EL
YIHAD DEL IMAM SHAMIL
La desesperada lucha por la libertad del pueblo
checheno ha cogido a muchos de improviso. Como pasó con Bosnia hace tres años,
la existencia misma de este país musulmán era desconocida en nuestra
comunidad. Pero ahora, como cuando las hordas salvajes del zar Boris I bajaban
desde las bárbaras tierras del norte para traer el fuego y la espada a los
chechenos, hay que recordar que el Caúcaso siempre fue cementerio de invasores
y cuna de héroes musulmanes cuyos nombres aún resuenan en los bosques y montañas
de la más romántica de las tierras montañosas.
El Caúcaso es una muralla escarpada que divide a Europa de Asia, no se
parece a ningún otro sistema montañoso. Los picos más altos de Europa están
aquí, en comparación, los Alpes semejan simples espinillas. Se extiende a lo
largo de 650 millas entre el Mar Negro y el Mar Caspio, su altura media es de más
de 10.000 pies. Esta espectacular perspectiva se hace aún más infranqueable
por la pendiente vertiginosa de sus laderas. "El Caúcaso es un hombre, su
cuerpo no tiene curvas", dice un proverbio georgiano, y acantilados con caídas
de más de 5.000 pies en algunos sitios, en
los que torrentes helados parecen disecar el paisaje en bloques escarpados de
piedra.
La misma impenetrabilidad del Caúcaso y la dificultad interna de
comunicación, han permitido a incontables pueblos diferentes morar aquí. El
historiador Pliny (Plinio?) nos dice que los romanos emplearon a ciento treinta
y cuatro intérpretes en sus transacciones con los clanes bélicos caucasianos;
mientras el historiador árabe al-Azizi registró trescientas lenguas,
mutuamente incomprensibles, sólo en Daguestán.
Algunos pueblos caucasianos de piel clara, como los chechenos, son
descendientes de antiguos pueblos emigrados desde Europa. Otros, incluyendo a
los daguestanís, se cree que son de origen asiático. Pero el clima áspero y
el terreno imposible les ha impuesto un modo de vida ascético común a todos.
Poca agricultura es posible sobre las vertiginosas laderas y sólo sobre las
mesetas más altas se puede pastorear ovejas con algún éxito. Tradicionalmente
la gente vivía en aouls (abruptos pueblos caucasianos), fortificados con casas de
bloques de piedra y escarpadas muros para protegerse de pumas, lobos y tribus
enemigas. Construídos en los lugares más inaccesibles sobre afiladas crestas,
la única entrada a estas aldeas transcurre a lo largo de senderos pegados a un
precipicio, sin que exista otro acceso, sólo las vistas vertiginosas de los
picos cercanos y las águilas que
vuelan en círculos en lo profundo.
En un paisaje tan extremo, sólo sobrevivían los niños más fuertes.
Pasando sus días en el interminable y duro trabajo subiendo y bajando cuestas,
al llegar a la madurez los hombres chechenos y daguestanís eran nervudos y
enormemente fuertes. Está registrado que a mediados del siglo diecinueve
ninguna muchacha chechena consentía en casarse con un hombre a no ser que él
hubiera matado al menos a un ruso, fuese capaz de saltar una corriente de 23
pies de ancho y sobre una cuerda sostenida a la altura de los hombros de dos
hombres.
Los grandes abismos que separaban los aouls conducían fácilmente a la
rivalidad y a la guerra. La vendetta sangrienta dominó la vida caucasiana , el kanli, que aseguraba que ninguna ofensa, aunque fuese leve, debía
quedar sin venganza por parte de los parientes de una víctima. Abundan los
cuentos en la literatura épica chechena de conflictos de largos siglos que
comenzaron con el simple robo de una gallina y terminaron con la muerte de un
clan entero. La guerra era constante, al igual que el entrenamiento para ella y
los jóvenes estaban orgullosos como jinetes, luchadores y buenos tiradores.
Los musulmanes nunca conquistaron el Caúcaso: incluso los Sahaba (r.a.),
que habían barrido antes a las legiones de Bizanzio y Persia, se frenaron en
seco ante estas rocas prohibidas. Durante siglos su gente siguió en sus
creencias paganas, mientras los musulmanes del vecino Irán lo observaban con
terror, creyendo que el Shah de todos los yinns tenía su capital entre sus
nevadas cumbres.
Pero donde ejércitos no pudieron penetrar, pacíficos
"misioneros" musulmanes se aventuraron poco a poco. Muchos acabaron
martirizados a manos de alguna tribu salvaje airada, pero lentamente, desde los
recónditos valles hasta los elevados aouls, aceptaron el Din. Chechenos,
avaros, circasianos y daguestanís entraron en el Islam y hacia el siglo
dieciocho, sólo los georgianos y los armenios continuaban sin convertirse.
La invasión rusa.
Pero a pesar de esta victoria, una amenaza nueva se agolpaba en el
horizonte. En 1552, Ivan el Terrible había capturado y destruído Kazan, la
gran ciudad musulmana del Alto Volga. Cuatro años más tarde las hordas rusas
alcanzaron el Caspio. Con ellos llegaron los salvajes cosacos, jinetes brutales
que se reprodujeron casándose a la fuerza con las mujeres musulmanas que caían
en sus manos. Tan "piadosos" como turbulentos, ellos nunca se
establecieron en un nuevo lugar sin que el primer edificio fuera una iglesia
espectacular, cuyas campanas tocaron expandiendo el imperio de los zares por las
estepas.
A finales del siglo dieciocho, la amenaza ruso-ortodoxa no había pasado
inadvertida para las tribus de la montaña. Sin embargo, su carencia de unidad
hizo imposible una acción eficaz y pronto las tierras bajas fértiles del norte
de Chechenia (y el remoto oeste) el país Nogay Tatar, fue arrebatado de manos
musulmanas. Obligaron a los musulmanes que se quedaron a ser los esclavos agrícolas
de los señores rusos. Los que se negaron o se escaparon, fueron perseguidos en
una versión rusa de la aristocrática caza del zorro. Algunos fueron desollados
y sus pieles usadas para hacer tambores militares. Las mujeres a menudo tuvieron
que soportar la confiscación de sus bebés, para que pudieran alimentar a los
galgos rusos de pedigrí y perros de caza con la leche materna.
La supervisora de esta política era la emperatriz Catalina la Grande,
quien envió al más joven de sus amantes, conde Platon Zubov (él tenía
veinticinco años, ella setenta), a realizar la primera etapa de su sueño
pan-ortodoxo por el que todas las tierras musulmanas serían conquistadas para
el cristianismo ortodoxo. El ejército de Zubov se rompió por las orillas del
Caspio, pero la alarma había sonado. El Caúcaso apartó la atención de sus
luchas internas y supo que tenía un enemigo.
Shayj Mansur. Primer líder
muyahid del Caúcaso.
La primera respuesta coherente al peligro vino de una de esas historias
individuales oscuras pero románticas muy típicas del Caúcaso. Se le conoce
como Elisha Mansur, un sacerdote jesuita italiano enviado para convertir a los
griegos de Anatolia al catolicismo. A pesar de la cólera del Papa, él pronto
se convirtió con entusiasmo al Islam y fue enviado por el sultán otomano para
organizar la resistencia caucasiana contra los rusos. Pero en la batalla de
Tatar-Toub en 1791, su resistencia tuvo un final prematuro y, capturado por el
enemigo, pasó el resto de su vida prisionero en un gélido monasterio del Mar
Blanco, donde los monjes trabajaron sin éxito para devolverlo al redil católico.
Ghazi Mullah. El segundo gran líder
del Yihad.
Mansur había fallado, pero los caucasianos habían luchado como leones.
La llama de la resistencia que el alumbró pronto se extendió e inflamó por un
hombre de genio: Mullah Muhammad Yaraghi. Yaraghi era un erudito y un sufi,
profundamente culto en los textos árabes, que predicó el Camino Naqshabandi a
los ásperos montañeses.
Aunque él convirtiera a muchos miles, su principal discípulo Mullah
Ghazi, un estudiante religioso de los Avar de Daguestán, comenzó su propia prédica
en 1827, eligiendo el gran aoul de Ghimri como centro de sus actividades.
Durante los dos años siguientes Ghazi Mullah proclamó su mensaje. Los
caucasianos no habían aceptado el Islam totalmente. El les dijo que sus viejas
leyes, adat, que se diferenciaban de una tribu a otra, debían ser sustituídas
por la Shari'ah. En particular las vendettas (kanli) debían ser suprimidas y
todas la injusticias tratadas limpiamente por un apropiado tribunal islámico.
Finalmente, los caucasianos debían refrenar sus salvajes y turbulentos egos y
pisar el camino difícil de la autopurificación. Sólo siguiendo esta
prescripción, les dijo, podrían vencer sus antiguos desacuerdos y resistir
unidos contra la amenaza rusa ortodoxa.
En 1829, Ghazi Mullah juzgó que sus seguidores ya habían asimilado
bastante su mensaje como para comenzar la etapa final: la acción política.
Viajó por todo Daguestán, predicando abiertamente contra el vicio y volcando
con su propia mano los grandes recipientes de vino tradicionalmente almacenados
en el centro de cada aoul (aldea). En una serie de ardientes sermones impulsó a
las gentes a tomar las armas para el Ghazwa,
la resistencia armada:
" Un musulmán puede
obedecer la shariah, dar todo su zakat, hacer cada salat y sus abluciones, sus
peregrinaciones a la Meca, no son nada si un ojo ruso los observa. ¡Sus
matrimonios son ilegales, sus hijos bastardos, mientras quede un ruso sobre sus
tierras! ".
Este era el tiempo del Yihad, proclamó. Los
grandes eruditos islámicos de Daguestán se reunieron en la mezquita de Ghimri
y, aclmándolo como Imam, le prometieron su apoyo.
Los murids de Ghimri, destacando de otros montañeses por sus banderas
negras y la ausencia de cualquier rastro de oro o plata sobre sus armas o ropa,
marcharon detrás de Ghazi Mullah cantando el grito de batalla murid: La ilaha illa Allah. Su primer objetivo era el aoul de Andee, que
era sumiso a los rusos; pero tan impresionante eran los murids que a la vista de
sus filas silenciosas el pueblo, antes traidor, se sometió sin lucha. Ghazi
Mullah giró entonces su atención hacia los mismísimos rusos.
En este tiempo, los rusos habían movido a pocos colonos en la región.
Grandes puestos avanzados militares se habían establecido en los llanos al
norte, en Grozny, Khasavyurt y Mozdok, pero en otras partes el proceso de
limpiar la tierra de musulmanes acababa de comenzar. Ghazi Mullah podía contar
por lo tanto con el apoyo local al atacar la fortaleza rusa de Vnezapnaya. Sin
cañones, se vio incapaz de capturarla; pero obligaron a sus defensores,
mandados por el Barón Rosen, a pedir ayuda. Esta llegó en forma de una gran
columna de alivio, que pensando que no debían de temer nada de los musulmanes,
los persiguieron por el gran bosque que entonces se elevaba al sur de Grozny.
En los bosques oscuros los murids luchaban por su propia tierra.
Disparaban desde las altas ramas de las enormes hayas, construían trampas y más
trampas para los rusos, estoicos pero desorientados. Metódicamente liquidaban a
los oficiales enemigos capturando a muchos soldados de infantería
desconcertados. En este mundo crepuscular de enormes hayas y maleza enmarañada,
la columna rusa avanzaba pesadamente, conducida por sacerdotes que llevaban
iconos y grandes cruces, y cargados con carros de bueyes que llevaban samovares
de cinco pies y cajas de champán para los oficiales, encontrándose
paulatinamente erosionada y dispersada. Sólo algunos restos escaparon de los
bosques: la primera victoria de los muyahidin se había logrado.
En venganza, los rusos atacaron la ciudad musulmana de Tschoumkeskent, la
cual capturaron y asolaron. Pero ellos pagaron muy cara esta conquista:
cuatrocientos rusos fueron matados en la operación y sólo ciento cincuenta
murids. Incluso mayor fue su humillación en Tsori, un paso de montaña donde
cuatro mil soldados rusos fueron detenidos durante tres días por una barricada
defendida por sólo dos francotiradores chechenos, para su mayor disgusto.
El advenimiento del shayj Shamil.
Rabiando, los rusos se desmandaron por la baja Chechenia, quemando
cosechas y destruyendo sesenta y un pueblos. Lentamente, los murids chechenos y
daguestanís se replegaron a las montañas a su espalda. Ghazi Mullah y su
principal discípulo Shamil, decidieron resistir en Ghimri. Después de un sitio
amargo, con muchas víctimas a ambos lados, el aoul fue asaltado por las tropas
rusas y encontraron a Ghazi Mullah entre los muertos. Increíblemente, el Imam
todavía estaba sentado sobre su alfombra de rezo, con una mano sobre su barba y
con la otra señalando el cielo. Mientras tanto, su discípulo luchaba con
sesenta murids en la defensa de dos torres de piedra que parecían invencibles,
liquidando con infalible puntería a cualquier ruso que se pusiera a tiro. Por
fin, cuando sólo quedaban vivos dos murids, surgió Shamil, para inaugurar una
reputación de heroísmo en el combate que resonaría en todas partes del Caúcaso
musulmán. Así describió un oficial ruso el incidente:
" Estaba oscuro. Por la luz
de la paja que ardía vimos a un hombre a la entrada de la casa, que permaneció
parado a pie firme un poco por encima de nosotros. Este hombre, que era muy alto
y poderosamente constituido, aún permaneció quieto, como dándonos tiempo de
apuntar. Entonces, de repente, con la elasticidad de una fiera salvaje, saltó
limpiamente sobre las cabezas de la fila de soldados que estaban a punto de
dispararle, colocándose tras ellos y blandiendo su espada con la mano izquierda
redujo a tres de ellos, pero la bayoneta del cuarto se clavó profundamente en
su pecho. Con su cara todavía extraordinaria en su inmovilidad, agarró la
bayoneta, la extrajo de su propia carne, redujo al soldado y, con otro salto
sobrehumano, saltó el muro y se perdió en la oscuridad. Fuimos dejados
absolutamente sin habla. "
Los rusos prestaron poca atención a la fuga de Shamil, confiados en que
con la destrucción de la capital de los murids ellos habían alcanzado la
victoria final. No pudieron imaginar que en sus manos les esperaban treinta años
de guerra, con un precio de medio millón de vidas rusas.
Después de su dramática fuga de Ghimri, Shamil herido y con mucho dolor
se dirigió a una saklia, una casita
de campo en la hendidura de un glaciar en las alturas de Daguestán. Un pastor
avisó a su esposa Fátima, quien vino en secreto y lo cuidó por unas
prolongadas fiebres, vendándole dieciocho heridas de bayoneta y espada. Meses más
tarde, Shamil fue capaz una vez más de viajar y al conocerse la muerte de Ghazi
Mullah, fue aclamado por los musulmanes como al-Imam al-Azam, el lider de todo
el Caúcaso.
Shamil había nacido en 1796 en una familia noble de la gente Avar de
Daguestán del sur. Mientras crecía con su amigo Ghazi Mullah, dividió su
austera niñez entre la mezquita y las estrechas terrazas alrededor de Ghimri,
donde pastoreaba las ovejas de su familia. A menudo él se asomaría al borde
del abismo de cinco mil pies bajo su pueblo y miraría el destello del relámpago
en los nubarrones de abajo. En la remota distancia, sobre las laderas, podía
verse el brillo fantasmal de fuegos de nafta, allá donde el petróleo natural
burbujeaba sobre las piedras que se queman durante años.
Este paisaje áspero y la rigurosa educación caucasiana acostumbraron al
futuro imam a una vida con pocos placeres mundanos. Cuando sólo era un niño
persuadió a su padre para que abandonara el alcohol, amenazando con arrojarse
sobre su propia daga si él no lo dejaba. La difícil disciplina espiritual
requerida de él como joven erudito parecía venirle por naturaleza y a sus
tempranos veinte años era famoso por poseer todas las virtudes que se respetan
en el Caúcaso: coraje en la batalla, dominio de la lengua árabe, Tafsir y Fiqh
y una nobleza espiritual que dejaba profunda huella sobre todo aquel que lo
conocía.
Junto con Ghazi Mullah, se hizo discípulo de Muhammad Yaraghi, el
estricto sabio místico que enseñó a los jóvenes que su propia pureza
espiritual no era suficiente: ellos debían luchar por que prevalecieran las
leyes de Allah (swt). La shariah debía sustituir a las leyes paganas de las
tribus caucasianas. Sólo entonces Allah les daría la victoria sobre los
invasores rusos.
Las primeras proezas de Shamil como Imam fueron puramente defensivas. Los
rusos, bajo el general Fese, habían lanzado un nuevo ataque sobre Daguestán
central. Cuando los rusos se acercaban al aoul de Ashila, dos mil murids juraron
sobre el Corán defenderlo hasta la muerte. Después de una encarnizada lucha
cuerpo a cuerpo por las calles, los rusos capturaron y destruyeron la ciudad, no
tomando a ningún prisionero. Comenzaba una guerra larga y amarga.
A Shamil no le era axtraña la guerra contra los eurpeos. Realizando el
Hayy en 1828, había encontrado al emir Abd al-Qader, el heróico lider de la
resistencia argelina contra el francés, quien compartió con él sus opiniones
sobre la guerrilla. Ambos hombres, luchando a tres mil millas el uno del otro
eran muy similares, tanto en sus intereses de estudiante como en sus métodos de
guerra. Los dos comprendían la imposibilidad de batallas victoriosas contra los
grandes y bien equipados ejércitos europeos, y la necesidad de técnicas
sofisticadas para dividir al enemigo y atraerlo a remotos bosques y montañas
donde poder realizar rápidos y fugaces ataques guerrilleros.
La debilidad de la posición de Shamil en el Caúcaso era su necesidad de
defender los aouls. Sus hombres, que se movían con la velocidad del relámpago,
siempre podrían esquivar al enemigo o darle un golpe por sorpresa. Pero los
pueblos, a pesar de sus fortificaciones, a los métodos de sitio rusos apoyados
con la moderna artillería.
Shamil aprendió esta lección en 1839, en el aoul de Akhulgo. Esta
fortaleza de montaña, protegida por desfiladeros por tres de sus lados, estaba
dividida en dos por un aterrador abismo atravesado por un puente de setenta pies
de tablones de madera. Akhulgo ya se había llenado de refugiados que escapaban
del avance ruso, y la presencia de tantas mujeres y niños que alimentar
auguraba un sitio largo y peligroso. Pero él no se retiraría a ningún lugar
remoto: aquí les hizo frente.
El ejército Naqshbandi contaba ya con aproximadamente seis mil hombres,
divididos en unidades de quinientos, cada una bajo el mando de un naib.
Estos naibs, combatientes y estudiantes, eran un misterio para los rusos. En los
treinta años que duró la guerra caucasiana, jamás capturaron a ninguno vivo.
En Akhulgo, estos hombres fortificaron el lugar lo mejor que pudieron y luego,
por la tarde tras los rezos de la puesta del sol, subian a las azoteas a entonar
el Zabur de Shamil, el cántico
religioso que él había compuesto para sustituir a las triviales canciones de
bebedor que ellos sabían antes. Habían muchos otros cánticos; el más
familiar a los rusos era la Canción de Muerte, oída cuando una victoria rusa
parecía inminente y los chechenos se apiñaban uno junto al otro, dispuestos a
luchar hasta el final.
El ataque ruso comenzó el 29 de Junio. Los rusos intentaron escalar las
rocas y perdieron a trescientos cincuenta hombres al lanzarles los muyahidin
rocas y troncos ardiendo. Castigados, los rusos se retiraron durante cuatro días,
hasta que ellos pudieran emplazar su artillería y bombardear los muros a una
distancia salva. Pero aunque los muros fueron reducidos a escombros, cada vez
que los rusos atacaban, aparecían los murids de entre las ruinas del aoul y los
rechazaban, con pesadas pérdidas.
Las condiciones en el pueblo, sin embargo, se hacían desesperadas.
Muchos habían muerto y sus cuerpos se pudrían bajo el sol de verano,
extendiendo un hedor insoportable. Los víveres casi se habían agotado. Al oir
estas noticias a través de un espía, el general ruso conde Glasse, decidió un
asalto total. Ordenó a tres columnas atacar simultáneamente, dividiendo así
el fuego de los defensores.
La primera columna, portando escalas, subió a una roca al lado de un
barranco. Pero desde las rocas, al parecer desnudas del picacho contrario, el
fuego dirigido por tiradores de primera chechenos diezmó sus filas en pocos
minutos. Todos los oficiales pronto fueron matados y los seiscientos hombres, de
espaldas a las rocas, quedaron atrapados por los murids, conociendo éstos que
el agotamiento y la exposición acabaría con ellos antes del alba.
La segunda columna intentó acceder al aoul desde el fondo del barranco.
Esto también terminó en desastre, cuando los defensores hicieron rodar rocas
abajo sobre ellos, para que sólo unas docenas regresaran. La tercera columna,
que avanzaba lentamente a lo largo de un precipicio, se vio atacada por cientos
de mujeres y niños que habían sido ocultados en cuevas por seguridad. Las
mujeres cortaron el paso a las filas rusas mientras sus niños, con dagas en
ambas manos, corrían entre los rusos acuchillándolos desde abajo. Aquí, como
siempre en Chechenia, las mujeres lucharon desesperadamente, sabiendo que ellas
tenían más que perder que los hombres. En medio de este griterío y ataque
sangriento, la columna se tambaleó y perdió terreno.
Confundido, el conde Gasse envió un mensajero a Shamil para parlamentar.
Las condiciones en el aoul eran extremas y Shamil, con el corazón
apesadumbrado, accedió a dejar a su hijo de ocho años Yamal ud-Din como rehén,
a condición de que el ejército
ruso se marchara y dejara en paz el aoul. Pero apenas el chiquillo fue puesto
camino a San Petersburgo, el bombardeo de la artillería comenzó otra vez, y
Akhulgo de nuevo fue machacado por todas partes. Shamil comprendió que había
sido engañado.
Al día siguiente, los rusos avanzaron otra vez hacia Akhulgo y lo
hallaron poblado sólo por los cuervos que se daban un festín de cadáveres.
Los supervivientes se habían escabullido durante la noche. Los únicos
musulmanes que permanecieron, aquellos demasiado débiles para retirarse, fueron
descubiertos ocultándose en cuevas cercanas, que fueron alcanzadas con extrema
dificultad. Más tarde, un oficial ruso registraría esto así:
" Tuvimos que
bajar a soldados mediante cuerdas. Nuestras tropas casi fueron vencidas por el
hedor de los innumerables cadáveres. En el abismo entre los dos Akhulgo, la
guardia tuvo que ser relevada cada pocas horas. Más de mil cuerpos fueron
contados; muchos fueron arrastrados río abajo o se hinchaban sobre las rocas.
Novecientos prisioneros fueron tomados vivos, sobre todo mujeres, niños y
ancianos; pero a pesar de sus heridas y agotamiento, ni siquiera éstos se
rindieron fácilmente. Algunos, en un último esfuerzo, arrebataron las
bayonetas a sus guardias. El llanto de los pocos niños que quedaron vivos y los
lamentos de los heridos y moribundos completaron la trágica escena ".
Shamil había hecho una tentativa desesperada de conducir a su familia y
discípulos lejos durante la noche. Su esposa Fátima estaba embarazada de ocho
meses y su segunda esposa Yawhara llevaba consigo a su bebé de dos meses, Said.
Juntos avanzaron poco a poco por un precipicio desconocido para los rusos, hasta
que alcanzaron el torrente de debajo. Aquí el Imam derribó un árbol para
construir un puente de circunstancias. Fátima cruzó segura con su hijo menor
Ghazi Muhammad; pero Yawhara fue descubierta por un francotirador ruso, que la
mató de un disparo, cayendo junto a su niño al torrente en cuyas furiosas
aguas desaparecieron ambos.
Lentamente, Shamil, su agotada familia y los muyahidin supervivientes,
esquivaron las patrullas rusas, ayudados ahora por los ghimrís que se habían
acercado al lado ruso. Una vez encontraron un pelotón ruso y en la consiguiente
lucha, el joven Ghazi Muhammad recibió una herida de bayoneta. Pero la espada
de Shamil dio buena cuenta del oficial ruso, cuyos hombres huyeron
aterrorizados. Eran libres de nuevo. Como en Ghimri, el Imam había efectuado
una fuga milagrosa. El informe del conde Grabbes describió la captura de
Akhulgo en encendidos términos: " La
secta Murid -escribió- ha caído con
todos sus seguidores y partidarios ". El zar estaba encantado; pero de
nuevo las celebraciones rusas eran prematuras. Mientras Shamil era libre él era
invicto. Y Moscú otra vez había dado al Caúcaso la razón para buscar su
libertad.
En 1840 Shamil levantó un nuevo ejército y otra vez desplegó sus
banderas negras. Con los rusos perdiendo terreno a lo largo de la costa del Mar
Negro ante un levantamiento circasiano, las condiciones fueron favorables para
una importante campaña, y hacia el final del año, el Imam había vuelto a
tomar Akhulgo, y había conducido a sus fuerzas sobre los llanos de la baja
Chechenia, capturando fortaleza tras fortaleza. La respuesta rusa era caótica.
Una salida conducida por Grabbe causó la muerte de más de dos mil rusos. Un
nuevo comandante, el general favorito de los zares Neidhardt, prometió su peso
en oro a quien capturara a Shamil, pero todo fue en vano. Una y otra vez las
legiones imperiales, adentradas en los oscuros bosques, fueron divididas y
aniquiladas.
Las técnicas de Shamil, mientras tanto, mejoraban con el tiempo. En una
ocasión atacó una posición rusa con diez mil hombres para reaparecer, menos
de veinticuatro horas más tarde, a cincuenta millas de distancia y atacar otro
puesto avanzado. Una hazaña asombrosa! Un historiador militar ha escrito:
" la rapidez de esta marcha sobre las montañas, la precisión de la
operación combinada y sobre todo el hecho de que esto fue preparado y realizado
bajo la atenta vigilancia de los rusos, autoriza a clasificar a Shamil como algo
más que un lider guerrillero, igualándolo a los de más alto rango ".
El siguiente movimiento de Rusia fue un audaz ataque con diez mil hombres
sobre Dargo, la nueva capital de Shamil. El comandante, el general Vorontsov,
avanzó por Chechenia y Daguestán Central encontrando poca resistencia y
hallando que Shamil quemaba los aouls antes que permitir que cayera en sus
manos. Confiado y despectivo hacia la "chusma asiática", decidió
acometer las últimas diez millas de bosque que lo separaban de Dargo y de los
guerreros de Shamil. Pero cuando los rusos llegaron, otra vez encontraron que
shamil había incendiado el aoul y había dado la vuelta para volver sobre sus
pasos. El desastre los alcanzó. Shamil había observado su avance por su
telescopio y con calma había ordenado que sus murids tomaran posiciones desde
las cuales emboscar y acosar a los rusos. Luchando junto a los musulmanes habían
seiscientos desertores rusos y polacos, que consternaban a la tropa rusa
cantando viejas canciones de soldado por la noche; sus voces de burla se
elevaban misteriosamente desde las ocultas profundidades del bosque.
Shamil había colocado cuatro cañones ligeramente encima del aoul
devastado, y los rusos cargaron sobre ellos y los tomaron con poca dificultad.
Pero su camino de regreso por maizales que ocultaban docenas de murids que se
levantaban para disparar, ocultándose otra vez antes de que los aturdidos rusos
pudieran disparar. Ciento ocheinta y siete hombres murieron antes de que los
restos de esta columna se volvieran a juntar con el ejército principal. Ni
siquiera coser a bayonetazos a los prisioneros chechenos podía levantar el ánimo
de los rusos tras este presagio de desastre inminente.
Los rusos comenzaron a retirarse por el bosque. Pero los bosques ahora
estaban vivos con enemigos invisibles. Barricadas deslizadizas bloquearon su
camino y les obligaron a abandonar los senderos, encaminándolos hacia
emboscadas y confusión sangrienta. Cientos de rusos murieron, incluyendo dos
generales. La pesada lluvia convirtió los caminos en fango e inutilizó los
rifles por lo que, de vez en cuando, los dos lados luchaban silenciosamente con
piedras y manos desnudas. Para evitar a los francotiradores invisibles, el
aterrorizado Vorontsov insistió en ser llevado dentro de una caja de hierro a
hombros de un coronel. Así, atrapado con más de dos mil heridos y quedándoles
sólo sesenta balas a cada uno, los rusos desesperados enviaron mensajeros al
general Freitag en Grozny, pidiéndole refuerzos.
En este momento crucial, el Imam Shamil recibió noticias de que su
esposa Fátima se estaba muriendo. Inmediatamente dio órdenes para la
continuación de la batalla y viajó todo el día al aoul en que ella estaba.
Después de que muriera en sus brazos, regresó para descubrir con profunda
angustia que sus hombres le habían desobedecido. Dispersándose al ver las
tropas de Freitag, habían permitido a la columna de Vorontsov escapar del
bosque sin nuevas pérdidas. Shamil hirvió de furia y con ferocidad denunció a
los que habían mostrado temor en vez de obtener la victoria. Pero Rusia lo había
pagado caro, en el suelo del bosque de Dargo habían quedado los cuerpos de tres
generales, doscientos oficiales y casi cuatro mil soldados de infantería.
Incluso hoy los soldados rusos recuerdan la catástrofe de Dargo en una sombría
canción:
" En el calor de mediodía, en el valle de Daguestán, con una bala en
mi corazón estoy tumbado... "
Durante otros diez años, las banderas de Shamil volaron sobre Chechenia
y Daguestán, proclamando lo que los caucasianos todavía llaman el Tiempo de la
Shari'ah. El zar, que echaba humo en su enorme palacio de San Petersburgo, recibía
mensaje tras mensaje de sus generales elogiando sus propias victorias; pero
Shamil aún gobernaría. Vorontsov, Neidhardt y otros fueron retirados y
murieron en la dorada oscuridad. Peor en 1851, dieron el mando a un hombre más
joven, el general Beriatinsky, el diablo moscovita, quien cambiaría el curso de
la guerra para siempre.
El nuevo comandante ruso conocía a su enemigo, y en consecuencia adaptó
sus técnicas. Sabía que los chechenos tenían aversión a entrar en batalla
sin haber efectuado sus abluciones (wudu), entonces el se aseguró de que
grandes presas fueran construídas para cortar el abastecimiento de agua a sus
opositores. Adoptó una política de sobornar pueblos para que aceptaran la
autoridad rusa y retrasó el proceso de enserfment indefinidamente. Terminó de
manera informal con la antigua política de matar a mujeres y niños durante la
captura de los aouls. Pero su innovación más significativa fue su larga y
lenta campaña contra los bosques. Al igual que los americanos en Vietnam y los
franceses en Argelia, comprendió que su enemigo sólo podría ser derrotado en
campo abierto. De esta forma, encomendó a cien mil hombres talar los grandes
bosques de haya de la región. Algunos eran tan enormes que las hachas
resultaban inadecuadas y hubieron de emplear explosivos. Poco a poco, los
bosques de Chechenia y Daguestán desaparecieron. Mientras Shamil, que observaba
desde las alturas, no podía hacer nada para impedirlo.
En 1858 estalló la última gran batalla. La gente ingush, expulsada de
sus aouls por los rusos a campos alrededor de Nazrán, se rebeló y pidió ayuda
a Shamil. Bajó de las montañas a caballo con sus muyahidin, pero sufrió una
gran derrota bajo los cañones de una columna de refuerzo enviada para apoyar a
la guarnición asediada. Cuando regresó a las montañas, se encontró con que
el apoyo de sus gentes comenzaba a disiparse. Todos los aouls prefirieron
rendirse a los rusos antes que ser sitiados y destruídos inevitablemente.
Incluso algunos de sus lugartenientes más fieles lo abandonaron y dirigieron
tropas rusas para atacar sus pocos reductos restantes.
En Junio de 1859, Shamil se retiró al más inaccesible de todos los
aouls: Gounib. Aquí, con trescientos murids leales, decidió ofrecer su última
resistencia. Rechazaron a los rusos muchísimas veces pero finalmente, después
de muchas súplicas y ante la amenaza de Beriatinsky de matar a su familia si el
no era capturado vivo, acordó deponer las armas.
Así terminó el Tiempo de la Shari'ah en el Caúcaso. El imam fue
conducido al norte, para encontrarse con el zar y luego fue desterrado a una
pequeña ciudad cerca de Moscú. Allí viviócon una pequeña parte de su
familia y parientes, hasta que en 1869 el zar le permitió marchar y vivir
retirado en las Ciudades Santas. Su último viaje por Turquía y Oriente Medio
fue tumultuoso, rodeado de enormes muchedumbres que acudían a aclamar al Imam,
cuyo nombre era una leyenda en todos los rincones de las tierras del Islam.
Su hijo Ghazi Muhammad, liberado del cautiverio ruso en 1871, viajó para
encontrarlo en La Meca. Sin embargo, llegó cuando el Imam estaba lejos,
visitando Medina. Cuando estaba circunvalando la Sagrada Kaaba, un hombre
andrajoso con turbante verde gritó: "
Oh, creyentes! rezad ahora por la gran alma del Imam Shamil! ".
Esto era verdad. Aquel mismo día, Shamil, murmurando: "
Allah, Allah ", había pasado a la vida eterna en el Paraíso. Fue
enterrado entre grandes multitudes y mucha emoción, en el Cementerio Baqi. Pero
su nombre vive todavía y aún hoy, en las casas de sus descendientes en
Estambul y en Medina, en pisos cuyas paredes todavía son adornadas por
descoloridas banderas negras, las madres cantan a sus niños palabras que se
recordarán mientras queden musulmanes vivos en Chechenia y Daguestán:
Oh, montañas de Gounib!
Oh, soldados de Shamil!
La ciudadela de Shamil estaba llena de guerreros,
Sin embargo ha caído, ha caído para siempre...
Fuente: Q-News.