EL PROFETA

 

           A finales de este mes de mayo, de acuerdo con el calendario lunar, los musulmanes del mundo conmemorarán el Máwlid, una fiesta en la que se celebra el nacimiento del Profeta. Es una ocasión propicia para hablar de lo que significa el Profeta (ar-Rasûl) para los musulmanes.

 

         El Mawlid es una fiesta eminentemente popular y, sobre todo, sufí. Hay quienes objetan que se trata de una celebración poco conveniente, que no pertenece a la Tradición musulmana. Los más extremistas consideran que es una bid‘a, una innovación carente de fundamento y  por tanto censurable. Y también hay quienes exageran considerando que se trata de una fiesta en la que se rinde culto al Profeta, y por tanto sería claramente anti islámica. Una vez hechas estas observaciones, pasemos a hablar de lo que nos interesa: la significación del Profeta en el Islam y lo que es en realidad el Mawlid.

 

         Si repasamos la biografía de Sidnâ Muhammad (sallà llâhu ‘aláihi wa sállam) observaremos fácilmente una característica que la diferencia notablemente de los relatos sobre las vicisitudes de otros profetas: su historicidad. Efectivamente, el Profeta del Islam nos es presentado como personaje histórico, con fuentes fidedignas para el conocimiento detallado de su vida. Son pocos los elementos fabulosos que rechazaría un historiador ‘positivista’ (la Apertura del Pecho, la Revelación, el Viaje Nocturno, y poco más). Todo lo demás es creíble para cualquiera, y más si tenemos en cuenta el rigor en la trasmisión de esas noticias.

 

         La biografía del Profeta del Islam -Sidnâ Muhammad (s.a.s.)- resulta chocante a los creyentes de otras confesiones. Es ‘demasiado humano’. Efectivamente, nada tiene que ver lo que los musulmanes saben acerca de Muhammad (s.a.s.) con las estrafalarias historias de Jesús o de Buda. La vida de Muhammad (s.a.s.) es menos ‘espiritual’, entendiendo por ‘espiritual’ el surrealismo propio de las religiones al uso.

 

         Quizás porque la época del Profeta es próxima a nuestros días, la información sobre su vida es abundantísima: el ‘realismo’ de los árabes (pueblo sin imaginación y poco dado a las fabulaciones, según algunos clásicos del arabismo) ha permitido que se nos trasmitiera su biografía de un modo que lo sitúa en coordenadas que nos resultan reconocibles y aceptables. Leer su biografía con equidad nos lleva a reconocer a un genio, a un personaje de ‘su tiempo’ que supo hacer uso de su realidad para construir una nación. Sin embargo, en todo ello, sin necesidad de mitologías, los musulmanes leen muchísimas más cosas que pasan desapercibidas a los occidentales.

 

         El hecho de que los profetas anteriores sean indocumentables por la historia moderna nos puede permitir comprender mejor su valor como arquetipos de realidades espirituales profundas. Los sufíes han sido expertos en descubrir la significación mística de cada profeta anterior a Muhammad (s.a.s.), gracias a que lo histórico no estorba a la hora de enfocar a esos personajes. Pero si Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es arquetipo de algo, lo es del Ser Humano... Con él no caben disgresiones que lo aparten de su verdadera realidad, su condición de hombre. Por ello, los sufíes ven en él el prototipo del al-Insân al-Kâmil, el Ser Humano Pleno. ¿Qué quiere decir esto?

 

         Los musulmanes subrayamos constantemente la condición humana de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Ningún musulmán se permite la más mínima ligereza al respecto: Muhammad (s.a.s.) fue un ser humano, y nada más. El Corán insiste en ello, y describe al Profeta como hombre que comía y bebía lo que comen y beben los hombres, y se paseaba por los mercados como el resto de los mortales. También la Sunna (la Enseñanza personal del Profeta) no deja lugar a dudas: Muhammad (s.a.s.) jamás pretendió ser otra cosa que un ser humano. Muhammad (s.a.s.) fue ‘ábdullâhi wa rasûluh, un esclavo de Allah y su Mensajero... Él se realizó en la sujeción a Allah, reconociendo su dependencia absoluta de la Verdad que lo creó.

 

         Esta es la base a la que no renuncia ningún musulmán. Pero resulta que es la base para algo prodigioso. Es la base para saber lo que es un ser humano. Gracias a Muhammad (s.a.s.) podemos reflexionar sobre la nobleza y grandeza de la condición humana. Muhammad (s.a.s.) se trasforma entonces ante nosotros en una luz extraordinaria que ilumina el más grande de los secretos. Y así lo expresan los sufíes cuando hablan de la Luz de Muhammad (s.a.s.), el Nûr Muhammad, cuyo surgimiento se celebra en el Máwlid.

 

         El Ser Humano es el califa, la criatura soberana, la que hace historia. El ser humano es la criatura que ‘contiene’ a Allah (Allah ha dicho: “No me abarcan ni los cielos ni la tierra, pero sí me contiene quien se abre a Mí”), por tanto, las honduras del Ser Humano son infinitas. Sidnâ Muhammad (s.a.s.), siendo un hombre normal, es el signo de esa inmensidad humana. Por su ‘normalidad’ es válido como modelo. Al resaltar su condición humana, lo hacemos preeminente ante nosotros, lo convertimos en nuestro ‘señor’ (sayyid), en nuestro guía, y él mismo fue consciente de ello cuando dijo: “Soy el señor de los descendientes de Adán, y no es vanagloria”.

 

         Muhammad (s.a.s.) es, por tanto, un secreto infinito, su alcance es desmesurado, su naturaleza es un misterio, porque es capaz de albergar lo que no tiene ni principio ni final. Se trata de una joya de valor incalculable, de un esencia absoluta (al-Haqîqa al-Muhammadía, la Esencia Muhammadiana). Podemos, por tanto, hablar de Muhammad usando términos aparentemente exagerados y que sin embargo no alcanzan a describir esa realidad califal. El poeta sufí dijo: “No pronuncies lo que los cristianos han dicho de Jesús; por lo demás, puedes decir sobre Muhammad lo que quieras que nunca exagerarás”. Es decir, recuerda siempre su condición humana, y con ello vuela intentando descubrir las inmensidades que hay recogidas en esa magnífica naturaleza creada por Allah.

 

         Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es el ‘arquetipo’ de todas esas cosas, pero aún hay mucho más. El Islam declara la Unidad y Unicidad de Allah, y la acompaña de la mención del nombre de Muhammad (s.a.s.): lâ ilâha illâh Muhámmadun rasûlullâh, No hay más Verdad que Allah y Muhammad es el Mensajero de Allah... Quien pronuncie de corazón esa doble frase pasa a ser considerado musulmán. No es suficiente proclamar la Unidad del Señor de los Mundos, hay que sumarle la condición de mensajero de Muhammad (s.a.s.). Muhammad (s.a.s.) fue el Profeta, el Mensajero de Allah, el que nos lo dio a conocer, el que exteriorizó esa infinitud que albergaba en su interior. Y ello no es cualquier cosa. La Revelación no es un hecho anecdótico. No consiste en que Allah le contara unas cosas a Muhammad -en mediación de Yibrîl- y él nos las trasmitiera. El Profeta no era un periodista. El Profeta es un hecho telúrico, es un seísmo, una inversión de todo. El Profeta es una Verdad en sí mismo.

 

         Los sufíes, y los musulmanes en general (salvo aquellos para los que, sin ellos mismo darse cuenta, el Profeta es poco más que un simple periodista), han apreciado la radicalidad que hay en las afirmaciones anteriores. Los sufíes han sabido que, lo mismo que para conocer a Allah hay que derribar antes a todos los ídolos, para conocer lo que significa Muhammad hay que retirar muchos velos. Y han sabido que para intimar con él y con su secreto hay que enamorarse de él (s.a.s.).

 

El amor apasionado por Profeta no es fanatismo: es el método que hay que seguir para alcanzar su corazón y descubrir ahí las inmensidades que alberga el ser humano en lo más íntimo de sí. Los musulmanes, y especialmente los sufíes, buscan una relación real con el Profeta que los asome a esos espacios infinitos donde está la esencia del ser humano. Y el Máwlid, la fiesta que tendrá lugar pronto, es una ocasión para indagar en los sentimientos que aún es capaz de desatar el Profeta, sumergiendo al que lo ama en su luz. Y también la visita a su Tumba en Medina es una forma de acercarse físicamente a quien no desligó la grandeza de la condición humana...

        

allâhumma sálli ‘alà sayyidinâ Muhámmadin

¡Allahumma! Bendice a nuestro señor Muhammad,

il-fâtihi limâ úgliqa

quien abrió lo que estaba cerrado,

wa l-jâtimi limâ sábaqa

selló lo que había antes,

siri l-háqqi bil-haqqi

auxilió la Verdad con la Verdad

wa l-hâdî ilà sirâtika l-mustaqîm

y es guía por tu sendero recto

wa ‘alà âlihi

-así como a los suyos-

háqqa qádrihi wa miqdârihi l-‘azîm

con una bendición conforme a la medida de su valor inmenso.