Las posibilidades del Islam
En cierta ocasión,
el Profeta (s.a.s.) dijo que todo el que hace un esfuerzo (Iÿtihâd)
por alcanzar la verdad, por conseguir un conocimiento seguro y cierto, obtiene
dos recompensas de Allah si acierta y una si, por el contrario, se equivoca,
pero en cualquier caso hasta el error es meritorio si deriva de un esfuerzo
sincero. Es decir, lo realmente importante es el Iÿtihâd, el esfuerzo, el afán,
y la sinceridad y el desinterés que se pongan en ello.
Allah es
la Verdad, y lo que corresponde al ser humano es el Iÿtihâd, la continua búsqueda
que no se frustra ni debilita ante el fracaso ni ante la confusión. Que erremos
o acertemos depende de Allah, no de nosotros. Y en esto hay una clave
fundamental que nos enraíza en el Tawhîd,
en el sentido de la Unidad que lo rige todo, y, a la vez, también modela una
forma de ser que es la verdadera aspiración del Islam. Lo que Allah tiene en
cuenta, más que nuestros logros, es nuestro esmero. Y en torno a esto está
construido el Islam como invitación al Iÿtihâd.
Cuando alguien se
acerca por primera vez al Islam es desconcertado por la inmensa riqueza de
discusiones y debates que lo salpican. Es tal la controversia en el Islam que
aparentemente poco se saca en claro y el que no alcanza a comprender la
significación de esa variedad se desmoraliza. Pero es que la expectativa estaba
equivocada. Lo importante no son los datos (único que interesa al occidental)
sino el espíritu de búsqueda y debate, el Iÿtihâd.
Eso es el Islam, por encima de los resultados y contingencias humanas.
El Islam es ‘muchas
posibilidades’. Al musulmán se le ofrece un océano de conocimientos y
objeciones, un intrincado arabesco de disquisiciones y posicionamientos ante
cualquier asunto, no para que se adhiera a una ‘opinión’, sino para que sepa
que la Verdad, al fin y al cabo, es
Allah y corresponde en exclusiva a
Allah. Y nada ni nadie abarca a Allah. De este modo, el musulmán se ve obligado
simplemente a escoger tal como le dicte su corazón, la pureza de su intención,
la sinceridad de su anhelo, la claridad de sus ideas y lo seguro de su método.
Al elegir con la regla de su rigor entre esas posibilidades lo hará guiado por
lo que él es el en el fondo de sí mismo: en la elección está su verdad.
El Islam es discusión,
pero por desgracia en la actualidad se está convirtiendo en cerrazón. Quiero
decir que el Iÿtihâd tiene que tener en su base la modestia de quien sabe que
la Verdad es de Allah. Al haberse trastocado este principio, el fundamento se ha
pervertido y se ha trasformado en que la ‘opinión propia es la verdad’, y
esto es sectarismo, que nada tiene que ver con el Islam y su riqueza. Los
musulmanes se están preocupando ahora más por la Verdad que por sí mismos, y
esto es ‘competir con Allah’, aunque se haga con la mejor de las
intenciones.
Cada uno debe estar ‘seguro’ de su verdad, y para alcanzarla debe poner en juego sus mejores capacidades, pero si le cuesta imaginar que otro puede que esté en un acierto mayor que el suyo, al menos debe saber que nadie es culpable por opinar de un modo distinto al suyo, y que incluso el ‘otro’ quizás disfrute de una recompensa de Allah a su sinceridad y esfuerzo. Es así como el Islam se ha diversificado en un sin fin inagotable de corrientes, escuelas y opciones, y sólo ahora se analiza ese hecho como un factor de división. La unidad de los musulmanes no está en que todos opinen lo mismo, sino que todos están en la recompensa de Allah desde el momento en que su punto de partida ha sido la nobleza de una búsqueda sincera.