extraordinario. El Islam está profundamente marcado por las significaciones y efectos de una práctica que cada año congrega a millones de personas pero, además, afecta profundamente incluso a los que no participan directamente en ella.

         En primer lugar, el Haŷŷ es la expresión más espectacular de la firme e inquebrantable adhesión de los musulmanes al Islam. La Peregrinación es exigente (nada tiene que ver con las romerías), es dura, incómoda, densa e, incluso, peligrosa. A pesar de ello, los musulmanes no dudan en emprender ese camino para cumplir con un pilar del Islam, el quinto. Un pilar es lo que sostiene un edificio; por eso, los musulmanes erigen el Islam sobre prácticas sólidas que confieren a su espiritualidad y a su vida cotidiana una firmeza inconcebible en otras espiritualidades.

         El Haŷŷ es una manifestación de adhesión al Islam, y la evidencia es testigo de la vigencia de ese compromiso. El Islam no está en decadencia, al contrario: cada año, el Haŷŷ demuestra su vigor y la fidelidad de los musulmanes, que son movidos por el deseo de ejecutar lo que Allah ha ordenado tal como lo ha explicado el Profeta (s.a.s.). Hablar de decadencia del Islam es, simplemente, ridículo, y ese ridículo lo hacen quienes confunden el Islam con regímenes políticos, ideologías o situaciones pasajeras. Los musulmanes demuestran trascender las difíciles circunstancias en las que muchos de ellos viven para dar vida a una realidad eficaz, que es el sentimiento de pertenecer a una comunidad que es capaz de desafiar al mundo y superar dificultades. Es el Islam latente que asoma la cabeza en cada Peregrinación recordando su existencia y la proximidad de su renacimiento.

         Al emprender la Peregrinación, el musulmán desea cumplir con una obligación impuesta por Allah. Islam significa rendición a Allah, y esa claudicación tiene como signo avenirse a las condiciones que Él impone. Todo lo que existe responde a Allah con su propio ser; el musulmán lo hace también en sus elecciones. Ha elegido encauzar su vida dentro de lo que Allah quiere, y la Peregrinación es, así, imagen del cumplimiento estricto de la Palabra Revelada. En esto estriba el rigor y seriedad de los musulmanes, que nunca podrían ser acusados de negligencia o frivolidad, y no temen enfrentarse a los obstáculos que se interpongan en ese camino. Su espiritualidad tiene sólidos cimientos y se apoya en poderosos pilares.

         La Peregrinación es adhesión al Islam, a Allah, y también a Abraham y lo que representa. Abraham abandonó a su pueblo idólatra y se enfrentó al desierto de su intuición del Verdadero Señor de los cielos y de la tierra, más allá de toda fantasía humana. Fue él quien instauró la Peregrinación que los musulmanes realizan en la actualidad, y en ella rememoran lo que Abraham supone: una espiritualidad capaz de romper con su propio mundo y afrontar el reto infinito de Allah. Abraham, rompiendo con su pueblo y buscando a Allah en Sí, sin ídolos ni sustitutos, representa la superación de todo tribalismo, de toda mediocridad, de todo oscurantismo, de todo apego a formalismos, y es, por tanto, un símbolo de universalidad.

         Efectivamente, la Peregrinación es una de las mayores expresiones posibles de una verdadera fraternidad entre hombres igualados por Allah. En Meca, todos se saben musulmanes miembros de una Nación donde la lengua, el color, el estatuto social, etc., son secundarios o del todo irrelevantes. En Meca, suavizadas las diferencias por el efecto de la fraternidad, pasan a ser riqueza del Islam, una variedad infinita en la que todos aprenden algo.

         La Peregrinación anual a Meca es un poderoso grito en medio de un desierto desolador. En ella se pone a prueba la paciencia, la perseverancia, la resistencia, la capacidad de aguante de los seres humanos en la Senda de Allah, y los musulmanes salen triunfantes de esa prueba. Durante la Peregrinación demuestran que son capaces de mantener puesta la atención en Allah sin que nada los distraiga, que son capaces de una entrega infinita en la medida de la eternidad a la que aspiran. Practican la amabilidad hacia los demás seres humanos, reprimen la ira y el enfado cuando el aprieto se hace insoportable y la incomodidad desesperante hasta la asfixia. La Peregrinación, tal como la plantea el Islam, es para ascetas; pues bien, millones de musulmanes son capaces de afrontar ese reto. La Peregrinación es manifestar que se depende de Allah, y los musulmanes lo expresan allanándose ante Él, alzando hacia Él manos, invocando su Nombre y sumergiéndose en el amor a Él.

         La Peregrinación supone un notable gasto de dinero, que es mucho más significativo en los países pobres de los que proceden la mayoría de los musulmanes. Pues bien, los musulmanes, sin esperar nada a cambio, no dudan en emplear sus ahorros en un viaje difícil al corazón de un desierto. Su único deseo es que Allah esté satisfecho con ellos, que acepte su intención y presuma de ellos en lo infinito.

         Con la Peregrinación, el musulmán glorifica lo que Allah ha glorificado. El Corán dice: “Quien venera lo que Allah ha declarado venerable,...  ése es el de corazón sobrecogido”. Él ha declarado la grandeza de una ciudad y sus alrededores, Meca. Y el musulmán se hace eco y reconoce la dignidad de esos espacios, y los visita para exponerse a los secretos que hay en ellos, y recoge sus bendiciones. Además, el musulmán descubre el vórtice de su corazón y la capital del Islam en el seno de esa vastedad. El Islam tiene como centro esos valles en medio del desierto, y la historia y la geografía de los musulmanes, sean de donde sean, tienen que ver con esos parajes. Ese corazón del Islam, que ha sido glorificado por Allah, es espacio para los ecos humanos de esas alabanzas preeternas donde se concentra en un remolino incontenible el misterio del ser.

         En Meca y sus alrededores, los musulmanes miran hacia al-Âjira, miran hacia lo que hay después de la muerte, y es porque el mundo les resulta pequeño en esos instantes densos de una espiritualidad tan delicada como física y material. Meca y sus alrededores son el escenario de una Resurrección actualizada todos los años. La aspiración humana, radicalizada durante la Peregrinación, es capaz de situarse más allá de la vida y de la muerte, y hacer presente la eternidad que es soporte de la existencia. En Meca, en Minà, en ‘Árafa, los instantes son la reverberación de una Verdad trascendente, que no es la quimera de un intelectual sino la experiencia de una Nación.

         En todas estas idas y venidas de los musulmanes durante la Peregrinación hay una presencia innegable, la del Profeta Sidnâ Muhammad (s.a.s.), portavoz de Allah y de los musulmanes, centro en el que convergen Allah y los musulmanes. Él es el verdadero lugar de encuentro entre Allah y los musulmanes. Él fue la ocasión de todos esos encuentros, el que sigue haciéndolos posibles cada año. Fue él (s.a.s.) quien fundó esta Nación, renovando lo que Abraham enseñó, dando hechura a la gran intuición de Abraham.