Tomado del libro Rasail an-Nur de Sa'id an-Nursi
bísmil-lâh
Con
el Nombre de Allah
Bísmil-lâh es la frase con la que empieza el Corán, y quiere decir “Con el Nombre de Allah”. Allah es la Verdad Creadora: es el Secreto que hace posible la existencia, llamándosele entonces Rahmân, y es también el que la mantiene enriqueciéndola y atrayéndola hacia Sí, y se le llama entonces Rahîm. Por ello, la frase completa es Bísmil-lâhi r-Rahmâni r-rahîm. Todo musulmán la repite antes de empezar cualquier acto de relevancia, y significa que pone a Allah por delante de sus acciones, entregándose a su dinamismo, sumergiéndose en su Recuerdo: Allah es el Realizador Eficaz en quien está el origen y el destino de los seres y los fenómenos. Con la repetición de esta fórmula, a la que se llama Básmala, el musulmán se abandona a su Señor Interior, al que lo hace ser, y fluye con su movimiento. También significa que se adhiere a Él, que lo reconoce como Único Rey de su existencia, abandonando los ídolos, las ilusiones y los fantasmas que atormentan la vida del hombre con falsas espectativas.
El Nombre de Allah
encabeza todo lo bueno y noble, todo lo fértil y prometedor. Es el comienzo
sabio que inaugura aquello de lo que se espera que prospere y redunde en
bienes para el que inicia un acto. Por eso, nosotros también comenzamos este
libro principiándolo ‘Con el Nombre de Allah’, Bísmil-lâh.
¡Vida mía! has de
saber que esta expresión -Bismil-lâh- tiene copiosos significados y
abundantes bendiciones, y es, a la vez, el estandarte del Islam y el sonido de
todas las criaturas, que la pronuncian con las lenguas que les son propias y
naturales.
Si quieres alcanzar
la comprensión de la fuerza abrumadora que hay en Bísmil-lâh, si deseas
conocer su energía transformadora, la riqueza de sus significaciones y sus
valores propiciadores, si aspiras a desentrañar sus misterios y sus
cualidades, escucha con atención este discurso:
El beduino que
recorre silenciosos desiertos, el peregrino que vagabundea por siniestros páramos,
el viajero que deambula por parajes solitarios, el caminante entre ásperos
barrancos que escala altas montañas pedregosas, todos ellos han de pertenecer
a una tribu poderosa para que el prestigio del jefe de su clan los proteja
frente a los salteadores de caminos. Quien se arriesga por senderos
frecuentados por bandidos necesita ser reconocido como miembro de un pueblo
fuerte y celoso de los suyos. De otro modo, estará sólo y abandonado a sus
propios recursos, siempre escasos ante las hordas de ladrones y asesinos
emboscados, y con sus mercancías expuestas al robo y el saqueo. Estará
sumido y agotado en un constante miedo, receloso, siempre alerta, atento a los
ruidos, sospechando de todo y de todos, con el corazón permanentemente
agitado y el ánimo afligido entre fantasmas y espejismos.
Así, dos de estos beduinos, cargados con sus pertenencias, iniciaron un largo viaje por un apartado desierto. Uno de ellos tenía la mente clara, mientras que el otro estaba confundido por la soberbia. El primero, el de corazón puro, no tenía reparos en anunciar y proclamar en todas partes el nombre del anciano de su tribu, pero el segundo, en su arrogancia, lo callaba y se presentaba sólo a sí mismo, creyendo que sus músculos y sus tretas eran suficientes para infundir temor en medio de la desolación de los páramos.
En todos los
campamentos que jalonaban el inhóspito camino, el primero de los dos beduinos
era recibido con veneración y acogido con exquisita hospitalidad, pues el sólo
nombre del jefe de su tribu despertaba admiración y era respetado. Cuando
topaba con bandoleros, gritaba bien alto el nombre de su tribu, y al instante
los paralizaba y los aturdía, y le era facilitado el camino, pues los
truhanes temían la violenta venganza del señor de su clan. Por su parte, el
otro viajero encontró únicamente calamidades y desafectos, y se vio forzado
a mendigar la gracia de sus enemigos en medio del desdén que le mostraban: he
aquí que su orgullo fue humillado constantemente, y el apego a sí mismo se
tornó menosprecio y desesperación.
¡Vida mía! has de
saber que tú eres ese beduino y que este mundo en el que habitas es ese
desierto sobrecogedor. Tu pobreza y tu necesidad no tienen límites, del mismo
modo en que tus enemigos y sus acechanzas son infinitos. Siendo así, corona
tu cabeza con el nombre del Rey Verdadero para evitarte los miedos y la
estrechez. No seas pordiosera en un universo esteril y aférrate al Señor de
los Mundos. Proclama el nombre de tu Soberano, y ante tí se agachará
humildemente la creación entera, y los bandidos se convertirán en amigos y
anfitriones.
Sí. Esta palabra
perfumada, Bísmil-lâh, es un inmenso tesoro que no se agota nunca. Sus
propiedades son mágicas: Bísmil-lâh liga tu impotencia a la Misericordia
que fluye por cuanto existe, y sumerge tu escasez en la Abundancia de la que
brotan todos los seres, anula tu precariedad en el Poder del que surge todo,
hace que tus fronteras se desvanezcan en el Absoluto Eterno que abarca y
sostiene, sin rozarlos tan siquiera, los cielos y la tierra. Cuando abandones
la estupidez de tu ignorancia y la torpeza de tu inmadurez y descubras lo
inseguro de tus recursos y lo ilusorio de tus previsiones, cuando despiertes
del sueño de tus seguridades y certezas, cuando se deshagan en el vacío del
tiempo tus expectativas y tus premoniciones, entonces aferrate a la fuerza de
Bísmil-lâh para que haga esfumarse los límites de tu penuria en la Grandeza
del Inmenso. Bísmil-lâh es el tónico en el que se diluye lo insuficiente y
lo transforma en oro puro y hace del desierto un jardín fecundo.
Quien se mueve, quien se acuesta y despierta, con Bísmil-lâh en la boca es poseedor de un eficaz talismán que lo protege, un potente amuleto que proporciona calma y lo enfrenta con resolución a todos los terrores, y los desmantela como el viento deshace el humo y lo difumina en la nada. Con Bísmil-Lâh es igual que si estuviera diciendo: “Mi Señor es Allah-Uno, bajo cuyo Dominio están los cielos y la tierra, y cuantos pueblan esos espacios desmesurados. Por mí y por todo lo que existe fluye su Poder inexpugnable porque Él es el Elixir de la vida, la Razón de cada instante. Ése es Allah, mi Señor, mi Dueño, la Fuente de mi paz”. Ante ese bastión irreductible y ese sosiego imperturbable, las quimeras se rinden y hunden la cabeza en el polvo de su insignificancia, porque esas palabras luminosas dejan entrever lo verdadero, y ante lo verdadero lo falso se esfuma y se extingue para siempre. Bísmil-lâh es la lumbre que hace resplandecer el mundo fulminando los ídolos que atormentan al hombre con su mentira, es una cuchilla que rasga el velo para que a través de él llegue al corazón el estímulo de Allah Inmenso.
Bísmil-lâh es la
palabra que pronuncia, con la lengua que le es propia, cada criatura en el
universo, cada molécula y cada galaxia. Y es así porque Bísmil-lâh es más
que una frase: es un sordo sonido existenciador, un hechizo propiciador que
sintoniza con la quintaesencia más profunda de cada cosa. Allah, en tanto que
es la Verdad, está presente en todo lo real. Su Nombre, es decir, su Secreto
y su Acción, es el bebedizo sutil que reviste de consistencia a cada ser, a
cada movimiento y a cada fenómeno. Él es el imperativo que pone en marcha
cada movimiento. Sin Él, todo carece de fundamento. Él es el Fundamento, la
base sobre la que se sostiene la existencia más leve y la existencia más
extraordinaria. El átomo y la estrella tienen en Allah el Ser: Allah es su
soporte, su sustento, su eficacia y su destino.
Cada criatura cumple
su cometido teniendo ‘Con el Nombre de Allah’ en la boca, su corazón.
Es como si Bísmil-lâh estuviera grabado en la frente espiritual de todo ser,
en el Libro de sus latencias, y le hiciera dar de sí lo mejor. Las semillas
tienen signado Bismil-lâh en su pulpa, y por eso se convierten en árboles. Y
cuando el árbol enuncia su Bísmil-lâh se hincha de frutos. Y con Bísmil-lâh
el fruto se hace dulce al paladar. Esa prosperidad está contenida en las
alacenas de la Rahma (Misericordia), y se desborda de ellas en cuanto se pone en
movimiento el Nombre Creador, el Secreto Indescifrable, el Misterio
Insondable, la Capacidad Inagotable y la Sabiduría Prudente. El Nombre de
Allah es el revulsivo que estalla sacando de la oscuridad de la nada la luz
irrepetible de la vida y la exuberancia. Con su Nombre emergen las realidades
y con su Riqueza se diversifican infinitamente hasta dejar exhausta la
inteligencia de quien quisiera abarcarlas.
El que aguza el oído
escucha el rumor de Bísmil-lâh en el esplendor de los huertos, en sus
colores y en sus flores. Allah está ahí presente bajo la manifestación de
sus Nombres el Misericordioso, el Poderoso, el Creador, el Enriquecedor,... El
jardín dice Bísmil-lâh y se convierte en esplendor y despliegue gozoso de
su Señor Interior, del misterioso resorte que lo empuja a ser abundante y
generoso.
Y los animales en sus
establos, dicen Bísmil-lâh y ofrecen al hombre su leche nutritiva y sabrosa.
¿De dónde viene, si no, todo lo que favorece la vida, lo que la aumenta, lo
que la enriquece y bendice? Todo viene del Misterio, de la fuerza del Nombre
que proclama la creación y transforma el desierto en frondoso bosque de
verdor intenso y palpitante. Las raíces sedosas de cada planta dicen Bísmil-lâh
y quiebran las piedras más sólidas que les impiden salir a la luz del día,
porque todo busca a Allah, busca realizar la plenitud que Él ha depositado en
sus adentros, y nada se lo puede impedir.
Sí. El despliegue de
las ramas por el espacio azul del cielo, la bifurcación de las raíces a través
de las rocas y por el seno de la tierra donde están almacenados sus
alimentos, y también las hojas que recogen de los rayos del sol su aire para
ser acuosas y verdes, todo ello habla del Secreto, del Nombre bien guardado.
Es como si esa eclosión de la vida dijera con su lengua natural: “Nada se
resiste a la voluntad de Allah. Ni la piedra más sólida, ni el ardor del
fuego, ni los obstáculos invencibles, ni los enemigos más contumaces, se
oponen a que el Misterio se despliegue y manifieste su riqueza sin fin”.
Y al igual que las
cosas, las pequeñas y las grandes, dicen lo que significa Bísmil-lâh, y
toman lo que Allah les ofrece y obsequian aquello que Allah ha depositado en
ellas, de igual manera nosotros decimos Bísmil-lâh, y cogemos y damos,
recibimos sus dones y proporcionamos lo que Él ha guardado en nuestra
intimidad, en lo más hondo de nuestro ser.
Pero, ¿qué
significa ‘decir’ Bísmil-lâh? Significa vivir, expresar con
contundencia, exteriorizar todo aquello que es en potencia, hacer real lo
posible. Los seres humanos, además, alzamos esa realidad hasta la conciencia
al pronunciar las palabras Bísmil-lâh. Por ello, Bísmil-lâh es Dzikr, es
Recuerdo. Con ellas rememoramos el Secreto, lo actualizamos en nuestra
cotidianidad, lo activamos y lo intensificamos, le damos forma, lo hacemos
visible. Y con ello pasamos a un segundo grado, que es el Fikr, la reflexión,
y acabamos con un tercer paso, que es el Shukr, la gratitud.
Dzikr, Fikr y Shukr se suceden en el ser humano hasta alzarlo al trono del califato: evoca a su verdadero Señor, piensa en Él y lleva la frente al suelo ante Allah. Ante él se presenta la Majestuosa Inmensidad, entra en Ella y se funde en lo insondable. Estos son los tres escalones designados como Dzikr, Fikr y Shukr. El Nombre de Allah es el pilar del primer momento, luego la mente se abisma en Él y acaba diciendo al-hámdu lil-lâh, Alabanza a Allah: “Suya es la riqueza, en Él está la inmensidad, la sobreabundancia, Él es el Secreto del Ser que se manifiesta de mil maneras, Él es la Verdad que rebosa y da de sí”. Y en esa grandeza, el corazón humano pierde sus límites, supera sus obstáculos y se expande con lo infinito.