Los árabes, antes del advenimiento de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), ya
realizaban la Peregrinación (el Haŷŷ). ¿Cómo era la
Peregrinación a Meca y sus alrededores antes del Islam? Seguramente, en su
forma, era muy parecida a la que los musulmanes repiten cada año: estancia en
‘Árafa, descenso por Muzdalifa, paso por Minà, circunvalaciones en torno a
la Ka‘ba, sacrificio de un animal en señal de fiesta,...
Los árabes eran idólatras, y la Peregrinación era una fiesta
‘pagana’. ¿Es el Islam la continuación de unas prácticas que irían en
contra de sus propios principios, de un radical unitarismo? El radical
unitarismo musulmán, ¿no entra en conflicto con devociones populares que
destilan culto a divinidades preislámicas? ¿Es el Islam un cúmulo de
contradicciones, una elaboración sobre la marcha y desacertada del Profeta, que
‘olvidó’ las connotaciones idolátricas de la Peregrinación?
Las circunvalaciones en torno a la Ka‘ba, ¿no son la veneración de un templo en el que habita un dios primitivo? Besar la Piedra Negra, ¿no es un rito pagano de adoración lítica? El descenso nocturno hacia el oeste por Muzdalifa, ¿no es la reminiscencia de un culto solar, la persecución del dios moribundo? El Haŷŷ, ¿no es el Hag de los hebreos, la peregrinación y las procesiones que acompañan a distintas ceremonias judías?
Basta con repasar por encima lo que los arabistas y orientalistas han
escrito sobre la Peregrinación a Meca para tropezar constantemente con estas y
otras objeciones, que, por otro lado, pesan también incluso en muchos
musulmanes nuevos, que no pueden evitar mirar con cierta desconfianza hacia la
Peregrinación. Efectivamente, quien acude al Islam porque abomina de la idolatría
se sorprende al encontrar prácticas que le recuerdan demasiado ceremonias de un
claro culto a piedras, templos e ídolos.
Son necesarias aclaraciones que pongan las cosas en su sitio, si bien el
tema merecería un estudio más en profundidad. Yendo, para empezar, a lo
más fácil, está claro que los musulmanes saben que la Peregrinación
es anterior al advenimiento de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). No es una práctica que
se ha colado de rondón en el Islam. Los musulmanes saben que los árabes preislámicos
eran adoradores de dioses e ídolos: no se trata de un descubrimiento de los
arabistas o los orientalistas. Los musulmanes saben que los árabes adoraban
piedras, árboles, templos, lugares sagrados, que adoraban al sol y a la luna,
etc. Saben también que el Islam rechaza de plano tales cultos, y que las
piedras, los árboles, los lugares, etc., carecen de todo carácter sagrado
(noción, por otro lado, desconocida de raíz en el Islam). Es más, los
musulmanes están contra toda noción encarnacionista (hulûl): Allah no
encarna ni resida absolutamente en nada. Nada es sagrado: ni la Piedra Negra, ni
la Ka‘ba, ni Meca, ni el Profeta. Los musulmanes no están locos: saben que la
Piedra Negra es una piedra, que la Ka‘ba es un edificio, que Meca es una
ciudad, que el Profeta era un ser humano. Por otra parte, para respetar algo,
para venerarlo, a los musulmanes no les hace falta que esa cosa sea la
residencia de un dios o que un dios haya encarnado en esa cosa. Los musulmanes
no son como los cristianos, que necesitan que Jesús sea un dios o el hijo de un
dios para merecer su estima. A un musulmán les basta con que Jesús haya sido
un profeta para ser digno de respeto y veneración. Las fantasías idolátricas
no son propias de los musulmanes.
Cuando, haciendo el oficio de etnólogos, los orientalistas y los
arabistas (nos referimos a los más antiguos y a sus epígonos actuales, cuyas
elucubraciones afortunadamente todo el mundo reconoce ya como desfasadas) se
preocupan tanto por las reminiscencias idolátricas de la Peregrinación están
hablando de sí mismos, de su incapacidad para comprender fenómenos
espirituales que no están a su alcance. Están hablando incluso de su propia
deshonestidad, porque el análisis más básico de la cuestión demuestra que el
Haŷŷ nada tiene que ver con ningún culto idolátrico. Esa
interpretación tiene un objetivo polemista y provocador evidente (cuando no es
un simple juego entre arabistas, para dedicarse a refutarse mutuamente
intentando adivinar los ‘orígenes’ y ‘significaciones’ de la
Peregrinación).
La Peregrinación está asociada claramente a la reivindicación que hacía
el Profeta de Abraham y su fe unitaria; todo lo contrario, pues, a lo que se pretende. No se trata, ni mucho menos, de
una ‘concesión’ para ganarse a los idólatras ni es una práctica carente
de base legítima en el Islam. Los árabes pre-islámicos reconocían en Abraham
a su antepasado común. El origen abrahámico de la Peregrinación era, por
tanto, sabido por los idólatras. El Profeta reivindicaba así un significado de
la Peregrinación que se había perdido en el tiempo pero del que la Peregrinación
era una reminiscencia. El sentido de cada gesto de la Peregrinación hay que
buscarlo en Abraham y en lo que el Corán enseña acerca de Abraham, no en los
cultos solares o líticos en los que degenerarían los árabes. La instauración
del Haŷŷ en el Islam tiene ese sentido, y es mala voluntad
buscarle otra interpretación.
Más
que en el politeísmo, el totemismo, el animismo, la significación del Haŷŷ
hay que buscarla en una espiritualidad telúrica, en una sensibilidad a flor de
piel que busca lo trascendente sin renunciar a la tierra, sin sacralizar a la
tierra. El Haŷŷ es la explosión apasionada de un sentir que no
se desvía hacia la idolatría pero que tiene la radicalidad de un carácter físico
y material en consonancia con la fuerza del universo como signo de su Señor. En
definitiva, el unitarismo no es monoteísmo. E aquí una confusión que impide
comprender muchas cosas. El monoteísmo judeo-cristiano es una elaboración teológica
que difiere notablemente de la
frescura que hay en el mensaje de los profetas. El Islam no es monoteísta. El
Islam es la expresión del Querer de Allah, es manifestación del Creador de
todo lo que existe, impenetrable en Sí, presente e inmediato en todo lo que
existe, sin encarnar en nada.
Muy al contrario. El Haŷŷ, en lugar de ser una ‘reminiscencia’ idolátrica y politeísta es la radicalidad del Tawhîd, de la Unidad-Unicidad de Allah, que está muy por encima del monoteísmo, el politeísmo, de cualquier forma de teísmo o de ateísmo, por encima del gnosticismo y del agnosticismo, más allá de toda teología y de toda metafísica, por encima del racionalismo y de la superstición. El Tawhîd es la unidad de la vida sobre la esencia de su Creador y la Peregrinación es la reintegración de todo realizado por el poderoso gesto del hombre que emprende la marcha hacia su Señor.